Los “refugiados de los cibercafés” sufren los efectos económicos del nuevo coronavirus

Sociedad

Los sectores sociales más desfavorecidos son, evidentemente, los que primero sufren los efectos que la expansión del nuevo coronavirus está teniendo sobre la economía. Entre ellos están los llamados "refugiados de los cibercafés", que han quedado sin alojamiento y en algunos casos sin trabajo.

Vientos de tormenta

Tenohasi es una organización sin fines de lucro con sede en Ikebukuro (Tokio) que está centrada en la atención a las personas sintecho. Su principal actividad es la cocina popular que se organiza una vez cada dos semanas. Dada la situación, en vez de cocinarse in situ, se ha optado por repartir bandejas de comida previamente preparada para evitar los contagios. Además, Tenohasi ofrece asesoría a quienes necesitan un empujoncito para salir adelante y todos los miércoles hace rondas nocturnas para llegar directamente hasta los indigentes, entre quienes reparte o-nigiri (bolas de arroz cocido) y folletos informativos.

Seino Kenji, presidente de la organización sin fines de lucro Tenohasi. (Fotografía del autor del artículo)
Seino Kenji, presidente de la organización sin fines de lucro Tenohasi. (Fotografía del autor del artículo)

La sostenida tendencia a la baja en el número de personas sin hogar se vio súbitamente interrumpida en marzo de este año, cuando, en palabras de su presidente, Seino Kenji (58 años), “se levantó de pronto la tormenta”. Con la expansión del nuevo coronavirus, la actividad económica quedó prácticamente paralizada y esto tuvo un rápido reflejo en el aumento en el número de personas que se acercaban a recibir alimentos. Fueron más de 200 cada vez en abril y 260 en mayo. El servicio de asesoría también tiene ahora más trabajo y suma ya 80 atenciones entre abril y mediados de junio, el triple que en el mismo periodo del año pasado.

Seino explica que, junto a las personas mayores con muchos años viviendo en la calle, que constituyen el grueso de sus beneficiarios, comienza a dejarse ver un nuevo perfil, el de los llamados “refugiados de los cibercafés” (personas que, no teniendo otro alojamiento, utilizan estos establecimientos para pasar la noche), en su mayoría jóvenes. A la disminución en sectores como el de la construcción de la oferta de trabajo indirecto a través de agencias de empleo temporal (en Japón, “empresas de envío de personal”), o del empleo directo para un solo día, y el consiguiente aumento de personas que experimentan dificultades para subsistir, vino a sumarse en abril la declaración de estado de emergencia, que obligó a los cibercafés a cerrar sus puertas (en Tokio, hasta el 10 de junio). Toda la “población” de estos cafés quedó en la calle.

El día 27 de junio visitamos el parque Higashi Ikebukuro Chūō, donde Tenohasi organiza su cocina popular. El inicio del reparto estaba previsto para las 6:00 de la tarde, pero más de una hora antes la acumulación de gente era ya considerable y entre los presentes se veían, ciertamente, muchos que no aparentaban tener más de 30 o 40 años. Tampoco faltaban las mujeres. Muchas personas hacían fila dos veces y se volvían con una bolsa repleta de comida preparada en cada mano. Quienes atendían las consultas y prestaban servicios de salud (acupuntura y moxibustión) también estaban muy ocupados.

Entre quienes se sirvieron de la consultoría, conocimos el caso de un hombre que sobrevivía cargando contenedores con electrodomésticos reciclados destinados a países del Sureste Asiático y solía pasar las noches en cibercafés. En febrero de este año conseguía trabajo tres días a la semana, con un pago diario de 10.000 yenes, pero en marzo su empleador le dijo que solo lo necesitaría una vez a la semana, justificándose en que, además de haberse endurecido la inspección sanitaria en los países receptores, estos sufrían también los efectos económicos del nuevo coronavirus. El hombre compaginaba este trabajo con otros en obras de construcción, pero las ofertas cayeron en picado y en mayo solo pudo conseguir unos ingresos de 65.000 yenes.

Alojamiento provisional

Los llamados “refugiados de los cibercafés” son trabajadores de bajos ingresos, contratados por un solo día o a través de agencias de trabajo temporal, que pasan las noches en estos establecimientos abiertos las 24 horas del día mediante el pago de una tarifa que ronda los 2.000 yenes. Se estima que en Tokio viven de este modo cerca de 4.000 personas. Como medida de socorro para los afectados por el cierre de estos cafés, el Gobierno metropolitano ha habilitado algunos business-hotels (hoteles semiautomatizados con servicios básicos) en los que, según cifras oficiales, se alojan ahora unas 1.200 personas.

El día 24 de junio acompañamos a los miembros de la organización en su ronda nocturna por el barrio de Higashi Ikebukuro, donde encontramos en total a 16 personas cobijadas en los rincones menos visibles de los parques, a la sombra de las escaleras de acceso a los puentes peatonales y otros lugares discretos. Entre ellos solo había un joven. Cabe pensar que, aunque no en su totalidad, sí al menos una parte de los afectados por el cierre de los cibercafés ha encontrado alguna alternativa a la calle.

El hombre de quien decíamos que compaginaba su trabajo de carga de contenedores con la construcción encontró hospedaje gratuito en un hotel del distrito de Toshima (Tokio). Dados sus bajos ingresos, solo disponía de un presupuesto diario de subsistencia de unos 2.000 yenes, con los que tiene que alimentarse, desplazarse al trabajo y pagar el teléfono móvil, imprescindible para encontrar nuevos empleos diarios. Es gracias a este alojamiento gratuito como se las arreglaba para salir adelante. Pero las personas que, como él, tienen algún tipo de ingreso por bajo que sea, solo han podido beneficiarse de este programa oficial de alojamiento gratuito hasta el día 1 de julio. ¿Qué habrá sido de él después de esa fecha?

Una ayuda oficial que no llega

Usuario de un cibercafé (sin relación directa con el artículo). (Jiji Press)
Usuario de un cibercafé (sin relación directa con el artículo). (Jiji Press)

Los hoteles reservados por las autoridades para estos grupos sociales son una solución provisional y alojarse en ellos no abre las puertas a la inscripción en el registro civil, así que sus moradores no tienen acceso a subsidios como el pago único de 100.000 yenes por persona anunciado por el Gobierno o las ayudas a la vivienda para personas que han quedado sin ingresos. Paradójicamente, explica Seino, son las personas que más necesitan estas ayudas las que más dificultades tienen para obtenerlas.

El plazo de presentación de solicitudes para recibir el subsidio de 100.000 yenes concluye en Tokio a finales de agosto. Hasta esas fechas, nos preguntamos cuántas personas se las arreglarán para independizarse y estar en condiciones de alquilar un apartamento por su cuenta, de forma que puedan cursar la solicitud.

Las condiciones laborales que sufren estas personas son infrahumanas. La ley establece que las empresas que se vean obligadas, para evitar nuevos contagios, a suspender sus actividades deberán garantizar a sus empleados un ingreso equivalente al menos al 60 % del salario que recibían, pero se dan muchos casos en que trabajadores enviados por agencias de empleo temporal y quienes trabajan con contrato para un solo día no están recibiendo este pago.

Inomata Tadashi, un abogado que conoce bien los temas laborales, explica que las empresas que utilizan los servicios de las agencias de empleo temporal están obligadas a compensar económicamente a estas cuando acortan el periodo de empleo comprometido, y que dichas agencias deberían usar ese dinero para resarcir a sus empleados afectados.

Según un estudio del Ministro de Salud, Trabajo y Bienestar, a fecha de 26 de junio un total de 9.009 empleados fuera de plantilla esperaba su despido debido a los efectos del coronavirus.

La cifra es 3,8 veces mayor que la registrada el 29 de mayo, cuando comenzó a hacerse la estadística. Muchos de los empleados de las agencias de empleo temporal tienen contratos de tres meses y el final de junio marca también el final de trimestre en muchas de esas agencias.

Barrera psicológica

Algunos de los hoteles de Tokio que han sido reservados por las autoridades ya no están disponibles para estos colectivos y el resto dejará de estarlo gradualmente, de modo que sus ocupantes deberán buscar nuevas alternativas. ¿Volverán a los cibercafés o quedarán en la calle, al no disponer de ingresos? “Es inútil esperar a que se recupere el empleo, porque en las actuales circunstancias no tiene visos de recuperación”, sentencia Seino. “No hay que devolverlos a los cibercafés, ellos tienen que servirse de las ayudas oficiales a la subsistencia para ser capaces de alquilar un apartamento y encontrar un empleo dedicando a la búsqueda el tiempo que sea necesario”. Su organización está apurando todos los medios para ayudar a presentar las correspondientes solicitudes. Pero el asunto no es ni mucho menos fácil.

Para poder recibir la ayuda municipal a la subsistencia, se examina la situación familiar del solicitante para comprobar si no tiene parientes que puedan hacerse cargo de él. Esto significa que la familia, aunque viva en un lugar distante, termina enterándose de que se está cursando tal solicitud. Muchos solicitantes comparten la estereotipada imagen de que los receptores de ayudas son vagos y no quieren que se les cuente entre ellos. Esto les mortifica y no desean que su familia se entere de su situación. Esta tendencia es especialmente palpable entre los “refugiados de los cibercafés”, muchos de los cuales que llegan a las grandes ciudades en circunstancias muy particulares.

Mesa de consultas de la organización sin fines de lucro Tenohasi. (Fotografía cortesía de Koishi Kazuo)
Mesa de consultas de la organización sin fines de lucro Tenohasi. (Fotografía cortesía de Koishi Kazuo)

Otra de las personas que han perdido su alojamiento en los cibercafés es una mujer de algo más de 40 años que trabaja en el sector de la logística. Su situación se hizo más apurada todavía en abril, cuando el trabajo comenzó a escasear, y tras muchas dudas consiguió una plaza en uno de los alojamientos ofrecidos por Tokio. Ante el inminente fin del plazo establecido, se planteaba si pedir o no la ayuda municipal a la subsistencia, pues había sido precisamente su mala relación con la familia lo que la había empujado a separarse de ella y conducido finalmente a un cibercafé, y quería evitar a toda costa que ellos se enterasen de cuál era su situación.

Para ayudarla en este trance, la organización Tenohasi está viendo la posibilidad de asirse al argumento de los malos tratos psicológicos, pues, si tales malos tratos se probasen, las autoridades municipales podrían hacer una excepción y permitir la tramitación de la solicitud sin contactar con la familia.

Una red de seguridad para la crisis del coronavirus

Mucha gente no ve con buenos ojos este sistema de ayudas municipales y esto supone una dificultad añadida. A sus beneficiarios se los mira con displicencia, como a personas que no tienen la menor intención de trabajar y pretenden vivir de los impuestos que otros pagan.

Ozasa Miwa, una asesora en temas de herencias y cuidados de ancianos y enfermos que cuenta con la experiencia de haber trabajado en la sección de ayudas a la subsistencia de uno de los ayuntamientos distritales de Kioto, explica que, aunque no siempre se exteriorice, muchas personas simplemente no están en condiciones de trabajar o no encuentran empleo aunque personalmente estén dispuestas a trabajar para no tener que depender de las ayudas públicas. Cree que la mala imagen del sistema se debe a esa pequeña minoría que se aprovecha ilícitamente de él.

El nuevo coronavirus se está propagando por todo el mundo y no sería de extrañar que con la previsible llegada de una segunda ola la estabilidad laboral de otras muchas personas quede en peligro. “Los contratados por las agencias de empleo temporal son los que más fácilmente pueden ser despedidos, pero no por tener un puesto en una gran empresa existen garantías de no ser afectado por algún plan de ‘reestructuración de plantilla’ o similar. Me da la impresión de que todos estamos en la cuerda floja y de que no sabemos cuándo, cómo ni dónde puede darse esa situación que nos impida seguir trabajando. La ayuda a la subsistencia es, desde luego, una red de seguridad necesaria y cada vez van a ser más los que la necesiten”, concluye Ozasa.

Fotografía del encabezado: personas hacen fila ante el punto de reparto de ropas en una de las cocinas sociales de Tenohasi. (Fotografía cortesía de Tenohasi)

¿Quiénes son los “refugiados de los cibercafés”?

Es el nombre que reciben las personas que han perdido su hogar y se han acomodado en cibercafés que ofrecen alojamiento barato. Este fenómeno social ocurre en un contexto de mala situación económica con descenso en los ingresos y, normalmente, graves problemas en el hogar que llevan a mucha gente a abandonarlo. Muchos de ellos son trabajadores con compromiso de trabajo para un solo día, empleados de agencias de empleo temporal y en otras formas de empleo precario. Son, pues, un exponente de las crecientes diferencias socioeconómicas. Los cibercafés les ofrecen conexión a internet y otros servicios como ducha, aunque solo disponen de unos dos metros cuadrados, lo justo para dormir. Debido a que solo un fino tabique separa unos compartimentos de otros, se teme que los contagios por gotículas suspendidas en el aire aumenten. Esta fue la razón por la que fueron incluidos entre los establecimientos a los que se les pidió que cerraran sus puertas con la declaración del estado de emergencia en abril.

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