La soledad en la era del coronavirus: los ‘ojisan’ japoneses, los más solitarios del mundo

Sociedad

La pandemia del nuevo coronavirus ha dado lugar a una “nueva normalidad” basada en el distanciamiento social. Okamoto Junko advierte sobre el creciente aislamiento al que se ven expuestos los hombres japoneses de mediana y avanzada edad en la crisis sanitaria actual.

Okamoto Junko OKAMOTO Junko

Estratega de la comunicación. Ha trabajado como periodista en la sección de economía del periódico Yomiuri Shimbun y como consultora de Dentsu Public Relations. Actualmente es directora ejecutiva de Glocomm. Se graduó en Ciencias Políticas por la Universidad de Waseda, obtuvo una maestría en Relaciones Internacionales por la Universidad de Cambridge y fue investigadora de estudios comparativos sobre medios de comunicación en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Compagina su labor como coach para mejorar la capacidad comunicativa de las empresas y la comunicación oral en presentaciones y discursos con la observación de los ojisan (hombres de mediana y avanzada edad) japoneses. Su misión es mejorar los recursos comunicativos de dicho sector masculino y hallar la forma de evitar que caiga en el aislamiento. En 2018 publicó Sekai ichi kodokuna Nihon no ojisan (Los ojisan japoneses, los más solitarios del mundo; Kadokawa Shinsho).

La soledad, una “enfermedad contagiosa” muy grave

Ya desde mucho antes de la pandemia, venía expandiéndose por el mundo una dañina “enfermedad contagiosa” propia de nuestros tiempos: la soledad. En estos últimos años y especialmente en Occidente, este fenómeno viene reconociéndose como un problema que afecta a la salud pública física y mental en mayor medida incluso que el tabaquismo o la obesidad, y que conlleva un elevado riesgo para la vida, por lo que se están adoptando iniciativas urgentes para combatirla.

“Existen incontables estudios médicos que demuestran los efectos perniciosos de la soledad. Los resultados indican que aumenta un 29 % el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares —prácticamente el equivalente a fumar 15 cigarrillos al día— y que multiplica por 2,1 las probabilidades de padecer Alzheimer”, apunta la estratega de la comunicación Okamoto Junko. “El doctor Vivek Murthy, que fue el secretario del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos durante la Administración Obama, llevó a cabo observaciones por todo el país y concluyó que la soledad era el factor común de muchos problemas sociales como el maltrato, el acoso, la pobreza, el alcoholismo y la drogodependencia. En 2018 Reino Unido puso en marcha una iniciativa gubernamental para atajar el problema con la institución de un ‘ministro de la soledad’”.

Con el avance del envejecimiento demográfico, la baja natalidad y la despoblación de las zonas rurales, la soledad se ha convertido en una enfermedad infecciosa que afecta a todo tipo de personas, independientemente de la edad y el género. En su libro Sekai ichi kodokuna Nihon no ojisan (Los ojisan japoneses, los más solitarios del mundo), Okamoto Junko defiende que el orgullo y la reticencia a comunicarse convierte a los hombres de mediana y avanzada edad en personas especialmente susceptibles al aislamiento social, y que Japón es el país donde dicho sector demográfico se halla más expuesto a este peligro. La llamada nueva normalidad surgida a raíz de la pandemia aumenta el riesgo de precipitarse en una existencia solitaria para este grupo de población.

Una cultura que ensalza la soledad y el entendimiento tácito

¿Por qué los ojisan japoneses son especialmente proclives a la soledad? Okamoto apunta a la cultura y los valores nipones como causas principales: “Cuando salió mi libro, hace un par de años, recibió una mala acogida por parte de la mayoría de lectores hombres, que tienen muy arraigada la idea de que la soledad es una virtud. Piensan que la vida se vive a solas y no ven nada malo en ello. Conciben la soledad como un modo de huir de la presión del grupo y establecerse como individuos independientes, sin depender de nadie. Como en japonés la palabra kodoku designa tanto la soledad —en que uno se siente solo y angustiado— como la solitud —en que uno disfruta del tiempo en solitario—, estos conceptos suelen confundirse. Lo que yo considero problemático es la soledad a largo plazo, en la que uno vive sin esperanza, sintiéndose aislado, sin lograr conectar con nadie ni contar con quien le ayude en los momentos difíciles”.

La aparición de superventas como Kodoku no susume (Invitación a la soledad), de Itsuki Hiroyuki, en 2017, o Gokujō no kodoku (La soledad sublime), de Shimojū Akiko, en 2018, pone de manifiesto la exaltación del aislamiento en Japón. Okamoto, sin embargo, sugiere que el apogeo de este tipo de libros no es sino la cara opuesta de la realidad de que hay muchas personas que se sienten solas: “Creo que la gente no quiere que se les niegue el hecho de que se sienten solos, sino que buscan validación”.

Okamoto Junko afirma que muchos hombres se niegan a reconocer que se sienten solos. (Imagen de nippon.com)
Okamoto Junko afirma que muchos hombres se niegan a reconocer que se sienten solos. (Imagen de nippon.com)

Además de idealizarse la soledad, en Japón impera una cultura de alto contexto, en que la mayoría de la población comparte un trasfondo cultural común y muchas cosas se sobreentienden por la situación, sin necesidad de decirlas. Okamoto señala que muchos japoneses creen en una comprensión tácita y que no se les da bien verbalizar sus pensamientos. Los hombres de mediana y avanzada edad, que han vivido inmersos en la cultura corporativa de las largas jornadas laborales, la comunicación vertical y la presión de grupo, son más vulnerables a la soledad porque dependen del entorno laboral y carecen de la habilidad de conectar con las personas externas a su contexto.

Aversión y dependencia hacia la empresa

Ciertas encuestas, como por ejemplo las de la firma estadounidense Gallup, revelan que la calidad de la comunicación influye en la productividad de las empresas. “Hasta ahora las empresas japonesas, y en especial las más grandes, no han otorgado suficiente importancia a la comunicación entre los empleados. El índice de implicación (barómetro para medir la conciencia de contribución, la motivación y el compromiso) de la plantilla respecto a la empresa y el lugar de trabajo en Japón se encuentra entre los más bajos del mundo y la productividad es la más reducida de los siete principales países avanzados”, destaca Okamoto.

A pesar de que los japoneses presentan un fuerte sentido de pertenencia para con la empresa, no se implican realmente en ella. “Son muy conscientes de que se les fuerza a pertenecer a la empresa y a realizar un trabajo que no quieren hacer. Se sienten poco vinculados tanto con la organización como con los compañeros. Pero, por otro lado, son como pájaros enjaulados que dependen de ese entorno”, explica Okamoto. “Al llevar tanto tiempo en cautividad, no pueden volar libres, pero al mismo tiempo no sabrían qué hacer si les quitaran la jaula. En Japón llevamos décadas produciendo este tipo de personas en masa”.

Los maridos jubilados que están en casa sin ninguna actividad se consideran un estorbo para las esposas y se les asignan apelativos despectivos como basura grande u hojas caídas y mojadas: “Muchas personas, en especial las que ahora están entre la sesentena y la setentena, aseguran que no les gustaba su trabajo, pero lo cierto es que la sensación de ser necesarios y reconocidos como personas en la empresa daba sentido a sus vidas. Como veían su necesidad de aprobación satisfecha dentro de la organización, al salir de ella se sienten vacíos. Y, aunque tenían la intención de disfrutar la jubilación haciendo lo que quisieran, se dan cuenta de que carecen de aficiones y de actividades a las que dedicar el tiempo. Es una crueldad que, de los noventa años que pueden llegar a vivir, pasen las pocas décadas que les quedan después de la jubilación sumidos en un estado de soledad despojado de esperanza”.

Okamoto plantea así la diferencia entre el estilo de vida de hombres y mujeres de edad avanzada: “En las zonas rurales, los hombres mayores participan en la vida comunitaria a través de actividades como los festivales, pero en las grandes ciudades muchos viven encerrados en casa. En cambio, la mayoría de las mujeres de la tercera edad son muy activas; el 95 % de los miembros de las asociaciones de vecinos en las ciudades son mujeres. Cuando se les pregunta dónde están sus maridos, las respuestas suelen ser ‘en casa’, ‘en la biblioteca’ o ‘en el Otro Mundo’”.

Según Okamoto, el riesgo de aislamiento no solo afecta a los hombres de una cierta edad. El fenómeno de los hikikomori, un serio problema social de Japón, abarca todas las generaciones, y cada vez son más las mujeres que experimentan dificultades para mantener vínculos sociales.

El teletrabajo aísla aún más a los ojisan

En su experiencia como coach que ha ofrecido sus servicios a unos mil presidentes y altos directivos de empresa, Okamoto Junko ha podido comprobar que en Japón escasean los conocimientos y los medios necesarios para desarrollar la capacidad comunicativa: “Si abandonamos la transmisión vertical de la información y adoptamos una forma de comunicación que refuerce la cooperación entre los empleados, su moral mejorará y la productividad aumentará. No obstante, los directivos japoneses suelen limitarse a leer un guion de principio a fin con el gesto impasible. No es posible mejorar la cohesión de la plantilla a menos que la comunicación tenga un impacto emocional, pero faltan recursos para transmitir esos matices”.

Con la introducción acelerada del teletrabajo a consecuencia de la pandemia, las reuniones virtuales son cada vez más comunes y la comunicación resulta cada vez más difícil: “La comunicación no se limita a las palabras, sino que el mensaje se transmite también con todo el cuerpo. Para comunicar bien la información a distancia, no podemos ceñirnos a leer un guion, sino que debemos enfatizar las expresiones faciales y los gestos más que al hablar cara a cara. Además de que el teletrabajo aumenta el riesgo de caer en una comunicación unidireccional en la que no se atiende debidamente la respuesta del interlocutor, parece que no son pocos los hombres de mediana y avanzada edad que sienten aversión a hablar en remoto; por eso muchos ignoran las recomendaciones de teletrabajar y van a la oficina”.

Okamoto lamenta la poderosa influencia que la inadaptación comunicativa ejerce sobre la soledad de los ojisan: “Pueden aliviar su soledad entre ellos si establecen relaciones en que se escuchen los unos a los otros, pero la situación actual no les permite ni irse a tomar unas copas. Además, muchos dicen que están dispuestos a escuchar a mujeres, pero no a otros hombres mayores”.

Japón, el país con el menor capital social del G7

En los últimos años, el capital social está adquiriendo protagonismo como indicador de la riqueza de la sociedad. Se trata de un nuevo concepto que mide el grado de cohesión social y las relaciones de confianza que se establecen en una sociedad o comunidad a través, por ejemplo, de la participación en actividades comunitarias y voluntariado, en redes sociales ajenas a la familia. En el ranquin de países según el capital social que el think tank británico Legatum Institute publicó en 2019, Japón se clasificó en el puesto 132 de 167, el más bajo entre los países del G7.

“En Japón, la ayuda mutua —una ‘tercera red de apoyo’ que se halla entre la ayuda propia y la ayuda pública— es frágil”, declara Okamoto. “En los países occidentales, ese ‘tercer grupo social’ entre la esfera privada (el individuo y su familia) y la pública (el Gobierno y las instituciones públicas) tiene un gran peso. El máximo representante de este grupo son las organizaciones sin ánimo de lucro, que desempeñan un papel crucial como red de seguridad y crean todo tipo de oportunidades para el voluntariado, además de ser una salida laboral popular que capta a profesionales muy preparados. Mientras que en Estados Unidos se estima que existen 1,5 millones de oenegés, que emplean a alrededor del 10 % de la población trabajadora total, Japón solo cuenta con unas 50.000 oficialmente reconocidas. Aquí este tipo de entidades reciben poco reconocimiento social y no existe una cultural que facilite la participación individual en ellas”.

En este contexto de una estructura de apoyo mutuo débil, lo que más preocupa a Okamoto es la actitud de velar solo por el bienestar propio, sin interesarse por el de los demás: “Tengo la impresión de que últimamente se está reforzando la convicción general de que, ya que la vida se vive individualmente, mientras uno se haga cargo de lo suyo, lo de los demás no importa. La soledad y la pobreza también se tratan como si fueran responsabilidad exclusiva del individuo. A pesar de que vivir en sociedad consiste en apoyarnos los unos a los otros a través de iniciativas como los donativos o el voluntariado, diría que estamos perdiendo la empatía y la tolerancia hacia los más débiles. Cuando se produjo el Gran Terremoto del Este de Japón, en 2011, nos concienciamos de la importancia de los lazos entre personas y la ayuda mutua. En la crisis sanitaria actual, por el contrario, parece que tendemos a cultivar la capacidad de sobrevivir solos y la resiliencia ante la soledad”.

Cuidar los vínculos suaves

“Conrear el capital social es importante, pero no hay perspectivas de que el Gobierno vaya a invertir en él y los recursos de las Administraciones locales son limitados”, afirma Okamoto. “Una solución más realista sería tender una red de seguridad densa como una tela de araña como infraestructura comunitaria. Las comunidades deberían contar con un buen número de espacios para reunirse. Quisiera que, en lugar de aislarnos del todo, cuidásemos los vínculos suaves y las microcomunidades. No es necesario pertenecer a entidades tan constrictivas como la empresa o la familia. La oportunidad de simplemente hablar un poco con alguien en un templo, una cafetería, unos baños públicos, un gimnasio o una barbería ya alivia la soledad. Lo ideal es una sociedad en que se establezcan lazos blandos que no permitan que nadie pase meses o años sin tener una conversación como es debido con otra persona”.

Si las personas un poco indiscretas se encargan de mediar en las conversaciones, mejor aún: “Antes del coronavirus, solía recomendar los snack como la mejor ‘infraestructura’ para establecer conexiones sociales. Allí la comunicación fluye gracias al alcohol, y la mamasan que lo regenta media en la conversación entre los señores clientes que no quieren hablar entre sí pero sí con ella”.

Okamoto opina que, aunque relacionarse con otras personas tiene algunos aspectos fastidiosos, está en manos del individuo desarrollar la capacidad de gestionar esas molestias y superar las fricciones en cierta medida: “No quiero que nos convirtamos en una sociedad en que vivamos escondidos en nuestro caparazón como cangrejos ermitaños y nos dediquemos a dañarnos los caparazones los unos a los otros. Sin embargo, la crisis del coronavirus ha convertido prácticamente en un crimen el hecho de reunirse con otras personas. Es como si estuviéramos retando a muerte al deseo primordial humano de establecer vínculos con otras personas. Debemos reflexionar muy profundamente sobre cómo afrontar este problema”.

Fotografía del encabezado: oficinistas charlando animadamente en una taberna de Yūrakuchō (Tokio), después de que se levantase por completo el estado de emergencia motivado por el nuevo coronavirus. Imagen tomada en el distrito de Chiyoda, Tokio, el 29 de mayo de 2020. (Jiji Press)

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