El 75.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y los JJ. OO. de Tokio que nunca se celebraron

Tokio 2020 Historia

Hace 80 años Japón renunció a acoger los Juegos Olímpicos debido al recrudecimiento de la guerra que sostenía en China y finalmente envió a muchos de sus atletas al frente.

Primera Guerra Mundial, gripe española, terremoto de Kantō, Gran Depresión...

Siendo sede de los Juegos Olímpicos de 1940, Japón quería demostrar al mundo que había renacido de las cenizas del Gran Terremoto de Kantō. Habían pasado 17 años desde el cataclismo y se cumplían además 2.600 desde que Jinmu, legendario primer emperador de Japón, ascendiera supuestamente al trono. La fiesta deportiva se unía, pues, a planes más amplios de carácter nacional.

Pero todo aquello que tan conmemorable parecía resultó ser una mera ilusión. Los diversos acontecimientos históricos que terminaron llevando a Japón a renunciar a la celebración de los juegos llegaron envueltos en un ambiente opresivo que muestran algunos interesantes paralelismos con la situación que vivimos ahora.

Los años diez, veinte y treinta del pasado siglo fueron una época de gran inestabilidad en todo el mundo. La Primera Guerra Mundial estalló en 1914 y durante la contienda se desencadenó la llamada Gripe Española, que, pese a su nombre, comenzó en realidad en Estados Unidos y se extendió después por Europa y el mundo. Sus efectos se hicieron sentir también en Japón, donde murió mucha gente. Se dice que fueron las grandes movilizaciones de soldados de un país a otro lo que elevó la epidemia a categoría de pandemia, y esta azotó el mundo a lo largo de tres años desde 1918.

En Japón, el 1 de septiembre de 1923 ocurrió el Gran Terremoto de Kantō. El seísmo afectó al corazón de Japón causando una gran destrucción en la región de Tokio y prefecturas aledañas, en una época en que los edificios eran en su mayoría de madera y ardían fácilmente. El golpe a la economía japonesa fue mayúsculo y con la paralización de las funciones de la capital el país quedó sumido en el pánico.

En el mundo, los años veinte deberían haber sido los de la recuperación, aprovechando el tirón de la demanda tras la guerra. Sin embargo, la expansión de la economía impulsada por una excesiva inversión condujo a una burbuja que terminó por reventar. El 24 de octubre de 1929, el tristemente famoso “Jueves Negro”, el valor de las acciones en la bolsa de Nueva York se desplomó, lo cual finalmente desencadenaría una depresión económica de proporciones mundiales.

En estas complicadas circunstancias, en el año de 1930, fue nombrado alcalde del entonces existente municipio de Tokio (actualmente Tokio forma una prefectura o provincia) Nagata Hidejirō, un hombre entusiasmado con la idea de presentar la candidatura de la capital japonesa como sede de los juegos. Nagata, un exburócrata del Ministerio del Interior, había sido ya alcalde de Tokio precisamente en la época en que ocurrió el terremoto. Tuvo que dimitir un año después del seísmo debido a un problema surgido en torno a ciertos nombramientos en la municipalidad pero logró recuperar el cargo, siempre con la idea de mostrar al mundo que, pese a la devastación causada por el terremoto, Tokio estaba otra vez en el mapa de las grandes urbes. Aquellos Juegos Olímpicos se entendían, por tanto, como los juegos de la reconstrucción.

Unos juegos frustrados por la falta de concordia

Pero el mundo estaba cada vez más dividido y enfrentado. La gran depresión acentuó la política de bloques económicos que venían desarrollando las grandes potencias, y estas trataron de ponerse a salvo de la crisis extremando el proteccionismo comercial. El entendimiento entre las naciones quedó muy afectado y en Alemania, la gran perdedora de la Primera Guerra Mundial, surgió el nazismo, una filosofía política de corte estatista. Japón también trató de ampliar su esfera económica mediante una agresión territorial sobre China.

La decisión de conceder a Tokio la organización de los siguientes juegos se tomó durante una reunión del Comité Olímpico Internacional sostenida durante los Juegos Olímpicos Berlín de 1936. Sin embargo, en 1937 comenzó la guerra chino-japonesa y los preparativos bélicos dejaron muy poco margen para el deporte. La renuncia a organizar los juegos se decidió oficialmente en julio de 1938. Quedaban dos años para la celebración y fue el Gobierno de Japón el que tomó la decisión, imponiendo su criterio al del ayuntamiento de Tokio y el comité organizador.

La historia se repite. No hay mejor forma de explicar lo que está pasando ahora. Afortunadamente no estamos en guerra, pero hemos visto reventar la burbuja de la economía nacional, hemos sufrido la crisis ocasionada a raíz de la quiebra de la financiera Lehman Brothers y la devastación del Gran Terremoto del Este de Japón de 2011, asistimos, con Donald Trump, a una persecución estrecha de miras del interés nacional y ahora nos enfrentamos a la pandemia desencadenada por el nuevo coronavirus. Un contexto que obliga a considerar detenidamente si Tokio podrá acoger los próximos juegos. 

La plegaria por el mañana de Sugimoto Sonoko

Tokio solo pudo celebrar sus juegos después de la amarga experiencia de la derrota en la guerra. Hay un célebre texto sobre la ceremonia de inauguración, celebrada el 10 de octubre de 1964 en el Estadio Nacional, de la escritora Sugimoto Sonoko, que asistió a ella. Se titula Asu e no kinen (Plegaria por el mañana), fue un ensayo publicado en primer lugar por la Agencia de Noticias Kyōdō y recogido después por la editorial Kōdansha en el volumen titulado Bungakusha no mita seiki no saiten: Tōkyō Orinpikku (Los Juego Olímpicos, la fiesta del siglo, a los ojos de los literatos).

“Precisamente otro mes de octubre, hace ahora 20 años, estaba yo en este Estadio Nacional. Era entonces estudiante y vine aquí con muchas otras, bajo la lluvia otoñal, para despedir a nuestros compañeros masculinos enviados a la guerra (...). Cerca de la tribuna de honor donde estaban el Emperador y la Emperatriz, el primer ministro Tōjō Hideki arengó a los muchachos para que aniquilasen al enemigo anglosajón. Quienes allí estábamos no podíamos siquiera imaginar que un día en ese mismo estadio de Jingū veríamos competir a jóvenes llegados de 94 países”.

El Estadio de Meiji Jingū Gaien (Jardines Exteriores del Santuario de Meiji), que despidió entre vítores a aquellos reclutas, fue derruido tras la guerra. Pero esos mismos terrenos acogieron para los juegos de 1964 un nuevo estadio nacional, que ha sufrido una nueva transformación y renacido una vez más para la cita olímpica que esperábamos sostener este año. El 23 de julio, exactamente a un año de la fecha marcada por el nuevo calendario, la nadadora Ikee Rikako dirigió desde allí un mensaje, pero si exceptuamos esa ocasión, la flamante instalación no ha tenido hasta el momento ningún uso después de la decisión del aplazamiento.

La patética despedida de los estudiantes movilizados y la magnificencia de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Sugimoto ha vivido estos dos momentos.

“Estos juegos están conectados con aquel día como aquel día lo está con el día de hoy. Y eso me aterra. Porque nadie sabe a qué mañana conducirá este día envuelto en luz y color del que hoy nos congratulamos. Lo único que nos cabe hacer es rezar por que esta belleza no se pierda y perdure en el mañana”.

Una sorprendente imagen de paz en Tokio 1964

Era la primera vez que Japón organizaba unos juegos y Katakura Michio, director de programa de la radiotelevisión pública NHK, se preguntaba cómo hacer las tomas para inmortalizar el gran final olímpico de la ceremonia de clausura.

Para hallar alguna luz, visitó al famoso Ōshima Kenkichi, que contaba con la experiencia de haber encabezado la delegación olímpica japonesa y era además excompañero de estudios, de mayor edad, de Katakura. Antes de la guerra, Ōshima había conseguido la medalla de bronce en triple salto en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932, y luego había trabajado para el periódico Mainichi Shinbun cubriendo, como enviado especial, los Juegos de Berlín. Fue Ōshima quien introdujo en Japón el pensamiento del padre del olimpismo moderno, Pierre de Coubertain. Se le conocía como “el filósofo volante”.

La ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. (© Jiji)
La ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. (© Jiji)

En aquel encuentro, Ōshima le preguntó a Katakura cómo había pensado transmitir los juegos. “Los Juegos Olímpicos son la fiesta de la amistad y de la paz, son algo más que unos simples campeonatos mundiales”, respondió Katakura. “Efectivamente”, repuso Ōshima. Pero Katakura no lograba despejar sus dudas. Tenía una idea de cómo podría representarse la amistad, pero no acababa de entender cómo podía retransmitirse la paz.

Como preparación para la clausura, Katakura había dibujado con gran esmero muchas secuencias de imágenes. Llegado el día, la ceremonia comenzó con la entrada en el estadio de los abanderados de los países participantes. Pero lo que después se vio fue algo totalmente imprevisto. Los atletas de los distintos países se mezclaron desordenadamente y se pudo ver al nadador y abanderado japonés Fukui Makoto cargando a la espalda a un atleta de otro país. Un espectáculo que escapaba a toda previsión.

Finalizados los juegos, Katakura recuerda que Ōshima le dijo que aquello demostraba lo necesarios que eran los Juegos Olímpicos para la causa de la paz mundial. La imagen de paz que aspiraba a tomar Katakura se materializó de aquella forma tan imprevista (del artículo titulado “Gorin no tetsujin, Ōshima Kenkichi monogatari”, publicado por el Mainichi Shimbun en su edición del 2 de diciembre de 2014).

Habían transcurrido solo 19 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Tanto para el ya plenamente reconstruido Japón como para el resto del mundo, los Juegos Olímpicos fueron, sin duda, una buena oportunidad para disfrutar de lo que significa la paz.

Reconsideramos qué son y para qué los queremos

Ha pasado más de medio siglo desde entonces y los Juegos Olímpicos se han convertido en un espectáculo mastodóntico. Encadenado a los pingües beneficios que obtiene de la concesión de derechos de transmisión y de los contratos con los patrocinadores, los juegos ya ni siquiera pueden fijar libremente sus fechas de realización y se celebran en plena canícula. El país organizador lleva a cabo los preparativos siguiendo una agenda política y destina al evento un enorme presupuesto, como si su finalidad fuera hacer una demostración de poderío nacional.

Con la crisis del coronavirus, los juegos se enfrentan a una opinión pública mayoritariamente favorable a su suspensión definitiva o a un nuevo aplazamiento, ante las previsibles dificultades para su celebración en 2021. No es habitual que unos juegos se enfrenten a una corriente de opinión tan adversa.

En Japón, estos juegos se presentaban como la confirmación de que el país se había recuperado del gran terremoto con tsunami de 2011, pero al parecer se ha producido una “remotivación” y ahora es la superación de la crisis del nuevo coronavirus lo que los justifica. Cuando presentó su fallida candidatura a los juegos de 2016, el lema propuesto era “Los juegos del medioambiente”. Creo que este baile conceptual es el mejor exponente de que la esencia de los juegos no está siendo cabalmente entendida.

En las ciudades que han organizado las últimas ediciones de los juegos y en las que lo harán próximamente vemos algunos puntos en común con Tokio. En 2012 fue Londres, en 2024 será París y en 2028, Los Ángeles. Todas ellas han acogido ya unos juegos, pero ninguna justifica claramente qué sentido tiene para ellas volver a hacerlo. Al parecer, en los últimos años la tendencia general es a aprovechar el impulso de los juegos para renovar las calles y barrios de estas grandes urbes desarrolladas.

Como prueba de ello, puede aducirse que Tokio ha procedido a derruir un estadio y construir otro nuevo en su lugar cuando podía haberse limitado a reformar el primero. De paso, se han hecho nuevos desarrollos urbanos en la zona de Aoyama, próxima al estadio. Los ambiciosos planes reformadores incluyen también amplias áreas costeras en la bahía de Tokio, que han sido ya remozadas, y están prestas a recibir al turismo extranjero. Pero no parece que estos planes vayan a salir tan bien como se esperaba.

Momentos como estos son perfectos para volver a plantearnos qué son los Juegos Olímpicos y cuál es el papel que queremos darles. Muchos países están reaccionando frente a la globalización y deteriorando las relaciones con otros en aras de los supuestos intereses nacionales. Ahí están el antagonismo chino-norteamericano, el Brexit y la tensión entre Japón y sus vecinos en Asia Oriental. Y la crisis del coronavirus no hace sino acentuar todavía más estos desencuentros, forzándonos a nuevas divisiones y rupturas en el seno de la sociedad.

Como escribió Sugimoto, en la historia todo está conectado. No dejemos morir el entusiasmo por dar continuidad histórica a aquella alegría que todos sentimos por la paz y que tanto nos unió a la gente de todo el mundo.

El Nuevo Estadio Nacional. Fotografía de Amano Hisaki.
El Nuevo Estadio Nacional. Fotografía de Amano Hisaki.

Fotografía del encabezado: la ceremonia de despedida de los estudiantes enviados al frente en el Estadio de Meiji Jingū Gaien en octubre de 1943. (© Kyodo)

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