Japón, cada vez más indiferente frente a la brecha educativa

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Cada día más personas piensan que es lógico e inevitable que los ingresos de los padres terminen afectando a las oportunidades educativas de sus hijos. Vemos cómo la mayor parte de los burócratas de la Administración pública se graduaron en la Universidad de Tokio, y cómo sus hijos logran ingresar en esa misma universidad tras cursar los ciclos inferiores en las mejores escuelas del país.

Desigualdades de resultado y desigualdades de partida

Hemos llegado a un punto en el que tenemos en Japón un amplio consenso sobre el hecho de que nuestra sociedad está cada vez más marcada por las desigualdades. La brecha en los ingresos ha ido ampliándose y esto ha dado paso a una sociedad con un puñado de grandes fortunas y grandes sectores empobrecidos. Así es como ven las cosas muchos japoneses.

Conviene saber que, cuando hablamos de desigualdades, incluimos aquellas que se dan a consecuencia de ciertas circunstancias o situaciones, como puede ser la brecha en los ingresos, y otras que afectan más bien a las oportunidades y que son, por tanto, inequidades. Por eso, es muy importante fijarse en la cuestión de las oportunidades: a qué tipo de educación se tiene acceso, si en el seno de las empresas se discrimina a las personas a la hora de contratarlas o de concederles ascensos, etcétera. En este artículo me centraré en la discusión sobre la brecha educativa o, dicho de otro modo, en la cuestión de si la nuestra es una sociedad igualitaria en lo educativo.

Para abordar el tema en los términos más claros posibles, me gustaría empezar por el consenso social sobre la igualdad de oportunidades, presente en la idea de que no es bueno que los mayores o menores ingresos de los padres condicionen los logros educativos de los hijos. Mucha gente pensaba hasta ahora que el hecho de que un niño con capacidad y ansias de aprender no pudiera, por ejemplo, acceder a la universidad por culpa de la pobreza de sus padres, era un incumplimiento del principio de igualdad de oportunidades. Que este tipo de inequidad no podía permitirse era un punto sobre el que había un amplio consenso.

La escuela pública, garantía de la igualdad de oportunidades

Por esta misma razón, son muchos los países que disponen de sistemas de becas públicas para que también los niños de las familias con bajos ingresos puedan ir a la universidad. Así, incluso en un país como Estados Unidos, donde las desigualdades económicas son extremas, hay un sólido acuerdo sobre la necesidad de dar a todos las mismas oportunidades en este punto de salida de la vida que es la educación, y de hecho tienen un sistema de becas mucho más completo que el japonés. El espíritu americano es aceptar que, una vez recibida la educación en pie de igualdad, desde que la persona sale al mundo del trabajo las diferencias en ingresos vayan aumentando según cuál sea el desempeño de cada persona y su grado de contribución a la producción, algo que se considera acorde con los principios de la economía.

Si bien no en la misma medida que Estados Unidos, también Japón hacía una importante apuesta por la igualdad de oportunidades en la educación. Más que a través de un sistema de becas, lo que trató de hacerse fue establecer unas matriculaciones y tasas académicas relativamente económicas en institutos de bachillerato y universidades estatales y públicas (prefecturales o municipales), de forma que los estudiantes nacidos en familias con bajos ingresos pudieran tener acceso a ellas. Era un rasgo de nuestra sociedad que podemos entender como un compromiso con la importancia de la igualdad de oportunidades en este campo.

Hace unos 50 años, las tasas académicas de las universidades estatales y públicas estaban fijadas muy bajas, a apenas 12.000 yenes anuales, pero desde entonces han ido encareciéndose. Hace 25 años habían subido a los 200.000 yenes y hoy en día se sitúan alrededor de los 530.000 yenes, una cifra muy poco asequible para las familias de bajos ingresos. Si el sistema de becas fuera más generoso no sería un gran problema, pero no es el caso, así que el encarecimiento de las tasas puede interpretarse como un menoscabo de la igualdad de oportunidades en la educación.

Una desigualdad aceptada por seis de cada diez

El gráfico que acompaña este texto indica la actitud de los padres ante las desigualdades en la educación escolar. En él podemos ver la evolución, a lo largo de estos últimos 14 años, de la respuesta que dan los padres a la pregunta de qué opinan sobre el hecho de que los niños de familias con mayores ingresos tiendan a recibir una educación mejor.

En 2018 un 9,7 % consideraba este hecho lógico y un 52,6 %, inevitable, sumando ambas opiniones el 62,3 %. Dado que en 2004 este mismo total alcanzaba solo el 46,4 % de los padres, el aumento experimentado es 15,9 puntos porcentuales. Esto significa que ahora son muchos más los que aceptan este tipo de desigualdad educativa. El gráfico no indica qué perfil de ciudadano es el más proclive a pensar de ese modo, pero podemos decir que es, en general, la gente con altos ingresos que vive en las áreas metropolitanas y aquellos que tienen estudios superiores. Quienes viven en núcleos pequeños o medianos, no tienen estudios universitarios y no disfrutan de elevados ingresos siguen creyendo que esta situación representa un problema.

¿Se transmite el nivel de estudios por herencia genética?

Hasta hace poco, el conjunto de los japoneses pensaba que lo ideal era que todos los niños recibieran una educación igualitaria, pero la mentalidad ha cambiado hacia posiciones contrarias. Las probabilidades de que una persona con alto nivel educativo acceda a un buen puesto de trabajo son altas y dado que esto significa mayores ingresos, se pensaba que debía garantizarse, al menos, iguales oportunidades en el terreno educativo. ¿Qué habrá ocurrido para que ya no se piense así?

Tengo varias teorías. La primera es que, sin pretender decir que ahora los padres ya solo piensan en la educación de sus propios hijos despreocupándose de la del resto de los niños, se aprecia sin duda una progresiva indiferencia. En realidad, cuanto mayor sea el número de niños que reciben una buena educación mayor será la productividad del país y más fuerte su economía, lo cual es una gran ventaja que muchos ahora ya no valoran.

La segunda es que los padres que recibieron una buena educación, accedieron a un buen puesto de trabajo y ahora disfrutan de elevados ingresos tienden a acabar pensando que si ellos triunfaron también lo harán sus hijos, como si de un derecho transmitido genéticamente se tratara.

La tercera es la idea cada vez más generalizada de que por muchos esfuerzos que se hagan por ofrecerles la mejor educación, es muy difícil hacer personas competentes de niños con poca capacidad o escasa motivación, y que la inversión en educación generalmente resulta inútil.

La cuarta es que hay muchas posibilidades de que unos padres sumidos en la pobreza estén concentrados en su trabajo y no tengan holgura mental para pensar seriamente en la educación de sus hijos. Como, además, no disponen de dinero para enviar a sus hijos a juku (academias de refuerzo), el nivel educativo de estos no se eleva.

De esta forma, en Japón han pasado a ser mayoría quienes piensan que la desigualdad de oportunidades educativas, es decir, la brecha educativa, es algo contra lo que nada puede hacerse. Y un exponente concreto de este pensamiento es que hoy en día los niños de las familias más pudientes son los que mejor educación reciben, lo cual queda simbolizado en el hecho de que las familias cuyos hijos ingresan en la prestigiosa Universidad de Tokio (estatal) suelan tener elevados ingresos. Hasta hace cierto tiempo se consideraba de sentido común pensar que eran los niños de familias pobres los que iban a las universidades estatales y públicas, pero los tiempos han cambiado.

Por una educación pública de calidad que permita prescindir del juku

Uno de los factores causantes de esta brecha es la existencia de los referidos juku, que son característicos de Japón y, en general, de los países de Asia Oriental. Pueden enviar sus hijos a estas academias de refuerzo las familias de clase media y alta residentes en las grandes ciudades. Recibiendo esta dosis educativa extra, estos chicos refuerzan sus conocimientos y están en mejores condiciones de superar los exámenes de ingreso a los mejores institutos y universidades. Como los niños de las familias pobres no pueden ir al juku, no consiguen elevar su nivel. 

Lo cierto es que en los países occidentales, donde no existen los juku, suele interpretarse que estos vienen a paliar las carencias del sistema educativo japonés. Supongo que los métodos más efectivos para conseguir una educación escolar de alta calidad que permita prescindir de los juku, serán reducir el alumnado por clase y elevar el nivel del profesorado. Para ello, sería necesario elevar considerablemente el gasto en la educación pública. Entre los países desarrollados, Japón es el que presenta un gasto en la educación pública más bajo en relación con su PIB. Valga decir aquí que si queremos avanzar en este sentido, elevar dicho gasto parece ser el inevitable primer paso.

Fotografía del encabezado: Aula magna Yasuda de la Universidad de Tokio (PIXTA).

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