El gabinete Suga se desintegra agotadas todas las vías

Política

Creíamos que Suga Yoshihide era un político resistente, pero la forma en que ha dicho adiós a su puesto como primer ministro no deja de sorprendernos. Un analista político nos explica qué ha habido tras su decisión.

Cuando, poco antes del mediodía del 3 de septiembre, las cadenas de televisión pasaron el flash informativo que anunciaba que el primer ministro de Japón, Suga Yoshihide, no se presentaría a la reelección como presidente del Partido Liberal Democrático (PLD) en los comicios que se celebrarán el 29 de septiembre, no me sorprendió. Lo sorprendente habría sido que los órganos ejecutivos del partido hubieran seguido otorgándole su confianza.

Los cálculos de Suga

El 26 de agosto, día en que se dio a conocer el calendario electoral, Kishida Fumio (64), expresidente del Comité de Estudios sobre Políticas del PLD, se apresuró a anunciar su candidatura. Kishida tiene fama de “blando” y de falta de resolución, pero en la rueda de prensa de aquel día parecía otro. De forma muy directa, dijo que las voces de la gente no llegan al pretendido “partido del pueblo” y que la democracia japonesa está en peligro. Denunció también que con el actual gabinete Suga el descrédito de la política se ha agravado.

Entre sus promesas, dio mucho que hablar su intención de limitar a tres años consecutivos la permanencia en los cargos ejecutivos del partido, con lo que dejaba en evidencia a Nikai Toshihiro, que con cinco años consecutivos es ya el secretario general del PLD más longevo en el cargo.

La reacción de Suga no se hizo esperar. El 30 de agosto se entrevistó con Nikai en la Oficina del Primer Ministro y le transmitió su intención de renovar, antes de los comicios internos, los cargos del partido, incluido el del propio secretario general, y de reformar el gabinete. Este gesto se interpretó como un intento de reconciliarse y ganarse el apoyo para su reelección de la “Triple A” (el ex primer ministro Abe Shinzō, el actual viceprimer ministro y titular de Finanzas, Asō Tarō, y el presidente del Comité de Estudios Tributarios del PLD, Amari Akira), que no veía con buenos ojos la permanencia de Nikai.

Nikai, según él mismo dijo, pidió a Suga que se sintiera libre para llevar a cabo sus planes. Pero no era concebible que un viejo zorro como él se prestase tan fácilmente a abandonar el poder. Nikai había sido el principal impulsor del gabinete Suga y recientemente había expresado antes que nadie su apoyo a su reelección como presidente del partido. Además, una renovación semejante habría sido comprensible después de la reelección..., ¿pero antes?

Suga trató de seguir maniobrando en su provecho. Pretendió aprovechar el escaso margen que le quedaba entre el fin del estado de emergencia (12 de septiembre) y el anuncio oficial de elecciones internas (17) para disolver la Cámara de Representantes (Baja) de Dieta, de forma que pudieran celebrarse elecciones generales el 17 de octubre. Así, automáticamente las elecciones a la presidencia del PLD quedarían pospuestas. Aunque fuera a costa reducir algo sus escaños en el legislativo nacional, pensaba que podría imponerse a una oposición todavía débil y, con ese triunfo como aval, ser reelegido después como presidente del PLD.

Duro revés en su propio feudo

Las maniobras de Suga, que solo pueden calificarse de atolondradas, vulneraban los tabús y causaron un gran revuelo en los círculos políticos. Vistas como recursos desesperados para mantenerse en el poder, fueron criticadas incluso por Abe, de quien cabía esperar algún tipo de apoyo, y cuando los medios de comunicación informaron de que estudiaba disolver la Dieta (1 de septiembre) tuvo que desdecirse dando una imagen de sí mismo poco favorecedora: “En una situación tan difícil como esta [en referencia a la crisis del nuevo coronavirus], las cosas no están para disolver [la Dieta] ”.

Fue el momento en que el cetro resbaló de su mano. Conservaba, al menos formalmente, la potestad de renovar cargos, pero una vez frustrados sus planes de disolución de la Dieta, que era el fin que justificaba los cambios en la cúpula del partido, ya no podía permitírselo. Estaba atado de pies y manos.

Detrás del extraño proceder de Suga se ha visto el revés que supuso para sus intereses el resultado de las elecciones a la alcaldía de Yokohama (prefectura de Kanagawa), ciudad a la que Suga está muy ligado, celebradas el 22 de agosto. En Yokohama el panorama era complicado, pues el PLD presentaba dos candidatos. Por una parte, Okonogi Hachirō, expresidente de la Comisión Nacional de Seguridad Pública, que dejaba su cargo de ministro y su escaño en la Dieta, optaba a la alcaldía posicionándose en contra de la apertura de casinos en la ciudad, una posibilidad que venía siendo apoyada por Suga. Por otra parte, mantenía su candidatura para un cuarto mandato la alcaldesa en ejercicio, Hayashi Fumiko, favorable a los casinos. Esta situación abrió un cisma en las filas del PLD de la ciudad.

Perder el apoyo a la apertura de casinos era duro, pero más lo era perder el control sobre la alcaldía de una ciudad que Suga consideraba su feudo, así que este jugó todas sus cartas para conseguir que Okonogi resultase vencedor. No es propio de un jefe de Gobierno implicarse tanto en unas elecciones locales, telefoneando a empresas y enviando peticiones por correo postal. Consiguió que estos comicios fueran vistos como unas elecciones generales anticipadas, y con Yamanaka Takeharu, un candidato casi desconocido que centró su estrategia en denunciar las chapuzas en la lucha contra la pandemia, la oposición logró derrotar a Okonogi con un amplio margen de 180.000 votos.

La derrota trajo consecuencias. El 2 de septiembre, Doi Ryūsuke, secretario general del PLD prefectural de Kanagawa, comentó que entre sus planes no estaba el de apoyar la candidatura de Suga a la presidencia del partido, algo impensable apenas unos días antes.

A Suga se lo ha venido considerando un maestro en maniobras subrepticias dentro de los círculos del poder político. El excesivo apego al poder puede hacer perder la razón, pero el problema de Suga parece ser de naturaleza más “estructural”.

Suga no tiene un spin doctor, un asesor de imagen. En su segundo periodo como primer ministro, Abe contó con Imai Takaya, que había hecho carrera en el poderoso Ministerio de Economía, Comercio e Industria, y Koizumi Jun’ichirō, que también logró mantenerse bastantes años al frente del gabinete, estuvo respaldado en ese sentido por Iijima Isao. Imai e Iijima, como secretarios principales, tuvieron un importante papel en la creación y sostenimiento de la imagen pública de sus respectivos jefes.

Un político de pequeña escala que va por libre

Sin embargo, Suga no ha contado con una ayuda de esa categoría. Solo ha tenido a Nitta Shōbun, secretario personal para asuntos políticos, que ya formaba parte de su equipo como miembro de la Dieta, y que es un simple subordinado cuya labor se limita en la práctica a acomodar la agenda de trabajo de Suga. En las referidas elecciones de Yokohama, se lo vio repartiendo propaganda por las calles. Durante un breve intervalo, el cargo de secretario para temas políticos de Suga estuvo en manos del alto funcionario del Ministerio de Finanzas Teraoka Mitsuhiro, pero nunca tuvo la influencia suficiente sobre Suga, ni su confianza, para llegar a guiarlo.

También son conocidos como fieles colaboradores de Suga personas como Izumi Hiroto, funcionario del Ministerio del Territorio, Infraestructuras, Transportes y Turismo, y Sugita Kazuhiro, vicesecretario del Gabinete que hizo su carrera en la Agencia Nacional de Policía, pero todos ellos forman un equipo de trabajo que se limita a implementar fielmente lo que les dice Suga, sin llegar a tener ningún papel en la creación de una imagen pública de este.

Suga, que ha ido ascendiendo trabajosamente desde la asamblea municipal de Yokohama, puede ser comparado con un modesto tendero que se ocupa personalmente de todas las facetas del negocio, desde las compras hasta las ventas. Ni se le ocurre pensar que su “organización” deba ser manejada de forma sistemática. Pudo haberle valido mientras fue secretario en jefe del Gabinete (ministro portavoz) con Abe, pero no es lo mismo ahora que es primer ministro, pues debe abordar todos los temas ostentando la máxima representación política de un país y sus palabras quedan en los anales de la historia.

En las declaraciones que realizó una vez terminada la operación de evacuación de Afganistán pueden verse claramente sus limitaciones. El 1 de septiembre, respondiendo a preguntas de los informadores sobre si consideraba adecuada la respuesta dada a la situación por el Gobierno de Japón, respondió: “En esta ocasión, el principal objetivo de la operación era salvaguardar las vidas de los ciudadanos japoneses. En ese sentido, creo que ha estado bien”.

El avión de las Fuerzas de Autodefensa enviado a Afganistán solo trajo de vuelta a un ciudadano japonés y el objetivo inicial de sacar del país a los colaboradores afganos y a sus familias, varios cientos de personas, no pudo ser alcanzado. Habría sido más propio de un primer ministro de Japón decir algo así como que Japón no abandonaría a su suerte a quienes han colaborado con él.

Estas declaraciones, tan diferentes a las que se oyeron de otros líderes políticos de los principales países del mundo, pueden explicarse en parte por el incierto panorama que se le abría a Suga en las elecciones internas, que no le dejaría demasiada holgura mental. Pero al menos la mitad de la responsabilidad corresponde al personal de su oficina.

El arte de saber retirarse con elegancia

Cuando Suga hizo saber que no concurriría a los comicios internos de su partido, los Juegos Paralímpicos de Tokio aun no habían terminado. Aunque pueda entenderse como un fracaso de su propia agenda, al parecer no tuvo cabeza ni siquiera para plantearse la posibilidad de esperar a que concluyera esa gran cita internacional cuya celebración que tan férreamente había apoyado pese a la división que reinaba en la opinión pública.

Y, por encima de todo, hay que pensar también en el vacío de poder que se produce durante un mes en Japón a consecuencia de esta “autoeliminación” de Suga. Aunque sabremos quién será el próximo primer ministro de Japón inmediatamente después de que se celebren las elecciones internas del PLD, el día 29 de septiembre, costará otro mes más hasta que el nuevo gabinete quede listo. El problema fundamental es si un cadavérico gabinete Suga podrá responsabilizarse en caso de que, durante ese intervalo, ocurra un gran desastre o una crisis militar.

Si Suga tuviera una mínima conciencia como responsable del ejecutivo, cuando transmitió a su partido su decisión de no presentarse a la reelección debería haber planteado también la conveniencia de adelantar esos comicios, de forma que ese vacío fuera lo más corto posible y que el Estado estuviera en condiciones de responder a cualquier eventualidad.

Como ocurrió hace un año con Abe, puede decirse que también Suga ha caído víctima del nuevo coronavirus. Y estos dos primeros ministros han demostrado también que no dominan el arte de retirarse con la debida compostura.

Fotografía del encabezado: El primer ministro Suga Yoshihige vuelve la espalda a los reporteros el 3 de septiembre negándose a dar explicaciones después de haber dicho que no optaría a la reelección como presidente del Partido Liberal Democrático. (Jiji Press)

Suga Yoshihide Gobierno de Japón Partido Liberal Democrático