Los problemas de los JJ. OO. de Tokio 2020

Tokio 2020, a examen: unos juegos atípicos pero muy reveladores

Tokio 2020 Deporte Política

Fue en 2005 cuando comenzó a hablarse seriamente sobre la posibilidad de que Japón volviera a albergar unos Juegos Olímpicos y Paralímpicos. Luego vino la designación oficial, el aplazamiento de un año y, por fin, su realización. Han pasado 16 años, durante los cuales hemos visto cómo la política extendía su dominio sobre el deporte en nombre de este “proyecto de Estado”.

Lo que revela el desperdicio de alimentos

Fue poco después de inaugurarse los juegos cuando una investigación del noticiero Hōdō Tokushū, de la cadena de televisión TBS, destapó el escandaloso desperdicio de bentō (bandejas de comida preparada) propiciado por el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio 2020.

El mismo día de la ceremonia de apertura, estos bentō, que iban a ser entregados a las personas que trabajaban para la organización, se estaban tirando a la basura en el Estado Nacional. El desperdicio de alimentos, un problema a nivel mundial, se estaba produciendo en el centro neurálgico de un evento deportivo cuyo comité organizador enarbolaba la bandera de la contribución a la sostenibilidad social.

Según una investigación del propio comité, en el mes comprendido entre el 3 de julio y el 3 de agosto se desperdiciaron, en los 20 lugares donde se operaba, un total de 130.000 bentō, equivalente al 25 % del total que se esperaba servir al staff.

Noticias sobre similares negligencias en la gestión siguieron apareciendo durante la celebración de los Juegos Paralímpicos. Supimos que se habían desechado muchos de los materiales médicos para medidas contra el nuevo coronavirus que estaban en las enfermerías de los estadios. Resultaron ser 33.000 mascarillas, 380 botes de desinfectante, 3.420 batas y otros materiales por un valor total cercano a los cinco millones de yenes. El comité explicó que habían sido desechados al no tener dónde almacenarlos, pero sus explicaciones no resultaron convincentes, pues muchos de esos materiales hubieran podido ser utilizados también en los Paralímpicos.

Terminados ya los juegos, se informó también de que la organización había repartido gratuitamente uniformes entre los voluntarios que así lo habían solicitado, además del juego completo que cada uno de ellos había recibido ya, consistente en polo, pantalones, calzado y bolso, y valorado en unos 30.000 yenes. Que una parte de los uniformes sobrase era previsible, ya que fueron muchos los voluntarios que declinaron finalmente colaborar en los Juegos debido a la situación creada por la pandemia, pero era evidente que todo ese equipamiento sin usar repartido gratuitamente podría acabar en la reventa, lo cual hace pensar que, de habérselo propuesto, la propia organización podría haberlo vendido como material oficial.

Todos estos hechos ponen de relieve la escasa conciencia del comité organizador sobre el costo que representan sus actividades para las arcas públicas. Celebrar los Juegos Olímpicos y Paralímpicos sin público ha supuesto perder la mayor parte de los 90.000 millones de yenes de ingresos por entradas que se preveían, pese a lo cual no se ha apreciado el menor esfuerzo por economizar gastos. Diríase que las grandes cifras que están acostumbrados a manejar han adormecido la sensibilidad económica de sus responsables.

Informes ecuánimes, un mínimo exigible

El contrato firmado por Tokio como sede de los Juegos y los propios reglamentos por los que se regía su proyecto de candidatura establecen que cuando el comité organizador se queda sin fondos, es el Gobierno Metropolitano de Tokio el encargado de suplirlos, y cuando este llega a su límite financiero, es el Gobierno de Japón el que debe rascarse el bolsillo.

La gobernadora de Tokio, Koike Yuriko, manifestó en su rueda de prensa ordinaria del 10 de septiembre que se reuniría con las autoridades del Gobierno central para tratar el problema financiero de los Juegos. Pero no señaló claramente qué camino se seguiría, limitándose a decir que, puesto que los Juegos ya habían finalizado, se pasaba ya a la fase de comprobación para conocer exactamente la cuantía de los gastos.

Por parte del Gobierno central, la ministra encargada de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, Marukawa Tamayo, declaró que, dada la capacidad financiera del Gobierno Metropolitano de Tokio, no era previsible que no fuera capaz de hacer frente a la financiación complementaria, lo que parece indicar que el Gobierno que representa espera, en principio, que Tokio tape todo el agujero dejado por el comité.

Posponer los juegos un año ha representado un costo extra de 294.000 millones de yenes, con lo que el costo total de estos juegos se ha situado en 1.644.000.000.000 (un billón seiscientos cuarenta y cuatro mil millones de yenes). En el reparto, 721.000 millones de yenes corresponderían al comité organizador, 702.000 millones a Tokio y 221.000 millones a Japón. Por supuesto, habrá que esperar a conocer las cifras definitivas, y tampoco hay que olvidar que los Juegos producen otros muchos gastos.

Las obras de acondicionamiento de carreteras y otras muchas partidas no se cargan directamente sobre las cuentas de los Juegos. Incluyendo todos estos otros gastos, el gubernamental Consejo de Auditoría de Japón estima que la factura final sobrepasará los tres billones de yenes. Es responsabilidad del Gobierno informar detalladamente sobre el costo total de los Juegos.

El comité organizador deberá emitir informes al respecto y no sería de recibo que, en dichos informes, se limitase a cubrir el expediente enumerando someramente los hechos más superficiales. No es solo una cuestión de gastos. Este evento deportivo ha venido acompañado de una larga lista de tropiezos, desde el abandono del diseño original del proyecto de reconstrucción del Estadio Nacional, que tuvo que ser sustituido por otro, hasta la dimisión del presidente del comité organizador, Mori Yoshirō, por sus declaraciones machistas, pasando por la sospecha de plagio que recayó sobre el primer ganador del concurso de logotipos olímpicos. Ya en la fase de presentación de candidaturas, se alegó que uno de los miembros del Comité Olímpico Internacional había sido sobornado, y las sospechas llevaron a las autoridades judiciales francesas a someter a investigación a Takeda Tsunekazu, entonces presidente del Comité Olímpico Japonés, que ejercía también como presidente del Comité de Candidatura. Todos estos hechos sobradamente conocidos deberían quedar reflejados debidamente en los informes finales del comité organizador.

Refuerzo deportivo por iniciativa política

También habrá que considerar detenidamente todo lo que se ha hecho para reforzar la representación japonesa en estos Juegos. Pensando tanto en los Juegos Olímpicos como en los Paralímpicos, se han llevado a cabo, por iniciativa política, importantes ampliaciones en las instalaciones deportivas. Como país organizador, Japón ha invertido grandes cantidades de dinero para elevar el nivel deportivo de sus atletas y para mejorar las prestaciones del Centro Nacional de Entrenamientos de Nishigaoka, en Tokio. Se han obtenido en total 58 medallas: 27 de oro, 14 de plata y 17 de bronce. Tanto en el total como en los oros, son las cifras más altas de la historia, y la cosecha de oros fue suficiente para alzar a Japón hasta el tercer puesto del medallero mundial, solo por debajo de Estados Unidos y de China. En los Paralímpicos, fueron 13 de oro, 15 de plata y 23 de bronce, para un total de 51. Japón quedó undécimo en el ranking de oros y la cosecha total fue la segunda mejor de la historia, después de la de Atenas 2004, cuando obtuvo 52 preseas.

Los representantes japoneses han tenido buenas actuaciones en algunas de las nuevas disciplinas olímpicas, como el skateboard o el surf, pero en no pocas otras han estado por debajo de lo esperado. Habrá que hacer un análisis exhaustivo del desempeño deportivo de los atletas, sin dejarse cegar por el brillo de las medallas. La pandemia ha dado lugar a grandes diferencias en el entorno deportivo que cada país ha sido capaz de habilitar y muchos han señalado que no se ha dado la deseable igualdad de condiciones. Puede decirse que Japón ha sabido sacar partido a su condición de anfitrión.

No hay ninguna garantía que las ayudas oficiales para hacer todos estos refuerzos vayan a tener continuidad en el futuro. Más bien parece que enfilarán una cuesta abajo y esto va a obligar a buena parte del mundo deportivo a buscar las mejores vías para recuperar su autonomía. Entre las organizaciones deportivas que se han beneficiado de estas ayudas nacionales, se han dado algunos casos de malversación y otras irregularidades. Cualquier plan de futuro para estos deportes pasará necesariamente por una seria reflexión sobre lo ocurrido por parte de sus responsables organizativos.

Planes desbaratados por el virus

Como decía al principio de este artículo, la idea de traer otra vez a Tokio los Juegos Olímpicos echó a andar en 2005. Japón, que tras reventar la burbuja había visto decaer su economía durante la década de 1990, seguía sin conseguir un crecimiento significativo de su PIB en aquellos primeros años de siglo y el poderío del país parecía en declive. En Atenas 2004, los atletas japoneses tuvieron una actuación comparable a la de Tokio 1964 y animado por sus triunfos el país volvió a buscar en el deporte un trampolín para impulsarse.

En 2016 fue Río de Janeiro la que se llevó los Juegos, pero Tokio se hizo con los de 2020 presentando su candidatura sobre la idea de hacer “los Juegos de la Reconstrucción” tras el Gran Terremoto del Este de Japón de 2011, cuya relación con Tokio, por tanto, no era demasiado clara. Cuando, en 2013, Tokio fue oficialmente declarada próxima sede, todo Japón trató de aprovechar el previsible tirón económico.

Los políticos utilizaron el deporte para impulsar la imagen internacional del país y sacar a flote al Gobierno, y se esperó que el éxito de organización y la lluvia de medallas contribuyesen también a elevar la popularidad del gabinete. Las empresas vieron perspectivas si se subían al carro de los Juegos y se ofrecieron a sostenerlos. Así, se consiguió patrocinio económico para los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de un total de 68 empresas nacionales. Del extranjero llegarían muchos turistas y Japón estaría en el centro de las miradas del mundo. Todo el mundo hablaba de unidad y el país comenzó a moverse como un solo hombre. Pero el coronavirus echó por tierra casi todos los planes.

En los estadios solo se veían las siluetas de los atletas. Privados de su ambiente de fiesta, los Juegos resultaban extraños, pero precisamente por eso dejaron traslucir otras cosas. Fueron los atletas procedentes de todo el mundo los que encarnaron los ideales de diversidad y armonía que alumbraban esta edición.

En los estadios, los atletas olímpicos hicieron gestos para mostrar su oposición a cualquier forma de discriminación racial o sexual. Hubo también quien buscó el exilio como forma de oposición a la presión ejercida por el Estado. En los Paralímpicos vimos también muestras de fuerza de voluntad frente a condiciones adversas y búsqueda de la autonomía de los atletas. Lo que nos mostraron fue, ante todo, su inquebrantable voluntad de ejercer sus derechos y satisfacer en libertad su deseo de practicar el deporte, derribando para ello cuantas barreras sociales puedan interponerse en su camino.

Despojados de las máscaras de nacionalismo y comercialismo que ocultaban su verdadera naturaleza, los Juegos muestran ahora súbitamente su verdadero rostro, que no es otro que el del deporte puro.

Los conflictos que nos produce el virus seguirán ahí. No debemos olvidar los valores y enseñanzas que nos ha transmitido este evento, porque son los verdaderos “legados” de estos Juegos.

Fotografía del encabezado: Valiéndose de una aplicación, la atleta bielorrusa Kristina Timanóvskaya conversa con policías japoneses después de haber solicitado protección en el aeropuerto de Haneda el 1 de agosto de 2021. Timanóvskaya denunció las presiones a que la sometía el Estado bielorruso y se exilió finalmente en Polonia. (Reuters-Kyōdō)

Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio 2020 Tokio 2020