La soledad y el aislamiento en la sociedad japonesa

Sociedad

El largo periodo durante el que nos hemos abstenido de salir de casa por la pandemia ha agravado la soledad y el aislamiento por falta de contacto social. El autor de este artículo sostiene que en Japón la base del problema yace en la idea de que no se debe molestar a los demás.

Japón tiene más personas aisladas que otros países

En febrero de 2021 Japón nombró a un ministro de medidas para combatir la soledad y el aislamiento y estableció una oficina para el mismo fin que sigue en funcionamiento con la Administración actual. Ambas iniciativas reflejan la acusada sensación de alarma del Gobierno respecto a un fenómeno social problemático. En comparación con otros países, Japón tiene un gran número de personas aisladas que carecen por completo de redes de apoyo. Un informe publicado en 2005 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) indicaba que era el país con más personas aisladas de entre sus 24 miembros.

La tendencia al aislamiento en Japón se ha mantenido en los últimos años. En la Encuesta internacional sobre el estilo de vida y la percepción de las personas mayores que la Oficina del Gabinete realizó a personas mayores de 60 años de cuatro países en 2015, el alto porcentaje que respondió que no contaba con nadie en quien apoyarse aparte de sus familiares convivientes reveló que muchas personas se hallan socialmente aisladas.

Lo mismo sucede con los jóvenes. En la Encuesta sobre la percepción de los jóvenes de Japón y otros países organizada por la Oficina del Gabinete Gabinete en 2018, en la que participaron personas de entre 13 y 29 años procedentes de siete países, Japón fue, con mucha diferencia, el país en que más encuestados respondieron que no explicaban sus problemas y preocupaciones a nadie.

El porcentaje de suicidios de Japón, uno de los más elevados del mundo, refleja la enorme cantidad de personas que viven aisladas allí. En 2015, por ejemplo, Japón ocupaba el puesto 18 de 183 en la clasificación de países por porcentaje de suicidios por cada 100.000 habitantes. Es el segundo país —después de Corea del Sur— donde más personas se quitan la vida de los siete que participaron en la Encuesta sobre la percepción de los jóvenes de Japón y otros países. Estos resultados corroboran la gravedad del problema de la soledad y el aislamiento de Japón comparado con otros lugares del mundo.

¿Por qué hay tantas personas aisladas que no tienen en quién apoyarse en Japón? Para este análisis breve, vamos a observar el problema de la soledad y el aislamiento desde la perspectiva propia de Japón respecto a la individualidad y la libertad.

Una sociedad que margina a los necesitados porque “molestan”

Al igual que en muchos países desarrollados, Japón también otorga importancia a los valores del respeto al individuo y la libertad, haciendo hincapié en garantizar la libertad respetando los principios, creencias y decisiones del individuo. Sin embargo, esa libertad está sujeta a ciertas restricciones. Como en otros países, la violencia —incluida la psicológica— y el robo están terminantemente prohibidos por considerarse “conductas que perjudican al prójimo”.

La sociedad japonesa se diferencia del resto en que el concepto de conductas que perjudican al prójimo incluye causar molestias al conjunto de la sociedad o a otras personas. En Japón está mal visto depender de otros cuando uno no puede solucionar un problema por su cuenta porque se considera una conducta que importuna a los demás. Tras esa libertad y ese respeto a la individualidad se esconde una consideración para con otras personas propia de la sociedad grupal.

Ese “liberalismo a la japonesa”, en que la responsabilidad para con las personas que nos rodean y el resto del mundo pasa por encima de los derechos individuales, influye enormemente en el problema de la soledad y el aislamiento. Vamos a profundizar un poco más en esta idea.

La sociedad nipona, decidida a superar el colectivismo asfixiante propio de la sociedad agrícola, que establece vínculos muy fuertes entre todos los miembros, ha pasado a aspirar a convertirse en una sociedad en que el individuo pueda sobrevivir separado del grupo. En el proceso para lograrlo, hemos construido un sistema que permite satisfacer las necesidades vitales del individuo adquiriendo objetos o servicios a través del dinero o de la seguridad social, en lugar de a través del vínculo con los demás. Hoy en día, si uno dispone de un cierto capital y una conexión a internet, puede hacer su vida sin interactuar con nadie.

Al disponer de un sistema en que el individuo puede vivir solo, las relaciones personales toman un cariz cada vez más marcado de “producto de lujo” en que los vínculos se establecen según las preferencias personales. En la era actual los vínculos ya no se establecen por la fuerza. Nuestras vidas ya no se sostienen mediante las relaciones con los demás, sino mediante el esfuerzo para obtener cualificaciones y capital dentro del sistema capitalista. Dicho de otro modo, a cambio de la libertad de separarnos de los demás, hemos asumido la responsabilidad de procurarnos el dinero con el que mantenernos.

El sistema actual obstaculiza el principio de la asistencia mutua, básico en la sociedad humana, por el que acudimos a los demás cuando estamos en apuros. Como he comentado antes, el sistema que nos permite vivir solos se basa en que cada individuo se gane la vida por su cuenta. Si alguien se apoya en los demás, se considera que está holgazaneando y no se esfuerza en mantenerse a sí mismo. En la sociedad japonesa, las discretas voces que osan pedir socorro quedan ahogadas por una masa que corea que lo que hacen es “abusar de la amabilidad ajena” o “incordiar a los demás”.

La Encuesta sobre trabajo y convivencia comunitaria a los residentes de la zona metropolitana de Tokio, que lideró Hashimoto Kenji y se efectuó en 2016 a 5.631 personas que vivían en un radio de 50 kilómetros de Tokio, demostró que aquellos con dificultades económicas, un entorno familiar poco favorable y carencia de relaciones sociales eran precisamente los que estaban más convencidos de que no se debe molestar a los demás. La sociedad del liberalismo a la japonesa, que otorga prioridad a la responsabilidad para con los demás y la comunidad, integra un mecanismo que tilda de molesta la voz de los necesitados y los margina.

Un sistema de ayudas públicas a la subsistencia difícil de usar

Si la sociedad asegurara la subsistencia del individuo sin que este tuviera que depender de los demás, puede que el aislamiento no fuera tan problemático. No obstante, en Japón resulta difícil recurrir a la ayuda de esa sociedad (ayuda gubernamental) por el mismo motivo que no se puede depender de las personas.

En Japón, como en muchos otros países, existe un sistema de ayudas públicas a la subsistencia para asegurar unos mínimos vitales a los ciudadanos que es la institucionalización del “derecho de mantener un nivel mínimo de vida saludable y cultural” que garantiza la Constitución. Por lo tanto, lo esperable sería que todo aquel que viviera en Japón tuviera el derecho de beneficiarse del sistema, pero la idea de acceder a esa ayuda no se ha normalizado.

En Japón no son pocas las personas que se niegan a recibir las ayudas a la subsistencia aunque se las ofrezcan porque tienen dificultades para mantenerse. Tampoco es raro que se critique a las personas que sí se benefician de esos recursos. Tras estas realidades se halla también el liberalismo a la japonesa, que sanciona todo lo que se considera molestar a los demás.

Al igual que muchos otros lugares del mundo, en Japón las ayudas a la subsistencia se financian con los impuestos. Por ende, dichas ayudas pueden considerarse un recurso de apoyo mutuo para garantizar a toda la ciudadanía unos mínimos para vivir y que todos debemos aprovechar en caso de necesidad. En cambio, existe la visión algo perversa de que se trata de un sistema en que los demás cargan con el peso de aquellos que no quieren o no pueden hacer el esfuerzo de conseguir el dinero que requieren. Desde ese punto de vista, las personas que reciben las ayudas a la subsistencia se arriesgan a que los etiqueten de “estorbos” que no se esfuerzan para ganarse la vida y se aprovechan del prójimo. Los beneficiarios del servicio son objeto de críticas tan feroces que hay quienes se empeñan en rechazarlo solo por no tener que sufrirlas.

Las ayudas públicas a la subsistencia de Japón son un sistema de muy difícil acceso del que solo se benefician los individuos que, sin haberlo buscado, se hallan en situaciones extremas y no tienen más remedio que aceptarlo. En el liberalismo a la japonesa, que tacha de “conducta molesta” pedir asistencia a otras personas o al Gobierno y que prioriza la responsabilidad para con el entorno y la comunidad, resulta difícil depender de algo.

La soledad y el aislamiento generados por no importunar a los demás

Como ya he explicado arriba, el respeto a la individualidad y la libertad están sujetos a ciertas restricciones, en función de las cuales el talante de la sociedad puede variar mucho. En la sociedad japonesa, libre en apariencia, la idea de que debe evitarse molestar a los demás constriñe fuertemente al individuo. Por eso los japoneses usaron la mascarilla y limitaron su conducta por iniciativa propia durante la pandemia, gracias a lo cual se logró controlar la expansión de las infecciones de un modo que no fue posible en Estados Unidos y otros países occidentales. En contrapartida, los que no cumplieron las normas y los que se contagiaron fueron juzgados sin clemencia por haber “estorbado a la comunidad”.

El modelo nipón de libertad, en que los derechos individuales se supeditan a la responsabilidad hacia los demás y la comunidad, genera altos niveles de soledad y aislamiento a cambio de un estándar de orden y disciplina que no se observa en otros países del mundo.

Fotografía del encabezado: Imagen que representa a una persona aislada que teme ser un estorbo para la sociedad. (PIXTA)

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