Los jóvenes japoneses que caminan sin rumbo entre la niebla

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Desde abril de 2022, los jóvenes japoneses alcanzan la mayoría de edad a los 18 años y no a los 20. Doi Takayoshi analiza la mentalidad de esta generación para conocer qué tipo de conciencia social, preocupaciones e ilusiones tienen los jóvenes que se han convertido en adultos en medio de una pandemia.

Doi Takayoshi DOI Takayoshi

Nacido en la prefectura de Yamaguchi en 1960. Sociólogo. Profesor de humanidades y ciencias sociales en la Universidad de Tsukuba. Entre sus obras se encuentran Shukumei wo ikiru wakamono-tachi (“Los jóvenes que viven su destino”), Wakamono no kibun – “Shōnenhanzai genshō” no Paradokkusu (“La paradoja de la reducción de la delincuencia juvenil y el sentir de los jóvenes”) y Tomodachi jigoku – “Kūki wo yomu” sedai no sabaibaru (“El infierno de los amigos, la supervivencia de la generación que lee entre líneas”), entre otras.

La delincuencia juvenil, a la baja

El profesor Doi Takayoshi, que es especialista en sociología de la delincuencia, ha investigado diversas problemáticas sociales a las que se enfrentan los jóvenes, tales como la adicción al internet, el acoso escolar y las disparidades económicas, entre muchas otras.

A partir de 1993, la delincuencia juvenil comenzó a aumentar a pasos agigantados hasta alcanzar un pico en 2003, tras lo cual empezó a reducirse considerablemente. Esto no es en absoluto resultado de la mejora en las condiciones sociales. Por el contrario, la disminución se registró a pesar del empeoramiento relativo de la proporción de pobreza entre los menores de 18 años en Japón. En cambio, aumentaron el ausentismo escolar y las autolesiones (hacerse cortes en las muñecas, etc.). El profesor Doi señala que al investigar la razón de estas situaciones llegó a la conclusión de que las dificultades a las que se enfrentan los jóvenes de ahora son diferentes a las de las generaciones anteriores.

En contraste, cada vez más adultos mayores cometen actos delictivos. El profesor advierte que los ancianos también se enfrentan a dificultades relacionadas con su edad y que esto se refleja en el aumento de los delitos.

Desde la década de 1990, el producto interno bruto (PIB) de Japón se ha mantenido casi sin cambios y la sociedad entró en un periodo de estancamiento. Las personas mayores de 50 años vivieron su adolescencia durante el periodo de rápido crecimiento económico de Japón. Al analizar varias encuestas, queda en evidencia que entre la segunda mitad de la década de 1990 y principios de la de 2000, los valores sociales se transformaron de manera importante. Sin embargo, los valores de la generación que vivió su juventud bajo el dogma de que el esfuerzo da frutos y siguió subiendo una cuesta arriba, están más arraigados de lo que parece. Ya que muchos conservan la fuerte ambición de seguir progresando, no logran adaptarse a la sociedad de nuestros días. Especialmente las personas mayores del sexo masculino carecen, en general, de capacidades de comunicación adecuadas. La soledad que experimentan ocasiona que acumulen demasiada frustración y da origen a conductas problemáticas.

Ahora, veamos por qué la delincuencia juvenil continúa disminuyendo.

Una manifestación de inseguridad y no de insatisfacción

El profesor Doi cita, como primer factor, el desvanecimiento de la brecha de valores entre los jóvenes y la generación de sus padres. Por ejemplo, la mayoría de los chicos de entre 10 y 19 años tienen padres que rondan entre los 30 y 49 años, una generación que ya vivió su adolescencia en el periodo de estancamiento. Ya que existen pocas diferencias en los valores de ambas generaciones, no se generan encontronazos. A diferencia de quienes vivieron durante el periodo de rápido crecimiento económico de Japón, estos padres no intentarán imponer el valor de que el esfuerzo y la ambición son indispensables para escalar en la sociedad.

Además, está de trasfondo el nivel alto de satisfacción que los jóvenes sienten con respecto a sus vidas. Según un la encuesta La opinión de los japoneses, un estudio quinquenal que el Instituto de Investigación de la Cultura Radiodifusora de la NHK lleva a cabo desde 1973, en los últimos cincuenta años el nivel de satisfacción de los japoneses con su vida ha aumentado, una tendencia especialmente evidente entre los jóvenes de 16 a 29 años, entre los que un 95 % señaló en 2018 sentirse satisfecho en general con su vida.

A pesar de que la proporción de la pobreza relativa está aumentando, las personas se sienten cada vez más conformes con su vida. Esto significa que las expectativas en la vida de la población se han reducido. A diferencia de los mayores de 50 años, las generaciones más jóvenes no tienen excesivas aspiraciones, por lo que su insatisfacción no alcanza el nivel necesario para cometer actos delictivos.

Aunque no se enfrenten a la insatisfacción, sí padecen la inseguridad. Se tiene la sensación de que es sumamente difícil volver al buen camino si una vez se sale de él. En el pasado, se creía que había formas de tener una buena vida aunque se fuera un poco revoltoso. En nuestros días, se considera un error garrafal salirse del carril. Este sentimiento prevalente se ha convertido en un factor importante para la reducción de la delincuencia juvenil.

El profesor Doi cree que las autolesiones son cada vez más comunes entre los jóvenes justamente por este fuerte sentimiento de inseguridad que los aqueja.

Por otra parte, también ha cambiado el tipo de delincuencia juvenil que se registra en la actualidad. No se trata de delitos ocasionados por la acumulación de insatisfacción contra los padres o la sociedad, sino de aquellos que surgen de la inseguridad. En enero de 2022, un joven de segundo grado de instituto cometió un intento de homicidio frente a la Universidad de Tokio. Se puede decir que su delito fue otra forma de autolesión ocasionada por la creciente inseguridad en el futuro, que, en este caso, acabó afectando a otras personas. En ocasiones, existe la posibilidad de que esa frustración de dirija a otras personas.

El temor al aislamiento busca una “soledad colectiva”

Según una encuesta de la Oficina del Gabinete, desde la década de 1980 hasta la de 1990 se registró una tendencia a la baja en los sentimientos de preocupación que los jóvenes (de 18 a 24 años) sentían hacia sus amigos o compañeros. Esta situación cambió considerablemente en la década del 2000, momento a partir del cual los jóvenes sienten cada vez más preocupación al respecto. Esta transformación coincide con la llegada del periodo de estancamiento.

Durante el periodo de rápido crecimiento económico, aunque cada cual estuviera escalando en una dirección diferente, las personas contaban con un objetivo claro que los animaba a llegar a cima. Sin embargo, cuando la sociedad entra en el estancamiento, la gente pierde el rumbo y comienza a compararse con los demás. Después de la primera década del 2000 se ha comenzado a registrar una contracción de las relaciones sociales. En otras palabras, una tendencia por la cual se limitan las relaciones de amistad a personas con las que se comparte un sistema de valores similar, con el fin de reducir, en la medida de lo posible, los sentimientos de inseguridad. Precisamente porque vivimos en una sociedad en la que los valores se han diversificado, se quiere conseguir algo de seguridad a través de relaciones con personas con valores, nivel y estilo de vida afines a los nuestros.

Sin embargo, el hecho de haber limitado las relaciones humanas a su entorno para asegurar un lugar propio, facilita que se genere aislamiento.

Si esas amistades te rechazan, te quedarás solo. Para mantener estas relaciones es necesario aceptar una fuerte presión de la opinión colectiva. Es decir, se trata de relaciones de soledad colectiva en las que no se pueden expresar los sentimientos verdaderos.

La gente solo se relaciona con personas similares y los grupos están cada vez más segregados, una situación que se teme que se acelere como consecuencia de la pandemia.

Dentro de los ambientes escolares es difícil que los grupos se aíslen por completo. Existen muchos factores externos que lo impiden. De alguna manera, esto favorece el enriquecimiento de las relaciones, pero la realidad es que durante la pandemia las actividades extraescolares y otros intercambios se han reducido. En otras palabras, los jóvenes no han contado con valiosas oportunidades para conocer a personas con circunstancias y valores diferentes. Si las redes sociales se convierten en el principal medio de comunicación, es fácil elegir con quién comunicarse y caer en una relación prácticamente cerrada. Teniendo esto en cuenta, es más que evidente que los jóvenes han perdido un tiempo valiosísimo durante esta crisis de salud mundial. No debemos olvidar que es bastante difícil cambiar la mentalidad que se construye durante la adolescencia.

Una “niebla” que parece eterna

En el estancamiento, los jóvenes tienen la impresión de que mañana y los días posteriores serán exactamente iguales. Frente a ellos se extiende un paisaje cubierto por la niebla que les impide saber a qué dirección dirigirse y están convencidos de que en el futuro la situación no cambiará.

En el periodo de rápido crecimiento económico, la identidad se basaba en factores tales como la escolaridad o las certificaciones, es decir, en evaluaciones sociales que se obtenían a través de los esfuerzos individuales. Mientras que en el periodo de estancamiento no existe confianza en que el esfuerzo se reflejará en la mejora de la situación actual de las personas. En especial, últimamente es muy fácil que cambien los criterios básicos de evaluación de las capacidades o certificaciones. Cuando los jóvenes intentan descifrar quiénes son, creen que el linaje o los atributos innatos son lo único inamovible.

Están convencidos de que su vida está determinada por su situación familiar y los rasgos que corresponden a la genética que heredaron, una idea que se ha popularizado bajo la denominación oya gacha, o “lotería de los padres”.

Tanto los jóvenes “ganadores” como los “perdedores” de la “lotería de los padres” viven en sendas circunstancias y no se relacionan entre ellos ni son motivo de interés mutuo.

Por ejemplo, los jóvenes que gozan de condiciones favorables pueden buscar una mejor opción educativa y estudiar en escuelas secundarias e institutos integrados que les ofrecen un mejor ambiente para ingresar a la universidad. Ya que carecen de oportunidades de convivir con jóvenes que viven en condiciones familiares adversas, no pueden imaginar vidas diferentes a las suyas.

Mientras que existen los jóvenes con una alta consciencia, que desde la adolescencia crean empresas o se involucran en la resolución de problemáticas sociales, están quienes socializan solamente con grupos reducidos de 5 o 6 personas en Instagram o Line. Una muestra más de que la separación de grupos dentro de esta generación va avanzando.

¿Esta segregación no hará más que exacerbarse?

Es necesario ofrecer deliberadamente espacios para que los jóvenes con diferentes estilos de vida y valores convivan entre sí. Por ejemplo, los comedores infantiles, que se extendieron como una medida para paliar la pobreza, ofrecen un lugar para que niños de diferentes contextos puedan relacionarse. Algunos comedores incluso se han convertido en lugares de convivencia intergeneracional con los adultos mayores de la zona. Es necesario ampliar este tipo de iniciativas.

Si durante la adolescencia no existen estímulos que nos permitan conocer de cerca diferentes mundos, los jóvenes no podrán ampliar la imagen de sus propias vidas. Es responsabilidad de la sociedad crear espacios que permitan conocer otros mundos e incentivar las nuevas experiencias.

Además de ofrecer becas escolares a los niños de familias pobres, es indispensable dar apoyos económicos sin un fin específico.

Hay chicos que no tienen dinero para salir con sus amigos. Aunque alguno proponga ir a Disneyland a pasear, hay otros que no pueden acompañarlos por falta de recursos. Tampoco pueden participar en actividades extraescolares porque hay eventos que requieren dinero como encuentros deportivos fuera de su localidad. Al ser conscientes de sus circunstancias, consideran que es mejor no hacer amigos. Como consecuencia, pierden la posibilidad de recibir estímulos nuevos a través de sus amigos y pierden aspiraciones para su vida.

No perderse en el reflejo propio

Para los jóvenes del periodo de estancamiento, los cambios significan riesgos y una fuente de inseguridad.

Creen que aunque la sociedad pueda cambiar, sus vidas no van a mejorar. Si estuvieran convencidos de que tienen que cambiar la situación actual, seguramente asistirían a las urnas, pero como no desean un cambio, no cuentan con ninguna motivación para votar. Por esa razón, la tasa de participación electoral entre los jóvenes está por debajo de la media y, quienes votan, muestran una fuerte preferencia por que los partidos conservadores se mantengan en el poder.

Los jóvenes japoneses de entre 10 y 19 años se lucen mínimamente interesados en la política y sociedad comparados con sus coetáneos a nivel internacional. Según los resultados de una encuesta de opinión sobre la participación social a jóvenes de instituto de Japón, Estados Unidos, China y Corea del Sur, que llevó a cabo el Instituto Nacional para la Educación Juvenil de Japón entre 2020 y 2021, el 45,6 % de los jóvenes japoneses cree que es mejor aceptar las condiciones actuales tal como son, más que cambiarlas. Esta cifra fue la más alta entre los cuatro países. Por otra parte, los resultados de la edición 2019 de la Encuesta de opinión a jóvenes de 18 años de la Fundación Nippon, realizada en nueve países, revelan que menos del 10 % de los jóvenes japoneses opinó que su país mejorará en el futuro y menos del 20 %, que con su esfuerzo puede cambiar la sociedad. Ambas respuestas fueron las más bajas de todos los países.

En este contexto, el profesor Doi hace un llamamiento a los jóvenes japoneses que temen al cambio:

“Es mejor que no se adapten al máximo a las condiciones actuales. Si lo hacen, tendrán dificultades para ajustarse a los cambios cuando estos se presenten. Deben ser conscientes que huir de los riesgos que conllevan los cambios puede ser un riesgo en sí”.

Creen que nadie los conoce mejor que ustedes mismos, pero no se engañen. Lo que hacen es simplemente confirmar quiénes creen que son a través de un espejo. La réplica que reciben de quienes los rodean es ese “espejo”. Al relacionarse exclusivamente con personas afines, sus amistades se convierten en un “espejo” que refleja la imagen que están esperando. De esta manera no podrán conocer a su yo desconocido.

“Para descubrir su propio potencial es necesario que cuenten con personas a su alrededor que respondan de manera inesperada. Excluir a las personas diferentes, simplemente empobrece nuestra vida”.

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: PIXTA.)

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