El sesgo sexista que empaña el debate sobre el acceso de la mujer al Trono del Crisantemo

Historia

La pretensión de que el Trono del Crisantemo debe recaer siempre en hombres y transmitirse exclusivamente por línea masculina está en el origen del callejón sin salida al que se encamina la Casa Imperial. Una experta en la antigüedad japonesa que ha estudiado concienzudamente el tema de las emperatrices nos revela el sesgo sexista con el que se viene enfocando este complejo asunto.

Yoshie Akiko YOSHIE Akiko

Historiadora. Nacida en 1948, en 1971 se graduó en el Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Educación de Tokio. En 1979 terminó un máster en Humanidades en la Universidad Metropolitana de Tokio. Es profesora honoraria de la Universidad Teikyō, especializada en Historia Antigua de Japón. Entre sus obras figuran Jotei no kodai ōkenshi (Historia de la soberanía de las emperatrices en el Japón antiguo; Chikuma Shinsho), Tsukurareta Himiko (Himiko: la construcción de un personaje; Chikuma Gakugei Bunko), Kodai joseishi e no shōtai (Invitación a una historia de la mujer antigua; Yoshikawa Kōbunkan), Nihon kodai joteiron (La emperatriz en el Japón antiguo; Hanawa Shobō, Premio Kadokawa Gen´yoshi) y Suiko Tennō (La emperatriz Suiko; Minerva Shobō).

De ama de casa a investigadora

Cuando, a los 29 años, la historiadora Yoshie Akiko comenzó un posgrado con la intención de dedicarse de lleno al estudio de la historia de la mujer en la antigüedad, contaba ya con la experiencia de haberse dedicado antes a “sus labores” como ama de casa. Desde pequeña, se había sentido fascinada por las aventuras protagonizadas por el héroe Yamato Takeru y en la universidad se había graduado en historia, pero aun así nunca había soñado poder dedicarse exclusivamente a investigar.

Las oportunidades laborales para mujeres con grado de cuatro años eran todavía muy exiguas en aquella época y ella también experimentó lo que es graduarse y casarse sin haber encontrado antes trabajo. Tenía 23 años, uno menos de los 24 en que se situaba el promedio de edad de las mujeres al casarse por primera vez en la primera mitad de la década de 1970.

“Sabía que quería trabajar fuera de casa, pero los días se me iban pasando entre los trabajos domésticos y la crianza de los hijos. Los hijos lo son todo para una madre y alumbrarlos y criarlos como es debido son cosas importantísimas. Pero, al mismo tiempo, sentía que no era justo tener que renunciar por esa razón a la vida laboral y me propuse investigar el aspecto histórico de ese problema. Tenía ya un objetivo claro y comencé mi posgrado”.

El feminismo y el estudio de la historia de la mujer

A partir de los años 80, con el empuje del movimiento feminista, comenzaron a prosperar en los países occidentales los estudios sobre la historia de la mujer, que se centraban generalmente en la edad moderna. Para aquella época, existía ya en Japón una línea de investigación sobre la historia de la familia y del matrimonio, centrada en la edad antigua.

“Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, la investigadora Takamure Itsue, que nunca formó parte del establishment académico, había señalado que en los periodos Nara y Heian (s. VIII-XII) existían formas muy especiales de matrimonio, como el kayoikon (sistema por el que la mujer permanece en su casa natal y recibe las visitas de su marido) o el tsumakata-kyojūkon (matrimonio de residencia uxorilocal, centrado en la casa de los padres de la esposa), y que la fórmula contemporánea en la que, normalmente, se entiende que la novia entra en la familia del novio (yomeirikon o matrimonio virilocal) solo se extendió en épocas posteriores. Takamure dedujo que cuando, como en aquella época, los niños se crían apegados a la madre y su familia, el vínculo familiar materno se hace mucho más fuerte y que, por lo tanto, la sociedad antigua no era tan enteramente machista como se pensaba, pues estas formas de matrimonio permitían a la mujer conservar una posición relativamente alta”.

“Pero tanto antes como después de la guerra, los hombres eran mayoría absoluta en el mundo académico japonés y las ideas de Takamure no obtuvieron demasiada aceptación. Solo fue en la década de 1980, con la expansión del movimiento feminista y la llegada a la universidad de un grupo más nutrido de investigadoras, cuando la historia de la mujer pasó a ocupar un lugar de importancia en el mundo académico japonés. Yo formé parte de aquel grupo”.

En sus investigaciones, Yoshie afrontó el tema de las funciones desempeñadas por la mujer en la política de la antigüedad japonesa, a nivel local (mura) y provincial (kuni). Para ello, estudió a fondo los libros históricos de la época (Kojiki, Nihon shoki, Shoku Nihongi), los códigos legales y otros libros importantes, como la colección de tradiciones y costumbre locales Fudoki o el poemario Man´yōshū.

“En los estudios sobre la historia de las formas de Estado o la evolución de la política, apenas es posible encontrar referencias a la mujer. Especialmente cuando nos remontamos a la edad antigua, la documentación histórica es muy limitada. Pero si hacemos una relectura adoptando un cierto enfoque temático, incluso de los documentos históricos mejor conocidos puede extraerse mucha información oculta sobre las actividades sociales de la mujer. Por ejemplo, tanto entre la población campesina como entre las grandes familias que dominaban las regiones encontramos lideresas y vemos también que las mujeres podían ser herederas del patrimonio familiar. Comienzan a revelarse muchos aspectos que habían pasado desapercibidos, o que no habían sido interpretados correctamente”.

Himiko y el liderazgo político femenino

Entrado el nuevo siglo, se multiplicaron en Japón las publicaciones sobre temas como el de las emperatrices y lideresas políticas locales en la antigüedad japonesa.

“Fruto de los estudios sobre la historia de la mujer, poco a poco hemos comenzado a tener una idea más clara sobre su situación en la antigüedad y, aunque todavía sean pocos, comprobamos que también entre los investigadores de sexo masculino estos resultados están siendo procesados y utilizados. Al mismo tiempo, ha aumentado también el interés de los medios de comunicación sobre cómo se entendía la sucesión al trono en el Japón antiguo, de la mano de un problema político tan acuciante como es el inminente callejón sin salida al que se llegará en la Casa Imperial si se persiste en la idea de que el sucesor deber ser siempre un hombre y, además, de la línea masculina”.

También desde aquella época, Yoshie estudia el tema de Himiko, la mítica reina del antiguo estado japonés de Yamatai.

“Sobre una base tan pequeña como la que ofrece el libro histórico chino conocido en japonés como Gishiwajinden (Relación del reino de Wa, incluido en la colección histórica de la dinastía Wei) han llegado a escribirse cientos, miles de estudios sobre Himiko y sobre la supuesta localización del estado de Yamatai. Sin embargo, sigue vigente la idea que de Himiko era una especie de sacerdotisa que nunca se mostraba en lugares públicos, y que todas las funciones políticas prácticas las desempeñaba su hermano menor. Y como se parte de la idea preconcebida de que la política es cosa de hombres, nadie muestra ninguna extrañeza al respecto”.

“Pero si leemos el Gishiwajinden desde la premisa de que es una narración hecha desde la perspectiva de China, país en el que imperaba una sociedad machista y patriarcal, y hacemos una relectura a conciencia, a la luz de los últimos descubrimientos realizados en campos como la arqueología o la historia de la mujer, se llega a la conclusión de que lo más probable es que Himiko ejerciera un liderazgo político y diplomático efectivo”, explica Yoshie.

“Por ejemplo, si Himiko no se dejó ver cuando llegó una embajada china, no fue porque fuera una sacerdotisa, sino porque era una reina. Hasta finales del siglo VII, cuando se erigió el palacio de Fujiwara diseñado al estilo chino y, por primera vez, se construyó en Japón un espacio para recibir en audiencia a los enviados oficiales llegados del extranjero, ninguno de los reyes del entones llamado reino de Yamato se dejaron ver en tales ocasiones”.

El análisis arqueológico de los restos hallados en los kofun (grandes túmulos funerarios de la nobleza) nos ha permitido saber que desde el inicio del periodo Yayoi hasta el inicio del periodo de los túmulos, en muchos lugares del archipiélago tanto hombres como mujeres ejercieron como líderes políticos locales, y que las segundas llegaron a representar entre el 30 % y el 50 % del total. Entre ellas, hay algunas entre cuyos ajuares funerarios se han encontrado armas. Himiko fue designada para encabezar una liga formada por algo más de una treintena de pequeños núcleos, muchos de los cuales cabe suponer que estaban regidos por mujeres.

La posibilidad que plantea Yoshie es que, en aquella sociedad en la que tanto hombres como mujeres tomaban parte activa en la política, Himiko fuera elegida reina y, gracias a una labor diplomática muy efectiva, consiguió el reconocimiento chino como reina del país de Wa.

La verdadera emperatriz Suiko

Entre finales del siglo VI y finales del siglo VIII, son seis las mujeres (Suiko, Kōgyoku o Saimei, Jitō, Genmei, Genshō y Kōken o Shōtoku) que ocuparon el trono de Japón, dos de ellas en dos ocasiones. Es, aproximadamente, el mismo número que el de los hombres que accedieron al trono en aquel periodo. Sin embargo, se ha sostenido insistentemente que en Japón la transmisión del trono ha sido siempre en miembros masculinos de la familia y por línea masculina, permitiéndose que ascendieran mujeres solo en situaciones excepcionales y con carácter transitorio.

La primera emperatriz de Japón, Suiko, fue hija del emperador Kinmei y de la noble Soga-no-Kitashi y permaneció en el trono 36 años, entre el 592 y el 628. Impulsó un Estado sobre el eje del budismo, pero se ha entendido que el mérito real de su política corresponde a personajes como su tío Soga-no-Umako o su sobrino el príncipe Umayado, más conocido como Shōtoku Taishi o príncipe Shōtoku.

“Desde la época en que comienza a prepararse el libro histórico Nihon Shoki se va urdiendo la divinización del príncipe Shōtoku y muchas de las referencias que tenemos de Suiko aparecen dentro de esas leyendas hagiográficas, por lo que su verdadera imagen ha permanecido velada. Pero si nos quedamos solamente con los datos que podemos considerar más propiamente históricos, vemos que fue una lideresa que supo aprovechar la habilidad de los dos para sacar adelante la diplomacia del país”.

Al igual que ocurrió con la reina Himiko, que fue elevada a esa dignidad mediante el acuerdo entre diferentes entidades políticas, también en la época de la emperatriz Suiko ascendían al trono personas aprobadas como líderes por las familias más poderosas. Hasta llegar a valerse por sí mismos en el terreno de la política, se entendía que era necesario un cierto grado de experiencia, por lo que en casi todos los casos, tanto los hombres como las mujeres ascendían al trono a partir de los 40 años, de forma que existía una suerte de gerontocracia.

En el proceso de unificación del Estado, que se hizo a través de continuas y violentas disputas por el poder y en una época, además, en las que se estaban haciendo expediciones militares a la península de Corea, aquel que tenía más experiencia y liderazgo para conducir a los demás era el que accedía al trono. Por ejemplo, el padre de Suiko, el emperador Kinmei, accedió a los 31 años. Al entender que era una edad insuficiente y que no había adquirido la suficiente experiencia, se le ocurrió, en primer lugar, encargar el gobierno a alguien que sí cumplía esos requisitos: la esposa de Ankan, uno de los soberanos anteriores. Ankan y Kinmei eran hermanastros de padre. Pero ella declinó la propuesta, de modo que Kinmei se vio obligado a asumir el mando, tal como explica el Nihon shoki. Se trate de hechos estrictamente históricos o no, lo cierto es que se hizo constar que a los 31 años fue entronizado pese a ser todavía demasiado joven y esto revela que en aquella época la experiencia se valoraba mucho lo mismo en los hombres que en las mujeres.

Cuando la emperatriz Suiko llegó al trono, tenía 39 años. En ese momento, el príncipe Umayado solo contaba 20. No es razonable pensar que, en aquella época “gerontocrática” Umayado llevara las riendas del gobierno sustituyendo a Suiko, que era mucho más madura. Y esto nos lleva a repensar la relación que pudo tener Suiko con su tío Umako.

“Aun siendo tío y sobrina, solo se llevaban dos años. No es que Suiko hubiera ocupado el trono nominalmente, empujada por su tío, ni que hubiera sido guiada por él. Se habían criado juntos en la casa materna de los Soga, se conocían desde niños y es razonable pensar que los dos compartían ciertos valores, pues coincidían en pensar que el incipiente Estado debía conducirse según los principios del budismo”.

El Japón antiguo, una sociedad ambilineal

En otros tiempos, en el estudio de la historia solo se consideraban dos líneas hereditarias: la paterna y la materna. Pero hoy en día, a partir de los resultados obtenidos en estudios arqueológicos, se está extendiendo en círculos académicos la idea de que la sociedad antigua japonesa no era estrictamente patrilineal ni matrilineal, sino ambilineal. Yoshie piensa que, a la hora de decidir la sucesión en la familia real y en el resto de los linajes más poderosos del país, ambas líneas eran tenidas muy en cuenta, y que los hijos de los emperadores podían dar origen a líneas de sucesión independientemente de su sexo.

“A finales del siglo VII, cuando se instauró en Japón una forma de Estado inspirada en el de China, se estableció por primera vez el principio oficial de transmisión patrilineal. Yo creo que aproximadamente hasta el siglo VIII tanto entre los soberanos como entre toda la clase dominante en la práctica seguía vigente la transmisión ambilineal”.

Yoshie comenta además que la familia real de los siglos VI y VII, para remarcar su carácter de monarquía hereditaria, fomentó los matrimonios entre consanguíneos dentro de unas relaciones de parentesco ambilineales. Casi todos los soberanos de ambos sexos de esta época tenían familiares que les habían precedido en el cargo en ambas alas familiares.

Sin embargo, el Nihon shoki, elaborado a principios del siglo VIII, describe la sucesión al trono en Japón como exclusivamente patrilineal, dejándose llevar por los esquemas de los libros de historia de China, país en el que la sucesión era invariablemente por línea masculina.

“Por ejemplo, el Nihon shoki se limita a decir que el príncipe Shōtoku es hijo del emperador Yōmei. Pero sabemos que también tenía sangre real por el lado materno, pues su madre era hija del emperador Kinmei. Si leemos otro libro de la época, el Tenjukokushūchō, que recoge el linaje familiar del príncipe, veremos que se concedía igual importancia a ambos lados”, explica la experta.

“El emperador Jomei, que fue padre de los emperadores Tenji y Tenmu, de la segunda mitad del siglo VII, murió cuando ambos eran todavía jóvenes, así que fue la madre de estos la que lo sucedió en el trono bajo el nombre de Kōgyoku. Durante algún tiempo abandonó el trono, pero pronto volvió porque tenía capacidad. Lo hizo bajo un nuevo nombre: emperatriz Saimei. Es de suponer que Saimei sirvió como modelo de estadista a sus dos hijos que ascenderían al trono. Puede decirse, con toda razón, que Tenji y Tenmu heredaron el trono, más bien por la línea materna que por la paterna. Por cierto, tanto Kōgyoku como su esposo Jomei descendían de Kinmei tanto por lado materno como por el paterno”.

La sucesión masculina y por línea masculina, un sistema nuevo

Yoshie señala que la idea de que la sucesión al trono debe ser en la persona de miembros masculinos de la familia y siempre por línea masculina se instauró en Japón en el periodo Meiji, cuando se estableció un nuevo modelo de Estado moderno centrado en el Emperador.

“La sucesión al trono, que hasta entonces se había regido consuetudinariamente, pasó a regirse por la Constitución Imperial de Japón y por la Ley de la Casa Imperial. Los debates fueron muy complejos hasta el último momento, pero finalmente se estableció que no se aceptarían mujeres en el trono, y que la línea sucesoria iría siempre de padre a hijo”.

“Al contemplar la historia bajo el prisma del nuevo sistema, aquellas seis emperatrices de la antigüedad que ocuparon el trono en ocho ocasiones resultan personajes muy incómodos. También en el periódico Edo, anterior a Meiji, hubo dos emperatrices. De estas dos puede decirse que, seguramente, ascendieron al trono solo interinamente. De ahí nació la teoría de que la entronización de mujeres había sido siempre una medida interina. La teoría fue rápidamente aceptada y considerada la única correcta en círculos académicos en los años sesenta. Se está rebatiendo esta idea desde finales de los años noventa, pero todavía no se ha conseguido desterrarla”, apunta Yoshie.

“Tras la guerra, el sistema familiar tradicional patriarcal de Japón (ie seido) fue abolido y se instauraron los principios de soberanía popular e igualdad entre los sexos. Las reformas afectaron también a la propia institución imperial, pasando a ser el Emperador símbolo de la unidad del pueblo. Pese a todo ello, en la sociedad japonesa persiste un pensamiento machista y sigue vigente un sistema de sucesión al trono, pensado para una época en que el Emperador era soberano”.

Yoshie concluye que el problema es que no existe todavía una conciencia generalizada sobre el hecho de que el modelo de sucesión al trono vigente en Japón es una creación del periodo Meiji.

“Seguramente, son muchos los que siguen convencidos de que no debemos cambiar una tradición de siglos, según la cual siempre han heredado el trono los hombres, y lo han hecho por línea masculina. Tenemos que desprendernos de ese malentendido, revisar nuestra tradición y entre toda la ciudadanía, repensar todas estas cuestiones que afectan al Emperador como símbolo y a la Casa Imperial dentro de la actual Constitución”, concluye.

Fotografía del encabezado: Retrato de la emperatriz Suiko (detalle), del pintor Tosa Mitsuyoshi (Mitsufusa). (Cortesía del Mausoleo del Príncipe Shōtoku, templo de Eifukuji.

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