Cuestiones de género desde la perspectiva de las mujeres en las Fuerzas de Autodefensa

Sociedad Vida

Aunque quizás aún no estamos acostumbrados a imaginar en el frente a mujeres de las Fuerzas de Autodefensa japonesas, lo cierto es que cada año son más numerosas y se destinan a puestos más variados, incluidos aviones de combate y tanques. ¿Qué motiva a las mujeres a alistarse? Repasamos la historia y la situación actual de las mujeres en las Fuerzas de Autodefensa con Satō Fumika.

Satō Fumika SATŌ Fumika

Profesora de la Escuela de Posgrado en Ciencias Sociales de la Universidad Hitotsubashi. Especialista en teoría social y sociología de género, y sociología de la guerra y del ejército. Doctorada en 2002. Autora de Gunji soshiki to jendā — jieitai no joseitachi (La institución militar y el género: las mujeres de las Fuerzas de Autodefensa; Keio University Press, 2004) y Josei heishi to iu nanmon — jendā kara tou sensō-guntai no shakaigaku (La complicada cuestión de las mujeres militares: sociología de la guerra y el ejército desde la perspectiva de género; Keio University Press, 2022). Coautora de Shirīzu: sensō to shakai (Serie «La sociedad y la guerra», 5 volúmenes, Iwanami Shoten).

En Estados Unidos, donde el servicio militar obligatorio se abolió en 1973, un sector del feminismo liderado por la mayor organización feminista del país, NOW (National Organization for Women, ‘organización nacional de las mujeres’), defiende que las mujeres deben participar en el ejército igual que los hombres. La guerra del Golfo de los años 90, a la que se destinaron 40.000 mujeres, dio un enorme impulso a la participación femenina. En 1997 la hollywoodiense G.I. Jane (La teniente O’Neil en España, Hasta el límite en Latinoamérica), que narra la historia de la primera mujer que intenta entrar en el cuerpo de élite Navy SEALs de la marina estadounidense sometiéndose a un durísimo entrenamiento y rechazando cualquier trato de favor, cosechó un enorme éxito de taquilla al considerarse que retrataba la igualdad de género llevada al extremo.

Satō Fumika, que cuando salió la película cursaba estudios de posgrado, dice que le extrañó aquella tendencia estadounidense: “Me preguntaba si adaptarse al pensamiento y los estándares de la sociedad patriarcal era realmente igualdad de género y si aquello era el feminismo de verdad”.

Su disconformidad frente a aquel fenómeno fue uno de los motivos por los que se interesó por las cuestiones de género en relación con el ejército y la guerra. Centró su tesis doctoral en las mujeres soldado de las Fuerzas de Autodefensa, la organización militar de Japón: “¿Qué motiva a las mujeres a alistarse y cómo viven esa experiencia? Pensé que no debíamos conformarnos con considerarlas personas ajenas a nosotros. Se nos escapan muchos problemas fundamentales si pensamos en ellas como mujeres de un mundo lejano y aislado. Cuantas más entrevistas mantenía, más convencida estaba de ello”. El resultado de sus investigaciones se materializó en el libro Gunji soshiki to jendā — jieitai no joseitachi (La institución militar y el género: las mujeres de las Fuerzas de Autodefensa), que publicó en 2004.

El profundo recelo ante las Fuerzas de Autodefensa

“El hecho de que investigara sobre las Fuerzas de Autodefensa puso en guardia a las feministas japonesas y les suscitó un fuerte rechazo”, recuerda Satō. “Hubo quien me comentó que le parecía lamentable que salieran estudios como el mío. En el fondo lo que preocupaba era que, al comparar las ambiguas Fuerzas de Autodefensa japonesas con las fuerzas armadas de otros países, las legitimara como ejército. Creo que se interpretó como que una joven investigadora iba a contribuir inconscientemente a la militarización de Japón”.

Lo que insufló valor a Satō en aquel momento en que se sentía tan marginada fueron las ideas de la feminista estadounidense experta en política internacional Cynthia Enloe, que señalaba la importancia de que los investigadores observaran a fondo los problemas de las mujeres en el ejército para poder analizar la acción del patriarcado en las fuerzas armadas y los procesos de militarización y desmilitarización.

“En Estados Unidos se creía que la participación de las mujeres en el ejército mejoraría la posición social de los colectivos vulnerables. En Japón la percepción de la población sobre las Fuerzas de Autodefensa es ambigua y no se piensa que alistarse y desempeñar funciones militares implique convertirse en ‘un ciudadano japonés de primera’. Por eso, precisamente, puede que incluir a las mujeres haga que se muestren las verdaderas intenciones del ejército de forma más evidente”.

En Josei heishi to iu nanmon — jendā kara tou sensō-guntai no shakaigaku (La complicada cuestión de las mujeres soldado: sociología de la guerra y el ejército desde la perspectiva de género), publicado 17 años después de su primer libro, Satō vuelve a analizar las Fuerzas de Autodefensa desde un nuevo punto de vista, integrando los cambios que la globalización ha provocado en el sector militar: “Después de la Guerra Fría, el ejército pasó de ser una fuerza de combate a desempeñar principalmente funciones humanitarias y de mantenimiento de la paz. En lugar de ver como un ejército ‘especial’ a las Fuerzas de Autodefensa, que vienen llevando a cabo operaciones no combativas como el rescate en desastres en virtud del artículo 9 de la Constitución, deberíamos considerarlas pioneras de un nuevo tipo de ejército. Los argumentos de los japonólogos de otros países me han ido persuadiendo en ese sentido”.

Suplir la falta de personal masculino y mejorar la imagen de la organización

La organización militar que se creó tras la Segunda Guerra Mundial en un Japón que renunciaba a la guerra obligado por el artículo 9 de su Constitución empezó en 1950 como un cuerpo de reserva de la policía, luego se convirtió en un órgano de seguridad y en 1954 se reinventó como las Fuerzas de Autodefensa. Estuvo abierto a la contratación de mujeres desde el principio, aunque entonces solo se les permitía ejercer como enfermeras.

Satō concluye que la presencia de mujeres entre los años 50 y la primera mitad de los 60 sirvió para que las Fuerzas de Autodefensa se diferenciaran del antiguo ejército japonés: “Desde el principio, la idea era usar a las mujeres para difuminar el carácter militar de las Fuerzas de Autodefensa. Era necesario suavizar su imagen para que no se percibiera como un ejército y se integrara en la sociedad civil”.

La Fuerza Terrestre de Autodefensa amplió la variedad de puestos a los que podían optar las mujeres (recursos humanos, administración, aprovisionamiento, contabilidad, comunicaciones, etc.) en 1967. El cambio se produjo por la falta de candidatos masculinos. En la era del crecimiento económico acelerado el mercado laboral japonés era extremadamente ventajoso para los hombres jóvenes, por lo que las Fuerzas de Autodefensa tenían muchas dificultades para captar personal y se vieron obligadas a contar con las mujeres.

A partir de la década de los setenta, los carteles para fomentar el alistamiento en las Fuerzas de Autodefensa empezaron a mostrar mujeres y fueron adquiriendo una imagen más suave y amable.

Además de la falta de personal masculino, la apertura a la entrada de mujeres se produjo por imitación de las tendencias internacionales. La ONU adoptó la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer CEDAW, por sus siglas en inglés) en 1979 y Japón la ratificó en 1985. Al año siguiente se aprobó la Ley de Igualdad de Oportunidades Laborales, que propició que se ampliaran las funciones a las que podían aspirar las oficiales de las Fuerzas de Autodefensa. En 1992 se produjo un punto de inflexión clave cuando se admitió a las mujeres en la Academia de Defensa Nacional, con lo que se les brindó la posibilidad de acceder a puestos de alto rango.

Las mujeres en Japón pudieron optar a todas las funciones militares a partir de 1993. Esta reforma también estuvo directamente relacionada con la falta de candidatos a causa del excelente clima laboral de la burbuja económica de la segunda mitad de los años ochenta. Con todo, se impusieron restricciones a la hora de destinar a las mujeres a submarinos y aviones de combate alegando motivos como “la protección de la maternidad”.

Si bien por un lado a las mujeres se les fueron ampliando las oportunidades en las Fuerzas de Autodefensa, también se las utilizó como “chicas de bandera”. En la década de 1990 se exhortaba a las soldados a participar en concursos de belleza locales bajo la iniciativa Operación Rojo Vino. Las que ganaban títulos de miss aparecían en grande en revistas y se convertían en un reclamo para el cuerpo.

La estrategia de “redención” del ex primer ministro Abe

La resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se adoptó en el año 2000, exigía la inclusión de las mujeres y la introducción de la perspectiva de género en todas las actividades relativas al mantenimiento de la paz y la seguridad. En 2002 se destinó por primera vez personal femenino de las Fuerzas de Autodefensa a la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas a Timor Oriental como parte de las operaciones de mantenimiento de la paz y desde entonces dichas operaciones han contado habitualmente con mujeres. Entre 2003 y 2009, se destinó a personal femenino a Iraq para encargarse de las comunicaciones, el aprovisionamiento y la enfermería. Satō señala que la presencia de mujeres militares que interactuaban con la población local probablemente contribuyó a evitar las críticas y sospechas de que se las destinaba a “zonas de combate”.

A partir de 2015, la Ley de Fomento de la Participación Activa de la Mujer del entonces primer ministro Abe Shinzō supuso un avance en la inclusión de las mujeres. En 2015 la Fuerza Aérea de Autodefensa anunció que abrirían puestos para ellas en aviones de combate; en 2017 la Fuerza Terrestre de Autodefensa dijo que lo haría en infantería y tanques, y en 2018 la Fuerza Marítima de Autodefensa hizo lo propio con los submarinos. También se montaron guarderías en las instalaciones militares y se estableció un sistema de sustitución del personal con baja de maternidad o paternidad para asistir en la conciliación de la vida laboral y familiar.

Mujeres de la Fuerza Terrestre de Autodefensa en pleno desfile militar, el 14 de octubre de 2018 en el campo de entrenamiento de Asaka. (Jiji Press).
Mujeres de la Fuerza Terrestre de Autodefensa en pleno desfile militar, el 14 de octubre de 2018 en el campo de entrenamiento de Asaka. (Jiji Press).

“El primer ministro Abe era muy sensible a los movimientos de la comunidad internacional y tenía un gran interés en que las mujeres colaboraran en las actividades de mantenimiento de la paz como parte de las medidas para fomentar la participación femenina. Creo que su enfoque estaba motivado por la respuesta al problema de las mujeres de confort y al hecho de que Japón va rezagado en igualdad de género; siempre estamos al final de la lista de países desarrollados en el índice de la brecha de género. Era una estrategia para limpiar la reputación internacional del país y le debió de servir para restaurar su propia imagen como halcón del revisionismo histórico”, explica Satō.

A finales de marzo de 2022, las Fuerzas de Autodefensa contaban con menos de 20.000 mujeres entre sus filas, alrededor del 8 % del total del personal. Viendo que la proporción sigue siendo reducida en comparación con los demás países de la OTAN (la media de 2019 era del 12 %), el Ministerio de Defensa se ha marcado el objetivo de superar el 12 % para 2030.

“Quiero ser un oasis para los soldados”

En Japón no existía ningún movimiento feminista que impulsara la participación de la mujer en el sector militar. ¿Qué empujó a las japonesas a introducirse en él? “Las motivaciones son sobre todo económicas. Es un trabajo estable en el que mujeres y hombres de un mismo rango cobran lo mismo, ya que forman parte del funcionariado nacional. Además, ofrece la perspectiva de que el talento se valore incluso más que en la empresa privada y de poder vivir experiencias emocionantes. El Gran Terremoto de Hanshin-Awaji en 1995 y el Gran Terremoto del Este de Japón en 2011 despertó las ganas de muchos de unirse a las Fuerzas de Autodefensa para participar en labores de rescate en desastres”.

Sin embargo, las diferencias entre el sistema y la realidad existen incluso en lugares de trabajos avanzados en que todos los puestos están abiertos a las mujeres. En enero de 2004, una soldado de una unidad destinada a Iraq declaró en una entrevista televisiva: “Quiero ser un oasis para los soldados (hombres) exhaustos”.

Aunque aquellas palabras resulten chocantes, Satō asegura que forman parte de las declaraciones típicas de las mujeres que se han adaptado a las Fuerzas de Autodefensa: “Igual que en el sector privado, se necesita una estrategia para sobrevivir cómodamente en una sociedad dominada por los hombres sin generar conflictos. El problema es que las mujeres tienden a dividirse en las organizaciones de estándares masculinos. Incluso en las Fuerzas de Autodefensa, por un lado, están las que se sirven de su consideración femenina y, por el otro, las de la élite, que creen que las demás son segundonas mientras que ellas son excepciones que están al nivel de los hombres. Esta división dificulta la colaboración para mejorar el lugar de trabajo”.

El acoso sexual constituye un grave problema. “Las soldados, que deben proteger a los demás y defender su país, lo tienen muy difícil para denunciar que son víctimas en una posición de vulnerabilidad cuando sufren acoso”, explica Satō. “Les cuesta pronunciarse y el entorno tiende a silenciarlas. La trivialización del acoso sexual se observa también en las fuerzas armadas de otros países”.

¿Hacia dónde se dirigen las Fuerzas de Autodefensa?

Satō, que ha entrevistado a muchos soldados, tanto mujeres como hombres, ha constatado en numerosas ocasiones que se sienten víctimas: “A diferencia de las fuerzas armadas de otros países, los colocan en una situación ambigua y no reciben un reconocimiento público legítimo. Muchos miembros del cuerpo sienten que sus esfuerzos diarios no reciben atención y que solo destacan y se condenan los escándalos”.

Partiendo de esa sensación de victimización, “cuando el acoso sexual dentro de la organización constituye un problema, las mujeres emiten declaraciones como ‘Estas cosas pasan continuamente en otros lugares, pero a mí me machacan porque estoy en las Fuerzas de Autodefensa’”.

“La tendencia a verlos como personas aisladas del resto y las críticas que se imponen a las Fuerzas de Autodefensa, muy comunes entre el sector de izquierdas y los feministas, han contribuido a ampliar la brecha entre el cuerpo y la sociedad civil. Deberíamos pensar en transformar la propia organización y la actitud de sus miembros conservando una perspectiva crítica y manteniendo la conexión con el exterior”.

Satō pone de relieve el caso de Gonoi Rina, exmiembro de las Fuerzas de Autodefensa, que ha denunciado públicamente que fue víctima de abusos sexuales cuando trabajaba en el cuerpo: “Otras antiguas soldados que dimitieron tras sufrir vejaciones parecidas y mujeres todavía en activo empiezan a declararse a favor del caso. Se trata de un movimiento inaudito que representa el enorme cambio surgido del movimiento virtual del #MeToo”.

Por otro lado, existen señales de que la invasión de Ucrania ha acelerado el movimiento hacia la reforma de la Constitución japonesa, incluido el artículo 9: “Tenemos que vigilar de cerca cómo cambian las actitudes de los miembros de las Fuerzas de Autodefensa, que llevan muchos años sintiéndose coaccionados, cuando la opinión pública se decante mayoritariamente por la inclusión del organismo en la Constitución. La reflexión crítica con perspectiva de género no es suficiente todavía. Espero que vayan apareciendo más investigaciones que visibilicen la realidad del personal militar”.

Fotografía del encabezado: Matsushima Misa, la primera mujer piloto de un avión de combate de la Fuerza Aérea de Autodefensa (teniente segunda del aire en el momento de la foto) en la base aérea de Nyūtabaru, en agosto de 2018. (Kyodo News).

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