Tesoros nacionales de Japón: entre la protección del patrimonio y el auge del turismo

Cultura

¿Qué es un tesoro nacional? Repasamos la historia para analizar a qué retos se enfrentan los tesoros nacionales y los bienes de interés cultural en esta época en que todo el patrimonio se ha convertido en un recurso turístico.

Tesoros únicos de los japoneses

El parque de Ueno (Tokio), en el que se ubica mi universidad, reúne varios museos históricos y de arte. Últimamente volvemos a ver otra vez por esta área grandes grupos de jóvenes en viaje de estudios y de turistas extranjeros.

La palabra inbound, en referencia al turismo internacional que llega a nuestro país, comenzó a ocupar una posición central en las políticas culturales del Gobierno japonés poco antes de la pandemia. Recuerdo que, en aquel momento, el problema era cómo conseguir visitantes para las instalaciones culturales y, en ese contexto, la traducción de contenidos explicativos recibió un gran impulso. El distintivo de “tesoro nacional” resulta muy útil para atraer a los extranjeros. Y no solo a los extranjeros: los japoneses son también muy sensibles a la denominación de kokuhō, que les inspira sentimientos de gratitud hacia la cultura patria y excita sus deseos de conocerla mejor.

Sin embargo, cuando visitamos los museos de los países occidentales, no encontramos allí la etiqueta de “tesoro nacional” o, al menos, no puede decirse que en los países desarrollados se utilice la calificación oficial de un objeto como patrimonio cultural para promover la llegada de turismo extranjero. Pero empecemos por lo más básico: ¿Qué sistema se sigue en Japón a la hora de designar una pieza tesoro nacional?

El Artículo 27 de la Ley de Protección del Patrimonio Nacional (1950) dice, por una parte, que el ministro de Educación y Ciencia podrá designar bienes culturales de relevancia (importancia) determinadas piezas del patrimonio cultural material y, por otra, que esa misma autoridad podrá designar también tesoros nacionales aquellos bienes culturales de relevancia que tengan un especial valor dentro de la cultura mundial y que, por lo tanto, puedan considerarse tesoros únicos de los japoneses.

La designación no responde, evidentemente, al criterio personal del ministro de turno. Primero, los investigadores de la gubernamental Agencia de Cultura confeccionan un listado de candidatos, que sirve como base para las deliberaciones de un consejo consultivo formado por expertos en bellas artes, arquitectura, etcétera, y es ese consejo el que eleva las propuestas concretas al ministro. De esta forma, el número de tesoros nacionales va creciendo año a año.

El valor de la marca “tesoro nacional”

El objetivo de declarar una pieza tesoro nacional es, ante todo, protegerla de peligros como el deterioro de su estado, su dispersión, o su salida ilegal al extranjero. Se exige un tratamiento adecuado, notificación a las autoridades culturales en caso de traslado y, además, se prohíbe su venta a compradores extranjeros.

En los últimos años, además de la protección del patrimonio cultural, las autoridades promueven también su aprovechamiento a través de directrices llamadas “estrategias económico-culturales” con las que tratan de activar el flujo de personas hacia estas piezas, facilitando su exhibición pública. Hasta hace algún tiempo, para la exhibición de las piezas declaradas tesoro nacional o bien cultural de relevancia se establecía, en principio, un máximo anual de 60 días, pero en 2018, ante la necesidad de favorecer también el aprovechamiento de los bienes culturales, la Agencia de Cultura revisó los criterios de exhibición. Tras la revisión, se permite que los cuadros al óleo y todos los objetos de piedra o metal sean exhibidos hasta 150 días al año.

La denominación “tesoro nacional” se ha convertido en una marca de valor reconocido a la hora de revitalizar las regiones y darlas a conocer en el extranjero.

Los organizadores de la exposición de tesoros nacionales celebrada en 2022 en el Museo Nacional de Tokio respondieron con inusitada flexibilidad a las numerosas peticiones de entradas alargando una semana el periodo de exhibición, un hecho que muestra a las claras cómo la política cultural está virando de la conservación al aprovechamiento.

En 2021 se siguió también con gran interés la designación como nuevos tesoros nacionales de la serie de pinturas colgantes de tema animal y vegetal Dōshoku Sai-e, de Itō Jakuchū, y del biombo ilustrado Karajishi-zu (“Leones chinos”), de Kanō Eitoku, pertenecientes ambos al Museo de las Colecciones Imperiales Sannomaru Shōzōkan, de la Agencia de la Casa Imperial, entre otras piezas. Hasta ahora, las piezas que formaban parte de las colecciones de dicha agencia, pese a ser tesoros de indudable valor, no podían ser designadas tesoro nacional por entenderse que, siendo preservadas con gran esmero, no corrían ningún peligro y que, por tanto, no necesitaban nuevas medidas de protección. Que, aun así, hayan sido objeto de designación muestra a las claras el viraje hacia una política nacional de priorización de la industria turística.

Biwa (laúd oriental) de palisandro con incrustaciones de nácar de la colección de la Casa del Tesoro Shōsōin. (Archivos / Jiji Press)
Biwa (laúd oriental) de palisandro con incrustaciones de nácar de la colección de la Casa del Tesoro Shōsōin. (Archivos / Jiji Press)

No está claro, de todos modos, por qué la denominación se ha extendido a piezas del Sannomaru Shōzōkan, pero no a las del Shōsōin (Casa del Tesoro del templo Tōdaiji), también gestionado por la Agencia de la Casa Imperial. Entre estas últimas figuran, por ejemplo, un aguamanil lacado de estilo persa y un biwa (laúd oriental) de palisandro con incrustaciones de nácar que son muy conocidos porque sus ilustraciones aparecen en los muchos libros escolares de historia. Nadie se permitiría dudar de que estas piezas son “tesoros únicos de los japoneses con un especial valor desde el punto de vista de la cultura mundial”. Todo indica que, por ciertas circunstancias entre las que figuran las complicadas coordinaciones que deberían hacerse entre la Agencia de la Casa Imperial y la Agencia de Cultura, todavía es pronto para que las cerca de 9.000 piezas contenidas, según se dice, en el Shōsōin puedan acceder a esa designación.

Una estrategia de defensa cultural heredada del Gobierno Meiji

Veamos ahora qué trayectoria histórica han seguido las medidas de protección del patrimonio cultural de Japón.

La denominación “tesoro nacional” comenzó a usarse a finales del siglo XIX, una veintena de años después de la Restauración Meiji. En enero de 1889, Kuki Ryūichi, a la sazón presidente de una comisión extraordinaria creada para investigar el patrimonio histórico nacional y posteriormente primer director del Museo Imperial, expresaba la necesidad de estudiar el patrimonio a la luz de las referencias históricas y de los estándares de belleza, preservar los “tesoros nacionales” y promover el cultivo de las artes (Kuki-kun enzetsu no ōmune, “Compendio de los discursos del parlamentario Kuki”). Kuki y su brazo derecho, Okakura Tenshin, quien hizo una gran contribución a la gestión pública del patrimonio cultural, conocían de primera mano los graves daños por la destructiva política antibudista llevada al cabo durante algunos años por el nuevo Gobierno Meiji, que implicó la destrucción, dispersión y salida al extranjero de numerosos objetos de arte. Esto motivó una profunda reflexión, en la que se enmarca este intento de crear un sistema de protección del patrimonio cultural acorde con los ideales de un Estado moderno.

Gracias al entusiasmo y a las gestiones de este grupo se promulgó en 1897 una primera Ley de Conservación de Santuarios y Templos Históricos, con base en la cual se comenzó a designar “tesoro nacional” aquellos edificios de especial significación histórica o más representativos de una determinada disciplina artística. Fue también el precedente de la Ley de Conservación de Tesoros Nacionales de 1929 y de la Ley de Protección del Patrimonio Cultural promulgada poco después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hay que llamar la atención aquí sobre un punto de vital importancia. Es prácticamente imposible encontrar en la gestión administrativa del Estado japonés moderno una sola actuación que no cuente con un precedente en alguno de los países occidentales. Sin embargo, la protección del patrimonio cultural en Japón se caracteriza por ser resultado de una larga serie de estudios propios y de tentativas experimentales, algo de honda significación, pues quiere decir Japón fue capaz de sentar por sí mismo los cimientos de su estrategia cultural como país.

Hay un aspecto que se aprecia ya en los discursos de Kuki y es la acuciante necesidad de diseñar una estrategia de defensa cultural en una época en la que había que sobrevivir en un entorno internacional de fiera competencia. Japón, que se había quedado rezagado respecto a las potencias occidentales tanto en el campo de la política exterior como en el del desarrollo económico, trataba de poner coto a la salida irregular del patrimonio cultural y fomentar la exportación en términos justos de objetos culturales, en especial de los artísticos y artesanales, atribuyendo a esta actividad un importante papel en las políticas de fortalecimiento el país.

En cuanto a la consolidación del término kokuhō (“tesoro nacional”), que finalmente se prefirió a otros como koki-kyūbutsu (“antigüedades”) o hōmotsu (“tesoros”), coincide en el tiempo con la consolidación del Estado-nación, entre la segunda mitad de la década de 1880 y los primeros años de la siguiente. Propiedades que hasta el periodo histórico previo se habían considerado simplemente de un templo o de una familia, ahora, sin alteración de su titularidad, se convertían en tesoros nacionales y esta era una manera de mostrar al pueblo la solidez de la gestión cultural estatal y de dar presencia al Estado moderno. Que en aquel momento los objetos de las colecciones de la Casa Imperial quedasen excluidos de la designación puede entenderse como algo natural si se contempla desde el punto de vista de las ideas políticas de la época, que concedían al Emperador una posición central en la estructura del nuevo Estado. Y que en la posguerra, bajo la nueva ley de Protección del Patrimonio Cultural, se mantuviera sin cambios la exclusión de forma “consuetudinaria” puede entenderse como un reflejo de la forma en que el sistema imperial se reeditó bajo la nueva constitución otorgando al Emperador una función simbólica.

Los grabados ukiyoe y el arte moderno, las otras dos exclusiones

A fecha de marzo de 2023, de los 13.377 objetos designados bienes culturales de relevancia, 1.132 son también reconocidos como tesoros nacionales.

¿Es la cifra alta o baja? Si pensamos en todos los “tesoros únicos de los japoneses con un especial valor desde el punto de vista de la cultura mundial” que guardan, por ejemplo, el citado Shōsōin (Casa del Tesoro del templo Tōdaiji), y que en buena lógica deberían ser también declarados tesoros nacionales, es una cifra muy pequeña. Pero, por otra parte, queda la incertidumbre de no saber si, con los actuales recursos humanos y económicos de que dispone el Estado, será posible en el futuro ocuparse y responsabilizarse de darles una gestión adecuada, reparándolos en caso de necesidad.

Por cierto, hay que decir también que no hay ni un solo tesoro nacional entre las obras japonesas de arte moderno, mi especialidad. La pieza pictórica de factura más reciente que ha sido declarada tesoro nacional es el retrato de Takami Senseki hecho por Watanabe Kazan en 1837. La decisión es de 1951, siendo el tercer objeto en acceder a la calificación. Es, pues, una de las primeras piezas en acceder a la calificación bajo la Ley de Protección del Patrimonio Cultural, calificación que heredó de la antigua legislación. Pero no todas las piezas reconocidas como tesoros nacionales por la antigua ley siguieron siéndolo con la nueva. Casi la totalidad de las 5.800 piezas que obtenían esa calificación con la primera, pasaron a ser bienes culturales de relevancia con la segunda. Solo aquellas que, como se ha dicho, tienen un especial valor desde el punto de vista de la cultura mundial continúan siendo tesoros nacionales. Y muchos de los antiguos tesoros nacionales que pasaron a ser luego bienes culturales de relevancia recibieron nuevamente la calificación máxima.

En el periodo en el que se establecieron las antiguas leyes relacionadas con los tesoros nacionales, entre finales del siglo XIX y la década de 1930, existía un cierto consenso en la valoración de las piezas facturadas hasta mediados del siglo XIX. Las posteriores se consideraban “contemporáneas” y quedaba por tanto excluidas. Los grabados polícromos ukiyoe (“imágenes del mundo flotante”) de autores como Katsushika Hokusai o Utagawa Hiroshige, contemporáneos de Watanabe Kazan, influyeron grandemente sobre los pintores europeos del impresionismo y eran muy valorados en el extranjero, pero no fueron demasiado apreciados por el establishment del Japón moderno y ninguno de ellos fue declarado tesoro nacional.

Cuando se puso en marcha la nueva ley, desde de la guerra, habían pasado ya 80 años desde la Restauración Meiji. Durante ese lapso, muchas cosas habían cambiado y, desde esa nueva perspectiva, muchas obras de arte de la era Meiji (1868-1912) fueron declaradas bienes culturales de relevancia. Tal es el caso de pinturas como Hibo Kannon (“Kannon, madre misericordiosa”) de Kanō Hōgai, Hakuun kōju-zu (“Blancas nubes, hojas otoñales”) de Hashimoto Gahō, u Oiran (“Belleza” o “Cortesana”) o Sake (“Salmón”), de Takahashi Yūichi.

En 2023 se celebró la exposición “Secretos de los Bienes Culturales de Relevancia” en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio, en la que se exhibieron 51 de las 61 piezas de arte moderno que han accedido a dicha designación, 17 de ellas pertenecientes a la colección del museo. Fue una muestra muy interesante, pues invitaba a pensar cuál de ellas sería la primera en ser ascendida a la categoría de tesoro nacional. Hemos dicho que entre los tesoros por ahora no hay ninguna obra de arte moderno, pero hay una excepción: la Casa de Invitados del Estado, dentro del recinto del Palacio de Akasaka (Tokio), un edificio construido en 1909.

El futuro de los tesoros nacionales

Hemos visto algunos aspectos del sistema por el que se rige la designación de tesoro nacional, así como su historia. Pero, sobre las obras de arte, no me parecería deseable que se extendiera la idea de que el hecho de que una pieza sea o no sea tesoro nacional puede ser el criterio último para establecer su valor. Que finalmente obtenga o no esa designación no ocupa lugar alguno en la mente del creador y, por otra parte, saber que está ante un tesoro nacional se convierte en una idea preconcebida que condiciona fuertemente la mente del observador.

Por poner un ejemplo, la excelencia de la serie de pinturas animales y vegetales de Itō Jakuchū no reside en el hecho de que sea un tesoro nacional. Jakuchū, que era un mayorista de verduras de Kioto que se hizo monje budista, fue pintando las 30 obras de la serie a lo largo de 10 años y donándolas al templo Shōkokuji en sufragio del alma de su padre. Se piensa que, para Jakuchū, el ejercicio de la pintura era una forma de oración.

Como tesoros del templo, estas pinturas fueron ornamento de su espacio ceremonial durante muchos años hasta que, en 1889, fueron obsequiadas a la Casa Imperial en un intento por salvar el templo de la ola antibudista desatada por el Gobierno Meiji. Los 10.000 yenes que obtuvo restauraron las finanzas del templo. Desde entonces las pinturas pasaron a formar parte de las colecciones imperiales, siendo exhibidas también en los museos. El escritor Natsume Sōseki visitó una de esas exposiciones y dejó testimonio de la profunda impresión que le causaron las pinturas.

Pero la fama de Jakuchū solo ha llegado al gran público durante los últimos 20 años y en ello no hay que olvidar el importante papel realizado por el Museo de las Colecciones Imperiales Sannomaru Shōzōkan, que además de conservarlas correctamente ha hecho posibles sucesivas exposiciones. Gracia a esta labor, el valor de estas obras ha podido ser compartido por un gran número de personas.

Exposición de las 30 obras de la serie Dōshoku Sai-e de Itō Jakuchū en la Galería Nacional de Arte de Washington, primera muestra de este pintor en el extranjero. Fotografía tomada el 26 de marzo de 2012. (AFP / Jiji Press)
Exposición de las 30 obras de la serie Dōshoku Sai-e de Itō Jakuchū en la Galería Nacional de Arte de Washington, primera muestra de este pintor en el extranjero. Fotografía tomada el 26 de marzo de 2012. (AFP / Jiji Press)

Si nos ponemos a pensar, es muy dudoso que la consideración de ser “tesoro único de los japoneses” pueda emanar solo y exclusivamente de una disposición legal. Sobre el Estado pesa, en todo caso, la responsabilidad de seguir velando por la integridad del patrimonio cultural garantizando unas condiciones mínimas, y esto afecta tanto a los tesoros nacionales como a las piezas que no lo son. Los ciudadanos, por nuestra parte, no podemos caer en el conformismo de aceptar pasivamente una calificación impuesta. Dentro de una escala de valores cada vez más diversificada, debemos descubrir nuestros propios “tesoros nacionales” y preservarlos. La época en que vivimos exige de nosotros ese “nivel cultural”.

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Los Emperadores de Japón junto a su hija, la princesa Aiko, contemplan la exposición especial de tesoros nacionales con la que el Museo Nacional de Tokio celebró sus 150 años de existencia. Fotografía tomada el 24 de noviembre de 2022. Jiji Press)

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