La inefectividad de una política demográfica sin perspectiva de género

Sociedad Familia

En su lucha contra el declive del número de nacimientos, el gabinete de Kishida Fumio enarbola una “política contra la baja natalidad de otra dimensión”. Los sucesivos Gobiernos han tratado sin éxito de poner coto a la baja natalidad. Meguro Yoriko, una de las pioneras de los estudios de género en Japón, señala que no será posible frenar la baja natalidad si no cambian las “estructuras sociales que imponen funciones fijas según el sexo”.

Meguro Yoriko MEGURO Yoriko

Profesora honoraria de la Universidad Sophia, lidera la organización no gubernamental Gender Action Platform (GAP). Nacida en 1938, completó un doctorado en sociología en la Universidad Case Western Reserve (EE. UU.). En 1974 introdujo por primera vez en Japón la enseñanza de la sociología de la mujer (Universidad Sophia). Ha sido presidenta de la Sociedad de Estudios de Sociología Familiar de Japón, ha representado al Gobierno de Japón en la Asamblea General y en la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas. Fundó GAP en 2011. Entre sus obras destacan, como coautora y coeditora, Shōshika no jendā bunseki (Análisis de género de la baja natalidad; Keisō Shobō, 2004) y, como coautora, Yuragu dansei no jendā ishiki: shigoto, kazoku, kaigo (La conciencia de género de los hombres se desmorona: trabajo, familia y cuidados; Shin’yōsha, 2012).

El shock del 1,57

En Japón la baja natalidad comenzó a verse como un grave problema en 1990, con el llamado “Shock del 1,57”, cifra correspondiente al índice sintético de fecundidad (total fertility rate, en inglés) del año anterior, que marcó el mínimo después de la guerra. Hasta ese momento, el punto más bajo (1,58) se había alcanzado en 1966, cuando muchos matrimonios japoneses decidieron evitar el año del “caballo de fuego” en su planificación familiar debido a la supersticiosa creencia de que las mujeres nacidas en dicho año, que ocurre cada seis décadas, tienen un carácter intratable. Que aquel récord se batiera contribuyó a despertar la conciencia de crisis sobre este fenómeno.

Desde el Plan Ángel de 1994, el Gobierno ha hecho esfuerzos para mejorar el entorno de las familias con niños, promoviendo la apertura de guarderías y por otros medios. Ante la disminución que había empezado a experimentar la población del país, el gabinete formado por Abe Shinzō en 2012 tomó diversas medidas, como la construcción de nuevas guarderías y la gratuidad de los niveles preescolares, con el objetivo de que 50 años después Japón pudiera mantenerse por encima de los 100 millones de habitantes. Pero, según el Instituto Nacional de Investigaciones sobre Población y Seguridad Social, la población caerá por debajo de esa cifra en 2056 debido al imparable descenso de la tasa de natalidad en una situación en la que se generaliza el matrimonio tardío y en la que cada vez son más quienes no desean casarse todavía o no tienen perspectiva de hacerlo nunca.

Resistencia al matrimonio y al parto dentro de los esquemas tradicionales

Meguro Yoriko se adelantó a otros expertos señalando el hecho de que bajo el fenómeno de la baja natalidad subyacen los deseos de evitar en lo posible tanto el matrimonio como el parto.

“En 2004 publiqué Análisis de género de la baja natalidad, un estudio en el que analizo este fenómeno social desde la perspectiva del género. En aquellos años, había una marcada tendencia a abordar los problemas demográficos a partir de los grandes datos, contemplándolos como problemas económicos o de fuerza laboral. Pese a que el parto es un problema de autodeterminación de la mujer, en aquellos análisis no se hablaba para nada de las cuestiones de género. Si no se profundiza en los cambios que está experimentando la mujer en su conciencia y en su comportamiento, no se alcanza a ver las causas del problema de la baja natalidad”.

El equipo de investigación comandado por Meguro sumó a los datos estadísticos análisis extraídos de entrevistas a personas solteras y universitarios. Este nuevo enfoque reveló que la conciencia de género (entendida como la conciencia establecida, creada social y culturalmente acerca de las funciones o roles de los sexos) había tenido una evolución mucho más rápida entre las mujeres jóvenes que entre las de más edad o los hombres a partir de la década de 1980. Se puso de manifiesto también que la sensación de obturación o “agobio vital” que tenían muchas mujeres dentro del andamiaje social de género, que hacía del hombre el sostén económico del hogar reservando a la mujer el papel de ama de casa, estaba derivando en una tendencia a evitar el matrimonio como meta natural asumida acríticamente, o el parto como deber.

Una “familia moderna” que gira alrededor de los intereses de las empresas

La bajada en el índice de natalidad ha sido, señala Meguro, consecuencia de los esfuerzos realizados en las políticas gubernamentales que, por otra parte, eran inseparables de las medidas de reconstrucción de la posguerra.

Tras la derrota, llegó el primer baby boom (1947-1949). Para controlar el crecimiento demográfico, el Gobierno promovió el uso de preservativos. Además, se utilizó el paraguas de la Ley de Protección Eugenésica para legalizar de hecho la interrupción artificial del embarazo como recurso en el caso de que las medidas profilácticas fallasen.

“Enel comienzo de la posguerra se llevó adelante una industrialización basada sobre todo en la industria pesada. En el sector manufacturero, muchas empresas mantenían las fábricas funcionando las 24 horas del día y para ello se dividía la plantilla en tres turnos, ofreciendo viviendas cerca de las fábricas para facilitar el desplazamiento de los empleados. En este esquema, a las esposas correspondía concentrarse en la creación de un entorno hogareño que favoreciera el trabajo del marido. Para que la calidad de vida en el hogar no se viera demasiado afectada, se entendía que resultaría positivo reducir el número de hijos. Así es como el funcionamiento de la familia pasó a depender de los intereses de la empresa”.

Esta política familiar de las empresas, orientada a elevar la eficiencia productiva de los trabajadores, coincidía con las políticas estatales para conseguir un mayor crecimiento económico. Hasta mediados de los años 70, se fija la imagen de la familia moderna, que, de acuerdo a la lógica empresarial, estaba formada por un esposo que trabajaba, una esposa dedicada al hogar y dos hijos por término medio.

La presión externa como motor del cambio de mentalidad

En esa década, comenzó a aceptarse el trabajo de la mujer casada como una forma de complementar los ingresos familiares. La mujer se convertía, típicamente, en una trabajadora a tiempo parcial no cualificada y con bajo salario.

“El hombre salvaba su autoestima pensando que si su esposa trabajaba fuera de casa, no lo hacía para ganarse la vida, sino para poder tener un pequeño ingreso extra. Y la idea de no querer trabajar hasta el punto de descuidar el hogar era también parte de la mentalidad femenina de la época. Además, el trabajo a tiempo parcial de las mujeres casadas era una válvula reguladora muy útil para las empresas”.

A partir de la segunda mitad de los años 70, en consonancia con el movimiento para elevar el estatus social de la mujer que se desarrolló en todo el mundo alrededor de las Naciones Unidas, el Gobierno de Japón tomó también algunas medidas en el campo de la mujer, como la promulgación de la Ley de Igualdad de Oportunidades de los Sexos ante el trabajo. Sin embargo, en los años 80 la tendencia fue a dar facilidades para que fueran las amas de casa quienes se encargasen de la crianza de los niños y del cuidado de mayores y enfermos, para lo que se reformaron el sistema impositivo y el de pensiones. Fue esta una política a contracorriente de lo que estaba ocurriendo en la comunidad internacional, donde se había llegado a un consenso en el rechazo al reparto de funciones tradicional entre los sexos.

“En los años 60, en Estados Unidos hubo grandes convulsiones sociales, como el movimiento por los derechos cívicos, y emergió con fuerza también el feminismo. El movimiento en pro de la igualdad de género, surgido en Estados Unidos, se fue extendiendo entre los jóvenes europeos. En Japón no llegó a extenderse el feminismo más radical, pero los movimientos internacionales para elevar el estatus social de la mujer y empoderarla se convirtieron en un factor de ‘presión externa’ que favoreció un cambio de mentalidad en las japonesas. En los años 80 aumentó el número de mujeres que no comulgaban con la idea de que el hombre debía dedicarse al trabajo y la mujer al hogar. Fue en esta década cuando se hizo patente el cambio de mentalidad acerca del género entre las mujeres”.

La Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994, dio ocasión a un cambio de perspectiva en la forma de abordar los problemas demográficos, que comenzaron a ser vistos desde el punto de vista del género. Se llegó a un acuerdo sobre los derechos reproductivos y sexuales, incluyendo el derecho básico de las parejas e individuos a decidir libremente el número de hijos, el espaciamiento entre los nacimientos y otros aspectos de la vida reproductiva. Estas ideas se reflejaron también en el plan de acción adoptado por la IV Conferencia sobre la Mujer celebrada en 1995 en Pekín y en Japón fueron calando también progresivamente entre las mujeres.

“A partir de aquel shock del 1,57, algunos políticos y hombres de círculos financieros japoneses comenzaron a achacar la bajada de la natalidad a fenómenos como el cada vez más alto nivel de estudios que alcanzaban las mujeres o su progresiva incorporación al mundo del trabajo. Estas declaraciones empezaron a encontrar firme oposición de parte de las mujeres, que por primera vez dejaban en claro públicamente que querían ser ellas mismas quienes decidieran si tener hijos o no tenerlos, y que no estaban dispuestas a dejar esa decisión en manos de Gobiernos controlados por los hombres”.

Falta de sintonía entre hombres y mujeres en cuestiones de género

Otro factor que se halla tras esta evolución en la mentalidad de las mujeres es el cambio en el diseño del plan de vida que ha venido causado por dos fenómenos: la mayor longevidad que se alcanza y el menor número de hijos por mujer. Ahora quedan muchos años de vida por delante después de haber concluido el periodo de crianza de los hijos y esta nueva perspectiva ha tenido una gran influencia a la hora de tomar decisiones sobre los acontecimientos más importantes de la primera mitad de la vida, incluido el matrimonio, y sobre el momento en que se desea afrontarlos. La visión tradicional que incluía matrimonio y maternidad en un mismo paquete ya no está vigente y aquella pregonada “familia moderna” de los años 70 empieza a tambalearse.

“En los 80, la mujer comenzó a sentirse incómoda, mucho antes que el hombre, con ese plan de vida que la llevaba del matrimonio a la maternidad, de esta a la crianza y después al cuidado de los mayores. Ahora hay perspectivas de vivir más de 80 años, quizás hasta los 100, y la segunda mitad de la etapa adulta es mucho más larga que antes. Por esta razón la mujer quiere poder elegir entre diferentes opciones para alcanzar su realización personal”.

Aunque la conciencia de la mujer había empezado a cambiar, el hombre seguía diseñándose un plan de vida anclado en los moldes de la obsoleta “familia moderna”. Meguro señala que no es que las mujeres ya no se muestren tan dispuestas a casarse porque ahora sean más independientes socialmente, sino que, a la hora de elegir pareja, la falta de sintonía entre hombre y mujer que sienten estas en cuestiones de género está retrasando la edad del matrimonio y limitando el número de hijos.

Las ayudas a la crianza no solucionarán el problema

¿Por qué no han dado fruto las políticas demográficas empleadas hasta ahora?

“El Gobierno ha partido del supuesto de que el descenso del índice de natalidad se debe al costo económico del parto y la crianza, y ha pensado que el problema podía resolverse haciendo mejoras en el entorno de la crianza y favoreciendo de diversas formas a las familias con hijos. Las ayudas para que los niños crezcan sanos y felices son muy importantes, pero no van a traducirse automáticamente en un aumento de la natalidad. Hay que partir de que casarse y dar a luz son decisiones muy personales. Los políticos deberían interesarse por las necesidades individuales de la gente y ofrecer lo necesario para paliar las carencias”.

“Por otra parte, hay que decir que la principal razón de que no haya sido posible frenar el descenso de la natalidad es que no ha habido grandes cambios en las estructuras industriales y el patriarcado sigue imperando entre los hombres que forman los directorios de las empresas. En los lugares de trabajo hay que remediar la brecha de género y crear mecanismos para responder adecuadamente a las necesidades de quienes desean casarse y tener hijos”.

Desde la entrada del nuevo siglo, el deterioro de la economía ha dejado a cada vez más hombres fuera de las plantillas laborales (con contratos temporales o a tiempo parcial). Ahora que la mujer ha ganado independencia y tiene sus propios ingresos, la familia con dos fuentes de ingresos sería una opción, pero hay muchos hombres que siguen atados a los viejos esquemas mentales de reparto de las funciones y, como ya no se sienten capaces de cargar con todo, ante la precariedad laboral, borran de sus planes el matrimonio.

Paralelamente, “con la mayor esperanza de vida, se aprecia entre las mujeres una tendencia a buscar pareja entre personas que tengan la solidez económica necesaria para afrontar con seguridad una vejez larga”. Pese a los cambios habidos en el entorno social y económico, ni los hombres ni las mujeres han sabido desprenderse totalmente de las ideas tradicionales sobre división de funciones por sexos, comenta Meguro.

Ese esquema obsoleto de la “familia moderna” sigue teniendo reflejo en muchos sistemas sociales y en la mentalidad sobre los temas de género. En ese sentido, las cosas no han cambiado demasiado desde que Meguro y su equipo publicaron, hace ahora cerca de 20 años, el libro Shōshika no jendā bunseki (“Análisis de género de la baja natalidad”). Para frenar el descenso de la natalidad es imprescindible cambiar las estructuras sociales basadas en el reparto de funciones por sexos, pero también es necesario un acercamiento flexible al problema de la maternidad, añade.

“En tanto se siga dando por sentado que los hijos se tienen dentro del matrimonio, el descenso de nacimientos va a continuar sin freno. Y es que cada vez se casa menos gente. Si, aun habiendo encontrado un buen candidato, se vacila a la hora de dar el paso del matrimonio, lo mejor sería hacer como en los países escandinavos, donde es muy común vivir juntos durante varios años para cerciorarse de que es la decisión correcta”.

“La gente sigue funcionando con esquemas fijos en cuanto al matrimonio legal y al orden en que deben darse matrimonio, alumbramiento y otros acontecimientos importantes de la vida. Mi mensaje sería que no se puede vivir constreñido a esos esquemas tan rígidos. Pero si hay consenso en dar paso a una sociedad que trate por igual a todos los niños, independientemente de si sus padres están casados oficialmente o no lo están, y sin pensar en los vínculos de sangre entre padres e hijos, y en criar a todos esos niños aceptando una diversidad de esquemas familiares, podremos empezar a ver la luz al otro extremo del túnel que atraviesa la natalidad”.

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Participantes en la “Marcha de las Mujeres” protestan contra la discriminación y la violencia sexual. La marcha fue uno de los actos organizados en Japón con ocasión del Día Internacional de la Mujer. Fotografía tomada en Tokio el 8 de marzo de 2023. AFP / Jiji Press)

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