Significativo consenso de los líderes del G7 en Hiroshima

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En una situación en la que no parece vislumbrarse un fin a la guerra de Ucrania, la cumbre del G7 celebrada en mayo en Hiroshima sirvió para escenificar la unidad de los países representados en el sostenimiento de los cimientos del orden internacional. Este artículo recalca la importancia histórica de la reunión.

La cumbre del Grupo de los Siete (G7) celebrada en Hiroshima en mayo de 2023 será recordada como una de las reuniones más importantes sostenidas por el foro en su ya medio siglo de historia.

Japón, importante socio en la reconstrucción del orden económico

El foro inició su andadura en la primera mitad de la década de 1970, cuando los principales países de Occidente se enfrentaban a la crisis económica más grande experimentada después de la Segunda Guerra Mundial y buscaban el modo de que sus líderes pudieran dar forma a una voluntad política del más alto nivel en reuniones en las que la burocracia no supusiera un obstáculo o limitación.

Bajo la iniciativa subyacía la conciencia de que el orden económico que sostenía el mundo occidental desde el fin de la guerra había entrado en crisis arrollado por el unilateralismo norteamericano, que había causado el colapso del sistema monetario internacional vigente hasta entonces, y con la fuerte elevación de los precios del petróleo.

Era también la época en que los países del entonces llamado “Tercer Mundo”, con su compleja red de intereses, comenzaban a defender con fuerza sus posturas inspirados por los países árabes productores de petróleo, que de forma muy eficaz estaban utilizando este recurso como arma en su política exterior a raíz del conflicto árabe-israelí.

A este marco que básicamente se constituía bajo liderazgo occidental vino a sumarse Japón en la I Cumbre del G6, celebrada en 1975 en Rambouillet (Francia). Se entendía que la presencia de Japón, que para entonces era ya la segunda mayor economía del mundo y un gran importador de petróleo, era imprescindible para conseguir la reconstrucción del orden económico a la que aspiraba Occidente.

Para Japón, que ni era miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ni estaba incluido en ninguna organización plurinacional de defensa como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), participar en este marco que permitía mantener reuniones periódicas con los principales líderes europeos era una preciosa oportunidad para desplegar su política exterior. Estas cumbres, que no se basaban en los términos de ningún tratado ni exigían un secretariado permanente, no estaban pensadas para ser sostenidas regularmente, pero se vienen celebrando cada año desde hace medio siglo y son ya, por excelencia, el lugar en el que los siempre atareados jefes de Estado o Gobierno se reúnen y hablan.

Un modelo obsoleto, según los críticos

Las cumbres se han ido institucionalizando con el tiempo, y su agenda es cada vez más amplia. Ahora todo se prepara minuciosamente a nivel ministerial, incluido el comunicado conjunto, ya antes de que los líderes den inicio a las reuniones. El de aquella primera cumbre de Rambouillet solo constaba de 12 párrafos. Ahora los comunicados son mucho más largos y complejos. El último de Hiroshima tenía, por ejemplo, 66 párrafos y entre los temas tratados estaban Ucrania, los problemas de la energía, el reforzamiento de la cadena de suministro, las pandemias y vacunaciones o la inteligencia artificial.

Paralelamente a las reuniones entre jefes de Estado o de Gobierno, desde 1998 se reúnen también los ministros de Asuntos Exteriores y de Finanzas, a los que se suman en ocasiones otros titulares de las carteras responsables de temas como la agricultura, los seguros, la educación o el tráfico de vehículos, todos los cuales emiten documentos con los acuerdos tomados. Como, además, se suele invitar a representantes de países no miembros del G7, las cumbres movilizan a una gran cantidad de informadores procedentes de todo el mundo.

En los últimos tiempos se oyen críticas de quienes piensan que, más que un foro en el que los mandatarios puedan hablar directamente sobre temas de alta política, la cumbre del G7 es hoy en día la culminación de un gigantesco proceso burocrático que, pese a desarrollarse a lo largo de todo un año, resulta finalmente muy pobre en contenido sustancial.

Hay otros asuntos que complican la existencia del G7. El peso relativo de la suma de las economías de los países miembros respecto al volumen total de la economía mundial se ha reducido. Por otra parte, concluida la Guerra Fría, existía la esperanza de que países como China o Rusia dejasen de ser enemigos estratégicos y se convirtieran en socios con quienes cooperar dentro de sistemas e instituciones comunes. De hecho, después de ese periodo histórico hubo una época en la que, con la inclusión de Rusia, el Grupo de los Siete pasó a ser Grupo de los Ocho. Incluso una de las cumbres llegó a celebrarse en San Petersburgo, bajo la presidencia del presidente ruso Vladímir Putin. Finalmente, se sostiene también con creciente insistencia que el esquema del G7 ha quedado obsoleto a la hora de hacer frente a retos económicos de escala global como la crisis desatada en 2008 por la quiebra de la financiera Lehman Brothers, y que ha llegado la época del G20, un foro que incluye a China, Rusia y otros muchos países.

El sostenimiento del orden internacional, punto de acuerdo en Hiroshima

Sin embargo, en la reunión de Hiroshima las discusiones no se han centrado en qué respuesta dar a algún acuciante problema económico, ni en ningún otro tema de los que conciernen principalmente a los países occidentales. Lo más significativo de la cumbre ha sido que los líderes de los países miembros se han reunido directamente y se han comprometido a mantener la unidad en el tratamiento de los grandes retos globales, una unidad que había quedado dañada en Occidente en este siglo XXI, especialmente bajo el mandato del anterior presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Las vanas ilusiones que existían en torno al papel de Rusia se disiparon totalmente en 2022 con la invasión de Ucrania. Rusia obtiene ahora apoyo y una “amistad sin límites” de China, un país que lo supera ampliamente en poderío. China, que ha incumplido sus promesas de respetar el principio de “un país, dos sistemas” tras su anexión de Hong Kong, además de amenazar militarmente a Japón y a otros países circundantes, recurre a menudo a las presiones económicas. Si Rusia logra salirse con la suya en Ucrania, crecerá el peligro de que Taiwán se convierta en una segunda Ucrania. Y de ocurrir esto, las consecuencias serían muy graves tanto a nivel global como, por supuesto, para Japón.

Dicho de otro modo, cómo hacer frente a Rusia y cómo prepararse frente a China son dos tareas indisolublemente unidas. Es un paso adelante de gran significación que los líderes europeos, proclives a mirar a Asia Oriental como un lugar del que extraer beneficios y a mostrar poco interés y menos responsabilidad en sus problemas de seguridad, compartan ahora esta conciencia. Y también es un gran logro que, partiendo de esta conciencia, se haya entendido claramente el riesgo que implican las relaciones económicas con China y se haya acordado hacer causa común para reducir la dependencia con respecto a ese país en la cadena de suministro.

Es decir, lo que está en cuestión en la actual guerra de Ucrania es algo más que un problema de seguridad referido a este país y a Rusia, o circunscrito al ámbito de la seguridad europea. Es un problema de carácter mucho más global, pues está en juego si va a prevalecer o no el principio de que los cambios territoriales mediante la fuerza son inadmisibles, esencial para el sostenimiento del orden internacional. Los líderes del G7 invitaron a la sala de reuniones y compartieron mesa con Volodímir Zelenski, que acababa de llegar a Hiroshima en un viaje relámpago, e hicieron público directamente su apoyo al presidente ucraniano. Fue una manera de escenificar el compromiso de los mandatarios reunidos con el sostenimiento de un orden basado en el derecho internacional.

Rechazo a las amenazas rusas de usar armas nucleares

La elección de Hiroshima, víctima de la bomba atómica, para acoger la cumbre, ha tenido un significado más allá de lo puramente simbólico. En Japón siempre se han oído voces a favor de la erradicación de las armas nucleares y hay quien opina que esta última cumbre ha estado falta de resultados concretos y no ha respondido a las expectativas. Pero para erradicar las armas nucleares, primero hay que imponer el principio de su no utilización.

El gesto de la ofrenda floral conjunta hecho por los líderes ante el monumento a las víctimas de la bomba no se hizo solamente en memoria de las más de 100.000 personas que perecieron en agosto de 1945. Puede entenderse también como un mensaje político contra el uso real de estas armas, así como contra las amenazas de usarlas, especialmente cuando van dirigidas a países que no las tienen. Un mensaje que no solo va dirigido a Rusia, sino a Corea del Norte, que contra las resoluciones de la ONU continúa haciendo ensayos nucleares, así como a China, que está reforzando su capacidad bélica nuclear, y a todos los países poseedores de armas nucleares.

¿Sigue teniendo atractivo el orden internacional “liberal”?

Otro de los puntos de interés en esta cumbre era comprobar cómo los miembros del G7 conseguían implicar a los países emergentes y en desarrollo que vienen mostrando una actitud contemporizadora frente a China y Rusia. El primer ministro japonés, Kishida Fumio, invitó a la reunión a responsables de Australia y Corea del Sur, países del entorno geográfico con los que Japón mantiene una cuasi alianza, pero extendió la invitación también a Brasil, Comoras, Islas Cook, India, Indonesia y Vietnam, cumpliendo así una apretada agenda de reuniones bilaterales. Cabe señalar que la cumbre dio también ocasión a que el presidente indio Narendra Modi, que ha mantenido una relación relativamente buena con Rusia, se reuniera con el presidente Zelenski.

Es innegable que las iniciativas mostradas para implicar a los variados países del sur global, como las inversiones que se realizarán a través de la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Globales (PGII, por sus siglas en inglés), a las que se alude en el comunicado final, o la reforma de las instituciones financieras multilaterales (bancos de desarrollo, etcétera), carecen de concreción y resultan insuficientes. De todos modos, es evidente que a la hora de abordar temas como los derechos humanos, el medioambiente, la igualdad de género y otros valores promovidos por las sociedades occidentales se están dejando atrás las actitudes paternalistas o de superioridad y se muestra un mayor acercamiento hacia las necesidades de los países en desarrollo.

El G7 es un foro para la formación de la voluntad política y para corroborar y manifestar el compromiso de sus miembros, que deja en manos de cada país la ejecución de las acciones concretas. Pero para dar credibilidad a ese compromiso, disuadir a los enemigos, consolidar las alianzas e implicar a los países que no toman una actitud definida, el compromiso debe ir acompañado de la acción. Para que los compromisos adoptados tengan efectividad real, además de hacerse un reparto de las cargas y peligros de la disuasión, todos los países implicados deben hacer esfuerzos continuados para disminuir los riesgos que entraña la excesiva dependencia de ciertos países en las cadenas de suministros (de-risking), y evitar así ser seducido o chantajeado económicamente.

Y a fin de implicar a los países en desarrollo, ante todo es indispensable hacer un esfuerzo para que ese orden internacional liberal que defienden los países de G7 y ese sistema democrático liberal por el que se rigen resulte atractivo también para esos países.

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Fotografía tomada el 21 de mayo de 2023, En el Grand Prince Hotel de Hiroshima. De derecha a izquierda: la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el primer ministro británico, Rishi Sunak; el primer ministro canadiense, Justin Trudeau; el presidente francés, Emmanuel Macron; el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski; el primer ministro japonés, Kishida Fumio; el presidente norteamericano, Joe Biden; el canciller alemán, Olaf Scholz; el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y el embajador de Italia en Japón, Gianluigi Benedetti. Jiji Press)

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