Paseos por la historia de Japón

La revolución industrial del Japón Meiji

Historia

Con la Restauración Meiji, Japón inició una rápida modernización. En poco más de 20 años se dotó de ferrocarril, teléfono, correos y otras infraestructuras, y se capacitó para producir y exportar en grandes cantidades hilos de seda y algodón. Toda una revolución industrial.

Una política gubernamental de modernización del Estado

En 1871, cuarto año de la era Meiji, los líderes políticos Kido Takayoshi y Ōkubo Toshimichi dieron el osado paso de abolir los señoríos feudales y establecer un sistema de prefecturas o provincias, a sabiendas de que a consecuencia de ello su Gobierno podría derrumbarse. En aquella época, Japón era un país políticamente muy descentralizado, en el que cada uno de los 270 señoríos del país, regidos cada uno por un daimyō, tenía su propia fuerza militar. La medida significaba desmontar este régimen y venía a ser, en cierto sentido, un golpe de Estado. Kido y los suyos estaban determinados a hacer del Gobierno central la única instancia política y proceder rápidamente a establecer un Estado plenamente moderno.

El mayor temor de las autoridades gubernamentales era que Japón acabase convirtiéndose en una colonia más de alguna de las potencias occidentales. De hecho, India y el Sureste Asiático eran ya regiones colonizadas y China, derrotada en la Guerra del Opio, había perdido Hong Kong a manos del Reino Unido. En estas circunstancias, se consideró que para que un pequeño país como Japón pudiera conservar su independencia debía convertirse rápidamente en un Estado moderno y económicamente sólido para, con ese poderío y guiado por un firme Gobierno central, reforzarse militarmente y protegerse de cualquier posible agresión de parte de dichas potencias.

Por esa misma razón, apenas unos meses después del establecimiento de las nuevas prefecturas, el Gobierno envió a un buen número de sus altos cargos a Europa y Norteamérica para una larga temporada. Es la llamada Misión o Embajada Iwakura, comandada por Iwakura Tomomi. Se embarcaron en ella muchos jóvenes estudiantes, entre ellos Tsuda Umeko, entonces una niña de seis años. A su regreso a Japón, estos jóvenes hicieron una gran contribución a la modernización del país.

Teléfono, correos, ferrocarril: Japón se dota de infraestructuras

El nuevo Gobierno hizo también muchos esfuerzos para estimular la producción e impulsar la industria. Se trataban de implantar en el país un amplio abanico de industrias modernas para que Japón se convirtiera pronto en un Estado capitalista al estilo de los países occidentales.

Se procedió a abolir los peajes y aduanas entre los antiguos feudos, las casas de postas que sostenían el transporte tradicional y los kabu-nakama, asociaciones gremiales que ejercían monopolio sobre determinadas actividades. Es decir, que se suprimieron todos aquellos sistemas e instituciones de carácter feudal que podían suponer una rémora en la formación de un tejido industrial moderno.

Se dio también un gran impulso a las infraestructuras. En 1869 se estableció la primera línea telegráfica de Japón, que unió las ciudades de Tokio y Yokohama. Y apenas cinco años después, todo el país, desde Nagasaki en el sur, hasta Hokkaidō en el norte, estaba unido por este nuevo medio de comunicación. Poco después, Nagasaki y Shanghái quedaron igualmente unidos por un cable submarino. En 1871, un moderno sistema de correos vino a sustituir al tradicional de los hikyaku (literalmente, “pies voladores”, mensajeros de a pie que portaban cartas, dinero o pequeños paquetes) y se construyeron oficinas por todo el país. Los envíos se hacían con una tarifa única para todo el territorio y con el tiempo comenzaron también a venderse y usarse sellos y postales. En 1877, Japón quedó integrado en la Unión Postal Internacional. Fue precisamente en este año cuando se importó el primer teléfono.

En cuanto al ferrocarril, se estrenó en 1872 en el trayecto Tokio-Yokohama. El capital necesario para su construcción procedió de un empréstito del Reino Unido, las obras se hicieron bajo la dirección del ingeniero civil británico Edmund Morel y los trenes eran también de fabricación británica, lo que da una idea del alto grado de dependencia que tenía Japón con respecto a esta potencia. Al de Tokio-Yokohama siguieron los trayectos Kōbe-Osaka (1874) y Kioto-Osaka (1877). A mediados de la era Meiji el red ferroviaria fue extendiéndose a ritmo acelerado por todo el país. El Gobierno se esforzó también por reacondicionar las principales rutas terrestres del país para hacer posible un transporte de mercancías fluido.

Ceremonia de inauguración de la primera línea ferroviaria del país en Shiodome (Tokio), en 1872. Este ukiyoe expuesto en el Museo de Historia Local de Minato-ku (Tokio) representa el momento en que el tren que lleva al Emperador y su séquito regresa a la capital desde Yokohama.
Ceremonia de inauguración de la primera línea ferroviaria del país en Shiodome (Tokio), en 1872. Este ukiyoe expuesto en el Museo de Historia Local de Minato-ku (Tokio) representa el momento en que el tren que lleva al Emperador y su séquito regresa a la capital desde Yokohama.

Por lo que respecta al transporte marítimo, como expusimos en el anterior artículo de esta serie, el Gobierno dio un trato de favor a la empresa naval privada Mitsubishi a fin de que estuviera en condiciones de competir con las grandes empresas de vapores europeas y norteamericanas. De esta forma, concediendo privilegios a determinados grupos industriales e individuos con buenas conexiones, trató de impulsar la creación de industrias modernas. Los grupos Mitsui y Ono son otros dos ejemplos ilustrativos de estas prácticas gubernamentales.

Paralelamente, el Gobierno estableció también fábricas o plantas en otros muchos sectores, como el de la industria ligera o el agrícola, para que sirvieran de modelo a la empresa privada y esta pudiera desarrollarse. Ejemplos de la actuación gubernamental en el campo de la industria ligera son la vidriería Shinagawa, la fábrica de hilaturas Aichi, la cementera Fukagawa y la cervecera Sapporo. Entre todas ellas, quizás la más famosa sea el Taller de Hilado de Seda de Tomioka, en la prefectura de Gunma, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Establecido en 1872, alojó 300 máquinas de hilado francesas, las más avanzadas de su tiempo. Para poner en marcha el taller, se invitó al técnico francés Paul Brunat y a cuatro operarias de esa misma nacionalidad. Las japonesas que recibieron formación en hilado de seda en esta planta fueron destinadas después a otras plantas que se habían construido en otras regiones para formar técnicamente a las trabajadoras.

Jōshū Tomioka seishijō no zu, representación del Taller de Hilado de Seda de Tomioka (Colección Digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).
Jōshū Tomioka seishijō no zu, representación del Taller de Hilado de Seda de Tomioka (Colección Digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).

De la revolución industrial al Estado capitalista

Como dan a entender los ejemplos del ferrocarril o del taller de Tomioka, en la política de estímulo a la producción e impulso a la industria tuvieron un papel fundamental los especialistas extranjeros contratados por el Gobierno. Fue bajo el liderazgo de estos técnicos y académicos extranjeros como fue madurando la industria moderna japonesa. Se hicieron, en total, unas 3.000 contrataciones, alcanzándose el pico en 1876, cuando trabajaban en Japón más de 500 de ellos. Demostraron tener altísima capacidad profesional, pero solo fue posible atraerlos a Japón gracias a los elevados honorarios que se ofrecieron. Por poner un ejemplo, a Thomas William Kinder se le pagaban mensualmente 1.045 yenes, una suma superior a los 800 yenes asignados al dajō daijin, cargo gubernamental equivalente al de un primer ministro. Son datos que avalan el extraordinario entusiasmo con que el Gobierno de Japón asumió el reto de modernizar la industria del país.

Dentro de estos esfuerzos gubernamentales se encuadra la serie de exposiciones nacionales de fomento industrial organizadas por el Ministerio del Interior en diversos lugares de Japón. La primera tuvo lugar en 1877 en el parque de Ueno (Tokio). Fue seguida por otras cuatro, la última de ellas en 1903. Fueron eventos inspirados en las exposiciones universales de la época y partían de la idea de que actos de este tipo podrían resultar útiles para la modernización de la industria y el desarrollo del comercio. En la primera Exposición Nacional de Fomento Industrial se expusieron un total de 84.000 piezas de seis sectores de actividad, entre ellos la agricultura, la jardinería y la maquinaria. Esta primera edición tuvo un gran éxito de asistencia, pues durante los 102 días que permaneció abierta la exposición, fue visitada por cerca de 450.000 personas. Estos eventos contribuyeron notablemente a la modernización industrial del país.

Vista completa de la primera Exposición Nacional de Fomento Industrial (Colección digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).
Vista completa de la primera Exposición Nacional de Fomento Industrial (Colección digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).

Durante la primera mitad de la década de 1880, el ministro de Hacienda, Matsukata Masayoshi, llevó a cabo una política económica deflacionaria, fruto de la cual se produjo una caída en picado de los precios de los productos agrícolas que llevó a la quiebra a muchas explotaciones. Entre los propietarios agrícolas más pudientes, algunos se dedicaron a ir comprando a precio de saldo las tierras que los propietarios quebrados dejaban libres, para pasar a convertirse en parásitos o iniciar negocios de usura que les reportaron pingües beneficios. Estos potentados rurales y los comerciantes más exitosos de las áreas urbanas invirtieron buena parte de su dinero en la compra de acciones o en el establecimiento de nuevas empresas. Así, el mercado de acciones recibió un gran impulso y se crearon muchas nuevas sociedades. El mayor dinamismo en este aspecto se alcanzó durante el trienio 1886-1888.

Matsukata Masayoshi (Colección digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).
Matsukata Masayoshi (Colección digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).

El sector más activo fue la industria ligera, con la fabricación de seda y las hilaturas en general a la cabeza. Hilaturas de Osaka, una empresa privada, usó las más modernas spinning mules (“mulas de hilado”) de fabricación británica. La introducción del vapor como fuerza motriz en las máquinas de hilado dio un gran impulso a su producción. Trabajando las 24 horas del día, con dos turnos de operarias, consiguió una enorme producción diaria de hilo de algodón. La mano de obra, que soportaba jornadas laborales maratonianas a cambio de salarios de miseria, eran las esposas e hijas de las familias rurales desposeídas por la política deflacionaria de Matsukata. Fue así posible fabricar hilo de algodón a muy bajo precio. Atraídos por su éxito, muchos probaron suerte en el sector de la seda y las hilaturas. Japón llegó a ser así un gran productor y exportador de seda y algodón, dándose lugar a una verdadera revolución en la industria ligera. En poco más de dos decenios, Japón se convirtió en un Estado capitalista.

Una modernización posible gracias a una larga tradición industrial

Pero todo este repentino y exitoso “trasplante” tecnológico y esta rápida evolución hacia el capitalismo solo fue posible gracias a unas “condiciones del terreno” previas que estaban presentes ya en el periodo Edo (1603-1868).

En ese periodo histórico no solo eran escolarizados los hijos de los samuráis en las instituciones de cada feudo o señorío: el pueblo llano aprendía a leer y escribir en las terakoya. Esto hizo posible que floreciera una rica cultura editorial. La gente fue elevando su nivel cultural mediante una amplia gama de lecturas. La disciplina denominada wasan (versión tradicional japonesa de las matemáticas) alcanzó un nivel considerablemente alto, que nada tenía que envidiar a la de otros países. No sería exagerado decir incluso que los japoneses disfrutaban de la mejor educación primaria del mundo.

Este ukiyoe refleja el aspecto del interior de una terakoya o escuela tradicional para el pueblo llano (Sala Especial de la Biblioteca Central Metropolitana de Tokio).
Este ukiyoe refleja el aspecto del interior de una terakoya o escuela tradicional para el pueblo llano (Sala Especial de la Biblioteca Central Metropolitana de Tokio).

Con ocasión de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Estados Unidos y Japón (Tratado de Kanagawa) de 1854, el comodoro de la armada estadounidense Matthew C. Perry quiso impresionar a los japoneses mostrándoles la superioridad de la civilización occidental, para lo que obsequió a las autoridades con armas, aparatos de telegrafía y una pequeña locomotora de vapor, que funcionaba perfectamente y alcanzaba los 32 kilómetros por hora.

Pues bien, apenas un año después, el señorío de Saga había construido ya su propia locomotora. Se cree que modelos experimentales de la máquina de vapor habían sido creados ya previamente en el cercano feudo de Satsuma. Otro señorío, el de Iyo Uwajima, construyó muy pronto el primer barco de vapor. Varios señoríos, entre ellos es citado de Saga, construyeron también factorías de cañones, de las que nacieron imitaciones de los famosos Armstrong británicos.

Réplica de un cañón Armstrong (Museo Histórico del Castillo de Saga).
Réplica de un cañón Armstrong (Museo Histórico del Castillo de Saga).

Como indica todo lo expuesto, el Japón de los años finales del periodo Edo no era ni mucho menos un país atrasado, sino una sociedad perfectamente capacitada para asimilar y emular rápidamente la civilización y los avances técnicos de Occidente. Por lo visto, Perry y los suyos debieron de percatarse de ello, pues vaticinaron que, de abrirse a Occidente, Japón se convertiría sin duda en un formidable rival de Estados Unidos.

En cualquier caso, fue sin duda gracias al nivel alcanzado a finales del periodo Edo como fue posible que, pasados apenas 20 años desde la Restauración Meiji, Japón efectuase su revolución industrial, se reinventase como Estado capitalista, saliera victorioso de las guerras con la China Qin y con Rusia, y se convirtiera en una de las principales potencias del mundo.

Fotografía del encabezado: El ministro del Interior Ōkubo Toshimichi lee un documento ante el emperador Mutsuhito (Meiji) y la emperatriz (Colección digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta).

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