Paseos por la historia de Japón

Tokugawa Ieyasu: de las turbulencias de Sengoku a la estabilidad del periodo Edo

Historia

Con su victoria en la batalla de Sekigahara, Ieyasu logró ascender hasta la cúspide del poder político. Fundador de una nueva dinastía, sentó los cimientos del shogunato de Edo, que duró 260 años. Durante toda su carrera demostró una capacidad de maniobra y un olfato político fuera de lo normal.

De rehén a dueño y señor del país

Tokugawa Ieyasu era hijo de Matsudaira Hirotada, señor del castillo de Okazaki, en el feudo de Mikawa, pero a los seis años fue entregado como rehén al linaje de los Oda, en el feudo de Owari, de donde pasó, sin abandonar su condición, a manos de Imagawa Yoshimoto, señor de Suruga y Tōtōmi. Entretanto, su padre fue asesinado por uno de sus vasallos y sus tierras pasaron a pertenecer de hecho a los Imagawa, por lo que, cuando Ieyasu tuvo edad para luchar, lo hizo bajo la bandera de estos.

Okazaki, ciudad de la prefectura de Aichi ligada a la figura histórica de Ieyasu, pues fue allí donde nació. A la izquierda, el castillo de la ciudad; a la derecha, la estatua de bronce erigida en honor de Ieyasu en el parque de Okazaki. (Fotografías, cortesía del ayuntamiento.)
Okazaki, ciudad de la prefectura de Aichi ligada a la figura histórica de Ieyasu, pues fue allí donde nació. A la izquierda, el castillo de la ciudad; a la derecha, la estatua de bronce erigida en honor de Ieyasu en el parque de Okazaki. (Fotografías, cortesía del ayuntamiento.)

Sin embargo, con motivo de la muerte de Yoshimoto en la batalla de Okehazama (1560), Ieyasu se alió con Oda Nobunaga, de Owari, para independizarse de los Imagawa e, imponiendo su ley en su natal Mikawa, establecerse como uno de los grandes daimios del tumultuoso periodo Sengoku (de los Países Beligerantes o Países en Guerra). Pero el ascenso de Ieyasu no quedó ahí: primero, apoyándose en Takeda Shingen, aniquiló el linaje de los Imagawa y se adueñó de sus tierras; luego, se revolvió contra los Takeda y les arrebató el señorío de Suruga, y después de que Nobunaga pereciera en un complot en el templo de Honnōji, se hizo también con Kai y Shinano, solares ancestrales de los Takeda. Durante algún tiempo Ieyasu tuvo a Toyotomi Hideyoshi por enemigo pero, finalmente, se convirtió en su vasallo y en uno de los principales sostenes de su Gobierno. Cuando el linaje de los Hōjō, con base en Odawara, fue aniquilado en 1590, Ieyasu recibió la orden de dejar sus dominios y tomar nuevas tierras en la región de Kantō (actual Tokio y alrededores). Edo se convirtió así en su base estratégica.

Sin embargo, con la muerte de Hideyoshi, Ieyasu, que era el más pujante de los gotairō (cinco próceres o señores principales) comenzó a actuar despóticamente, estableciendo lazos matrimoniales con otros daimios sin contar con otras partes interesadas, y repartiendo prebendas e imponiendo castigos sin consultar a nadie. Su actuación no tardó en encontrar oposición. En el año 1600, Ishida Mitsunari, uno de los cinco delegados del Gobierno establecido por Hideyoshi, formó un gran ejército para derrocar a Ieyasu, convenciendo al prócer Mōri Terumoto para que liderase la revuelta.

Así fue como se produjo la histórica batalla de Sekigahara, en la que las fuerzas de Oeste, puestas en pie de guerra por Mitsunari, chocaron con las del Este, leales a Ieyasu. El combate se resolvió en apenas unas horas con la victoria de este último y la subsiguiente ejecución de Mitsunari en Kioto. Luego, los 93 daimios del Oeste, cuyos terrenos producían un total de 5,06 millones de koku (un koku equivalía entonces a 150 kilogramos de arroz), sufrieron la expropiación de gran parte de sus tierras, que pasaron a engrosar las posesiones de los tozama-daimyō (señores feudales que secundaron a Ieyasu inmediatamente después de la gran batalla). Pero estos beneficiados tuvieron que aceptar obedientemente los nuevos “destinos” que se les enconmendaban, muchos de ellos en lugares apartados y poco apetecibles, quedando todas las zonas urbanas y los principales nudos de comunicaciones en manos de los shinpan (feudos pertenecientes a las distintas ramas del linaje Tokugawa) y de los fudai-daimyō (señores feudales leales a Ieyasu desde antes de la contienda). Con esta provisión, Ieyasu se aseguraba de que eventuales levantamientos no pusiesen inmediatamente en riesgo Edo u Osaka.

Monumento conmemorativo de la batalla de Sekigahara (Pixta).
Monumento conmemorativo de la batalla de Sekigahara (Pixta).

El inicio del régimen hereditario

Dueño y señor del país, en 1603 Ieyasu consiguió que la Corte le nombrase seii-taishōgun (“generalísimo del ejército vencedor de los bárbaros”), título ostentado tradicionalmente por el shōgun, con lo que, ya de forma oficial, pudo establecer un nuevo bakufu (Gobierno shogunal) en Edo. Contando con sus tropas, las de las emparentadas y las del resto de sus aliados directos, Ieyasu estaba en condiciones de movilizar a 200.000 soldados, una capacidad que dio a su gobierno un carácter fuertemente militar.

No obstante, sobre la base de los usos y costumbres que se seguían en su casa desde sus tiempos del señorío de Mikawa, Ieyasu optó por repartir las funciones de gobierno entre órganos y personas de diverso origen, como los toshiyori (consejeros más allegados) encabezados por Honda Masanobu, el monje Konchiin Sūden, del templo zen de Nanzenji, o el pensador confuciano Hayashi Razan. La creación de un sistema de gobierno más elaborado y complejo correspondió a Iemitsu, tercer shōgun Tokugawa.

En 1603, Ieyasu encargó a los daimios una serie de proyectos de construcción de grandes proporciones que afectaron al castillo de Edo y a sus proximidades. Además de ganarle muchos terrenos al mar en la bahía de Hibiya, hizo construir a su alrededor los canales de Onagigawa y Dōsanbori para promover el transporte por vía acuática. También fomentó el transporte terrestre con las cinco grandes carreteras nacionales (gokaidō) que partían del puente de Nihonbashi, en el centro de Edo. Estas carreteras fueron equipadas con abundantes posadas y estaciones de postas. Gracias a estos esfuerzos, en los últimos años de Ieyasu Edo se convirtió en una gran urbe de más de 100.000 habitantes.

El cargo de shōgun lo retuvo solo dos años, pues en 1605 lo traspasó a su hijo Hidetada. Con este gesto, hacía pública su voluntad de crear un régimen hereditario. Aun así, el poder efectivo se lo reservó para él, ejerciéndolo desde otros puntos del país, como los castillos de Fushimi (Kioto) o de Sunpu (actual Shizuoka).        

Extinción de la casa de Toyotomi

Tras la batalla de Sekigahara, Toyotomi Hideyori, hijo de Hideyoshi, había pasado a ser uno más de los daimios del país, con un territorio que producía 600.000 koku y ocupaba los feudos de Settu, Kawachi e Izumi. Pese a ello, no eran pocos los daimios que seguían viendo en él a un líder. Era, además, un joven despierto y sagaz, como tuvo oportunidad de comprobar el propio Ieyasu durante la entrevista que sostuvo con él en 1611, muchos años después de su último encuentro. Viéndolo como una amenaza para la perpetuación de su régimen, Ieyasu hizo propósito de deshacerse de él.

La casa de Toyotomi había hecho reconstruir el templo de Hōkōji, en Kioto, muy relacionado con la figura de Hideyoshi. En la campana votiva que fue fabricada entonces, podía leerse una inscripción que expresaba deseos de paz y estabilidad para el país. La frase contenía, curiosamente, los dos signos que forman la palabra Ieyasu, pero separados el uno del otro. Ieyasu quiso ver en este pequeño detalle una imprecación contra sí mismo y en 1614 lanzó un ejército de 200.000 hombres con el que puso sitio al castillo de Osaka. El sitio tuvo un primer episodio, conocido como campaña de invierno de Osaka, que finalizó en diciembre con un acuerdo de paz. Pero en 1615 llegó el asalto definitivo durante la campaña de verano. Vencido, Hideyori puso fin a su vida. Con su muerte se extinguió también el linaje de los Toyotomi.

Ese mismo año Ieyasu decretó que cada señorío solo podría conservar un castillo en pie, quedando todos los señores feudales obligados a derruir el resto de las fortificaciones, con el consiguiente debilitamiento para sus posiciones. Además, ese mismo año, bajo el nombre de su hijo y sucesor Hidetada, Ieyasu estableció un cuerpo de leyes que limitaban drásticamente el margen de maniobra de los señores regionales, prohibiéndoles, por ejemplo, casarse libremente o construir nuevos castillos sin autorización.

Todo el poder bajo su control

Ieyasu dispuso, pues, de todos los medios militares y legales para mantener a raya al resto de los señores. Pero no se conformó con someter a esta clase social. Todo aquel que supusiera alguna amenaza para su régimen era acallado. Veamos lo que hizo con la Corte imperial.

Formalmente, la fuente del poder de los Tokugawa era la Corte imperial, que concedía a la cabeza del linaje el triunfal título de seii-taishōgun, confiándole así todo el poder. Esto obligaba a Ieyasu a mantener una apariencia de respeto y sumisión a la Corte, como se vio en 1601, cuando le “ofrendó” otros 10.000 koku en nuevos territorios, para compensarla por las pérdidas que había sufrido durante el tumultuoso periodo precedente. Sin embargo, la administración de las tierras que tributaban a la Corte estaba en manos del bakufu, que, además, estableció en Kioto el shoshidai, un nuevo órgano administrativo desde el que supervisaba toda la actividad tanto de la Corte como del conjunto de los daimios de la mitad Oeste del país. Al ojo inquisidor de Ieyasu no se le escapaba ninguno de sus movimientos, pues además se dotó de otro resorte de control, el buke-tensō, un órgano de coordinación que transmitía a la Corte las instrucciones dadas por el bakufu a través del shoshidai. El buke-tensō era un órgano bipersonal y estaba ocupado por dos representantes de la nobleza cortesana, pero pagado por el bakufu. En 1613 se promulgaron nuevas leyes que limitaban las actividades de la nobleza, obligando a las diferentes casas a centrarse en sus estudios y prácticas consuetudinarias, y a prestar servicio de vigilancia diurna y nocturna en el palacio imperial de Kioto. El cerco legal se estrechó todavía más dos años después con pormenorizados reglamentos que concretaban la dirección y gestión de la vida de la Corte, incluyendo la del Emperador y la de toda la nobleza allí asentada, y que fijaban también los rangos nobiliarios con sus ascensos y promociones. Mediante todos estos controles, Ieyasu procuró hacer de la corte y del Emperador figuras políticamente inoperantes.

En cuanto a monasterios budistas como los del monte Hieizan, Kōya-san y otros, que en el periodo Sengoku (de los Países en Guerra o Países Beligerantes) habían tenido gran protagonismo y puesto en jaque con sus ejércitos privados a más de un daimio, Ieyasu comenzó a ocuparse de ellos en 1615 con legislación específica para ponerlos también bajo su control.

Política financiera de Ieyasu

Pasemos ahora a analizar los fundamentos financieros del bakufu. El grueso de sus ingresos lo constituían los tributos que obtenía de sus dominios territoriales directos, que producían en conjunto cuatro millones de koku anuales. Sujetos a tributo y a prestación de diversos servicios quedaban los labradores dueños de casa y hacienda, cuyas tierras estaban perfectamente registradas en el catastro. Una descripción muy gráfica de la explotación que sufrían la encontramos en la obra titulada Shōhei yawa, publicada por Takano Tsunemichi en 1796, que dice que Ieyasu “hacía tributar a los labradores de forma que, sin vivir, no murieran”. No permitir ningún atisbo de acumulación de riqueza, sin por eso llevar el campo a la ruina, era al parecer su estilo. Otra porción de sus ingresos provenía de los cinco puntos del país que estuvieron directamente bajo su jurisdicción: Edo, Osaka, Kioto, Nagasaki y Sakai. Entre ellos, de especial interés para el bakufu fue Nagasaki, que monopolizaba el comercio con el extranjero. Pero fue una vez muerto Ieyasu cuando esta ciudad de Kyūshū se convirtió en una importante fuente de ingresos para el bakufu.

También fueron puestos bajo control directo del bakufu, como ocurría ya en tiempos de Toyotomi Hideyoshi, los recursos mineros del país. De las minas explotadas por Ieyasu procedían el oro y la plata con que se acuñaba la moneda. Se establecieron casas de acuñación de moneda de oro en Edo, Sunpu, Sado y Kioto, y de plata en Fushimi, Edo, Sunpu y Kioto, entre otros lugares, y se acuñó moneda con liberalidad. Hasta aquel momento, circulaba en Japón gran cantidad de moneda de cobre china. La política monetaria de Ieyasu sentó un antes y un después, dando paso a una nueva era.

Una política exterior pragmática en busca del beneficio

Le llega ahora el turno a la política exterior de Ieyasu, campo en el que mostró también iniciativa y dinamismo. Ieyasu invitó a Edo y concedió el cargo de consejeros en política exterior al piloto holandés Jan Joosten van Lodensteyn y al guía marítimo inglés William Adams (que adoptó en Japón el nombre de Miura Anjin). Ambos habían llegado a Japón en 1600 de forma muy accidentada, pues su nave, el galeón holandés De Liefde, encalló en la bahía de Usuki, sita en el señorío de Bungo (actual prefectura de Ōita). Con ocasión de este encuentro, Ieyasu comenzó a dar un trato de favor a estos dos países religiosamente reformistas una vez se puso de manifiesto que, a diferencia de los católicos España y Portugal, no pretendían ligar la actividad comercial con el proselitismo religioso. Fue así como Holanda en 1609 e Inglaterra en 1613 consiguieron abrir en el puerto de Hirado sendas “factorías” o casas de representación comercial.

Monumento al navegante holandés Jan Joosten van Lodenstayn en las cercanías de la estación central de Tokio. (Photolibrary)
Monumento al navegante holandés Jan Joosten van Lodenstayn en las cercanías de la estación central de Tokio. (Photolibrary)

Desde su base de operaciones en Macao, los navegantes portugueses, por su parte, traían a Nagasaki hilo de seda chino, de cuya venta extraían pingües beneficios. A fin de romper este dominio monopolístico ejercido por los lusos sobre el mercado de la seda, en 1604 Ieyasu introdujo una cuña en el negocio creando una institución intermedia, para lo que se sirvió de los comerciantes de Kioto, Sakai y Nagasaki, de quienes hizo importadores oficiales que compraban en bloque y solo a un determinado precio fijado cada primavera. La seda era vendida después a otros comerciantes asociados.

En 1610 envió al dominio español de Nueva España (actual México) al comerciante de Kioto Tanaka Shōsuke para que negociase la reanudación del comercio entre Japón y la base española en la isla filipina de Luzón. Los intercambios comerciales entre España y Japón habían quedado truncados a raíz de lo ocurrido años atrás en Nagasaki, donde Hideyoshi mandó ejecutar a misioneros y creyentes.

También mostró interés Ieyasu en Corea, país con el que se había cortado toda comunicación a consecuencia de la agresiva actitud de Hideyoshi, que intentó invadir la península en dos ocasiones. Como mediador, Ieyasu utilizó a Sō, señor del feudo insular de Tsushima, en el estrecho que separa ambos países. Gracias a los buenos oficios de Sō, las relaciones diplomáticas se restablecieron en 1607. Con el paso del tiempo, Corea se avino a enviar una misión o embajada de congratulación cada vez que un nuevo shōgun asumía el cargo. Desafortunadamente, la China Ming, que se había visto enfrentada a Japón con motivo de las referidas incursiones de Hideyoshi, se negó a normalizar las relaciones diplomáticas con Japón, pero el comercio marítimo privado prosiguió su actividad a través de los puertos de Hirado y Nagasaki.

Pese a haberse esforzado por activar el comercio exterior en tantos frentes, en sus últimos años Ieyasu dio un golpe de timón a su política internacional. Si hasta entonces había consentido tácitamente la religión cristiana, en 1612 la prohibió en sus dominios directos y un año después hizo extensiva la prohibición a todo el país. Simultáneamente, ordenó destruir las iglesias y expulsar a los misioneros, aplicando la mayor dureza para conseguir que los creyentes renunciaran a su fe. Se dice que actuó así por el temor que le inspiraba la posibilidad de una invasión española o portuguesa, o de que los cristianos del país hicieran causa común contra él. En 1614, para que sirviera de lección al resto, desterró al daimio cristiano Takayama Ukon junto a tres centenares de sus vasallos, que buscaron refugio en Manila y Macao. Que Ieyasu prescindiera de esta forma de cualquier lazo con España y Portugal se debió, según algunos expertos, a que creyó factible que Inglaterra y Holanda suplieran comercialmente a los países católicos. Esta política exterior fue reforzada durante el mandato de Hidetada, completándose el cierre de fronteras durante el del tercer shōgun, Iemitsu.  

Albores de la cultura Kan’ei

Ieyasu no fue insensible a los asuntos culturales. En su época gozaba de gran prestigio el artesano de Kioto Hon’ami Kōetsu, famoso por sus creaciones lacadas con dibujo de oro, pero también por sus obras de caligrafía y cerámica. En 1615, Ieyasu le concedió terrenos en la zona de Takagamine, en Kioto. Kōetsu creó allí un barrio de las artes, entrando en relación con artistas tan reputados como Tawaraya Sōtatsu, Ogata Kōrin u Ogata Kenzan. Este grupo fue el núcleo inicial del florecimiento artístico conocido con el nombre de cultura Kan’ei.

Un año después, en 1616, tras participar en una partida de cetrería, Ieyasu se sintió desfallecer y desde entonces quedó postrado en una cama. Sus problemas de salud se atribuyeron a una intoxicación alimenticia causada por un tenpura de besugo, pero es posible que padeciera un cáncer de estómago. Aficionado a la farmacopea, componía sus propios medicamentos y se los administraba ignorando las instrucciones de los médicos, con lo que su enfermedad se fue agravando. Falleció ese mes de abril a los 75 años. Sus restos mortales descansaron temporalmente en el santuario sintoísta de Kunōzan, tras lo cual fueron trasladados a Nikkō, donde se le rinde culto como kami (dios sintoísta) bajo el nombre de Tōshō Daigongen.

El santuario sintoísta de Nikkō Tōshōgū, donde se rinde culto a Ieyasu. La monumental puerta de Yōmeimon es una de las más bellas de Japón. (Pixta)
El santuario sintoísta de Nikkō Tōshōgū, donde se rinde culto a Ieyasu. La monumental puerta de Yōmeimon es una de las más bellas de Japón. (Pixta)

Este podría ser el resumen de la vida de Ieyasu y de su época.

Nacido en lo más crudo del turbulento periodo Sengoku y tras ser juguete de intereses políticos ajenos durante su niñez y juventud, logró independizarse como daimio y, haciendo gala de una gran perseverancia, ampliar sus dominios. En tiempos de Hideyoshi se ganó una reputación que le reportó una gran influencia y en el momento crucial supo apostar y vencer, haciéndose con el dominio de todo el país. Tenía ya 60 años cuando estableció el shogunato de Edo. A partir de ese momento, le bastaron 10 años para asentar los cimientos de un régimen que duraría más de dos siglos, durante los cuales reinó la paz en el país.

Fotografía del encabezado: retrato de Tokugawa Ieyasu (colección de Saga Shakadō/Aflo).

Edo Período Sengoku Historia de Japón