Grandes figuras de la historia de Japón

Sen no Rikyū: una aventura espiritual a través de la ceremonia del té

Historia Cultura

Sen no Rikyū, es considerado el maestro del té por antonomasia. Su estilo, que ha dado origen a varias escuelas, ha seguido desarrollándose hasta nuestros días. Fue un artista que supo dar forma concreta a la particular fusión entre estética y visión de la naturaleza que tiene lugar en la cultura japonesa. Un verdadero revolucionario de la belleza cuyo legado se ha transmitido a través de los tiempos.

Difundiéndose desde China por rutas terrestres y marítimas, la costumbre de beber té ha llegado a todos los rincones del mundo y ha generado culturas regionales que tienen sus propias tradiciones en cuanto a formas de preparación, vasijas utilizadas o dulces de acompañamiento. Pero no sería arriesgado decir que los japoneses son el único pueblo del mundo cuyo apego a la cultura del té lo ha llevado, por ejemplo, a elevar edificios específicamente para ese fin. Y dentro de la historia del chashitsu (“cuarto para la ceremonia del té”), merece especial mención Sen no Rikyū, que llevó la arquitectura del té a su mínima expresión espacial.

Una desmedida afición que dejó perplejos a los misioneros

Según documentos históricos, la costumbre de tomar el té verde pulverizando sus hojas y batiendo la mezcla con el agua en el propio tazón en el que se sirve se transmitió de China a Japón dentro de los intercambios comerciales que se realizaban entre los dos países a finales del siglo XII, en tiempos de la dinastía china Sung (960-1276). La sociedad japonesa vivía una etapa de transición, pues el poder iba transfiriéndose de la nobleza cortesana a la emergente clase guerrera. Esa nueva preparación del té caló especialmente entre los bushi (clase guerrera, samurái).

Rikyū nació en 1522 en el seno de una distinguida familia de comerciantes de Sakai. Sobre él sabemos que se inició en la ceremonia del té a los 17 años, como parte de la formación que entonces se consideraba necesaria para que el futuro responsable del negocio familiar obtuviese una cierta cultura y aprendiese buenas maneras. La etapa final del segundo shogunato histórico, el de Muromachi, fue una época de grandes convulsiones, pues el bakufu o Gobierno del shōgun había perdido el control sobre grandes porciones del país y los señores feudales regionales luchaban unos contra otros por el dominio del territorio. La ciudad de Sakai floreció como puerto abierto al comercio con la China Ming (1368-1644) y desde mediados del siglo XVI empezaron a arribar a su puerto también barcos procedentes de España y Portugal, convirtiéndose en un verdadero emporio comercial internacional.

En Sakai, la ceremonia del té era un acto social de gran aceptación, que promovía un trato respetuoso e igualitario cuando había que negociar tanto entre comerciantes, como entre estos y los bushi. El matcha o té verde en polvo se consigue moliendo en el mortero hojas jóvenes del té, previamente cocidas al vapor y puestas a secar. El agua hirviendo se vierte sobre el polvo en el mismo tazón en el que se bebe el té. Alrededor de estas vasijas, tratadas con devoción, se creó toda una cultura. La misma afición a las vasijas chinas que se difundió por Europa junto con el té, existía también en Japón.

Pero si en Europa el objeto de emulación fue principalmente la porcelana china, los japoneses se fijaron también en la alfarería de la península coreana, cuyas vasijas fueron ampliamente utilizadas como tazones para el té, y usaron igualmente la cerámica china, que en su lugar de origen nunca fue demasiado apreciada. Por otra parte, en Japón no solo se prestó atención a los tazones para beber. Otras vasijas, como las usadas para conservar el té (las grandes chatsubo, o las pequeñas chaire), fueron igualmente apreciadas. Estos recipientes solían llevar un embellecimiento de esmalte que les daba un agradable brillo. Aun así, a los misioneros europeos que llegaron a Japón en aquella época les producía estupefacción que pequeños platillos donde apenas podía beber un gorrión fueran tratados como tesoros y se comerciase con ellos a altos precios, y así lo hacen saber en sus escritos.

Sakai, que por su actividad comercial y su alto nivel de autogobierno poco tenía que envidiar a la Venecia de la época, fue un foco de irradiación cultural comparable a Kioto y, como tal, obtuvo un amplio reconocimiento. Los grandes comerciantes que se lucraron con el comercio internacional eran todos, quien más quien menos, fieles practicantes de la ceremonia del té, siendo Imai Sōkyū (1520-1593) y Tsuda Sōgyū (¿?-1591) dos buenos representantes de esta tendencia. Rikyū, cuyos negocios no alcanzaban el volumen de los de aquellos, obtuvo reconocimiento como anfitrión de reuniones de té a los 23 años, momento a partir del cual se destacó como un chajin (maestro o experto en la ceremonia del té) con un criterio estético certero y original.

Pero el hecho que puso a Rikyū en el foco de atención fue su relación con Toyotomi Hideyoshi (1537-1598), quien, como sucesor de Oda Nobunaga (1534-1582), dio los pasos necesarios para el restablecimiento del poder central. Estos dos grandes líderes políticos y militares dieron extraordinaria importancia y valor simbólico a los chadōgu (vasijas y otros instrumentos ceremoniales del té), como se aprecia en el hecho de que, para recalcar ante los participantes en las ceremonias que eran ellos quienes ostentaban el poder, dijesen que estaban en posesión de los chadōgu que habían pertenecido a quienes les habían precedido en el poder, o a sus enemigos de guerra.

En 1575 Oda Nobunaga eligió a Rikyū, entre muchos expertos, como maestro de ceremonias encargado de preparar y servir en las reuniones de té que él mismo organizaba. Tenía Rikyū 53 años. En 1583, un año después de la muerte de Nobunaga, Rikyū pasó a hacer ese mismo papel central en las reuniones del nuevo líder, Hideyoshi. Cuando este hizo pública su afición a las vasijas del té, le fueron enviadas muchas de regalo, de parte de personas que querían ganarse su favor. El propio Rikyū fomentó dicha costumbre entre los daimios (señores feudales). La implicación del maestro del té en los asuntos políticos fue cada vez mayor, pues llegó a pedir a algunos de los daimios beligerantes que se rindieran a Hideyoshi y cuando este asumió el cargo político supremo de dajō-daijin en 1586, Rikyū se convirtió, junto a Hidenaga, hermano menor de Hideyoshi, en uno de los principales valedores de su régimen.

Un alma que encuentra la paz en la transmisión de su legado

Esta implicación de Sen no Rikyū y otros personajes en la política fue posible en la primera etapa de Hideyoshi, cuando muchos de sus parientes ocupaban altos cargos. Pero conforme el régimen iba fortaleciéndose y unificando el país se crearon nuevos órganos administrativos y esto abrió una nueva etapa. En 1591, poco después de la muerte por enfermedad de Hidenaga, una orden de Hideyoshi aparta a Rikyū, entonces de 69 años, del poder. La caída y muerte de Rikyū se explica dentro de las luchas y rivalidades que surgieron dentro del régimen de Hideyoshi, pero a quienes lo conocían y valoraban como un extraordinario maestro del té tuvo que costarles mucho aceptar las trágicas consecuencias que le había acarreado su implicación en la política.

Sea como fuere, el malogrado Rikyū, que de tan impensada forma vio interrumpida su carrera, sobrevivió en el recuerdo de la gente. Dentro del pensamiento tradicional japonés sobre la vida y la muerte, las almas de quienes han muerto sin haber podido realizar sus proyectos deben ser aplacadas mediante las debidas ceremonias, pues de lo contrario podrían ser causa de desgracias futuras. Esa es la razón de que encontremos santuarios sintoístas dedicados a personajes que tuvieron un fin aciago, como Sugawara-no-Michizane (845-903) o Taira-no-Masakado (¿?-940).

Si en honor de Rikyū no se erigieron santuarios fue porque se impuso la idea de que dando continuidad a su escuela del té sería posible llevar la paz eterna a su alma. Los servicios religiosos por el aniversario de su muerte son celebrados no solo por los herederos y discípulos, sino por muchos chajin de otras escuelas.

En 1991, con ocasión del cuarto centenario de su muerte, se abrió en el Museo Nacional de Kioto una exposición sobre su figura. Podría decirse que, con esa trágica muerte que impidió que diera culminación al mundo espiritual que había creado en torno al té, Rikyū consiguió vincular para siempre el interés por la ceremonia del té con la reflexión sobre su propio destino personal.

En 1595, Hideyoshi indultó a los dos hijos de Rikyū que después de la muerte de este habían tenido que abandonar la capital y, al mismo tiempo, devolvió los chadōgu del gran maestro, dándole la forma de un “regalo” al nieto de Rikyū, Sōtan. Los tres hijos de Sōtan fueron asignados a otras tantas poderosas familias de daimios y de esta forma el linaje de los Sen obtuvo una posición estable. Sus descendientes han transmitido hasta nuestros días el estilo de Rikyū como líderes de tres grandes escuelas: Omotesenke, Urasenke y Mushakōji Senke.

Del mismo modo que se ha confiado a la posteridad la tarea de completar El Capital que Karl Marx no pudo terminar, la obra también inconclusa de Sen no Rikyū deberá ser completada por estas tres escuelas y por el resto de los practicantes. Para los marxistas, la imagen de Marx que ellos mismos han complementado es “el verdadero Marx”. Al estilo que había heredado del maestro del té de mediados del periodo Muromachi Murata Jukō (1423-1502) y de su propio maestro, Takeno Jōō (1502-1555), Rikyū añadió algunos elementos filosóficos o religiosos de la escuela budista zen, para tratar de conferir al arte del té una cierta espiritualidad. El estilo que Rikyū trató de conseguir fue bautizado por sus sucesores wabicha. Sus arcanos quedan fuera del alcance intelectual de la mayoría de los japoneses, pero, quién sabe, quizás los marxistas puedan entenderlos al menos en parte.

Un espacio mínimo y pequeñas vasijas que condensan toda una estética

Sobre el estilo preconizado por Rikyū, lo que nos cuentan los documentos de la época es muy exiguo: que trató de hacer una interpretación muy personal de los tazones y del resto de los chadōgu, que redujo drásticamente el espacio del cuarto del té a un tatami y medio (2,73 metros cuadrados aproximadamente) y poco más. Sin embargo, en ese mínimo espacio que hace posible un gran acercamiento mutuo, hasta el punto de que los participantes en la ceremonia pueden percibir cualquier perturbación en el espíritu del aruji (“dueño de la casa” o “anfitrión”) cuando prepara el té, se siente la filosofía de Rikyū, según la cual el intercambio espiritual entre los participantes es el núcleo de la ceremonia. También las variaciones del ambiente exterior se transmiten, pues tanto las puertas correderas como las propias paredes de la casita que aloja el cuarto del té son extremadamente finas. Ha sido precisamente el chashitsu de Rikyū lo que más certeramente ha dado forma al impreciso sentido “territorial” japonés, que sitúa al ser humano plenamente dentro de la naturaleza y no hace distinciones claras entre el yo y los demás.

El chashitsu Chōun-an (ciudad de Sakai, prefectura de Osaka), fue erigido unos 420 años después de la muerte de Sen no Rikyū y pretende ser una reconstrucción del cuarto para la ceremonia del té diseñado por el gran maestro. Fotografía tomada en 2006. (Jiji Press)
El chashitsu Chōun-an (ciudad de Sakai, prefectura de Osaka), fue erigido unos 420 años después de la muerte de Sen no Rikyū y pretende ser una reconstrucción del cuarto para la ceremonia del té diseñado por el gran maestro. Fotografía tomada en 2006. (Jiji Press)

El diseño de los tazones que usaba en la ceremonia Rikyū se lo encargaba a Chōjirō, un ceramista de su plena confianza. Los descendientes de este, conocidos colectivamente como Raku Kichizaemon, han transmitido su arte a través de los siglos. Son estos ceramistas quienes facturan las famosas vasijas Raku. Gracias a ellos, las vasijas para la ceremonia del té, que al principio eran importadas, pasaron a ser gradualmente de fabricación nacional. Fabricadas sin torno, por el método tradicional del tezukune (modelado a mano), están concebidas para adaptarse perfectamente a la mano.

El chajin no solo aprecia la belleza plástica del tazón visto desde fuera. Su apreciación incluye la sensación de peso al tomarlo en la mano, su tacto y la sensación que deja en los labios al beber. La estética de Rikyū no puede juzgarse solo por la vista. En la novela En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, pequeñas experiencias físicas como tomar un té o tropezar con una piedra abren la puerta hacia la recuperación la memoria perdida. Al enfrentarnos a un tazón de Raku, no estaría de más traer a la memoria la importancia que pueden tener todas esas sensaciones corporales citadas por Proust, especialmente la que deja la servilleta al pasarla por la boca.

Vasija de té de la línea negra de Chōjirō, una de las piezas que pudieron verse en la exposición “El universo en un cuenco de té: La herencia artística de la familia Raku” celebrada en 2017 en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio. (Fotografía: Kawamoto Seiya)
Vasija de té de la línea negra de Chōjirō, una de las piezas que pudieron verse en la exposición “El universo en un cuenco de té: La herencia artística de la familia Raku” celebrada en 2017 en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio. (Fotografía: Kawamoto Seiya)

Comunión espiritual a través de la belleza

A partir de los documentos de la época no es posible saber si la muerte de Rikyū, acaecida el 28 de febrero de 1591, tuvo lugar mediante el ritual del seppuku. Parece ser que esa versión fue asentándose durante el periodo Edo (1603-1868), cuando el seppuku se consideraba una forma honorable de morir. Terminado el periodo Edo, en 1906, Okakura Kakuzō, también conocido como Okakura Tenshin (1863-1913) escenificó la muerte ritual de Rikyū y la colocó como colofón de su obra The Book of Tea, que escribió en inglés y fue un gran éxito mundial. El trágico final de Rikyū que expone Okakura recuerda en cierto modo los de Cristo y Sócrates. Y mediante su seppuku, Rikyū parece hacer del “teísmo” algo a lo que merece la pena dedicar la vida, una forma de esteticismo. Okakura consideró que la esencia del chadō (literalmente, “camino del té”) residía en la comunión espiritual mediante la belleza entre las paredes del chashitsu. Diez años más tarde, Rabindranath Tagore (1861-1941), que trabó amistad con Okakura, dijo durante una visita a Japón que la cultura tradicional japonesa había sabido descubrir la verdad en la belleza y la belleza en la verdad.

Si en todo el mundo son cada vez más quienes buscan en la poesía japonesa la fusión entre la visión de la naturaleza y la estética que caracteriza a los japoneses ha sido debido, probablemente, al boom del haiku, que ha superado las fronteras nacionales. Pero la poesía es una expresión lingüística y la lengua se constituye en una barrera difícil de franquear. En ese sentido, no sería exagerado decir que Rikyū, que expresó esa misma fusión en el chashitsu y en la cerámica, fue un verdadero revolucionario de la belleza japonesa que ha sabido superar barreras geográficas y temporales.

Fotografía del encabezado: Retrato de Sen no Rikyū. (Colección del Museo Municipal de Sakai)

(Traducido al español del original en japonés.)

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