Una charla con la autora de “El hombre que salvó los cerezos”

Cultura Historia

Alguna vez existieron cerca de 400 variedades de cerezos que engalanaban los paisajes japoneses. En nuestros días, esa diversidad se ha convertido casi en un monocultivo. Cerca del 90 % de los cerezos en zonas urbanas son de un solo tipo. Hoy nos adentraremos al libro de Abe Naoko sobre “Cherry” Ingram, un horticultor inglés cuyo amor por los sakura (cerezos) lo inspiró a salvar y repatriar algunas variedades a su tierra natal.

Abe Naoko ABE Naoko

Periodista y escritora de no ficción residente en el Reino Unido. Cuando vivía en Japón trabajó por largo tiempo para el periódico Mainichi Shimbun. Es autora de cinco libros en japonés. Su primera obra disponible en inglés “Cherry” Ingram: The Englishman Who Saved Japan’s Blossoms, (El hombre que salvó los cerezos) fue publicada en marzo de 2019 y elegida como el Libro de la Semana por la BBC Radio 4. Además, ha sido publicada en ocho idiomas. En 2016, la versión original en japonés, obtuvo el premio Nihon Essayist Club. Desde 2001 vive en Londres con su marido británico.

Collingwood “Cherry” Ingram. (Fotografía de la familia Ingram)
Collingwood “Cherry” Ingram. (Fotografía de la familia Ingram)

Existen pocas cosas más representativas de Japón que los cerezos. Por eso es sorprendente que este tesoro nacional padeciera décadas de descuido en la segunda parte del siglo XIX y que esto provocara la prevalencia de una única variedad, así como la desaparición de muchos otros tipos de cerezos ornamentales en Japón.

Es todavía más increíble enterarse de que fue un horticultor británico quien ayudó a frenar la súbita desaparición de estas flores, símbolo de la primavera japonesa, y que solo en fechas recientes se ha reivindicado su relevancia.

Buscando la diversidad de los cerezos en el Reino Unido

Abe Naoko es, en gran parte, responsable de que ahora se recuerde a “Cherry” Ingram. Esta periodista y escritora de no ficción reside en Londres desde 2001. En 2016, su libro Cherī Inguramu: Nihon no sakura o sukutta Igirisujin (publicado en español bajo el título El hombre que salvó los cerezos) ganó el prestigioso premio Nihon Essayist Club Award. En 2019 se publicó su traducción al inglés, “Cherry” Ingram: The Englishman who Saved Japan’s Blossoms. También está disponible en otros seis idiomas, entre los que se encuentran el chino y el español

“Cuando llegué a vivir en Inglaterra me sorprendió que cada primavera florecían muchísimos cerezos en todo el país: en los parques, en las calles, en los jardines privados”, dice Abe, quien ahora reside en Epsom Downs, a las afueras de Londres.

“Cada primavera, todos mis amigos japoneses se preguntaban por qué existían tantas variedades y por qué parecía que la temporada de floración era mucho más larga que en Japón”.

Un cerezo de la variedad taihaku en el Jardín Ainwick, Northumberland, donde cada primavera se celebra una ceremonia en honor a Ingram. (Fotografía de Margaret Whittaker)
Un cerezo de la variedad taihaku en el Jardín Ainwick, Northumberland, donde cada primavera se celebra una ceremonia en honor a Ingram. (Fotografía de Margaret Whittaker)

Enamorado de Japón

Abe nos dice que, en Japón, cerca del 90 % de los cerezos en zonas urbanas pertenecen a la variedad somei yoshino, pero en Reino Unido existen muchos otros tipos. Algunos tienen pétalos de colores más oscuros y más claros. La forma de las flores también cambia considerablemente. Debido a la riqueza de las variedades, los periodos de floración son escalonados, desde los primeros, a principios de marzo, hasta los más tardíos, a mediados de mayo, por lo que la temporada de cerezos se extiende por varios meses.

En contraste, en Japón, los pétalos rosa pálido de los somei yoshino, la variedad dominante, florecen y desaparecen en un máximo de dos semanas en cualquier ubicación.

Collinwood “Cherry” Ingram es el creador de la abundancia de los cerezos británicos. Abe lo describe como un hombre de ideas firmes y excéntrico por su obsesión con esta flor.

Nació en 1880 en Londres. Fue hijo del caballero William Ingram, miembro del Parlamento y director del periódico Illustrated London News. En su juventud desarrolló un profundo interés por las aves. Dedicó por completo su tiempo libre a identificar y esbozar todas las especies que habitaban cerca de la casa de campo de su familia en Westgate-on-Sea, villa de Kent. Para fines de la década de 1890, sus inclinaciones se habían extendido a Japón.

Collinwood Ingram a los 16 años, aproximadamente, ataviado para la caza. (Fotografía de la familia Ingram)
Collinwood Ingram a los 16 años, aproximadamente, ataviado para la caza. (Fotografía de la familia Ingram)

Llegó a Nagasaki por primera vez en septiembre de 1902. Quedó cautivado por los paisajes rurales, aunque las ciudades abarrotadas y contaminadas le eran mucho menos atractivas. En 1907, tras contraer matrimonio, visitó por segunda vez Japón. Llevó a cabo expediciones para buscar especies de aves poco conocidas. Después de desempeñarse como oficial en la Primera Guerra Mundial, adquirió la mansión Grange, una casa tradicional en Beneden, en la villa de Kent. Esta edificación había sido construida por Gathorne Gathorne-Hardy, un político que tomó el título nobiliario de lord Cranbrook en 1878, además de un prominente terrateniente.

La mansión Grange en la primavera de 2015. Ahora es una residencia para ancianos. En su recinto tiene 40 cerezos matsumae que fueron sembrados para celebrar el nuevo milenio. (Fotografía de Abe Naoko)
La mansión Grange en la primavera de 2015. Ahora es una residencia para ancianos. En su recinto tiene 40 cerezos matsumae que fueron sembrados para celebrar el nuevo milenio. (Fotografía de Abe Naoko)

Por casualidad, dos cerezos ornamentales hokusai adultos se encontraban en los jardines de la mansión. Cuando estos árboles florecieron por completo, cautivaron a Ingram. Ese fue el origen de su eterna obsesión con los cerezos y se propuso el ambicioso objetivo de documentar todas las especies oriundas de Japón, así como crear nuevas variedades como los okame o los umineko a través de la hibridación artificial. En cierto momento, Ingram llegó a tener no menos de 130 tipos de cerezos en su jardín.

Un cerezo taihaku en floración en Grange. (Fotografía de Abe Naoko)
Un cerezo taihaku en floración en Grange. (Fotografía de Abe Naoko)

Cerezos de las variedades okame (izquierda) y umineko, bautizados por Ingram en honor de la gaviota colinegra, ave común en Japón. (Fotografía de Abe Naoko)
Cerezos de las variedades okame (izquierda) y umineko, bautizados por Ingram en honor de la gaviota colinegra, ave común en Japón. (Fotografía de Abe Naoko)

El tercer y último viaje de Ingram a Japón fue en 1926. Pasó siete semanas recorriendo el país, de Kyūshū a Kioto, Hakone y Tokio, en búsqueda de variedades escasas y poco conocidas de cerezos. También estableció relaciones que durarían toda la vida con expertos japoneses y otros horticultores que compartían su pasión por la flora. Sin embargo, fue un peregrinaje agridulce.

Ingram se llevó una gran decepción al descubrir que, en lugar de las decenas de diferentes cerezos que había visto en visitas previas, la somei yoshino se había convertido en la variedad dominante. Además, muy pocos japoneses de a pie parecían preocuparse o haberse percatado de este hecho.

El regreso de un cerezo taihaku

No obstante, no todo estaba perdido. Funatsu Seisaku, el mayor experto en cerezos de Japón, le mostró a Ingram un rollo con un cerezo que su tatarabuelo había pintado unos 130 años antes. Desgraciadamente, esa variedad parecía haberse extinguido. Ingram le aseguró a Funatsu que no había desaparecido por completo, ya que uno de esos árboles estaba vivo en su jardín en Kent y se comprometió a devolver un brote del árbol a su tierra natal.

Funatsu Seisaku, fotografiado por Ingram en 1926. (Fotografía de la familia Ingram)
Funatsu Seisaku, fotografiado por Ingram en 1926. (Fotografía de la familia Ingram)

Los primeros esfuerzos de Ingram por repatriar el cerezo fracasaron ya que los brotes no sobrevivían el largo viaje en mar a través de climas templados. En el quinto intento, en 1932, Ingram enterró las partes expuestas de las ramas en patatas para proveerlas de humedad y las envió en un cargamento a través de la ruta del expreso transiberiano, con temperaturas más frescas. Los brotes sobrevivieron y la variedad extinta pudo ser reintroducida a Japón.

Un cerezo taihaku en Grange. (Fotografía de Abe Naoko)
Un cerezo taihaku en Grange. (Fotografía de Abe Naoko)

Los cerezos, pilar de una ideología perturbadora

La industrialización que había arrasado con gran parte de la belleza natural de Japón so pretexto de igualar el avance de países occidentales horrorizó a Ingram, al igual que el surgimiento de un nacionalismo manifiesto. Lo que más lo impresionó fue la forma en la que el Gobierno, encabezado por militares, había aprovechado los cerezos. Sus flores, que por años fueron fuente de inspiración para la poesía pacífica y la apreciación artística, se convirtieron en un símbolo de la disposición a morir en batalla por el emperador.

En la década de 1930 se intensificaron el militarismo y el nacionalismo japoneses, que hicieron estallar la Guerra del Pacífico y, finalmente, ocasionaron la derrota de Japón en 1945.

Una página del cuaderno de Ingram en la que describe los cerezos taihaku. (Fotografía de la familia Ingram)
Una página del cuaderno de Ingram en la que describe los cerezos taihaku. (Fotografía de la familia Ingram)

Abe cree que el enfoque en la singularidad que tenían los objetivos políticos de Japón en las primeras décadas del siglo XX se proyectó en el aferramiento a la variedad somei yoshino. La autora también señala que Ingram advirtió a los japoneses que el país estaba en peligro de perder la diversidad de sus cerezos.

“Durante su viaje en 1926, advirtió que la diversidad que los ancestros japoneses se habían esforzado por crear, estaba desapareciendo”, dice Abe. También asegura que no es ninguna exageración afirmar que, de no ser porque Ingram los exhortó a tomar medidas, medio siglo después habrían tenido que visitar los jardines ingleses para disfrutar de los cerezos.

Desgraciadamente, dice Abe, la mayoría de los cerezos en Japón siguen perteneciendo a la variedad somei yoshino y, si se quiere admirar otras, hay que buscarlas. Algunas, indudablemente, han desaparecido por completo.

“Para muchas personas parece no ser un problema ya que los somei yoshino son bastante bonitos”, señala la autora. Además, esta variedad crece rápidamente, se propaga con facilidad y las flores brotan antes que las hojas, lo que ayuda a crear la magia de esas nubes de color rosa pálido cuando florecen.

Cerezos somei yoshino en su punto máximo de floración a las orillas del foso del Parque del Castillo de Takada en Jōetsu, Nigata. (fotografía de PIXTA)
Cerezos somei yoshino en su punto máximo de floración a las orillas del foso del Parque del Castillo de Takada en Jōetsu, Nigata. (fotografía de PIXTA)

Cerezos de reconciliación

En los años finales de la Segunda Guerra Mundial, cientos de soldados aliados fueron capturados como prisioneros de guerra durante la caída de Malasia y Singapur. Trabajaban en minas y astilleros, entre otras instalaciones en todo Japón, normalmente en condiciones terribles, con mala alimentación y poca asistencia médica. Cuando era niño, Asari Masatoshi escuchó de boca de su hermano las tristes historias de los prisioneros que vivían en un campo de guerra cerca de su hogar en Hakodate, Hokkaidō.

Asari Masatoshi. (Fotografía de Abe Naoko)
Asari Masatoshi. (Fotografía de Abe Naoko)

Mientras se desempeñaba como profesor de primaria, Asari se convirtió en uno de los principales expertos en cerezos de Japón. También era un ferviente admirador de “Cherry” Ingram. En 1993 recibió una inesperada solicitud: un horticultor británico que tenía el encargo de importar nuevas variedades de cerezos para ser plantadas en el Gran Parque de Windsor, en el recinto de la residencia de la familia real británica a las afueras de Londres, le pidió 30 tipos de cerezos matsumae.

Asari se negó a recibir remuneración por los árboles que enviaría a Inglaterra. Dijo que era su forma de expresar sus sinceras condolencias y disculpas a aquellos que perdieron la vida durante la guerra, así como a sus deudos.

Cuarenta de los cerezos llegaron posteriormente a la mansión Grange, mucho después de la muerte de Ingram y fueron plantados para celebrar la llegada del nuevo milenio.

Esta es una de tantas historias de cómo los cerezos japoneses echaron raíces en Inglaterra.

Cerezos en flor en el Parque Matsumae, Hokkaidō. (Fotografía de Abe Naoko)
Cerezos en flor en el Parque Matsumae, Hokkaidō. (Fotografía de Abe Naoko)

El poder suave de los cerezos

Abe señala que los británicos también son aficionados a las flores.

“Creo que a la mayoría de las personas le gustan las flores, en parte, porque florecen después del largo y gris invierno inglés y con su belleza animan a la gente”. Además, los británicos conocen bien la relación de los cerezos con Japón. Desde la publicación de su libro, Abe ha sido invitada a dar un gran número de discursos y presentaciones en todo el país.

Las ediciones en japonés e inglés del libro de Abe. (Fotografía de nippon.com)
Las ediciones en japonés e inglés del libro de Abe. (Fotografía de nippon.com)

“Creo que los cerezos son una forma de poder blando de Japón”, agrega. “Japón es conocido en todo el mundo por sus películas, historietas y su comida. Los cerezos son otro ejemplo del potencial del poder blando, una de las grandes virtudes de Japón como nación pacifista”.

“En momentos en los que parece que el mundo avanza hacia la confrontación, Japón ha fortalecido su defensa como parte de las preparaciones ante las amenazas que se ciernen en Asia. Sin embargo, creo que el poder blando japonés puede tener un papel relevante en la paz y la buena voluntad internacionales”, señala Abe.

“Cuando veo cómo los cerezos japoneses se han extendido por el Reino Unido, me convenzo de que estas flores han actuado como ‘embajadoras de buena voluntad’ para mejorar la imagen de Japón. Conforme los árboles se fueron propagando por el país y consiguiendo el aprecio de la población, el interés por Japón y su cultura fue aumentando. No deberíamos subestimar ese poder”, dice la autora.

Otros coinciden en que la esperanza de alcanzar la paz puede ser demostrada a través de los cerezos.

“Cerezos de reconciliación”. Cerezos matsumae en un criadero del Gran Parque de Windsor. (Fotografía de Abe Naoko)
“Cerezos de reconciliación”. Cerezos matsumae en un criadero del Gran Parque de Windsor. (Fotografía de Abe Naoko)

Un círculo de cerezos en expansión

Jason Gathorne-Hardy es heredero del condado de Cranbrook, 130 años después del primer conde y propietario de Grange. Admira profundamente el trabajo de Ingram y la naturaleza en general. También ha comenzado a crear un jardín de cerezos dedicado a la paz, en su propiedad en Suffolk.

“Cherry” Ingram falleció a los 100 años, en mayo de 1981. Desde la ventana de su habitación en Grange se podía admirar un cerezo imose de color rosa pálido en el periodo final de su floración. Se trataba de un árbol adulto que descubrió como un plantón en el santuario Hirano en Kioto en 1926 y que llevó consigo al Reino Unido. Sus restos descansan junto a los de su esposa Florence, en el cementerio de la iglesia de San Jorge, cercano a su propiedad.

Cerezos en flor en el parque de Matsumae, Matsumae, Hokkaidō. (Fotografía de Abe Naoko)
Cerezos en flor en el parque de Matsumae, Matsumae, Hokkaidō. (Fotografía de Abe Naoko)

(Traducido al español del original en inglés. Fotografía del encabezado: desde la izquierda, las variedades okame, taihaku y kursar. Son una muestra de la diversidad de los cerezos. Fotografía de Abe Naoko.)

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