Poesía para todas las estaciones: Yosano Akiko y el amor entre mujeres

LGBT Literatura

El relato dolorosamente honesto y conmovedor que realiza la poeta Yosano Akiko de su apasionado enamoramiento hacia una compañera de la escuela femenina a la que asistía nos lleva a preguntarnos sobre el modo en que el amor y la sexualidad se ven en cada época.

Un enamoramiento apasionado

¿Era Yosano Akiko queer? Esa fue la pregunta que me planteó hace unos meses una amiga poeta, al parecer influida por una página web en la que se enumeraba una serie de poetas probablemente homosexuales. Para mi amiga, ella misma queer, según me contó (en el sentido de ser sexualmente fluida, capaz de amar tanto a un hombre como a una mujer), la respuesta se hallaba revestida de una importancia personal.

Aquellos lectores que confunden poesía y vida llevan mucho dedicándose a fantasear historias sobre la sexualidad de Akiko, pero hace ya tiempo que yo dejé todo eso de lado. Incluso cuando se aducía alguna prueba acababa siendo siempre humo, más que fuego. Mi amiga, sin embargo, planteaba su pregunta con total seriedad, y su urgencia personal me inspiró a investigar el tema en mayor profundidad. Entre los ensayos no recopilados de Akiko encontré uno bajo el intrigante título de “Amor entre el mismo sexo: un interludio autobiográfico” (Dōsei no ai jiden no issetsu, 1917). Esta narrativa dolorosamente honesta y conmovedora habla del apasionado enamoramiento de Akiko hacia una compañera de la Escuela Femenina Sakai durante su temprana adolescencia. Quisiera ahora presentar dicha obra, y volver después a la pregunta de la que partía.

Akiko comienza, como hace tantas veces en ensayos de esa época, discutiendo la etimología de una palabra; omesan, en este caso. La gente solía, por aquel entonces, usar este término para describir una relación íntima entre dos chicas, usando para escribirlo los caracteres de “masculino” y “femenino”, pero ella critica esa elección, insistiendo en que (según la autoridad de una estudiante contemporánea que conocía) era una abreviatura de omedetai, “afortunado”, término derivado de la envidia que otros sentían por la felicidad de la pareja. “Escribirlo con los kanjis de ‘masculino’ y ‘femenino’ convierte una palabra que designa algo inocente en la expresión de algo que provoca repulsión con solo pensarlo”, declara. Dicho de otro modo, Akiko insiste en la pureza asexual del amor entre chicas, y lucha contra la ortografía que sugiere que dicho amor tendría un componente erótico.

La confusión entre amistad romántica y pasión sexual bajo un mismo término de amor homosexual llegó a Japón a finales del siglo XIX, cuando se tradujeron las obras de Richard von Krafft, y quienes estaban al día de los desarrollos del pensamiento moderno, como era el caso de Akiko, eran muy conscientes de la teoría de que el amor entre personas del mismo sexo era una perversión sexual. Al protestar porque se escribiera ome con los caracteres de masculino y femenino, Akiko se planta y rechaza que la palabra sea sinónimo de relación lésbica. Al mismo tiempo reserva un territorio para ese amor homosexual puramente espiritual que es aún más intenso que el amor erótico heterosexual y, sin dilación, entra de lleno en su propia historia personal:

“Soy de la firme opinión de que el amor entre chicas adolescentes no es una forma de perversión sexual. Sé también que este amor entre chicas se da con sentimientos aún más intensos que aquellos de amor entre hombres y mujeres. Una vez tuve una amiga así. Se suele decir que en ese tipo de relaciones el amor es igual por ambas partes, pero en nuestro caso eran ocho partes de amor por mi lado, y solo dos por el suyo. Ahora resulta obvio, claro, pero incluso en aquel momento me di cuenta de que mi amor era totalmente irracional”.

“Mi amiga (llamémosla M) era de mi misma edad. No provenía de una vieja familia, pero era hija de lo que por aquel entonces se llamaba en Sakai una ‘casa de medios’, algo que hoy día denominaríamos ‘nuevos ricos’. Mi amor hacia ella ardió con pasión durante tres años, desde que tenía catorce años hasta que cumplí los dieciséis”. (Nótese que en su ensayo utiliza kazoe-doshi, la forma tradicional de contar la edad, según la cual un niño tiene un año al nacer y cumple otro más cada uno de enero... y dice de quince a diecisiete años; Akiko nació, de hecho, en diciembre, de modo que podría haber sido aún más joven: de trece a quince.)

Con clase de gran ciudad

Lo que atraía a Akiko de M era su conexión con Osaka, la gran ciudad más cercana a Sakai, la localidad natal de Akiko, y el lugar en que transcurrían muchos de sus sueños de libertad y belleza durante su infancia. M llevaba el pelo al estilo de Osaka, y lo decoraba con adorables lazos. Esto atraía la atención y la admiración de Akiko, y le hacía preguntarse si M veía a menudo a gente de Osaka. Y esta especulación, escribe, “fue el comienzo de mi amor”.

Resulta que M estaba íntimamente familiarizada con la gran ciudad, y tenía muchas historias que contar sobre la gente de Osaka y sus quehaceres. Al principio Akiko dudaba si M simplemente estaba repitiendo cosas que había oído, pero luego se dio cuenta de que M “estaba informando sobre lo que ella misma había visto”, y su enamoramiento creció aún más, ya que Osaka era una ciudad de gran clase para Akiko.

Prosigue: “Las chicas que habían crecido en las lúgubres calles del viejo Sakai casi nunca se emocionaban al escuchar hablar de las vidas de la gente de ciudad. Yo esperaba con ilusión poder estar cerca de M en la sala de planchado [estaban en la misma clase de costura] y empezaba a pensar excusas para ir allí, cuando sabía que ella podría estar usándola. También me gustaba el hecho de que las cosas que M tejía eran siempre nuevos kimonos que se hacían con la mejor seda.

“En aquellos años nunca sentí envidia de otros, pero sí que pensaba en la felicidad y buena suerte de otras personas como si fueran las mías, y las usaba para alimentar mis propias fantasías, de modo que durante el tiempo que pasaba allí sentada, cosiendo, el kimono de hermosas rayas y patrones que M pudiera estar tejiendo me proporcionaba muchos sueños. Fui tan feliz cuando empezamos a sentarnos juntas a la hora del almuerzo, en el comedor de la escuela. También empezamos a volver a casa juntas caminando desde la escuela. Si veía a M cuando caminaba hacia la escuela por la mañana se me aceleraba el corazón. Un día, de pronto, sugirió que ambas lleváramos a la escuela el pelo al estilo shimada, y yo quedé extasiada. Pero luego me dijo que, como nuestro plan había llegado a oídos de otra de sus mejores amigas, tendríamos que abandonarlo para no herir sus sentimientos. En lugar de ello, dijo, ella llevaría el pelo al estilo shimada una semana, y la siguiente podría llevarlo yo así; de esa manera solo nosotras lo sabríamos.

“Pero en lugar de hacer lo que ella había dicho me puse el pelo al estilo shimada el mismo día que ella. Lo hice a propósito, para poner celosa a su otra amiga. ¡Y qué triste me sentí cuando M me odió por ello!”

“Un día, después del timbre de la escuela, estaba esperando a M en el pasillo al pie de las escaleras para que pudiéramos caminar a casa juntas, y otra amiga vino y me dijo que M había dicho que saldría tarde, así que podía irme a casa ya. Sin saber apenas lo que estaba haciendo corrí escaleras arriba. Le dije a M, con el rostro cubierto de lágrimas: ‘¡Tu amiga y tú os podéis ir a casa luego juntas!’ Sigo pensando que nunca me he sentido tan celosa como en aquel momento, incluso tras diecisiete años de matrimonio”.

Una amistad imposible

Se podrían plantear muchas preguntas sobre los sentimientos de Akiko, sobre su egocentrismo, su posesividad... pero es la propia Akiko quien nos presenta la pregunta más interesante: ¿Cómo podía una chica como ella, tan intelectual, tan ambiciosa y tan leída, malgastar el tiempo en una amistad imposible con alguien tan inferior a ella, para quien los lazos bonitos y los chismes de los famosos eran lo mejor de la vida? Ella lo explica de este modo:

“Puede resultar difícil de creer que la persona que yo era entonces pudiera haberse sentido satisfecha hablando sobre lo que estaba de moda en aquel momento o chismorreando sobre el teatro y los actores de Osaka. Para explicarlo tengo que describir mi compleja situación psicológica en esa época. Por un lado yo sabía de sobra que las cosas de las que hablaba como una de las mejores amigas de la chica que he estado llamando M eran triviales e insignificantes. Había sido lectora voraz de libros nuevos y viejos, con un apetito insaciable de conocimiento, desde que tenía once o doce años [doce o trece, en el kazoe-doshi original]. Dentro de mí ardía una pasión por aprender. Cuando estaba en la escuela el temor que me obsesionaba era que el momento en que M descubriera mi amor por el aprendizaje sería el momento de separarnos. Por amor hacia M acepté convertirme en una estúpida jovencita.

“Entre los amores apasionados existirán sin duda otros no tan irracionales como lo era el mío. Mi amor se asemejaba a un hombre que pretende ser inculto cuando se divierte con una geisha. Y a pesar de todo yo la amaba apasionadamente, hasta un punto que incluso hoy día me sorprende”.

La mujer que fue capaz de escribir este relato doloroso y conmovedor de su propia adolescencia se ve a menudo desestimada como alguien que, tras una atrevida primera colección de poemas, se convirtió en la encarnación de la esposa perfecta y la madre sabia. Este ensayo da al traste con esa visión, como lo hacen sus numerosos poemas y ensayos sobre los vaivenes de su duradero matrimonio con Yosano Tekkan (Hiroshi), el amor de su vida.

¿Una paradoja?

Pero regresemos a la pregunta de la que partíamos: ¿era Akiko queer? Es decir, ¿experimentó alguna vez un apasionado amor erótico por una mujer? Si tomamos este ensayo como prueba, yo diría que no. Y la razón es que al principio del mismo Akiko dice explícitamente que con amor entre mujeres no se refiere a amor sexual o lesbianismo, lo cual denomina perversión. Pero aunque insiste en ese punto también declara que ese amor no sexual puede ser más fuerte que el amor sexual entre un hombre y una mujer. A nuestros ojos modernos esto es una paradoja, y esta paradoja es, creo yo, la parte más importante de su ensayo.

Akiko creció en una época en la que la amistad romántica entre mujeres era algo muy común y bien documentado en Japón, Europa y América. De hecho aún existe, pero se ha perdido en una vertiginosa y variada taxonomía de sexualidades, desde la binaria más estricta de masculino y femenino hasta lo pansexual. La propia Akiko, como si estuviera previendo la caída del género como un concepto binario, escribió en una ocasión:

“¿No es la distinción que se ha hecho hasta ahora entre hombres y mujeres demasiado superficial, basada solamente en una parte? Hay hombres entre nosotros que por sus facciones, su piel, el timbre de su voz e incluso su disposición y sentimientos son como una mujer. Y existen por otro lado mujeres que en todos esos términos son como un hombre. Es decir, creo que debe de haber un número significativo de hombres preparados para dar a luz, y también de mujeres que poseen talento para ser escritoras, profesoras, granjeras o filósofas. Si realizáramos las pruebas teóricas y empíricas necesarias podríamos descubrir que distinguir entre hombres y mujeres simplemente por sus roles reproductivos es un error”.

Llamar queer a Akiko es imponer sobre ella nuestras ideas al respecto del amor. Akiko vivió durante un periodo en el que las opiniones sobre las amistades románticas entre mujeres estaban cambiando desde la aceptación al rechazo. En su clásico de 1981 Surpassing the Love of Men (Sobrepasar el amor de los hombres), Lillian Faderman escribió sobre cómo “la visión sobre el sexo, supuestamente liberalizada, del siglo XX” creó su propia rigidez. Identificado el impulso sexual como el instinto principal, “la enriquecedora amistad romántica que era común en épocas anteriores se cree imposible”.

En nuestra era obsesionada por el sexo puede ser difícil imaginar un apego asexual que sobrepase el amor de los hombres en su intensidad, pero el ensayo de Akiko versa sobre esa realidad. A menudo Akiko parece extraordinariamente contemporánea, o al menos moderna, pero en esta área no lo es.

¿O quizá sí? Puede ser que haya puesto el dedo en la llaga de algo universal e inalterable, tanto si las costumbres actuales le dan nombre o no. Como siempre, la honesta narración que hace Akiko de sus emociones nos enseña sobre las nuestras.

(Artículo traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: dos jóvenes mujeres de la era Taishō caminan por el puente Benkei de Tokio. De Shōjo Gahō, diciembre 1913.)

literatura japonesa poesía LGBT Yosano Akiko