Cuentos de hadas japoneses

Urashima Tarō

Literatura Cultura

En este clásico cuento de hadas japonés, un joven pescador llamado Urashima Tarō viaja al Palacio del Dragón bajo el mar. A su regreso trae algo consigo, parece un valioso regalo… ¿o quizá sea una maldición?

La tortuga

Hace mucho, mucho tiempo, un pescador llamado Urashima Tarō vivía con sus padres en una pequeña aldea. Era famoso por su destreza para pescar todo tipo de peces, y también por su buen corazón. Una noche, cuando regresaba a casa caminando por la orilla, vio a un grupo de niños gritando y riendo alrededor de una gran tortuga marina. Dos de ellos la arrastraban por el suelo, mientras que otro le golpeaba con un palo en su caparazón.

“¡Deteneos!” gritó Tarō. “¿Cómo os atrevéis a atormentar a una criatura inocente?” Los chicos se dispersaron cuando se acercó. Mientras tanto, la tortuga se deslizó entre las olas y se alejó nadando.

Al día siguiente, cuando Tarō se fue a pescar como de costumbre, remó más lejos que las otras barcas, hasta que ya no las pudo atisbar. El mar estaba en calma y él también se sintió inusualmente en paz al ver las nubes pasar por encima de su cabeza. Le parecía que estaba dentro en un sueño. Entonces, una voz le llegó desde el otro lado de las aguas.

“¡Urashima Tarō! ¡Urashima Tarō!” Era la tortuga del día anterior que se dirigía aleteando hacia él. “Me salvaste la vida y quisiera agradecértelo. Me gustaría llevarte al Palacio del Dragón que está bajo el mar”.

Sorprendido, Tarō respondió: “Pero ¿cómo voy a llegar allí? No puedo nadar tan hondo”.

“Tú súbete a mi espalda que yo te llevaré”, le dijo la tortuga. “Llegaremos enseguida”. Así que Tarō se subió al caparazón de la tortuga y ambos se sumergieron bajo las olas.

El palacio debajo del mar

Después de que la tortuga nadara durante algún tiempo, una puerta apareció a lo lejos, y más allá se divisaba un magnífico palacio de coral rojo y blanco. Pronto, se deslizaron hasta la parada frente al palacio donde Tarō fue recibido por una joven vestida con elegantes túnicas verdes y carmesíes. “Soy la princesa Otohime. Me alegra mucho poder conoceros”, dijo ella. Las damas que la rodeaban sonreían al joven mientras los peces jugueteaban entre ellos.

Dentro del salón principal del banquete, las mesas estaban dispuestas con todo tipo de manjares marinos y exquisitos sakes. Muy poco después, los bailarines con sus coloridas vestimentas se balanceaban al ritmo de la música de las cítaras y las flautas. “Es increíble” le susurró Tarō a Otohime que estaba sentada a su lado. “Nunca imaginé que pudieran existir semejantes maravillas”. Entre tales placeres, los días y semanas fueron pasando rápidamente.

Una buena mañana, Tarō se despertó y de repente recordó a su padre y a su madre, recordó también su sencilla choza y las veces que comían todos juntos lo poco que tenían. “Debo ir a ver a mis padres”, le manifestó a Otohime.

“Pero si acabas de llegar”, le respondió ella. “¿Por qué te vas tan pronto?”

Tarō no iba a cambiar de opinión, por mucho que Otohime tratara de persuadirlo de que se quedara. Al final, la princesa asintió: “Muy bien. Pero llévate esto como recuerdo del Palacio del Dragón. Piensa en mí cuando lo mires, pero jamás lo abras” y le entregó una caja ricamente lacada.

Un extraño en la aldea

Una vez más, Tarō se subió al caparazón de la tortuga que le llevó a la orilla donde la había encontrado por primera vez. Quizás fue porque había estado ausente, pero el paisaje no le parecía tan familiar como esperaba. Cuando Tarō se giró para preguntarle a la tortuga si le había llevado al lugar correcto, ya se había escabullido silenciosamente.

Tarō se apresuró a llegar a la cabaña de sus padres, pero se había desvanecido. No había ninguna señal ni de su padre ni de su madre. Incluso los pocos aldeanos que pasaron le resultaban desconocidos.

“Disculpe”, le dijo a un hombre de barba canosa sentado al borde del camino. “¿Sabe dónde está la casa de Urashima Tarō?”

“Nunca he oído hablar de él, y eso que llevo toda mi vida viviendo aquí. Por cierto, ¿y tú quién eres?”

Desconcertado Tarō se fue corriendo. De vuelta a la playa se quedó contemplando las olas y atisbando más allá del horizonte. ¿Qué demonios había pasado? No lo sabía a ciencia cierta, pero los días y meses que había pasado en el Reino del Dragón eran años y siglos en el mundo de la superficie. ¡Habían pasado trescientos años!

Todo lo que Tarō sabía era que estaba varado en un lugar extraño con muy pocas posesiones. Entre ellas estaba la caja que Otohime le había regalado y que ahora desempaquetaba. Estudiando su lustrosa y negra superficie recordó los brillantes ojos de la princesa. Ella le había dicho que no abriese la caja, pero quizás contenía la solución a su problema.

Lentamente, levantó la tapa. Una espiral de humo blanco se liberó de su interior elevándose por el aire. En apenas unos instantes, le sobrevino todo el tiempo que había robado bajo las olas y se transformó en un viejo de barba blanca.

(Versión española de la adaptación al inglés de Richard Medhurst, ilustraciones de Stuart Ayre.)

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