Cuentos de hadas japoneses

La grulla agradecida

Literatura

Una noche de nieve, una joven aparece inesperadamente en la puerta de la casa de una pareja de ancianos. Este clásico cuento de hadas japonés es una historia que trata sobre la confianza y los secretos.

Un visitante nocturno

Hace mucho, mucho tiempo, había una pareja de ancianos que vivía en la pobreza, arreglándoselas como podían. El hombre recogía leña en las colinas cercanas y la mujer tejía telas en su telar. Un día, al volver de vender su leña en el pueblo, el hombre encontró una grulla en una trampa. Cuanto más se esforzaba la grulla por escapar, con más fuerza quedaba atrapada. “Calma. No te muevas”, susurró el anciano. Cuando liberó al ave con un corte de su cuchillo, ésta salió volando hacia las colinas.

Cuando llegó a casa, ya era entrada la noche y hacía tiempo que llevaba nevando. Mientras le contaba a su mujer lo sucedido, llamaron a la puerta y la anciana abrió preguntándose quién sería. “Siento molestarla tan tarde, pero me he perdido con esta ventisca”, dijo una joven de pie en la nieve. “¿Podría quedarme aquí esta noche?”. La pareja de ancianos aceptó de inmediato.

La nieve continuó cayendo durante el día siguiente y el siguiente. La joven siguió quedándose con la pareja de ancianos, cocinando, lavando y masajeando sus espaldas antes de acostarse. Se encariñaron con ella y, con el paso del tiempo, empezaron a considerarla como su propia hija.

Una mañana, la joven dijo que le gustaría tejer algo de tela. “Pero cuando esté en el telar, no miren dentro de la habitación para ver lo que estoy haciendo. Tienen que prometerlo”. Y la pareja de ancianos aceptó.

El traqueteo del telar

La joven trabajó durante todo el día y hasta bien entrada la noche. El traqueteo del telar apenas cesó durante tres días enteros, mientras la anciana se ocupaba de las tareas domésticas en la habitación principal. Finalmente, a la tercera noche, la joven salió con un rollo de tela y dijo: “Lleve esto a la ciudad y véndalo mañana”. Era la tela más hermosa que la pareja de ancianos había visto jamás.

Al día siguiente, el anciano fue a la ciudad con el rollo de tela. Cuando llegó a un acuerdo para venderlo, se asombró de la cantidad de dinero que obtuvo. El comerciante le presionó para que le prometiera que regresaría si volvía a tener una tela tan refinada. La pareja de ancianos comentaba con asombro acerca de lo cómodamente que podrían vivir con más dinero, y le preguntó a la joven tímidamente si podía tejer otro rollo.

Una vez más, el traqueteo del telar llenó con su sonido la casa. La anciana escuchaba a través de la puerta cerrada como tejía cada día, y cuando su marido llegó a casa tarde la tercera noche, comentó: “Me pregunto cómo lo hace”. Justo entonces, la joven sacó el segundo rollo de tela.

“Ya está, este es el último”, anunció a la pareja. En la penumbra, parecía haber encogido un poco. Pero después de que el anciano vendiera el segundo rollo de tela, él y su mujer le preguntaron si podía hacer solo uno más.

La revelación

A la pareja le costó convencerla, pero finalmente la joven accedió. Cada día, el anciano llegaba antes a casa después de recoger leña, pues estaba ansioso por ver el siguiente rollo de tela. La tercera noche, la pareja de ancianos susurraban preguntándose cómo le era posible producir un material tan magnífico en su ordinario telar. “Podríamos abrir la puerta un poquito”, propuso el hombre. “Seguro que no se da cuenta”.

Cuando empujaron suavemente la puerta y se asomaron a través de la rendija, observaron un espectáculo extraordinario. Una grulla estaba arrancando sus propias plumas con el pico y tejiéndolas en el telar. Se quedaron paralizados durante unos instantes, mirando al ave, hasta que el hombre tocó el hombro de su mujer, retrocedieron y él cerró la puerta apresuradamente.

No tardó mucho en salir la joven, con un aspecto más frágil que nunca. En silencio, entregó el tercer rollo de tela al anciano. Luego se dio la vuelta. “Prometieron que no me verían trabajar, pero rompieron su palabra. Soy la grulla que salvó de la trampa, y vine a mostrar mi gratitud. Pero no puedo seguir viviendo aquí con ustedes”.

Salió de la casa y volvió a su forma original. Sin embargo, donde antes había estado bellamente cubierto de plumas cuando el hombre la encontró por primera vez en la trampa, ahora había zonas desplumadas. Mientras la pareja de ancianos miraba su lomo, alzó el vuelo y, con un sonoro graznido, voló como una flecha hacia el horizonte.

(Texto de Richard Medhurst. Ilustraciones de Stuart Ayre.)

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