Hacia los 10 millones de 'hikikomori': la visión de Saitō Tamaki

Sociedad

“Si no hacemos nada, tendremos en Japón 10 millones de hikikomori". Saitō Tamaki, el profesor de la Facultad de Medicina, Psiquiatría Social y Salud Mental de la Universidad de Tsukuba que dio a conocer a la sociedad el fenómeno del hikikomori, alerta sobre los peligros de desentenderse y propone algunas soluciones para este delicado problema.

El envejecimiento, entre las razones que impulsan el fenómeno

Saitō Tamaki, que con su libro Shakaiteki hikikomori: Owaranai shishunki (“El hikikomori social: una pubertad interminable”; 1998) difundió en la sociedad japonesa el conocimiento sobre el hikikomori, compartió a finales de julio de 2019 con los informadores internacionales en el Centro de Prensa Extranjera de Uchisaiwai-chō (Tokio) las medidas que se están tomando contra el fenómeno. En su presentación, Saitō consideró que la cifra de 1,15 millones de personas en esa situación, de entre 15 y 64 años, ofrecida por dos estudios gubernamentales realizados en 2016 y 2019 podría quedarse corta. El experto calcula que, en realidad, podría estar afectado un porcentaje comprendido entre el 3 % y el 5 % de la población, lo que situaría la cifra en los dos millones de personas, que permanecerían un promedio de 13 años encerradas. De continuar la progresión, el total podría llegar a los 10 millones. A diferencia de las personas sintecho, que suelen tener vidas relativamente cortas, este otro grupo no tiene que preocuparse por su subsistencia ya que cuenta con el apoyo de su familia y está, por tanto, en buenas condiciones para llegar a una edad avanzada en esa situación.

Tasa de criminalidad extremadamente baja

A raíz de casos criminales como el ocurrido en el año 2000 en Niigata, en el que una niña fue raptada a los nueve años y encerrada durante nueve años y dos meses hasta ser finalmente liberada con vida, o el de Kawasaki de mayo de 2019, en el que un hombre atacó con arma blanca a un grupo de escolares que esperaba el autobús, causando la muerte a dos de ellos y heridas a otros 18, se ha especulado con la posibilidad de que el hikikomori esté entre los motivos de actos de esta naturaleza. Saitō es tajante al respecto y sostiene que la conexión entre hikikomori y crimen es muy lejana. Según explica el experto, el hikikomori puede definirse como una situación en la que alguien no participa en actividades sociales durante un mínimo de seis meses, sin que pueda alegarse como causa principal desórdenes mentales. En muchos casos criminales en los que se informó de que el agresor estaba en dicha situación, los médicos dictaminaron posteriormente que, además, padecía algún tipo de desorden, por lo que, según entiende Saitō, estos casos quedarían fuera de la definición. “El hikikomori no es una enfermedad sino una situación, y la tasa de criminalidad de las personas en esta situación es extremadamente baja”, enfatiza Saitō.   

En una sociedad hostil

Saitō ve a los hikikomori como personas perfectamente normales que, por azares de la vida, se encuentran en una situación muy difícil. Hoy en día, además de un gran número de trabajadores fuera de plantilla, en puestos temporales o a tiempo parcial, la sociedad está envejeciendo y para muchas personas que se han visto obligadas a dejar su trabajo para cuidar de un familiar no es fácil volver a encontrarlo. No cabe sino decir que nuestra sociedad se está volviendo hostil para mucha gente.

En palabras de Saitō, vivimos en una sociedad en que todas estas circunstancias son pasadas por alto y en la que el respeto hacia el individuo brilla por su ausencia, pues se presenta a quienes no cumplen una determinada función social o familiar como personas sin valor. Así, los propios afectados, que se sienten incapaces de actuar, terminan interiorizando esta valoración cuando se les dirigen mensajes como el nombre de la campaña gubernamental Ichi-oku sōkatsuyaku jidai (“Una época en la que toda la población de Japón es plenamente activa”). “Estas cosas hunden todavía más a los hikikomori”, señala el experto.

Acoso y hostigamiento en el origen del problema

Entre los principales desencadenantes de esta situación, Saitō cita el acoso escolar y el hostigamiento de los profesores. En cambio, sostiene que son muy raros los casos en que el autoencierro se origina en un maltrato familiar o trastorno por estrés postraumático (TEPT). Valiéndose de un esquema gráfico (ver ilustración), Saitō explica cómo, cuando el hikikomori rebasa un cierto periodo de tiempo, acaba sistematizándose y convirtiéndose en un círculo vicioso. Normalmente existen múltiples puntos de contacto entre el individuo, la familia y la sociedad, pero cuando una persona entra en situación de hikikomori, pierde dichos contactos. Además, la familia afectada entiende su situación como una vergüenza y termina perdiendo sus contactos sociales. Si la situación se alarga, resulta difícil volver a participar en la sociedad. Tal es la situación de aislamiento que soportan los padres que van envejeciendo mientras siguen sosteniendo a sus hijos ya mayores, el llamado “Problema 80-50”, en referencia a las edades de ambas generaciones.

La violencia doméstica se detecta en un 10 % de los casos de hikikomori. “En el hikikomori de larga duración, la persona se encuentra en una situación mental muy angustiosa, pues siente que su vida no tiene sentido y carece de valor. Es muy duro pensar que uno mismo es el culpable de todo lo que le ocurre, así que empieza a trasladar la responsabilidad a su familia, por la forma en que lo ha educado. Puede llegar a convencerse de que ha sido víctima de malos tratos aunque en realidad no lo haya sido y va alimentando un resentimiento que fácilmente puede dar paso a la violencia. Y una vez que se da rienda suelta a la violencia, se crea una dependencia de este comportamiento y la situación va agravándose”, advierte Saitō.

En estos casos, es necesario dejar claro con antelación y con toda rotundidad que uno no está dispuesto a aceptar ningún tipo de violencia y que no dudará en denunciar el hecho a la policía o en evacuar la casa si es necesario, y tomar cartas en el asunto el mismo día en que se produzca el episodio de violencia. “Una vez se haya dejado el domicilio familiar, se debe mantener abierta una mínima vía de comunicación y tratar de regresar al cabo de aproximadamente una semana habiendo obtenido previamente la promesa de que no volverá a ejercerse la violencia”, aconseja.

Un problema que aflora en muchos países

Este fenómeno de aislamiento social del individuo no es exclusivo de Japón. En Corea del Sur se estima en unas 300.000 el número de personas en esa situación y en Italia ha llegado a formarse una asociación de familias afectadas por primera vez en un país de la Unión Europea. El problema se manifiesta con más claridad en aquellos países donde las familias están más unidas y los lazos familiares son más fuertes. En estos países, el porcentaje de adultos jóvenes que siguen viviendo con sus padres es más alto. Sin embargo, cada vez hay más jóvenes que comparten casa con sus padres en todo el mundo.

En países más individualistas y en los que es más raro que los hijos adultos sigan compartiendo casa con sus padres, como Estados Unidos o Reino Unido, el problema del hikikomori alcanza menor magnitud, aunque, como contrapartida, es más grave el problema de los jóvenes sintecho. No es fácil establecer comparaciones entre países ya que la definición de “persona sintecho” varía de uno a otro, pero se estima que en Estados Unidos existen 1,6 millones de jóvenes sintecho y en Reino Unido, 250.000, mientras que en Japón serían muchos menos, quizás en torno a los 10.000.

Una mentalidad que excluye y aísla a los débiles

En Japón hay una inveterada tendencia a aislar y excluir socialmente a las personas con discapacidad. Mientras que en el resto del mundo, a partir de los años 80 del siglo pasado, se comenzó a sacar a estas personas de las instituciones y devolverlas a sus hogares, en Japón ese cambio no se produjo y hoy en día el país sigue disponiendo de más de 300.000 camas en hospitales psiquiátricos, lo que representa el 20 % de todas las del mundo. “Todavía persiste la cultura de que a las personas que tienen algún hándicap hay que ponerlas juntas para tratarlas. Es una forma de retraso típicamente japonesa”, manifiesta Saitō.

Al ocurrir asesinatos indiscriminados como el de Kawasaki del mes de mayo, “en otros países, los medios de comunicación empiezan por rendir homenaje a las víctimas y suelen priorizar la atención psicológica a las familias, pero en Japón enseguida se difunden las características del agresor, tras lo cual se llega a identificar a su familia y esta es vapuleada. Yo creo que esa tendencia a hacer de la familia corresponsable de lo sucedido es también muy japonesa”, sostiene. Tradicionalmente, se ha dejado a las familias todo el peso del cuidado de los miembros con discapacidad mental y de los ancianos. Saitō advierte del peligro que encierra aplicar esa misma lógica de la exclusión a los hikikomori.

Cómo hacerle frente

¿Qué deberían hacer, entonces, las familias que sufren un problema de hikikomori?

Para responder a esta pregunta, Saitō expone el caso de un hombre de 21 años que pasó cinco como hikikomori. Tras recibir asistencia psicológica, los padres dejaron de tratarlo a gritos y de mostrarle su enfado, absteniéndose de interferir en su vida, a consecuencia de lo cual las relaciones familiares comenzaron a mejorar poco a poco. Cuatro meses después, el propio afectado acudió a la consulta y participó en un programa de cuidados diurnos para personas en esta situación. Logró hacer amigos entre otros participantes aficionados a los juegos informáticos y dos años después de empezar el tratamiento ingresó en un programa de formación de bachillerato a distancia. Ha participado también periódicamente en clases presenciales, obteniendo buenas calificaciones. Actualmente, su situación es estable.

Presentamos a continuación una parte del método que sigue Saitō, basándose en su experiencia. Dado que el afectado recibe el primer auxilio de la familia, debe empezarse por conseguir que sea esta la que visite al psiquiatra o al psicólogo. Además, la familia debe contactar con otras familias que tengan el mismo problema. Poco a poco, debe abrirse a otras familias y a la sociedad. Mientras recibe atención psicológica, la familia debe acudir a las ventanillas de atención de los centros de apoyo a familias con hikikomori o a los servicios correspondientes de la seguridad social, así como a otras instituciones de apoyo privadas, de forma que los padres se capaciten para tratar correctamente a su hijo. De esta forma, se consigue que el propio afectado vaya cambiando. 

Ante el problema del envejecimiento de los hikikomori, no debe caerse en un sentimiento de vergüenza ni dejarse influir por el qué dirán. Hay que considerar abiertamente la posibilidad de obtener una pensión para personas con discapacidad o beneficiarse de los programas públicos de apoyo económico a las familias necesitadas. Mientras puedan hacerlo, los padres deben hacer una planificación de la vida del hijo afectado, para que sea capaz de subsistir cuando llegue a una edad más avanzada. Desafortunadamente, por el momento no parece que el Gobierno de Japón sea consciente de la gravedad del problema y esté tomando medidas o estableciendo sistemas del alcance necesario. Es importante que los padres vayan preparando estas cosas por sí mismos.

La integración escolar o laboral no es la meta final

Si la situación de incomunicación social ocasionada por algún hecho accidental se prolonga, se pueden producir alteraciones psicológicas secundarias, como la sensación de decaimiento o la ansiedad al tratar con otras personas, así como alteraciones del ritmo de vida diaria, por todo lo cual se recomienda restablecer los lazos sociales tan pronto como sea posible. Saitō afirma que para encontrar una salida es necesario que el propio afectado acepte y enfoque su situación de forma positiva. Y concluye que encontrar un trabajo o matricularse en una escuela no necesariamente es la meta final.

Reportaje, texto y fotografías: Redacción de nippon.com

Fotografía del encabezado: Saitō Tamaki durante su charla en el Centro de la Prensa Extranjera de Uchisaiwai-chō (Tokio), el 29 de julio de 2019.

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