Consejos para afrontar las dificultades de la vida

Nosotros y lo invisible: un mensaje para los que están paralizados por la pandemia

Sociedad Salud

Los suicidios aumentaron en Japón durante la pandemia. ¿Será porque, al quedarnos sin “lo visible” que acostumbrábamos a disfrutar, hemos vuelto la mirada hacia nuestro interior? Izumiya Kanji defiende la importancia de enfrentarnos a la realidad invisible que reside en lo más hondo de nuestro ser.

El coronavirus, que actualmente siembra el pánico en el mundo entero, no da señales de desaparecer porque forma parte de lo invisible.

La humanidad viene logrando una prosperidad y un progreso acelerados sustituyendo de forma progresiva lo invisible por lo visible. Borrachos de éxito, sin darnos cuenta pasamos a subestimar lo invisible y a perseguir lo visible incesantemente. Pero, llegados a este punto, no tenemos más remedio que enfrentarnos cara a cara a lo invisible, que de repente nos enseña las garras sin que podamos evitarlo.

La angustia existencial, un tema infravalorado

En la salud mental, mi área de especialidad, particularmente en los últimos años, hemos pasado a valorar solo el aspecto adaptativo “visible” de los problemas, como es la reinserción social en los casos de ausentismo escolar o laboral. Aunque no podemos negar que ese tipo de asistencia sea necesario, tampoco podemos ignorar que muchísimos casos se abordan atendiendo solo a la reinserción, a pesar de que presenten el problema “invisible” de la angustia existencial de no hallar sentido a la vida.

En casi todos esos casos, se diagnostica depresión siguiendo un manual de diagnóstico estándar y el tratamiento se limita a recetar antidepresivos y recomendar reposo. A los clientes que sufren porque no ven sentido a vivir o a ir al trabajo o la escuela, se les indica arbitrariamente que la depresión es la causa de que se planteen ese tipo de cuestiones y sus dudas se dejan sin tratar.

Hace años participé en un debate televisivo en que apunté la necesidad de abordar de frente los problemas del vacío existencial de nuestra era, pero los otros psiquiatras del plató se mofaron de mí alegando que hoy en día prácticamente ningún paciente desea explorar ese tipo de cuestiones en profundidad. Entonces pensé que tal vez me había quedado desfasado y salí del paso bromeando, pero, ante una situación como la actual, me veo obligado a concluir que, para seres espirituales como los humanos, los problemas existenciales “invisibles” son cuestiones fundamentales a las que no podemos restar importancia.

La reclusión en casa y el aumento de los suicidios durante la pandemia

Según la Agencia de Policía, la cifra de suicidios en Japón, que mostraba una tendencia a la baja desde 2009, volvió a aumentar a partir de julio de 2020. Las estadísticas del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar revelan que Japón es el país del G7 con el mayor índice de suicidios desde 1998 y que es el único en que el suicidio es la primera causa de muerte entre la población joven (entre 15 y 39 años).

La elevada tasa de suicidios de Japón se atribuye principalmente a factores reales y “visibles” como los problemas económicos derivados del empeoramiento de las condiciones laborales o el mal rendimiento empresarial, pero creo que no son pocos los casos en que las víctimas dejan de hallar sentido a su vida cuando se ven obligadas a detener la actividad cotidiana y se sienten abrumadas por las dudas existenciales “invisibles” que les sobrevienen.

Al tener que evitar salir de casa en la medida de lo posible para frenar la expansión del coronavirus, las personas que hasta entonces otorgaban importancia a llevar una vida activa fuera del hogar han visto limitadas la distracción y la diversión de las interacciones sociales y las salidas, y se han visto obligadas a enfrentarse a sí mismas.

Claro que nos hemos lanzado al mundo virtual para relacionarnos y divertirnos, y que internet se ha convertido en un recurso práctico que parece cubrir nuestras carencias. Sin embargo, a medida que la vida en casa ha devenido una realidad a medio o largo plazo, hemos empezado a sentir una insatisfacción cualitativa ante esa vida virtual, que no deja de ser un sucedáneo y que en realidad hace que acusemos más intensamente la falta de comunicación cara a cara y de experiencias que nos estimulen.

En cualquier caso, la anómala situación de reclusión en que ahora vivimos nos obliga a todos, nos guste o no, a darnos a la introspección, a volver la mirada hacia nuestros adentros.

La racha de noticias impactantes sobre suicidios de artistas japoneses de éxito a quienes la vida parecía sonreír, que no pueden explicarse por ningún factor “visible” de los que la opinión pública suele atribuir a este tipo de sucesos, como causas económicas u otros problemas del estilo, resultan sintomáticas. ¿Acaso ese tipo de casos no demuestran, precisamente, la verdad humana de que el éxito material o económico ni es imprescindible ni suficiente para mantener el apego a la vida?

Una vida superficial

En la época actual contamos con la comodidad de un acceso fácil a toda la información y los manuales que necesitamos pero, cuanta más facilidad tenemos en este sentido, más profundidad perdemos en todo lo demás. Los procesos se abrevian y la tendencia a buscar precipitadamente solo los resultados se exacerba. Además, se subestima y se desdeña el hecho de enfrentarnos a problemas “invisibles” sin aplicaciones prácticas, como cuestionarnos el sentido de la vida, que se considera un exceso de cavilación o se identifica como un síntoma de la depresión.

Las artes y la literatura, que siempre han desempeñado la importante función de mostrarnos el sentido de vivir y de evocar nuestra dimensión existencial, tienden a caer ahora en la dimensión del mero entretenimiento porque solo persiguen el éxito comercial. La afición por el arte y la filosofía se ha convertido en un medio para acceder a la élite empresarial o en una fuente de conocimientos para resolver las preguntas de concursos televisivos.

Así es como hoy en día nuestras vidas han perdido profundidad y densidad, completamente envueltas en la distracción instantánea del entretenimiento. En el día a día de mi práctica profesional, detecto que se está produciendo un fenómeno que quizás debería llamar “acercamiento entre la vida y la muerte”, especialmente entre las generaciones jóvenes. Si el hecho de vivir se ve solo como algo plano y superficial, los problemas e inconvenientes inevitables de la vida nos parecerán faltos de sentido, inútiles, absurdos y ni siquiera albergaremos la voluntad de superarlos. Desde esa perspectiva, no es de extrañar que la muerte se nos presente fácilmente como una vía para huir de las dificultades.

La profundidad de lo invisible

Los ojos cerrados, de Odilon Redon. 1890. 29,5 x 23,7 cm. Litografía en papel. Archivo del Museo Prefectural de Gifu. Estuvo expuesto hasta el 17 de enero de 2021 en la exposición “Visiones de Odilon Redon 1894” del Museo Mitsubishi Ichigōkan (Marunouchi, Tokio).
Los ojos cerrados, de Odilon Redon. 1890. 29,5 x 23,7 cm. Litografía en papel. Archivo del Museo Prefectural de Gifu. Estuvo expuesto hasta el 17 de enero de 2021 en la exposición “Visiones de Odilon Redon 1894” del Museo Mitsubishi Ichigōkan (Marunouchi, Tokio).

El poeta británico T. S. Eliot afirmó: “La cultura puede incluso ser descrita simplemente como aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida”. En efecto, la cultura cumple una función importantísima y no es para nada un conocimiento accesorio para distraerse, matar el tiempo ni, por supuesto, presumir.

Ahora que nos vemos empujados a la introspección, somos más susceptibles de lo normal de notar ese vacío que albergamos en nuestro interior y que no podemos disipar solo distrayéndonos con el entretenimiento.

A pesar de todo, no tenemos por qué temer ciegamente ese vacío; la humanidad ha producido un extensísimo patrimonio cultural enfrentándose a él, descubriendo cosas nuevas y buscando cómo superarlo, un patrimonio que debe hablar de todo lo invisible.

Después de una era en que inclinarse hacia lo visible, buscar resultados inmediatos y hallar soluciones sirviéndonos hábilmente de fuentes de información y manuales se ha considerado lo inteligente, hemos llegado a un punto en que debemos volver a mirar aquello invisible que habíamos olvidado.

La información de manual y el entretenimiento se amontonan en las orillas del océano de información, pero debemos evitar distraernos y encallarnos en ellos para buscar la verdadera sabiduría que reside en lo más profundo, la cultura que hace “que la vida merezca la pena ser vivida”.

Cuando Beethoven, cuyo 250 aniversario se celebró en 2020, perdió la capacidad auditiva —problema fatal para un músico—, pensó en suicidarse y llegó hasta a redactar un testamento. Sin embargo, en el proceso de superar su dolor, compuso su tercera y su novena sinfonías (Heroica y Coral, respectivamente), que expresan el sentido profundo de la vida. Shakespeare plasmó con maestría los distintos vicios del hombre en una numerosa colección de obras dramáticas que no han perdido vigencia y que siguen enseñándonos de qué está hecho el ser humano. Este tipo de patrimonio cultural no forma parte de los “bienes de valor” que deben conservarse en un museo, sino que es algo que nos nutre profundamente conectando con nuestro sentimiento de vacío y nos guía hacia la esperanza cuando hemos perdido el sentido de vivir.

Ahora que nos hallamos en una situación de enclaustramiento insólita, es el momento de dedicarnos a la introspección, con serenidad y plenitud, y acercarnos a lo más profundo de nuestro ser, sin dejarnos apabullar por lo invisible, sino sirviéndonos de ello para nutrirnos, convirtiéndonos en seres que crean una nueva cultura para seguir adelante con nuestras vidas con todo el ímpetu. Es ahí donde se revelará la energía latente que nos define realmente como personas.

Fotografía del encabezado: Los ojos cerrados, de Odilon Redon. 1890. 29,5 x 23,7 cm. Litografía en papel. Archivo del Museo Prefectural de Gifu. Estuvo expuesto hasta el 17 de enero de 2021 en la exposición “Visiones de Odilon Redon 1894” del Museo Mitsubishi Ichigōkan (Marunouchi, Tokio).

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