A pesar de mis tatuajes de ‘yakuza’

Hombres de leyes que salieron de la ‘yakuza’: Kōmura Ryūichi y Morohashi Yoshitomo (primera parte)

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Salir de la yakuza para meterse en el sector legal: esa es la insólita trayectoria del escribano judicial Kōmura Ryūichi y el abogado Morohashi Yoshitomo. Les presentamos una entrevista con estos dos hombres de pasado complicado. En esta primera parte, nos cuentan sus experiencias en la yakuza y la historia de sus tatuajes.

Morohashi Yoshitomo MOROHASHI Yoshitomo

Nacido en la prefectura de Fukushima en 1976. Tras terminar el bachillerato, logra entrar en la Facultad de Economía de la Universidad de Seikei en el tercer intento, pero abandona los estudios para unirse a la mafia. En 2005 ingresa forzosamente en una clínica durante medio año para tratar su drogadicción. Detenido por sospecha de violación de la Ley de Control de Estimulantes, lo sentencian a año y medio de prisión con tres de suspensión de la pena, y lo expulsan de su organización. Al terminar la pena, se dedica a estudiar para obtener varios títulos oficiales. Primero se hace con la certificación de agente inmobiliario y la de escribano judicial, y en 2013 aprueba el examen de abogacía. Autor de Moto yakuza bengoshi: yakuza no bajji o hazushite, bengoshi bajji o tsukemashita (El abogado exmafioso: me quité la insignia de yakuza y me colgué la de abogado; Saizusha).

Kōmura Ryūichi KŌMURA Ryūichi

Nacido en 1972 en la prefectura de Okayama. Abandona los estudios en bachillerato y monta una empresa de recursos humanos. A los 21 años entra en la yakuza bajo las órdenes de Takegaki Satoru, líder de la banda Giryūkai del clan Yamaguchi-gumi (actualmente, presidente de la organización sin ánimo de lucro Gojinkai). En 2003 funda un grupo de derechas. En 2005, con la disolución de la Giryūkai, abandona la yakuza. A los 38 años lo detienen por sospecha de obstrucción a la policía en el cumplimiento de sus funciones. Mientras cumple tres años de condena en la cárcel, empieza a prepararse para los exámenes oficiales. Tras hacerse con la certificación de agente inmobiliario y la de escribano administrativo, en 2018 aprueba el examen de escribano judicial. Autor de Motoyakuza, shihō shoshi e no michi (El camino de exmafioso a escribano judicial; Shueisha International Inc).

“Me pusieron una pistola en la sien con mano temblorosa”

─¿Cuándo fue la primera vez que supisteis el uno del otro?

MOROHASHI  En 2019, cuando leí una noticia que decía que un exmafioso había aprobado el examen de certificación de escribano judicial. Para entonces yo ya era abogado, pero seguía ocultando mi pasado y me dejó atónito que Kōmura lo publicara abiertamente. Entendí que yo también lo podía hacer. Conocer su caso fue clave para que me decidiera a salir del armario como antiguo yakuza en un programa de YouTube en abril de 2022.

KŌMURA  Yo conocí a Morohashi gracias a aquel vídeo de YouTube. Me sorprendió no ser el único que hubiera conseguido un título oficial para dedicarme al sector legal con esa trayectoria anterior.

MOROHASHI  A mí me acusaron de violar la Ley de Control de Estimulantes, pero me suspendieron la pena. Kōmura, en cambio, estuvo en la cárcel. Yo veía imposible llegar a trabajar en el sector legal después de haber cumplido condena, así que quise preguntarle cómo había superado ese obstáculo. Aprovechando que ambos publicábamos libros en fechas tan cercanas —yo en mayo y él en junio—, conseguí su contacto a través de un conocido común y hablamos.

KŌMURA  Por más que los dos estuviéramos en la yakuza, nuestras experiencias fueron distintas porque la principal fuente de ingresos de Morohashi era el tráfico de drogas, mientras que yo me dedicaba a las finanzas ilegales y el cobro de deudas. Me interesaba mucho saber qué trayectoria había seguido y cómo se las había apañado para llegar hasta donde estaba entonces.

─¿Cuál fue la experiencia que más os marcó en los años que vivisteis en el submundo de la mafia?

KŌMURA  Fue una cosa que pasó en la época en que me dedicaba más que nada al grupo de derechas que había fundado en 2003. Estaba presionando a un miembro de la yakuza para que devolviera un préstamo y debí de apretarlo demasiado porque, de repente, me puso una pistola en la sien. Cuando noté el tacto del cañón, supe que no era un arma de juguete.

Como el mafioso estaba bastante alterado, le temblaba la mano que sostenía la pistola y balbuceaba cosas incomprensibles. Pensé: “A este igual se le va el dedo y…”. Lo calmé como pude (“Vale, vale. Venga, baja la pistola”) y logré salvar la situación, pero ahí sí que pasé miedo de verdad. Recuerdo que se me quedaron las palmas de las manos pegajosas y el cuerpo empapado de un sudor muy desagradable.

Kōmura Ryūichi, escribano judicial.
Kōmura Ryūichi, escribano judicial.

─¿Vivías con la sensación de jugarte la vida constantemente?

KŌMURA  No solía verme en situaciones en que corriera peligro de que me mataran, pero sí que me detenían a menudo. Siempre por delitos de violencia. Si se metían conmigo, no podía evitar entrar al trapo, aunque supiera que iba a acabar entre rejas. Me metieron preso cuatro veces y cumplí un total de diez años. Era mi destino.

Se tatúa en la universidad sabiendo que no hay vuelta atrás

MOROHASHI  A mí nunca llegaron a apuntarme con una pistola, pero sí tuve experiencias que me impactaron mucho en los kakeai, encuentros que se dan cuando hay algún conflicto entre dos clanes. En ellos se reúnen varios miembros de cada clan para discutir.

Como a veces era yo quien originaba los conflictos, me obligaron a asistir a un buen número de encuentros. Aunque en los kakeai en sí solo se intercambiaban palabras, en el piso de abajo hacían guardia los matones de ambos clanes, que podían llevar armas escondidas y secuestrar a alguien según cómo se saldara la disputa. Además, hay kakeai que sí acaban a tiros y con algún muerto. Eran situaciones muy tensas, pero no pasaba miedo en el momento por el subidón de adrenalina.

Es más, como yo era drogodependiente, tenía más miedo a morir con las alucinaciones que me venían en casa. No paraba de sufrir delirios de que me atacaban. Era como si me acecharan los demonios.

─Los dos lleváis un tatuaje en la espalda. ¿Cómo decidisteis tatuaros?

MOROHASHI  Yo me tatué a los 22 años. Todos mis amigos malotes llevaban tatuajes y empezó a darme vergüenza mostrar el cuerpo sin tatuar en los baños públicos. Claro que me planteé que, una vez que diera el paso, no había vuelta atrás. En aquellos tiempos todavía estaba en la universidad y dudaba si entrar en la yakuza. Tatuarme significaba elegir ese camino definitivamente.

Acabé tatuándome, pero se lo ocultaba a los compañeros de la universidad y otras personas de mi entorno. Me acuerdo de un día en que un amigo me vio el tatuaje accidentalmente, le chocó muchísimo y se creó una situación muy incómoda. Me llevó a verme cada vez menos con mis amigos de fuera de la organización y a que mi faceta de yakuza fuera tomando cada vez más importancia.

KŌMURA  En mi caso, el tatuaje no tuvo ninguna motivación o sentido especial. A los veintipico es cuando a uno le atraen ese tipo de cosas. Lo mío fue por gusto, sí. Además, cuando entras en la cárcel, ves que casi todos los mafiosos van tatuados. Quedaba raro decir que estabas en la yakuza si no llevabas tinta en la piel. También había una especie de complicidad competitiva de enseñarse los tatuajes unos a otros.

¿Cómo se elige el diseño de los tatuajes?

─Morohashi lleva el tatuado un guerrero de la escena “Ruptura de la compuerta” del clásico chino Los bandidos del pantano. Kōmura lleva un demonio. ¿Cómo se elige el diseño que uno quiere tatuarse?

MOROHASHI  Creo que en parte depende del artista que te tatúa. Mi tatuador tenía diseños de muestra expuestos en su local y yo elegí el mío mientras esperaba mi turno. Me pasé unos 30 minutos mirando y elegí el que me pareció más chulo. Fue como cuando vas a la peluquería y consultas los catálogos de peinados (risas).

Yo es que era un yakuza cobarde. En teoría tenía que ir a ver al tatuador una vez cada dos semanas, pero entre que me saltaba las citas y que mi tatuador daba mucho miedo, con el tiempo la situación se hizo incómoda y dejé de ir. Por eso mi tatuaje se quedó inacabado en la fase de sujibori, solo con la silueta, sin colores. Ahora no pienso en volver a la vida de yakuza de ninguna manera, pero sigo con las ganas de terminarme el diseño.

El tatuaje de Morohashi es de un guerrero de una escena de Los bandidos del pantano.
El tatuaje de Morohashi es de un guerrero de una escena de Los bandidos del pantano.

KŌMURA  Yo elegí el demonio porque no lo llevaba mucha gente. En aquella época, la mayoría se hacían dragones o carpas. Podías elegir una imagen del catálogo, pero personalizar el diseño con mucho detalle. Lo que yo no quería era llevar lo mismo que todos.

Al principio tenía la intención de tatuarme todo el cuerpo, incluidos el pecho y los brazos. Pero, una vez que empiezas con una parte, no puedes parar hasta terminarla y, como yo entraba y salía de la cárcel, vi que era mejor no tatuarme más de lo necesario. Por eso solo me tatué la espalda. También es verdad que soy muy caluroso y quería poder ir en manga corta sin que se me viera (risas).

En los baños públicos y las piscinas se prohíbe la entrada a las personas con tatuajes, pero yo no me arrepiento. Tampoco veo la necesidad de borrarme el tatuaje.

El tatuaje de Kōmura es de un demonio hannya.
El tatuaje de Kōmura es de un demonio hannya.

─¿Alguna vez utilizáis los tatuajes para intimidar a otras personas?

MOROHASHI  Eso de enseñar el tatuaje para atemorizar al personal como hacía el personaje de ficción Tōyama no Kin-san es una cosa del cine y el manga; en la vida real sería deplorable.

KŌMURA  Bueno, eso depende de la persona. Hay quienes enseñan adrede los dedos cortados o vociferan los apodos que se usan en la yakuza en tabernas y bares. Que los oyes y piensas: “Ya podríais bajar la voz” (risas).

MOROHASHI  Para mí, los tatuajes no se hacen para enseñarlos, sino que forman parte de tu identidad y sirven de apoyo psicológico. Cuando me enfrentaba a un reto, sentía que el tatuaje que llevo me respaldaba.

Últimamente hay jóvenes que se tatúan los brazos o el pecho y luego van en camiseta enseñándolos, pero tienen la espalda intacta. En nuestra época, lo normal era empezar por la espalda y luego ir cubriendo otras partes. Creo que eso se debe a que, por influencia de la cultura de otros países, cada vez hay más personas que consideran que los tatuajes son para exhibirlos; porque los brazos y el pecho son más fáciles de mostrar que la espalda. Es decir, que se ha convertido en una moda. Parece que ahora los tatuajes ya no se identifican con la yakuza.

Morohashi (izquierda) conversa con Kōmura en las oficinas de nippon.com.
Morohashi (izquierda) conversa con Kōmura en las oficinas de nippon.com.

(Continúa en la segunda parte)

Reportaje y texto: Mori Kazuo, Koizumi Kōhei, equipo editorial de Power News
Fotografías: Ikazaki Shinobu

(Traducido al español del original en japonés.)

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