Una guerra que no debe caer en el olvido
Los secretos de un laboratorio del ejército imperial japonés que unos estudiantes rescataron de las sombras
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El campus de Ikuta de la Universidad Meiji se encuentra en las colinas del distrito de Tama, en la ciudad de Kawasaki. Si uno presta atención, mientras pasea por su campus repleto de vegetación, puede encontrar por todas partes vestigios que cuentan la particular historia del lugar.
Una boca de incendios de color marrón rojizo con un pentagrama grabado, símbolo del antiguo Ejército Imperial Japonés; un enorme cenotafio de 1943 dedicado a unos animales; mojones marcados con la palabra “ejército”. Todos estos restos nos revelan que el lugar fue en su día el IX Instituto Tecnológico del Ejército, comúnmente conocido como el Laboratorio de Noborito.

Mojones visibles en los alrededores del museo. Se aprecia claramente la palabra “ejército” (陸軍, rikugun).
Tras el fin de la guerra el terreno fue utilizado por el Instituto Kitasato y la Universidad Keio, entre otras entidades, hasta que dicho centro docente se reubicó y fue finalmente adquirido por la Universidad Meiji en 1950. Los restos del laboratorio se fueron demoliendo a medida que el campus se modernizaba; aun así, se acabaron dejando algunas partes intactas gracias a las peticiones de investigadores y residentes locales.
Y así, en el extremo sur del campus encontramos el Museo del Laboratorio de Noborito para la Educación por la Paz. Hoy adornado con carteles informativos algo discretos, el museo fue en su día un edificio para la investigación de armas biológicas y químicas. Los restos que lo rodean —los mojones del ejército, una cisterna de agua de la época, un almacén de municiones— actúan como una especie de umbral que separa el lugar del resto del siglo veintiuno.

El exterior del museo. Su particular atmósfera contrasta con el resto del campus de Ikuta, en plena reconstrucción.
El Laboratorio de Noborito fue un centro de investigación establecido en esta zona por el antiguo Ejército Imperial Japonés, en un extenso terreno de unas 36 hectáreas. Aquí se investigaban y fabricaban armas y productos para la llamada guerra de inteligencia, como pueden ser armas electromagnéticas, armas químicas, globos bomba y billetes chinos falsos; productos todos ellos que llegaron a utilizarse durante la guerra.
Entre otros, se fabricaron unos 10.000 globos bomba con un diámetro estimado de 10 metros cada uno, que fueron lanzados desde la costa del Pacífico de Japón hacia los Estados Unidos. Aproximadamente 1.000 de ellos llegaron a impactar en Norteamérica. También se fabricaron billetes falsos por valor de casi cuatro mil millones de yenes con el objetivo de desestabilizar económicamente a los países enemigos, e incluso se consiguió ponerlos en circulación en China.

Un modelo de globo bomba. También se expone una reproducción del tejido que se usaba para los globos, hecho con papel tradicional japonés y gelatina del tubérculo konjac.
Además del modelo y los materiales de los globos bomba, el museo exhibe ahora un certificado de reconocimiento entregado por el entonces primer ministro Tōjō Hideki a los investigadores para felicitarlos por el exitoso desarrollo de un veneno, así como la historia de lo que ocurrió con los miembros del laboratorio tras la guerra.

Certificado de agradecimiento de Tōjō Hideki.
Cada sala de exposición explica con detalle la guerra de inteligencia de la época mediante documentos y descripciones. Sin embargo, tras ellos yace un problema ineludible. Yamada Akira, director del museo y profesor de la Facultad de Letras de la Universidad Meiji, lo expresa sin rodeos:
“La principal limitación de este museo es la escasez de materiales originales. El Laboratorio de Noborito fue un centro para la guerra secreta, por lo que las pruebas se quemaron y destruyeron meticulosamente al acabar la guerra. Esto, lógicamente, limita mucho el número de originales que podemos exponer. Estamos continuamente buscando maneras para compensar esa falta.”
La orden al amanecer de la derrota: “destruyan todas las pruebas”
El Laboratorio de Noborito reunió a cerca de mil residentes locales para trabajar como asistentes de investigación, bajo el mando de más de cien oficiales técnicos. Todos tenían la orden de no revelar a nadie lo que sucedía en las instalaciones.
Al llegar 1945, el ejército imperial, preparándose para una batalla decisiva en tierra propia, dividió y reubicó el instituto de investigación a otras prefecturas como Nagano y Fukui. Cuando en la mañana del 15 de agosto la derrota era ya inevitable, llegó al instituto un mensaje del Ministerio del Ejército. Titulado “Directrices para la Eliminación de Investigaciones Especiales de la División de Asuntos Militares”, decía lo siguiente:
“Si hubiere pruebas de investigaciones especiales que una vez obtenidas por el enemigo pudieren resultarnos desfavorables, tómense sin demora medidas para destruirlas”.
Era, por lo tanto, una orden para eliminar todas las pruebas y evitar así que la verdad sobre las “investigaciones especiales” del laboratorio cayera en manos de las fuerzas enemigas. Obedeciendo esta orden, el personal destruyó rápidamente todas las armas desarrolladas en el centro, así como los documentos clasificados relacionados con las mismas.
Tras la guerra muchos de estos trabajadores se llevaron sus secretos a la tumba.
Este velo de silencio que envolvía el Laboratorio de Noborito solo se rasgó 40 años tras el fin de la guerra, a mediados de la década de 1980. El detonante fue un grupo de estudiantes de bachillerato.
Todo comenzó en la ciudad de Kawasaki, donde aún quedaban cerca de cien edificios del antiguo laboratorio.
En 1988, Watanabe Kenji —exprofesor de instituto de 80 años, a día de hoy— dirigía el llamado Taller por la Paz de Nakahara, en Kawasaki. Era un grupo ciudadano para la investigación histórica. Tras varios anuncios en el periódico en busca de supervivientes, Watanabe organizó varias visitas a los restos del instituto; según cuenta, no había encontrado documentos sobre el tema en la Biblioteca Nacional de la Dieta, ni en los archivos de guerra del Ministerio de Defensa. “Pensé: si organizo estas visitas varias veces tal vez aparezca alguien que conoció el laboratorio en su momento”, explica.

Watanabe Kenji dio pie al redescubrimiento de la historia del Laboratorio de Noborito.
Y así fue: un anciano que participó en la quinta visita reveló que había trabajado en el laboratorio. Según confesó, había guardado silencio porque así se lo habían ordenado, pero sentía que aquella juventud que pasó trabajando en el laboratorio se desvanecía y, con la esperanza de reencontrarse con sus antiguos compañeros, había recopilado sus nombres en una lista.
En esta lista había unas 90 personas. Por sugerencia de los estudiantes de instituto que habían participado en aquel Taller por la Paz, se realizó una encuesta para estas 90 personas en nombre del Consejo de Educación de la ciudad de Kawasaki. Más de veinte personas respondieron. Una de ellas, una mujer que había trabajado como mecanógrafa en el laboratorio, entregó un fajo de documentos de la época que había traído en secreto a casa para practicar con la máquina de escribir.
Estos descubrimientos históricos aparecieron en la NHK. Inspirados por el programa, esta vez pasaron a la acción unos estudiantes del instituto de Akaho, en la ciudad de Komagane, Nagano.
Con la idea de reunir testimonios sobre el laboratorio para una exposición en su festival escolar, los estudiantes se pusieron a visitar los alrededores de los varios lugares a los que el Laboratorio de Noborito había sido reubicado. Fue así como descubrieron que cierto anciano, conocido en la zona por cultivar calabazas, tenía relación con el laboratorio. Tras visitarlo varias veces, se animaron a preguntarle sobre el centro de investigación. Los labios del hombre, sellados durante años, se abrieron entonces: “Nunca se lo he dicho a ningún adulto”, comenzó, “pero a vosotros os lo voy a contar”.
Así lograron esos estudiantes de Akaho, en 1989, sonsacarle la verdad a un exdirectivo del laboratorio. Su nombre era Ban Shigeo: un hombre que, junto al director del laboratorio, Shinoda Ryō, había liderado las investigaciones y el desarrollo relacionados con la guerra secreta desde la época previa al laboratorio —cuando este aún se llamaba “Laboratorio Científico del Ejército”— hasta el final de la guerra.
Los experimentos que no se atrevió a contar a los estudiantes
Ban había mantenido hasta entonces un estricto silencio sobre lo ocurrido en el instituto. Según explicaría después, al ver a aquellos inocentes estudiantes de bachillerato que habían venido hasta su villa en la prefectura de Nagano, comprendió que había llegado la hora de hablar. En su libro Rikugun Noborito Kenkyūjo no shinjitsu (“La verdad sobre el Laboratorio del Ejército en Noborito”; edición popular, editorial Fuyō Shobō, 2010), escribe:
“Hay jóvenes que me preguntan con toda seriedad: ‘¿De verdad Japón libró una guerra contra Estados Unidos?’. Antes de reírnos de su ignorancia, habría que comprender que, para la generación de los nietos de quienes sí la hemos vivido, la guerra es poco más que un concepto lejano que ocurre en algunos países extranjeros”.
El director del museo, Yamada Akira, interpreta así el estado emocional de Ban:

Yamada Akira, director del museo: “Para transmitir la historia, es importante contarla con rigor y cuidado”.
“Habían pasado 40 años desde el fin de la guerra; sin duda alguna, la aparición de una generación que realmente no sabía nada sobre aquel conflicto conmovió a quienes habían permanecido en silencio. Hizo sonar sus alarmas: o transmitían la verdad de la guerra entonces, o quedaría enterrada. Así, una generación que no vivió la guerra logró extraer valiosas historias de quienes sí habían participado en ella. Desde el punto de vista de la transmisión histórica, tiene un valor inmenso.”
Ban escribió su mencionado libro cuatro años después de aquella entrevista. En él, ofrecía por un lado más detalles sobre los testimonios que había compartido con los estudiantes: desde experimentos con veneno y armas electromagnéticas hasta la fabricación de billetes falsos para desestabilizar la economía china. Por otro, revelaba ciertos secretos que no se había visto capaz de compartir con los jóvenes.

Tubos de filtración que conservaba Ban Shigeo, todos marcados con las palabras “secreto militar”. Eran seguramente artículos necesarios en el campo de batalla.
En China, Ban había presenciado experimentos con humanos realizados a cargo de la Unidad Sakae 1644, organización hermana de la tristemente célebre Unidad 731. En los experimentos usaron venenos desarrollados por el Laboratorio de Noborito. En su libro describe detalladamente cómo administraban por vía oral o por inyección sustancias tóxicas que habían creado en el centro, como el cianuro de nitrilo, a condenados a muerte y prisioneros de guerra chinos. Mientras, analizaban las dosis letales para cada individuo y el proceso hasta su muerte.
Aunque su prosa es contenida, el arrepentimiento que la subyace aflora al concluir:
“Considerado como el lado más oscuro de la guerra, hasta ahora esto ha permanecido sepultado en las tinieblas (…), pero ahora lo que quiero es llenar ese vacío en la historia, rezar por las almas de quienes fueron sometidos a aquellos experimentos, y sinceramente desear la paz.”
Ban falleció repentinamente en noviembre de 1993, justo después de terminar de escribir el libro. Tras muchas vueltas, el libro se publicó en 2001, evitándose así que los hechos históricos del Laboratorio de Noborito quedasen enterrados para siempre.
Yamada afirma: “Son recuerdos rescatados milagrosamente por gente que ni siquiera vivió la guerra. Si no fuera por las entrevistas de aquellos jóvenes gracias a las cuales se empezaron a reunir testimonios, sería francamente difícil haber montado este museo.”
Documentos sobre billetes falsos, descubiertos tras 70 años
Yamada, que dirige un museo cargado de dificultades desde sus inicios, subraya una y otra vez el importante papel que juegan los que no han vivido la guerra a la hora de recuperar la memoria histórica. Su mensaje se traduce en que la esperanza yace precisamente en quienes no vivieron esos acontecimientos.
De hecho, a día de hoy siguen apareciendo pruebas físicas importantes que permanecían ocultas y que son descubiertas, de forma fortuita, por personas que no vivieron la guerra.
En 2014, cuando el personal del museo contactó con la empresa papelera Tomoegawa para preparar una exposición especial, estos respondieron así: “Lo cierto es que cuando estábamos ordenando el almacén, encontramos una carpeta con la etiqueta ‘dosier sobre billetes chobiken’. Creemos que podría estar relacionado con el Laboratorio de Noborito durante la guerra”.
El chobiken era la moneda emitida por el Banco Central de Reserva chino bajo el Gobierno títere de Japón liderado por Wang Jingwei. Como era una moneda que fuera de los territorios ocupados por Japón apenas tenía ningún valor, el Instituto de Noborito se dedicó a fabricar billetes falsos que imitaban la moneda de curso legal china, los llamados fǎbì.
La carpeta encontrada en el almacén de Tomoegawa contenía documentos sobre la investigación de las marcas de agua y las técnicas de tejido de hilo de seda en papel, esenciales ambas para la producción de dichos billetes.

Billetes falsos expuestos en el museo de Noborito.
“El elemento más esencial de un billete falso es su marca de agua. Gracias a los documentos del archivo, supimos que la empresa Tomoegawa desarrolló durante un año una marca de agua como la que aparecía en los billetes chinos de curso legal, con el perfil del padre fundador de la República de China Sun Yat-sen. Además, se conservaron muestras originales, por lo que incluso podemos observar cómo fue mejorando la técnica. Debía de ser seguramente un secreto militar conocido solo por los altos mandos de la empresa”.
Si hubiese habido alguien que supiera que los documentos eran material clasificado, quizá los habría destruido sin decir nada. Por suerte fueron descubiertos por alguien que no había vivido la guerra, con lo que los papeles se libraron de desaparecer entre las llamas.
Profundamente agradecido por esa suerte, Yamada espera que sigan saliendo a la luz más documentos y materiales que aún duermen ocultos en algún rincón de la sociedad.

Sala de exposiciones con paneles explicativos.
Cooperación: Departamento editorial de Power News.
Fotografía: Yokozeki Kazuhiro
(Artículo traducido al español del original en japonés.)
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