Tesoros nacionales vivientes: el esmero llevado al extremo

Gokaidō Kumosuke: un genio del ‘rakugo’ que aúna originalidad y tradición

Arte Cultura

El Estado japonés distingue a los maestros artesanos más prestigiosos con la calificación de “portadores de patrimonio cultural intangible de importancia”. Son los llamados “tesoros nacionales vivientes”. Gokaidō Kumosuke se convirtió en 2023 en el cuarto maestro del rakugo, arte tradicional de recitado de diálogos humorísticos, en entrar en ese exclusivo “salón de la fama” japonés.

Gokaidō Kumosuke GOKAIDŌ Kumosuke

Nació en Tokio en 1948. En 1968 entró como aprendiz del maestro de rakugo Kingentei Bashō X, dejando incompletos sus estudios en la Facultad de Comercio de la Universidad de Meiji. Su zenzamei o nombre de iniciación en el rakugo fue Kingentei Komashichi. En 1972, cuando ascendió al rango de futatsume, cambió su nombre al de Gokaidō Kumosuke VI. En 1981 alcanzó el rango de shin’uchi, el más alto del rakugo. En 2009 recibió el Premio a la Excelencia del Festival de la Artes de la Agencia para Asuntos Culturales. En 2013, el Premio de las Bellas Artes del Ministerio de Educación (Sección de Entretenimiento). En 2016 se hizo acreedor a la Medalla de Honor (cinta púrpura), máximo galardón a las artes del Estado japonés, que entrega el propio Emperador. En 2023 fue designado “portador de patrimonio cultural intangible de importancia” (tesoro nacional viviente) por la citada agencia gubernamental, que justificó su decisión en la personalísima forma de Gokaidō de entender el rakugo, patente en la forma en que ha vuelto a insuflar vida a las grandes obras dejadas por San’yūtei Enchō, y en los nuevos bríos que ha imprimido al recitado en Tokio. En 2024 fue declarado ciudadano honorario del municipio de Sumida (Tokio) y recibió el Premio del Espectáculo de Asakusa.

Directamente inspirados en la realidad del medio social

Gokaidō nació y se crio en el barrio de Honjo, en el municipio metropolitano de Sumida. Cuando la capitalidad estaba en Kioto y el actual Tokio era Edo, esta era una de las zonas más céntricas y típicas de la gran urbe. Ha servido de escenario a novelas de época, como Onihei Hankachō, de Ikenami Shōtarō, y a obras teatrales, la más famosa de las cuales es Chūshingura, representada tanto en el teatro de marionetas bunraku como en el kabuki.

“Con la destrucción causada por el Gran Terremoto de Kantō de 1923 y por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, arquitectónicamente en mi infancia ya no quedaba nada propio de Edo. Pero se seguía respirando algo muy local, el aire seguía transmitiendo la calidez de la gente de la calle”.

Gokaidō nació en 1948, apenas finalizada la guerra. “En aquella época, [Honjo] estaba lleno de borrachos contumaces, de matrimonios que iban de pelea en pelea, de familias que huían por la noche escapando de las deudas… Se dice que los hanashika (recitadores de rakugo) tenemos que alimentarnos de todo ese detritus social, y yo creo que no tanto de los temas de actualidad en cada momento, como de lo más puramente cotidiano”.

La otra gran fuente de la que Gokaidō extrajo la esencia del rakugo, además de este medio social, fue su propia madre.

“A mi madre le encantaba el actor Ichiwaka Danjurō XI, solía ir al teatro Kabukiza y también a ver Kumo no ue Dangorō ichiza (obra en la que el “rey de la comedia”, Enomoto Ken’ichi, hace su actuación estelar). A los yose [teatros populares de recitadores] yo iba ya desde que empecé en la primaria, y me llevaba también al teatro Suzumoto de Ueno”.

Entre las actuaciones que se le quedaron grabadas a tan temprana edad, citan ante todo las de su maestro Kingentei Bashō X, que recuerda muy bien. “Con número como Chōja no hanami, por ejemplo, me partía de risa”.

Aunque su orientación hacia el rakugo estaba ya perfectamente marcada desde pequeño, al pasar a la secundaria hubo un paréntesis en su relación con el escenario. El reencuentro con el rakugo se produjo cuando, siendo alumno de la Universidad de Meiji, ingresó en la Sociedad de Estudios del Rakugo. Fue entonces cuando tomó conciencia de todo lo que el rakugo representaba para él, y cuando llamó a la puerta del maestro Bashō.

La vida de su maestro, vista desde dentro

Bashō era el primogénito del maestro, Kokontei Shinshō V(*1). Era también el hermano mayor del maestro Shinchō III(*2). Remontándose en su árbol genealógico, encontramos hatamoto (vasallos directos) de los sogunes de la dinastía Tokugawa, o sea, auténticos samuráis de Edo.

“De mañana, nosotros, los aprendices, hacíamos la limpieza. Al cabo del rato, bajaba del primer piso nuestro maestro, se purificaba y prendía la linterna del altarcillo sintoísta. Luego se sentaba. Ya tenía preparada su gran botella de 1,8 litros de sake, que se servía generosamente en un vaso alto de cerveza, de los finos. Su esposa, buena cocinera, le traía algo para picar, primero un platillo, después otro…, e iba despachándolos hasta que, al cabo del rato, le vencía el sueño. Echaba entonces una cabezadita, apoyado en una almohada de ratán. Poco después del mediodía, nos pedía que le preparásemos el baño. A la salida del baño, echaba otro trago, decía que iba a salir y se iba. Para ahuyentar las desgracias, su esposa seguía el ritual de sacarle unas chispas a la yesca, hecho lo cual le dirigía su saludo de despedida. Nosotros hacíamos lo propio a nuestro estilo. El maestro respondía parcamente y se iba al teatro. ¡Qué bien viven los de este oficio!, decía yo para mi coleto”.

Al parecer, el maestro era hombre fino, de ciudad, y nunca se desgañitaba para regañarles. Eso sí, cuando tenía algo contra alguien, sabía transmitirlo con gran maestría.

“Siendo aprendiz, influenciado por el teatro underground y esos ambientes, me dejé crecer el pelo. En aquella época, se suponía que los aprendices debíamos ir rapados al cero, o con el pelo muy corto, como los deportistas. Un día, el maestro, a la vuelta de un paseo, me soltó: ‘La peluquería de ahí cerca estaba vacía’. Y, claro, tuve que ir”.

Una instrucción desconcertante que llegó a ser un tesoro

Las primeras lecciones no se las dio Bashō, sino su padre, Shinshō. Había sufrido un derrame cerebral, y Bashō y su esposa se habían mudado al primer piso de su casa, para poder cuidarlo. “Shinshō dijo que se encargaría él mismo de enseñarme, porque tenía mucho tiempo libre. Y me enseñó el Dōkan”.

Su método era el tradicional sanben keiko. El maestro interpreta tres veces la misma pieza y luego el discípulo tiene que repetirla.

“Con que, la dice tres veces, pero las tres veces de forma diferente”. Apurado, se lo dijo a su maestro Bashō, quien le enseñó la misma pieza otra vez pidiéndole que no dijera nada a su padre. De las siete u ocho piezas que le enseñó Shinshō, solo pudo aprender una de las cortas, Mameya.

Ahora, echando la vista atrás, comprende que también esa experiencia fue un tesoro. Bashō, por su parte, era un maestro muy cuidadoso.

“Por ejemplo, al enseñarme Dōkan, me dejaba sentado en la habitación y él se salía al pasillo y cerraba la puerta. Entonces, la abría y preguntaba: ‘¿Está el venerable anciano que vive retirado?’. Yo me quedaba sin saber qué decir. Entonces, el me decía: ‘¡Venga, responde!’. Y yo: ‘¡Ah!, ¿eres Hattsan?, ¡pasa, pasa!’. Y él entraba, saludando cordialmente”.

La clave estaba en la mirada. “Creaba esas dos situaciones, una en la que Hattsan estaba todavía a la entrada, otra en la que ya estaba más cerca. Su intención era que yo aprendiese en la práctica a reflejar en mi rostro esas dos miradas diferentes, una dirigida a la lejanía, otra enfocada más cerca”.

Pero cuando le había enseñado estos puntos básicos, ahí terminaba todo. Una vez que le pidió a su maestro volver a una misma pieza, este le dijo que la interpretaría próximamente en una función, y que si tenía interés se sentara entre el público para oírla otra vez. “Luego, siempre había una excusa para no volver a enseñar. En primavera, porque tenía sueño; en verano, porque hacía calor; en otoño, porque se ponía melancólico, y en invierno, porque hacía frío. Y así iba dándome largas”.

Sería, probablemente, una estrategia para que aprendiera a valerse por sí mismo.

Beber y beber para ser más comprensivo

En su época como futatsume, segundo rango del rakugo, descubrió un lugar perfecto para trabar amistad con entendidos en el rakugo y otros intelectuales. Se trataba del bar Kaibaya, bien conocido en determinados círculos, que estaba situado en lo que entonces era una calleja llamada Sarunosuke Yokochō, en el barrio de Asakusa. Su propietario, Kumagai Kōkichi, había sido miembro de la Sociedad de Estudios del Rakugo de la Universidad de Waseda y mantenía una estrecha amistad con el escritor Nosaka Akiyuki. Frecuentaban el local muchos famosos e intelectuales, entre ellos el actor Tonoyama Taiji, el escritor Tanaka Komimasa y el editorial literario Ōmura Hikojirō.

Gokaidō y el joven Bashō XI supieron de las tertulias a través de la prensa y se pasaron por el bar. Fueron bien recibidos e incluidos en el grupo de los que visitaban también zonas de bares como la Golden Gai de Shinjuku (Tokio). El Kaibaya le reportó a Gokaidō oportunidades para conocer la cultura del bar y hacer muchas amistades.

“La cosa es beber. Beber y hacer el ridículo. Hacerlo de forma que a la mañana siguiente no quieras salir de entre las sábanas, de pura vergüenza. Así, te vas haciendo una persona más comprensiva. Alguien incapaz de beber y de ponerse al descubierto, nunca será un buen hanashika. Lo decía Kumagai. Le debo mucho, por todas las experiencias que tuve gracias a él”.

La importancia de transmitir la mejor tradición

Una de esas experiencias de su época de futatsume está detrás de los esfuerzos que ha hecho Gokaidō por volver a poner en circulación números del rakugo clásico casi olvidados.

San’yūtei Enchō, que vivió a caballo entre el periodo Edo (1603-1868) y la era Meiji (1868-1912), dejó grandes obras de tema fantástico y sentimental. Sus obras, en las que la inventiva no iba a la zaga de su portentosa elocuencia, tuvieron gran influencia en las siguientes generaciones y siguen interpretándose hoy en día.

En un banquete, hablando sobre San’yūtei Enshō VI(*3), muy valorado como heredero de las historias de Enchō, Gokaidō se atrevió a decir que, mientras que la gracia del maestro Shinshō no podía alcanzarse mediante el estudio ya que era única e inimitable, la ortodoxia narrativa del maestro Enshō sí estaba al alcance si se estudiaba y prácticamente sistemáticamente. Pero uno de los comensales, que era fan de Enshō, poco convencido de su razonamiento, lo cuestionó espetándole si quien así hablaba era capaz de interpretar piezas como Kajikazawa o Shinkei Kasane-ga-fuchi.

Este fue el punto de partida de su estudio de las obras de Enchō. “En cuanto me puse a ello, me di cuenta de la dificultad a la que me enfrentaba”, recuerda. En aquel tiempo Gokaidō era futatsume y no estaba en posición de pedirle a Enshō que lo instruyera.

Pasó mucho tiempo en el centro de documentación del Salón Nacional del Engei, consultando los viejos libros que registraban las piezas originales. Una de las piezas largas era Futatsu chōchō, de la que existe una versión para el kabuki. Estaba formada por tres actos, pero nunca se representaba completa. El acto menos representado era el llamado Gonkurōgoroshi. Cuando Gokaidō supo que Enshō lo interpretaba, le pidió que se lo enseñase. “Por lo visto, al maestro le agradó la idea y hasta me hizo un regalo”.

El Gonkurōgoroshi interpretado por Enshō pudo verlo después en vídeo y comprobar los movimientos. Luego, Gokaidō hizo su propia versión completa en tres actos y la grabó, dejando así un material de gran importancia para la transmisión del arte. “No hay que dejar que cosas tan valiosas como las piezas de Enchō se pierdan. Una vez cortada su transmisión, es muy difícil recuperarlas”.

Una transmisión que se está consiguiendo

En el rakugo se establece una relación maestro-discípulo muy intensa, que ya no se da en otras áreas de la sociedad moderna. Gokaidō cree que, al ponerse frente a un aprendiz, es importante no perder de vista las diferencias individuales.

“Hay cosas que son propias de cada uno, que no pueden transmitirse por mucho que uno se empeñe. Una instrucción demasiado literal, inflexible, impide que el discípulo desarrolle sus capacidades”.

Una vez transmitidos los conceptos básicos de cada pieza, cada cual debe cultivar su individualidad, su propia sensibilidad. En su escuela de rakugo, esto convive con una viva conciencia de la importancia de transmitir una tradición propia.

“Tōgetsuan Hakushu [su primer discípulo], comenzó recitando mis otoshibanashi(*4), pero hoy en día es un recitador autónomo con un estilo realmente propio. Sumidagawa Baseki [su segundo discípulo] al principio lo hacía exactamente igual que yo, pero luego, en los otoshibanashi, le fue saliendo esa gracia especial que llamamos fura, algo disparatado, así que pasó a los ninjōbanashi. Y ahora aborda incluso los shibaigakari(*5) Shinkirō Ryūgyoku ha heredado perfectamente todas las cosas que le transmití de Enchō. Las clava de tal manera que le llaman “Ryūgyoku el asesino”. Yo creo que cada uno de ellos tiene su estilo personal pero que, al mismo tiempo ha heredado perfectamente todo lo que había que transmitirle”.

Gokaidō perdió a su maestro Bashō cuando acababa de llegar al rango de shin’uchi. Bashō tenía solo 54 años. “Se nos fue demasiado pronto. Ahora soy yo el que enseño y siento gratitud cada vez que convoco a los discípulos o hacemos una reunión de toda la escuela”.

Igual que su maestro, a Gokaidō no le va eso de subir la voz para regañar a los chicos. Y decir cosas difíciles no se le daba nada bien.

“Hay cosas que, por supuesto, no puedo dejar de decir. Pero me cuesta. Por ejemplo, el asunto de la limpieza de la escuela, que a veces se descuida. Se me ocurrió decir: ‘Que no hayais hecho la limpieza es lo de menos. El problema es que ni siquiera os fijéis en el polvo que hay aquí’. Lo ensayé un poco y se lo solté a Hakushu y a Baseki”.

Un hombre, como se ve, tan leal a su trabajo como a su gente.

Reportaje y texto: Kobayashi Nobuyuki (Asahi Shimbun)
Con la colaboración de: Power News.
Fotografías: Yokozeki Kazuhiro.

(Traducido al español del original en japonés.)

(*1) ^ 1890-1973. Junto con Katsura Bunraku VIII, gran estrella del rakugo de la posguerra. Fue un hanashika irrepetible, que supo sublimar la bebida, la pobreza y otras circunstancias de su insólita vida en forma de actuaciones de gran naturalidad, sin artificio y de prodigiosa fluidez.

(*2) ^ 1938-2001. Fue aprendiz de su padre, Shinshō. Llegó al rango de shin’uchi en solo cinco años, algo considerado excepcional. Heredero del rakugo clásico, se avino sin embargo a asomarse a la televisión en programas de variedades, conciliando siempre calidad y popularidad. Murió prematuramente de una enfermedad a los 63.

(*3) ^ 1900-1979. Recitador de la era Shōwa. Profesional de inquebrantable compromiso, dispuso de un amplio repertorio que abarcaba desde piezas sentimentales como las de Enchō, a otras más propiamente humorísticas y ligeras. Mantuvo una gran amistad con Kokontei Shinshō. Se vio enfrentado con la Asociación de Rakugo por la cuestión de los criterios de evaluación para el ascenso al rango de shin’uchi.

(*4) ^ Historia que concluye en un ochi o sage, es decir, un final gracioso. Existen varios tipos de desenlaces, entre ellos el jiguchiochi, que incluye un juego de palabras.

(*5) ^ Pieza en la que el clímax se “teatraliza” con tono narrativo propio del kabuki o con música de shamisen. Antiguamente se acompaña de escenarios ad hoc.

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