Murata Sayaka: cómo sobrevivir en el mundo real sin ser una chica con superpoderes

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Murata Sayaka, la escritora que aboga por liberarse de los cánones de la normalidad y el sentido común impuestos por la sociedad, nos habla de su proceso creativo y de su última publicación, Marunouchi mahō shōjo Mirakurīna (Mirakurīna, la chica con superpoderes de Marunouchi).

Murata Sayaka MURATA Sayaka

Ganadora del Premio Akutagawa en 2016 por Konbini ningen (La dependienta), un superventas que superó el millón de ejemplares en Japón. Nacida en la prefectura de Chiba en 1979. Graduada por la Universidad Tamagawa. Obtuvo el Premio Gunzō de Escritores Noveles por Junyū (Lactancia) en 2003, el Premio Noma de Escritores Noveles por Gin’iro no uta (Canción plateada) en 2009 y el Premio Mishima Yukio por Shiroiro no machi no, sono hone no taion no (La temperatura de aquellos huesos en una ciudad blanca) en 2013.

Se planteó volver a trabajar de dependienta

Después de ganar el Premio Akutagawa en 2016, Murata Sayaka volvió a trabajar en una tienda de conveniencia durante una temporada. La autora asegura que, aunque hace tiempo que abandonó el trabajo por horas a causa de la extenuación física, sigue poniéndose en el lugar del personal cada vez que entra en un konbini.

Durante la pandemia, cuando solo salía al exterior para ir a comprar a la tienda de conveniencia, Murata presenció escenas que le dolieron profundamente: “Vi a clientes que gritaban a los dependientes porque no quedaban mascarillas o que los increpaban para saber dónde habían conseguido las que llevaban puestas. Llegué a plantearme volver a trabajar de dependienta porque me sentía culpable por librarme de aquello mientras otros tenían que sufrirlo”.

La protagonista de Konbini ningen (La dependienta), novela de éxito internacional traducida a varios idiomas, carece de “sentido de la normalidad” y es considerada “anormal” desde pequeña. Cuando entra como empleada en una tienda de conveniencia durante la universidad, descubre que puede interpretar “el papel de persona normal” si trabaja siguiendo el manual de conducta para el personal. Así es como llega a los 36 años soltera y con un trabajo por horas.

La propia Murata trabajaba en una tienda de conveniencia desde su época universitaria, pero solo lo hacía para poder escribir novelas: “La noche antes de ir a trabajar, me hacía una lista de cosas que hacer por la mañana. Esos pequeños objetivos diarios marcaban un ritmo a mi vida. Sin ellos, me habría quedado sin pautas y me habría limitado a vivir en un mundo imaginario”.

En su proceso creativo, Murata va construyendo el universo de cada obra dibujando caricaturas de los personajes que concibe y escribiendo a mano conversaciones y situaciones en una hoja en blanco, tal como se le van ocurriendo. Cuando era dependienta, escribía de 2 a 6 de la madrugada, trabajaba de 8 de la mañana a 1 de la tarde y luego seguía escribiendo mientras almorzaba. Al dejar la tienda, perdió el ritmo de la rutina y pasó una temporada yendo a las cafeterías o al comedor de la editorial a escribir a diario porque era incapaz de hacerlo en casa.

¿Qué hace que algo sea tabú?

Puede que algunos lectores que conocieron a Murata Sayaka con Konbini ningen (La dependienta) se sorprendan al leer otras obras suyas. En su novela anterior, Shōmetsu sekai (Mundo en extinción), la autora plantea un mundo en que las relaciones sexuales conyugales se condenan como incestuosas y tanto mujeres como hombres pueden inseminarse artificialmente y dar a luz. La novela que publicó después de recibir el Premio Akutagawa, Chikyū seijin, esboza una realidad todavía más brutal. La protagonista, una niña que no encaja en su familia, se convence de que es una alienígena que no se adapta a la Tierra y se enamora de un primo que también es “extraterrestre”. Aunque uno pudiera pensar que se trata de una historia de transición de la adolescencia a la madurez, la novela da giros imprevisibles sumergiéndose en temas como el abuso sexual, el asesinato o el canibalismo. Muchos de los relatos cortos de la escritora también presentan planteamientos extremos que recuerdan a la ciencia ficción, como Satsujin shussan (Asesinatos por nacimientos), en que las mujeres pueden convertirse en “alumbradoras” y, al dar a luz a diez bebés, obtienen el derecho de matar a una persona a discreción, o Seimeishiki (Ceremonia de la vida), que describe un nuevo tipo de funeral durante el cual los asistentes se comen al difunto.

Murata empezó a escribir desde muy pequeña. Soñaba con ser novelista de shōjo (un género de literatura para chicas) a la vez que se preguntaba incesantemente por “la verdad verdadera”: “Era una niña a la que le gustaba pensar con profundidad. No entendía muy bien por qué mis padres me daban de comer. No me parecía lógico, por más que me dijeran que lo hacían porque éramos familia y nos queríamos”.

La existencia de los tabús también causó perplejidad a la escritora desde la tierna infancia: “Por ejemplo, me preguntaba por qué existía el homicidio en defensa propia o la pena de muerte, si el asesinato era tabú. Mi mente infantil lo interpretaba como una ambigüedad. El incesto y el canibalismo, que también se consideran tabús, me inspiraban un rechazo y un temor fisiológicos. El origen de ese tipo de sentimientos me parecía un misterio”.

A medida que creaba novelas, a Murata le entraron ganas de afrontar de pleno aquellos tabús y “experimentarlos”. Pensó que así podría acercarse a aquella “verdad verdadera” que tanto anhelaba desde pequeña. También notó que la escritura le permitía liberarse gradualmente: “Si no me hubiera dedicado a escribir novelas, ahora seguiría sufriendo. Sigo sintiendo que las ideas preconcebidas que me coartan se van desmontando poco a poco cada vez que escribo”.

Sobrevivir es lo más importante

Murata se sintió excesivamente reprimida desde bien pequeña por el hecho de ser niña. Su madre deseaba que aprendiera a tocar el piano, que llevara vestidos limpios y pulcros, que ingresara en una universidad femenina con solera, que recibiera el amor de un hombre adecuado y que se casara. “Me sentía muy presionada por esa idea de cómo debe ser una chica”, confiesa.

La lectura de Pelo de zanahoria, de Jules Renard, cuando todavía estudiaba primaria, la impactó: “Detestaba las lecturas infantiles simplonas que acababan bien pasara lo que pasara porque los padres quieren a sus hijos. La desesperanza que rige de principio a fin en Pelo de zanahoria me salvó. Constaté que el autor albergaba una oscuridad más profunda que la mía y que la escribía sin mentiras. Me dio la sensación de que al otro lado de aquellas páginas había un adulto que vivía creyendo en algo mucho más lejano que las ‘cosas de mayores’ y me sentí cercana a un novelista por primera vez”.

Murata lo pasó realmente mal durante la escuela secundaria y llegó a desear la muerte: “Un buen día mis amigas empezaron a ignorarme y me excluyeron del grupo. Pasaron de considerarme ‘superinteresante’ a decirme que me muriera. Hubo un momento en que deseé morir para denunciar aquella situación, pero luego pensé que seguramente aquellas niñas iban a reírse en mi funeral. Quería seguir viviendo. En aquel tiempo escribía novelas y eso me ayudó a aferrarme a la vida. Creía que lo más importante era sobrevivir a pesar de todo”.

Superada la atormentada época de la secundaria, la escritora ingresó en el bachillerato y descubrió las novelas de Amy Yamada: “Desde pequeña era muy tímida y me veía incapaz de hablar con chicos. Cuando entré en el bachillerato y empecé a leer las novelas de Amy Yamada, me di cuenta de que mi cuerpo no era algo destinado a recibir el amor de los hombres sino que me pertenecía. Por primera vez, pensé que mi sexo era mío, que era yo quien debía elegir a los hombres y tener relaciones sexuales según mi voluntad”.

La autora fue liberándose paulatinamente de la “maldición” de ser una chica y empezó a hablar con los chicos de su instituto, pero la fascinación por la belleza de los textos de Amy Yamada hizo que se obsesionara tanto por el estilo que sufrió un parón literario. Un taller de escritura en el que participó durante la universidad la impulsó a retomar la creación novelística.

Mujeres adultas que siguen imaginando ser chicas con superpoderes

El mensaje que transmite la obra de Murata Sayaka es que lo más importante es sobrevivir ante cualquier circunstancia, luchando para liberarse de las riendas de los conceptos socialmente imperantes de la normalidad, el sentido común y la justicia.

El relato que da título al recopilatorio Marunouchi mahō shōjo Mirakurīna (Mirakurīna, la chica con superpoderes de Marunouchi), publicado en febrero de 2020, apareció originalmente en una revista en 2013. Su protagonista es una oficinista en la treintena que sigue jugando mentalmente a transformarse en una chica con superpoderes mediante un estuche mágico para superar las dificultades del mundo real. Un día, una amiga con quien de pequeña jugaba a luchar contra una organización malvada usando la magia acude a ella en busca de ayuda y huyendo del acosador psicológico con quien convive.

Portada de Marunouchi mahō shōjo Mirakurīna (Mirakurīna, la chica con superpoderes de Marunouchi).
Portada de Marunouchi mahō shōjo Mirakurīna (Mirakurīna, la chica con superpoderes de Marunouchi).

“Las series de animación Majokko Megu-chan (Maggie la brujita en Latinoamérica) y Mahō no Tenshi Creamy Mami (El ángel mágico Creamy Mami), que me gustaban de pequeña, me marcaron muchísimo. Quería escribir sobre una mujer adulta que siguiera convirtiéndose en una chica con superpoderes”, explica Murata. La escritora siente predilección por el tema de las chicas que usan la magia; la protagonista de Chikyū seijin (Earthlings, Terrícolas) también huye de una realidad difícil fantaseando con ser una chica con superpoderes procedente de otro planeta: “Hice que la protagonista de Chikyū seijin (Earthlings, Terrícolas) fuera también una chica con poderes mágicos porque quería escribir más sobre ese tema. Mirakurīna halló un final más positivo de lo que preveía y Chikyū seijin (Earthlings, Terrícolas) terminó de forma inesperadamente violenta. A medida que escribo mis historias, me van sorprendiendo y las voy entendiendo”.

Murata nunca ha decidido de antemano el final de sus obras: “El argumento se va transformando a medida que escribo, como en una reacción química. No me fío mucho de la Sayaka que vive como persona, porque su visión está sesgada por las ideas preconcebidas y el lavado de cerebro de la sociedad. Sigo escribiendo mis novelas convencida de que me llevarán a un ‘mundo de verdad’ que yo misma no soy capaz de ver”.

Otros relatos que incluye Marunouchi mahō shōjo Mirakurīna (Mirakurīna, la chica con superpoderes de Marunouchi) son Himitsu no hanazono (El jardín de flores secreto), en que una estudiante universitaria encierra a su primer amor durante una semana, Musei kyōshitu (La clase asexual), que cuenta un romance entre estudiantes de bachillerato a los que se prohíbe revelar su sexo, y Hen’yō (Transformación), protagonizado por una mujer de cuarenta años que se siente perdida en un mundo donde la ira va desapareciendo como emoción y cada vez hay menos interés por el amor y el sexo. Se trata de una recopilación variada y de lectura fácil que refleja la esencia del universo de Murata.

Un hombre odioso pero imposible de odiar

En las obras de Murata Sayaka, los personajes secundarios dejan una impresión muy potente. La autora empieza a escribir sus historias dibujando caricaturas de quienes van a salir en ellas. Primero se le ocurre la edad, el sexo, el peinado y la ropa que llevan, luego imagina qué tipo de infancia tuvieron, y así va construyendo su estructura. También se inspira inconscientemente en personas con las que se cruza por casualidad en su día a día: “A veces estoy en una cafetería trabajando y oigo la conversación de un misógino empedernido o alguien cuenta lo mal que lo está pasando para buscar una pareja con quien casarse; son momentos en que se revela lo que realmente piensan las personas. Creo que, sin querer, ‘congelo’ la impresión que me causan esas escenas en el subconsciente. Al empezar a escribir, un sinfín de expresiones faciales y emociones sutiles se van descongelando y se infiltran en los personajes que creo”.

Hay personajes que nacen para desempeñar un rol secundario pero acaban adquiriendo un papel clave. El dependiente de 35 años que aparece en Konbini ningen (La dependienta) es el mejor ejemplo de ello. Shiraha es un misógino que culpa al mundo de su fracaso en la vida y al que despiden porque su comportamiento hace sospechar que acecha a una clienta. Es un tipo desagradable que menosprecia a la protagonista y no se cuestiona a sí mismo: “Cuando dibujé su caricatura, Shiraha iba a ser un personaje muy pequeño, maltratado por los compañeros de trabajo y digno de compasión. Pero al escribir sobre él, se le puso un carácter malísimo y se convirtió en protagonista. Me sorprendió la cantidad de lectoras japonesas que comentan que no pueden odiar a Shiraha porque empatizan con sus sentimientos de persona oprimida. Los lectores de las versiones traducidas de la novela lo detestan en su mayoría, por lo que solo se le considera digno de compasión en Japón”.

Konbini ningen da el salto a la literatura universal

Las traducciones de Konbini ningen (La dependienta) han obtenido una popularidad notable en países como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Corea del Sur y Taiwán. Murata asegura que algunas temporadas viaja tanto al extranjero para asistir a todos los acontecimientos literarios a los que la invitan que sus allegados le preguntan cuándo va a estar en Japón. La novela continúa traduciéndose a muchos otros idiomas, como el turco, el árabe y el hebreo.

Earthlings, la traducción al inglés de Chikyū seijin (Terrícolas), se publicó en Estados Unidos y Reino Unido en octubre de 2020: “Ginny Tapley Takemori, que tradujo Konbini ningen al inglés, me propuso que la siguiente novela a traducir fuera Chikyū seijin (Earthlings, Terrícolas). Al ser una historia tan sumamente grotesca, temía que no fuera un material adecuado para traducirse, pero Ginny envió el argumento a varias editoriales europeas y norteamericanas y decidieron publicarla”.

Una amistad de Murata que conoce bien la realidad del sector editorial occidental le vaticinó que posiblemente los lectores extranjeros de Konbini ningen (La dependienta) dejarían de seguirla al leer su nueva novela. La escritora espera la reacción a la traducción al inglés con una mezcla de ilusión y algo de temor: “Cuando se tradujo Konbini ningen, me conmovió el amor que le dedicaron los traductores de cada idioma, especialmente Ginny, y también me emocioné con la oportunidad de comunicarme con lectores de otros países. Pienso que una obra se completa al leerla y estoy encantada de que mis obras lleguen a los lectores de todo el mundo, pero, a la hora de escribir, el autor no tiene más remedio que dejarse guiar por la novela; solo puede buscar las palabras que requiere la obra y seguir escribiendo como desea”.

Murata Sayaka en la oficina central de la editorial Kadokawa, en Tokio, en septiembre de 2020.
Murata Sayaka en la oficina central de la editorial Kadokawa, en Tokio, en septiembre de 2020.

Fotografías: Hanai Tomoko.

(Traducido al español del original en japonés.)

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