Itō Hiromi, una poeta que habla del sufrimiento de las mujeres y las madres

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La obra de Itō Hiromi ha sido elogiada como la creación única de una poeta capaz de hablar de temas tan crudos como el divorcio, el parto o cuidar a los hijos y los padres ancianos. Desde que cumpliera los cincuenta comenzó a escribir sobre el cuidado de los mayores, la vejez y la muerte, y se embarcó en un proyecto de traducción y adaptación a la lengua actual de sutras budistas. Ya cumplidos los sesenta, Itō nos cuenta cómo se enfrenta a la vida y la literatura.

Itō Hiromi ITŌ Hiromi

Saltó a la fama en los ochenta por medio de publicaciones en revistas para mujeres, desde su colección de poemas Yoi oppai warui oppai (Buenos pechos, malos pechos, 1985), creando un nuevo género de “ensayos sobre la crianza de niños”. En 2006 recibió el premio Takami Jun por Kawara Arekusa. Sus principales obras incluyen Togenuki – Shin Sugamo jizō engi (Sin espinas: la nueva historia del jizō de Sugamo, con la que ganó los premios Hagiwara Sakutarō y Murasaki Shikibu), Heikei ki (Registro de la menopausia), Chichi no ikiru (La vida de mi padre), Yomitoki Hannya Shingyō (Entender el Sutra del corazón) y Tadotadoshiku koe ni dashite yomu Tannishō (Leer en voz alta y con dificultad el Tannishō). En 2021 publicó Shorō no onna (Una vieja temprana; Chūō Kōron Shinsha) e Itsuka shinu, sore made ikiru – watashi no okyō (Algún día moriré, hasta entonces vivo - mis sutras; Asahi Shinbun Shuppan).

Una vida dura: buen material para la creación

Tras una juventud hostigada por trastornos alimentarios, tras sufrir infidelidades y dos matrimonios fallidos, Itō Hiromi se mudó a Estados Unidos en 1997. Comenzó así una época en la que vivía a caballo entre California y la prefectura de Kumamoto, donde residían sus ancianos padres, mientras criaba a sus tres hijas. Su madre finalmente falleció, y su padre la siguió poco después; su pareja, un pintor casi treinta años mayor que ella al que había estado cuidando, murió también. La vida de Itō ha sido, desde luego, un compendio de tragedias.

Una vida dura es buen material para la creación. Itō escribió desde un principio con gran crudeza sobre el embarazo y el parto (“un feto es una mierda”), y en su poema Kanoko goroshi (Matar a Kanoko) dibujó una vívida imagen de aborto e infanticidio. Con su colección de poemas Yoi oppai, warui oppai (“Buenos pechos, malos pechos”), en la que atacaba la imagen tradicional de lo que se considera una buena madre y abogaba por ser “ruda, vaga y descuidada” como el secreto para cuidar niños, logró conectar de forma muy profunda con las madres jóvenes entre sus lectoras. Al llegar a la menopausia su tema principal ha pasado a ser el envejecimiento y el cuidado de ancianos.

Entre sus obras se pueden encontrar ensayos, pero también poesía y novela. Sin embargo, Itō cuenta que llegado cierto punto decidió dejar de considerarse poeta. “Escriba lo que escriba, siempre se lo toman como un ensayo”, ríe.

Asentimos con vehemencia, atrapados en las representaciones de la vida cotidiana, luchando con la crianza de los hijos o el cuidado de ancianos, aunque a veces, sin querer, nos reímos de esa misma lucha. Y sin embargo, por mucho que trate temas familiares, eso no quiere decir que su obra se vea limitada al ensayo. Togenuki – Shin Sugamo jizō engi (Sin espinas: la nueva historia del jizō de Sugamo, 2007), por ejemplo, una de sus obras maestras, es un poema contemporáneo que combina el día a día del cuidado de sus padres, su compañero y sus hijas con el sekkyō bushi, un género narrativo oral.

“Hace más de diez años que no escribo un poema tal y como lo describe Gendaishi techō (Manual de poesía contemporánea). A pesar de eso todo lo que escribo tiene algo de poesía, en cierto modo”.

Y por mucho que trate temas cotidianos, Itō muestra el cuidado de una poeta en el uso del japonés y sus vocablos.

Escribir como una forma de desenterrar el subconsciente

La escritora enseñó, entre 2018 y la primavera de 2021, creación poética en la Universidad Waseda. “Al ver a todos aquellos estudiantes que escribían con tanta pasión me planteé de nuevo qué significaba escribir poesía. No se trata de escribir simplemente tus emociones; debes tratar de ir más allá, y por mucho que pienses habrá sin duda muchas cosas de las que no te das cuenta. Si encuentras en tu texto una palabra que no habías pensado escribir conscientemente, ahí está tu subconsciente. Si desde ahí tratas de repetir la elaboración del poema, el lector podrá entenderlo sin explicaciones, con su imaginación. Al enseñar esta idea en clase redescubrí que escribir poesía consiste en ir desenterrando el subconsciente”.

Itō añade un ejemplo de su propia experiencia, en la época en que su querido padre falleció. Su madre, tras cinco años ingresada en el hospital, incapaz de abandonar su lecho, falleció en 2009. Tres años después la siguió su padre, que había vivido solo esos ocho años. Itō viajaba de California a Kumamoto una vez al mes para verlo, y lo llamaba a diario desde Estados Unidos. Así, y gracias a la ayuda de asistentes, iba cuidando de su padre. Y sin embargo sintió una gran culpabilidad cuando falleció.

“Cuando murió mi padre no hacía más que echarme la culpa: ‘debería haber estado más con él’; ‘soy su única hija, ¿cómo he podido dejarlo tirado y marcharme a Estados Unidos?’. Y casi todas las noches soñaba con él. Y cada vez tenía la impresión de que iba profundizando más y más en mi consciencia. Finalmente logré llegar a un punto en el que sentí que había comprendido, que podía aceptar la situación”.

Escribir poesía era, pues, similar al acto de soñar. A medida que iba enseñando a sus estudiantes, Itō se fue dando cuenta de nuevo de que ella también podía avanzar poco a poco en su creación, volcando en ella sus preocupaciones y ansiedades, y refinándola aún más.

Poesía como narrativa para mujeres

A través de su experiencia con sus embarazos y partos, Itō fue colocando de manera consciente a la mujer como el lector objetivo de sus escritos.

“Cuando iba a las clases preparatorias del parto, todas las madres hablaban de su estreñimiento con gran alegría. Si salía a algún sitio con mi gran barriga, las ancianas la tocaban y me contaban cómo habían sido sus propios partos. Estaba siendo testigo de esas raras ocasiones en que las japonesas se toman de la mano para comunicarse. Y así fue como sentí la necesidad de escribir una serie de ensayos para apoyar a las mujeres exhaustas con el cuidado de sus hijos”.

Entre los treinta y cinco y los cuarenta años, Itō vio su salud mental deteriorarse. Sufrió problemas en su relación, en su familia... e incluso regresaron los trastornos alimenticios de su juventud. Fue entonces cuando se aficionó al sekkyō bushi. Este género literario surgió en la Edad Media, con ciertos artistas ambulantes que viajaban de un lugar a otro narrando historias para los lugareños. Así surgieron clásicos como Ogurihangan, Shintokumaru o Sanshō Dayū.

“Más que depresión, creo que ahora lo llamaríamos trastorno de estrés. Me sentía desesperada, con la sensación de que debía echarme al camino y no parar, para seguir con vida, y así comencé a viajar de ciudad en ciudad y dar charlas y hacer lecturas. No podía escribir ni un verso. Y en algún momento me di cuenta de que mi vida se parecía cada vez más a la de aquellos artistas ambulantes”.

Gracias a ese encuentro con el sekkyō bushi sintió una nueva consciencia en su interior que la llevaba a escribir una narrativa para mujeres, lectoras que hubieran sufrido los dolores del parto, del desamor, del cuidado de los hijos y de los padres.

“Hay todo tipo de mujeres. Hay quienes tienen hijos, quienes los amamantan, y quienes no lo hacen, quienes deciden no hacerlo, quienes no pueden... Entre mis amigas de mi generación yo soy la única que tuvo hijos. Sin embargo, todas experimentamos los problemas del envejecimiento de nuestros padres casi al mismo tiempo. Más que a través del parto, fue en ese momento cuando sentí de verdad que todas somos hijas de alguien, y cuando vi con claridad el fuerte lazo que nos une. En el Japón patriarcal la tarea de cuidar de los padres ancianos recae en las hijas, mucho más que en los hijos; pero me siento realmente agradecida por haber podido vivir esa experiencia”.

Toda la literatura clásica japonesa es budista

Fue la avanzada edad de sus padres lo que hizo que Itō se interesara por el budismo. Cuando más se acercaba el final para ellos más concreción perdía, y se iba convirtiendo en el acto de “esperar la hora de la muerte, sin hacer lo necesario para prepararse pero sin esperar tampoco”. Cuando les sugirió que buscaran apoyo espiritual en el budismo le dijeron que no les interesaba; fue ella, en cambio, la que comenzó a estudiar las enseñanzas y a leer los sutras.

Estos textos fueron escritos originalmente en sánscrito o pali, y llegaron a Japón en su traducción al chino; su traducción al japonés es bastante arcaica y forzada, y apenas se pueden leer sin ayuda del rubi, los caracteres que indican la lectura de letras difíciles o inusuales. “Cuando vi aquellos textos me entraron ganas de traducirlos usando mis propias palabras. Con todos aquellos textos fui dándome cuenta de que los sutras cortos eran como poemas, y los largos una especie de historia; trabajar con ellos era cada vez más divertido”.

Al igual que ocurre con el sekkyō bushi, los sutras componen un mundo de narrativas basadas en la fe. Los monjes viajan de pueblo en pueblo, donde se establece un diálogo por su parte, como narrador, hacia el público. Itō veía en su mente la escena, con gran claridad, a medida que traducía, absorta, con su propio estilo y vocabulario, expresando las ideas como poemas que quería leer en voz alta a sus lectoras. Mientras leía y traducía los sutras iba comprendiendo que toda la literatura clásica japonesa -la Historia de Genji, el Ryōjin hishō, los textos del teatro noh o el propio rakugo- eran esencialmente budistas.

“Un día nos despediremos. Hasta entonces estaremos juntos”

Itō se hallaba enfrascada en esa traducción de los sutras cuando sufrió una serie de pérdidas: primero sus padres, y en 2016 su pareja, el pintor Harold Cohen. Los veinte años que duró su relación no estuvieron libres de problemas, pero cuando él falleció la escritora sintió una profunda tristeza.

Monjes, no os lamentéis. No sufráis. Por mucho que viva, algún día moriré. Hasta entonces vivo. Un día nos despediremos. Hasta entonces estaremos juntos.

Se trata de una estrofa del Sutra de la enseñanza legada, traducido de la versión de Itō. Es un pasaje en el que Buda, al final de su vida, enseña a sus discípulos cómo enfrentarse a su propia muerte.

Ese conjunto de traducciones se publicó en noviembre de 2021 bajo el título de Itsuka shinu, sore made ikiru – watashi no okyō (Algún día moriré, hasta entonces vivo – mis sutras), y cuenta con pasajes tales como el Sutra del corazón, el Sutra del loto, el Sutra de Ambitābha y el citado Sutra de la enseñanza legada. Se trata de la culminación de los años de trabajo que Itō ha realizado en Estados Unidos.

Pasear con el perro por un erial o una playa desierta. Ver cómo se pone el sol y sale la luna, observar pequeños animales. Vivir con la naturaleza es ver cómo se van sumando la vida y la muerte… Este libro está repleto de ese tipo de ensayos de lo cotidiano.

No se trata de que Itō haya despertado a la fe; más bien se ha visto influida por la visión budista sobre la vida y la muerte, la naturaleza y el medioambiente.

“Creo que un pensamiento diametralmente alejado de las estructuras sociales de esta época en la que nos toca vivir es la iluminación de Buda, y algunas personas piensan que no podemos vivir así, que debemos ir más allá. Yo también me he visto esclava de todo tipo de reglas en las décadas que llevo en este mundo. Pero más allá de ellas hay otra forma de vivir; lo que quería transmitir en esa traducción era, quizá, la forma en la que pude llegar a ese punto”.

Mori Ōgai, su nuevo tema

Itō lleva tanto tiempo viviendo en Estados Unidos, y se siente tan libre allí en comparación con Japón, que a veces ha llegado a sentirse, dice, “como una simple inmigrante” en su propia tierra. En 2009 y 2014 publicó respectivamente dos volúmenes de sus escritos traducidos al inglés por Jeffrey Angles: Killing Kanoko (Matar a Kanoko) y Wild Grass on the Riverbank (Hierba silvestre en la orilla del río); por fin empezaba a sentir el lugar que debe ocupar como poeta, asegura.

Cuando comprendió que pese a estar ya sola deseaba seguir viviendo en Estados Unidos surgió el trabajo en la Universidad Waseda y tuvo que regresar a Japón.

En agosto de 2021 se publicó Togenuki en alemán, y en otoño de ese año la escritora realizó una gira por Alemania con su amiga traductora Irmela Hijiya-Kirschnereit. Este año planea pasar tres meses en dicho país para investigar sobre el famoso literato Mori Ōgai (1862-1922) con motivo del centenario de su muerte. Itō es una auténtica fanática de Mori.

“Ya he cerrado el telón sobre la traducción de los sutras, así que quiero empezar algo nuevo. No quiero hacer algo que se base en mis reacciones sobre lo cotidiano, sino dar comienzo a un mundo creativo consistentemente nuevo”.

(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado y fotografías del texto: comité editorial de Nippon.com)

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