¿Qué significa en realidad la retirada de Japón de la Comisión Ballenera Internacional?

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El anuncio de la retirada de Japón de la Comisión Ballenera Internacional, emitido el día siguiente de Navidad de 2018, dejó a la comunidad internacional boquiabierta. Japón viene siendo un país que valora los organismos consultivos internacionales, empezando por la Organización de las Naciones Unidas. El “retroceso” que ahora demuestra priorizando su beneficio y actuando en contra de los intereses internacionales está recibiendo muchas críticas.

Las ballenas se hallan entre las especies de mamíferos más inteligentes del planeta, y no son pocos los que fruncen el ceño ante la idea de la pesca con fines comerciales de estos gigantescos animales. Con todo, la decisión de Japón de abandonar la Comisión Ballenera Internacional tiene implicaciones de las que no se ha hablado todavía; como profesional con una larga trayectoria observando el problema de la pesca ballenera, estoy convencido de que sentencia el final de dicha actividad.

El principio del fin de la pesca de ballenas a gran escala

La retirada de la Comisión Ballenera Internacional significa que Japón retomará la pesca comercial de ballenas. Muchos asocian el término retirada con la acción de Japón respecto a la Liga de las Naciones en el período entre las dos guerras mundiales. El momento en que el entonces ministro de Relaciones Exteriores Matsuoka Yōsuke abandonó con paso firme la reunión de la Liga marcó el “principio del fin” que condujo a Japón al aislamiento y la derrota. ¿Será igual en esta ocasión? ¿Está Japón eligiendo el camino del aislamiento, exponiéndose al rechazo de países con los que debería mantener una alianza, como Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos y las principales potencias europeas?

El abandono de la Comisión Ballenera Internacional es a todas luces un “principio del fin”, pero no el de la reputación internacional de Japón, sino, paradójicamente, el de la pesca ballenera a gran escala. Esta es la idea que pretendemos defender en este artículo: la retirada de la CBI supone en realidad los últimos coletazos de la pesca de ballenas en Japón.

La pesca de ballenas con fines científicos era una actividad de gestión pública

La Comisión Ballenera Internacional prohíbe la pesca comercial de ballenas Minke, pero su pesca con fines científicos no supone ninguna infracción legal. A la espera de que algún día se levantase la prohibición de la CBI, todos los años a principios de invierno Japón enviaba una flota de barcos cerca de Australia y Nueva Zelanda para pescar ballenas Minke del Antártico como objeto de estudio. Al no tratarse de una actividad comercial, por definición las empresas privadas no podían participar en ella. Como la finalidad de la pesca era la investigación, además, los ejemplares atrapados se consideraban subproductos, y los ingresos obtenidos con su venta, beneficios derivados de subproductos. No era solo una cuestión terminológica, ya que la normativa de la CBI estipulaba estrictamente que esos beneficios debían usarse exclusivamente para cubrir los gastos de las investigaciones del año siguiente. No se permitía ni aumentar los beneficios vendiendo todas las ballenas pescadas. En definitiva, no constituía una actividad comercial.

Por todo lo expuesto arriba, la pesca de ballenas de Japón debía desarrollarse desde el sector público y la única entidad autorizada a llevarla a cabo era el Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos.

La demanda nacional de carne de ballena es insignificante

Por norma general, el precio de los productos primarios lo fija el mercado, y los productores controlan los gastos para asegurarse un cierto margen de beneficio en función de dicho precio. La pesca ballenera de Japón se vio totalmente desvinculada de este mecanismo cuando se dejó en manos de una organización pública sin ánimo de lucro. Al constituir una actividad científica sin vertiente comercial, no se tenía en cuenta si existía demanda de carne de ballena por parte de los consumidores japoneses; el volumen de pesca se fijaba a priori, considerando las ventas de carne mínimas necesarias para poder seguir con las investigaciones.

Los consumidores japoneses consideran la carne de ballena como un manjar muy especial que desean poder degustar una vez cada varios años, por lo que no pasa nada si desaparece de los estantes de los supermercados donde se hace la compra cotidiana. La demanda, por tanto, es tan reducida, que hasta la carne de ballena que el Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos (concretamente, los barcos subcontratados a la Kyōdō Senpaku) traía de las expediciones para venderla representaba un exceso de oferta en el mercado. Los esfuerzos que se veían obligados a hacer Kyōdō Senpaku y sus responsables de ventas para colocar el género, buscando escuelas y hospitales que lo comprasen en grandes cantidades, resultaban patéticos. La motivación era, insistimos, la necesidad de vender la carne para seguir con las investigaciones al año siguiente.

Subvenciones y ayudas para compensar las pérdidas de la pesca científica

En el presupuesto de ingresos y gastos del año fiscal 2018 (de abril de 2018 a marzo de 2019) del Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos, se observa que la mayor partida de gastos corresponde a la de los barcos, que asciende a más de 3.600 millones de yenes. Se trata de los gastos asociados a la provisión de balleneros como el Nisshin Maru, del que hablaremos después, y de la tripulación por parte de Kyōdō Senpaku.

Las dos entidades implicadas en la actividad de la pesca para la investigación que hemos mencionado, el Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos y la empresa Kyōdō Senpaku, mantienen una relación de dependencia mutua. Sus sedes centrales se hallan en la misma planta del mismo edificio.

Por otro lado, los ingresos derivados de la venta del subproducto que figuran en el presupuesto de ingresos y gastos del Instituto del mismo año ascienden a 2.400 millones de yenes. ¿Esa cantidad es mucha o poca para las ventas de carne de ballena derivadas de la pesca continuada por parte de un monopolio estatal? Para hacernos una idea de su peso en el mercado, basta con indicar que el monto representa solo un 0,3 % de las ventas de carne de vacuno y del 0,7 % de las de carne de pollo Broiler.

Sea como fuere, el presupuesto para los barcos se queda corto en 1.200 millones de yenes. Los pesqueros son imprescindibles para la investigación, pero las ventas de subproducto no bastan para financiarlos. Ese agujero en el presupuesto y otros gastos de gestión suelen cubrirse con 4.500 millones de yenes de subvenciones y ayudas gubernamentales procedentes de los impuestos.

Las subvenciones las otorga directamente la Agencia de Pesca al Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos, y se destinan al capital general de la empresa; es decir que representan un aumento de su capital. Las ayudas llegan al Instituto como créditos a corto plazo, a través de organizaciones sin ánimo de lucro que distribuyen fondos públicos para el fomento de la industria pesquera. Así pues, el Instituto no puede sostener su capital ni sus deudas sin el dinero de los contribuyentes.

La pesca comercial no puede financiar la sustitución de los barcos

Al convertir la pesca de ballenas en una actividad comercial, los incentivos empresariales y el flujo de capital cambiarán necesariamente; de lo contrario, los contribuyentes se cuestionarán el hecho de que sigan inyectándose miles de millones de yenes públicos al Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos. Incurrir en costes primero y luego tapar con subvenciones públicas los agujeros que no pueden cubrirse con los ingresos es una estrategia impropia de una actividad comercial y resulta insostenible.

La pesca comercial de ballenas tiene un mercado de ventas de carne de 2.400 millones de yenes. Si lograse duplicarse, se llegaría casi a los 5.000 millones de yenes. En Japón existen muchísimas empresas con ese nivel de ventas anuales, pero estas calculan el presupuesto que pueden dedicar a la contratación de personal, las inversiones y otros gastos tomando ese nivel de ventas como límite para fijar los gastos.

Por lo pronto, será imposible sustituir el Nisshin Maru, buque principal de la flota ballenera. Este buque, que lleva surcando los mares a través de oleajes y tormentas desde su construcción en diciembre de 1977, hace ya muchos años que superó su vida útil. Se planeaba sustituirlo diez años atrás, pero la idea se desestimó. Es de suponer que el Ministerio de Finanzas no dio el visto bueno tras analizar detalladamente las perspectivas de continuidad de su actividad.

No es esperable que Kyōdō Senpaku, propietario del Nisshin Maru, pueda construir un barco nuevo en un futuro. El capital de la empresa asciende a solo 50 millones de yenes y, como explicábamos arriba, su estructura de ingresos actual ya no se sostiene sin las subvenciones procedentes de los impuestos.

La industria ballenera toca a su fin

En adelante, el Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos y Kyōdō Senpaku seguirán desarrollando la actividad pesquera, pero con fines comerciales, solamente dentro de la zona económica exclusiva. Deberán revisar los costes en función de las nuevas cuentas, cuya máxima condición reguladora será priorizar la demanda del mercado. Seguramente ya hayan realizado varias simulaciones.

No hay ningún periodista que se interese en investigar lo que realmente piensa el pueblo japonés, al que tanto le da tener acceso o no a la carne de ballena, e informar de ello fielmente y en profundidad en los principales medios de comunicación nipones. Por eso ningún medio habla del peligro de desaparecer que corren el Instituto Japonés de Investigación sobre Cetáceos y Kyōdō Senpaku. Como los medios extranjeros tampoco tratan nada de lo que no se informe en Japón, al final la realidad no trasciende ni dentro ni fuera del país.

Librarse del yugo de la Comisión Ballenera Internacional para seguir el propio camino, incluso si ese camino implica retomar la pesca ballenera comercial, resulta un acto impetuoso por parte de Japón. El sector conservador, que teme que el país pierda su identidad ante la llegada de hordas de turistas extranjeros que transforman el paisaje cotidiano y con la entrada masiva de trabajadores de otras nacionalidades a partir de abril de 2019, tal vez respire aliviado. Sin embargo, la realidad es que la pesca de ballenas en Japón está a punto de exhalar su último aliento, porque su minúscula industria, que no llega a las mil personas ni contando a los familiares de los trabajadores, está condenada a seguir menguando.

Fotografía del encabezado: una ballena Minke atrapada con fines científicos en el noroeste del Pacífico es elevada en el puerto de Kushiro, Hokkaidō, el 4 de septiembre de 2017. (Jiji Press)

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