El otro legado de la ocupación

Historia Política

Vencido en la Guerra de Asia-Pacífico, entre septiembre de 1945 y abril de 1952 Japón permaneció ocupado por las fuerzas aliadas lideradas por Estados Unidos. ¿Qué obtuvieron los japoneses de esta ocupación y qué perdieron con ella?

Una ocupación de larga duración que sentó las bases del Japón actual

La ocupación de Japón por Estados Unidos se prolongó considerablemente, pues duró seis años y ocho meses, desde la firma de la rendición a bordo del acorazado Missouri el 2 de septiembre de 1945 hasta la entrada en vigor del Tratado de Paz de San Francisco el 28 de abril de 1952. ¿Por qué fue una ocupación tan larga?

La principal razón la hallamos en el rotundo fracaso del proceso de paz que se desarrolló una vez concluida la Primera Guerra Mundial. En aquella ocasión, en la Conferencia de Paz de París, todo fue decidido unilateralmente por los vencedores, que impusieron a Alemania y al resto de los países vencidos las duras condiciones de tratados como el de Versalles. Esta pretendida “construcción automática de la paz” abrió las puertas al surgimiento del fascismo y no sirvió para impedir el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En vista de las funestas consecuencias históricas que tuvo aquella estrategia, los aliados renunciaron a conseguir inmediatamente la firma de un tratado de paz y, considerando que el camino más corto sería convertir Alemania, Japón y el resto de los países del Eje en países “amantes de la paz”, decidieron adoptar la fórmula de una ocupación prolongada.

Así fue como se afrontó este “grandioso experimento” que tan arduo y trabajoso resultaría. Es indudable que este proceso obró en Japón una metamorfosis revolucionaria, liberándolo del militarismo, del totalitarismo y del ultranacionalismo que lo habían dominado en el pasado. Puede decirse que bajo la gobernación exclusiva de Estados Unidos se consiguieron resultados impresionantes en materia de desmilitarización y democratización. No es exagerado decir que durante esos poco más de seis años que duró la ocupación se sentaron las bases políticas, económicas, sociales, legales, educativas y culturales del Japón de hoy en día, pues, además de una nueva Constitución, se establecieron los principios de soberanía popular y función simbólica de la institución imperial, se separaron los tres poderes, se avanzó en el igualitarismo entre los sexos, se disolvieron los zaibatsu (grandes consorcios que conformaban la plutocracia), se procedió a las reformas agraria y educativa, y se garantizaron los derechos y libertades civiles.

Palabras de arrepentimiento eliminadas

Ahora bien, ¿debemos quedarnos con la idea de que la hoja de ruta de americanización que tomó Japón tras la guerra, que vino a suceder a la occidentalización promovida por la Restauración Meiji del siglo XIX, fue una bendición para Japón que dejó solo un legado positivo? La respuesta de quien suscribe estas líneas es un “no”. Me veo obligado a decir que, con esta fase de ocupación, los japoneses y la sociedad japonesa cometieron un error histórico de grandes proporciones. ¿A qué me refiero? A la pérdida de autonomía e iniciativa ocasionada por la forma en que Japón pudo eludir las responsabilidades de la guerra.

Esta grave negligencia histórica fue puesta de relieve de una forma muy convincente por el especial de la NHK titulado Shōwa tennō wa nani wo katatta no ka? (¿Qué contó el emperador Shōwa?), emitido por la cadena pública de radiotelevisión el 17 de agosto de 2019. Se trataba de una dramatización (reconstrucción) basada en los apuntes dejados por Tajima Michiji, el primer civil en ocupar, tras la guerra, la secretaría (jefatura) de la Agencia de la Casa Imperial, en los que se recogían las conversaciones sostenidas entre él y el emperador Shōwa, conocido internacionalmente como Hirohito, a lo largo de los cinco años que median entre 1949 y 1953. Reconociendo que tenía muchas cosas de las que arrepentirse, el Emperador, que antes de la guerra había sido aclamado como arahitogami (dios que se manifiesta en este mundo en forma de persona) y que por medio de la “declaración de humanidad” difundida tras el conflicto se había convertido en “símbolo de la unidad del pueblo japonés”, especificó que una de esas cosas había sido su responsabilidad en la derrota bélica. Si bien es cierto que bajo la Constitución Meiji el Emperador ostentaba la jefatura suprema de las fuerzas armadas, en la práctica no tenía poder de decisión y los norteamericanos concluyeron que, legalmente, no podía responsabilizárselo por la guerra. Sin embargo, el jurista y rector de la Universidad de Tokio Nanbara Shigeru (1889-1974) y otras autoridades sostuvieron que el emperador Shōwa debería abdicar, ya que podía atribuírsele una “responsabilidad moral”. Pero Douglas MacArthur, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en Japón, frustró este movimiento y para 1948 el problema de la posible abdicación del emperador estaba archivado.

No obstante, cuando comenzaba a discutirse el tratado de paz, el Emperador volvió a incidir en sus responsabilidades de guerra. Al recobrar Japón su independencia, el Emperador tendría que emitir una declaración. Y para esa ocasión, consultó a Tajima si debería “camuflar” sus responsabilidades o sincerarse con su pueblo. Cuando, tras la firma el 8 de septiembre de 1951 del Tratado de Paz de San Francisco, se aproximaba ya la fecha de su entrada en vigor, el Emperador se pronunció en favor de dejar constancia de su arrepentimiento. Esto sumió a Tajima y a sus colaboradores en un mar de dudas, pero finalmente remitieron al primer ministro Yoshida Shigeru un borrador de declaración que incluía dichas palabras. Entonces, de parte de Yoshida, recibieron instrucciones de borrar el pasaje en cuestión, que decía que el Emperador deploraba profundamente que los hechos hubieran resultado en inseguridad y sufrimientos como nunca los había habido. Aunque insatisfecho con esto, el Emperador terminó asintiendo y el 3 de mayo, una vez entrado en vigor el tratado y recuperada la independencia del país, se divulgó el mensaje del Emperador, ya sin mención al asunto.

Un debate enterrado por intereses políticos

¿Qué evolución habrían seguido los hechos si el Emperador hubiera abdicado entonces? Si quien había ostentado la máxima autoridad hubiera asumido las responsabilidades de guerra, la convulsión se habría extendido por el antiguo ejército y por las esferas políticas, administrativas, económicas, por los medios de comunicación, el sector educativo y las regiones. Inmediatamente después de la guerra, el Gabinete encabezado por el príncipe Higashikuni Naruhiko había pretendido encabezar una “penitencia masiva”, quitándose de encima el problema de las responsabilidades de guerra sin darle mayor importancia. Por eso, cuando el cuartel general aliado emitió de improviso la orden de purga, el pánico se extendió por el país. Si, en vez de esta corrección heterónoma, el Emperador hubiera abdicado, esto habría sido, sin duda, una gran oportunidad para hacer examen de conciencia sobre los hechos que condujeron a la Guerra del Pacífico desde una posición autónoma y por propia iniciativa. Lo mismo puede decirse sobre el conjunto del transformado pueblo japonés, que de llamar “bestias anglosajonas” a sus enemigos de guerra pasó a glorificarlos. Y, de haberse hecho así, el mensaje de que Japón se había renovado como país habría trascendido las fronteras y llegado a los países asiáticos y al resto del mundo. Pero lo que se hizo fue dar carpetazo al tema de las responsabilidades de guerra y recurrir a los paños calientes para disimular la verdad. Fue entonces cuando Japón perdió su capacidad de actuar por iniciativa propia y su seguridad en sí mismo. En ese sentido, puede decirse que la no abdicación del Emperador marcó definitivamente la historia de la posguerra japonesa.

Pero, ¿por qué se negó Yoshida Shigeru a que el Emperador aludiera públicamente a sus responsabilidades de guerra? Echando mano de algunas conjeturas, puede decirse, en primer lugar, que en el seno del Partido Liberal la lucha por el poder se intensificaba. Yoshida, que en su propio partido encontraba la oposición de Hatoyama Ichirō y su grupo, temía que si estos lograsen sacar adelante su reforma constitucional y sus ideas de rearme, obteniendo también la aceptación del rearme por parte del emperador, el Gobierno pudiera tambalearse y verse él mismo obligado a dimitir de su cargo. En segundo lugar, si el Emperador abdicaba debido a sus responsabilidades de guerra, era muy probable que finalmente se le exigiera hacerlo también a Yoshida. En tercer lugar, la atribulada economía japonesa empezaba a recobrar el aliento gracias a la bonanza causada por la demanda de producción derivada de la Guerra de Corea y es posible que Yoshida pensase que había que priorizar los problemas del futuro sobre los del pasado. Y, finalmente, hay que pensar también que el entonces príncipe heredero y actual Emperador Emérito (Akihito) solo tenía a la sazón 15 años.

Los dos últimos hechos no eran razones personales de Yoshida, pues afectaban al conjunto de la nación, pero las dos primeras se relacionan con sus estrategias políticas y exponen cómo Yoshida trató de protegerse. Hay que comprender que se encontraba en medio de un torbellino político, pero, como político, Yoshida debe ser criticado por carecer de una verdadera filosofía fundamentada en una visión de la historia y porque, debido a esta miopía, buscara preferentemente la recuperación material del país. Haber perdido esa oportunidad única de llegar a conclusiones claras en el tema de las responsabilidades de guerra es la mayor desgracia que le ocurrió al Japón de posguerra.

La vía Yoshida contribuyó a difundir una mentalidad de dependencia

Yoshida nos dejó otro legado negativo. Se lo valora como impulsor de la vía o doctrina Yoshida, que consolidó el “esqueleto” del Japón de posguerra, pero, al margen de cuáles pudieran haber sido sus verdaderas intenciones, lo cierto es que esta vía o doctrina sirvió para inculcar en la sociedad japonesa una mentalidad de dependencia, de buscar la salvación o solución en el esfuerzo ajeno. Si los partidos de oposición y el citado grupo de Hatoyama reaccionaron contra él, no fue solo por su autosuficiencia o por sus métodos poco democráticos, sino por su política de dependencia con respecto a Estados Unidos. Se sentía que con él no podría obtenerse una verdadera independencia nacional, y que faltaba lo más importante para que la obra resultase completa. A partir de los años 60 del siglo pasado, Japón consiguió un crecimiento económico que fue calificado de milagroso. Durante este periodo se persiguió fundamentalmente la riqueza material, descuidando la autonomía espiritual y la propia iniciativa. ¿Qué consecuencias tuvo esto? A principios de los 90, la actitud tomada por Japón, superpotencia económica, respecto a la Guerra del Golfo fue objeto de duras críticas por la comunidad internacional. Se nos calificó de país que aporta dinero, pero no gente, que no ofrece su sudor ni su sangre. Una vez más, tanto al Gobierno como al pueblo de Japón se les hizo saber en qué termina esa mentalidad de dependencia revestida de pretensiones de “país íntegramente pacifista”.

Hay que añadir, no obstante, que hubo primeros ministros que propugnaron el abandono de la vía Yoshida, criticándola por ser demasiado economicista y poco adaptada a la realidad, y que creyeron que Japón debía aspirar a tener un papel internacional más importante, proporcional a su poderío como país. Fueron Ōhira Masayoshi y Nakasone Yasuhiro. Ōhira preconizó un modelo integral de seguridad internacional y un proyecto transpacífico, y Nakasone buscó para Japón un peso político acorde con su envergadura económica, así como un papel más activo en la seguridad internacional. Pero los periódicos, televisiones y el resto de quienes guían la opinión pública no valoraron estas ideas o las ignoraron. Y la propia opinión pública prefirió secundar los planteamientos mucho menos arriesgados de la doctrina Yoshida. Si la opinión pública japonesa hubiera sabido observarse a sí misma de modo más objetivo, aquellas críticas que se vertieron contra Japón con ocasión de la Guerra del Golfo habrían tomado otro cariz. No puedo dejar de pensar que también aquí se hace notar esa dependencia de otros países y esa falta de autonomía e iniciativa que se han enquistado en la sociedad japonesa, bajo la cual subyace ese legado negativo acarreado por la forma tan negligente en que fue tratado el tema de las responsabilidades de guerra.

Fotografía del encabezado: el emperador Shōwa (Hirohito) junto al comandante supremo de las fuerzas aliadas Douglas MacArthur durante una visita del primero a la Embajada de Estados Unidos en Japón, el 27 de septiembre de 1945. (Fotografía: Jiji Press)

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