Los vínculos personales en un Japón con cada vez más solteros

Sociedad

Se prevé que, para 2040, casi la mitad de la población japonesa será soltera. El autor de este artículo afirma que la actual sociedad de los solteros tiene su precedente en el periodo Edo y que no hay motivo para considerarla como algo negativo.

De una sociedad en la que todos se casan a una sociedad de solteros

Japón lidera la tendencia al envejecimiento demográfico en el mundo. Los estudios revelan que en septiembre de 2019 se batió el récord histórico, con un 28,4 % de la población en los 65 años o más de edad, dato que convierte a Japón en el país más envejecido del planeta. A su vez, Japón es también pionero en el aumento de la población soltera. Según las previsiones elaboradas por el Instituto Nacional de Investigación de Población y Seguridad Social en 2019, para 2040, casi un 50 % de la población japonesa estará sin casar (incluyendo a los divorciados y los viudos). Además, los hogares unipersonales superarán el 39 % del total, mientras que los hogares formados por matrimonios con hijos caerán hasta el 23 %.

La evolución hacia la sociedad de los solteros en Japón empezó con la repentina proliferación de personas en la cincuentena solteras que se produjo a partir de los años noventa. Antiguamente el porcentaje de quincuagenarios no casados se conocía como porcentaje de personas que nunca se casan, término que implicaba que las posibilidades de casarse por primera vez pasados los cincuenta eran nulas.

En las primeras siete décadas del censo demográfico japonés, que empezó a elaborarse en los años veinte, el porcentaje de quincuagenarios no casados jamás superó el 5 % de la población (ni de la masculina ni de la femenina). Japón fue un país en que casi la totalidad de la ciudadanía se casaba hasta los años ochenta. Como ilustra el gráfico, sin embargo, el porcentaje de no casados se disparó a partir de la siguiente década, y en 2015 había alcanzado cotas del 23,4 % en el caso de los hombres y el 14,1 % en el de las mujeres. Se estima que en 2040 uno de cada tres hombres y una de cada cinco mujeres permanecerán solteros toda la vida. La pronunciada disminución de la cifra anual de casamientos es una prueba de ello: mientras que en 1973 se formalizaron 1,1 millones de uniones matrimoniales, en 2018 solo fueron 590.000, casi la mitad.

Uno de los motivos de la tendencia que acabamos de mencionar es el fenómeno del “exceso de hombres”. En Japón hay 3,4 millones más de hombres solteros que de mujeres solteras, y muchos de los varones que permanecen sin casar no lo hacen por elección propia, sino porque no encuentran pareja. La base de la cuestión, por tanto, se halla en las circunstancias actuales del país. Cabe apuntar que este fenómeno del exceso de hombres no es un problema exclusivo de Japón, sino que se está extendiendo por todo el mundo, en especial en los países desarrollados. China, por ejemplo, presenta un “exceso” de más de 30 millones.

El florecimiento de la cultura de Edo gracias a la abundancia de solteros

Aunque hay quienes crean alarma al afirmar que la generalización de la soltería es un hecho inédito en la historia nipona, en realidad no es la primera vez que tiene lugar. En Japón el matrimonio no fue siempre la norma social, sino que se generalizó tras la aprobación del Código Civil Meiji, en 1898. Anteriormente, hasta el periodo Edo, la mayoría del pueblo llano no se casaba, una situación que guarda una similitud sorprendente con la actual.

Mientras que en 2015 un 54 % de la población japonesa de entre 20 y 59 años estaba casada, en 1865, finales del periodo Edo, lo estaba el mismo porcentaje de entre 16 y 60 (datos de Yotsuya-Tenmachō). En dicha época, agricultores, comerciantes y artesanos se trasladaban de otras regiones a Edo, capital del momento, a probar suerte. La población masculina doblaba a la femenina en la ciudad, lo que generaba un exceso de hombres igual que el que existe en la actualidad.

Uno de cada tres matrimonios termina en divorcio en el Japón actual, una cifra elevada que, sin embargo, no supera a la del periodo Edo. Se dice que en aquel momento 4,8 de cada mil(*1) personas se divorciaban, una proporción superior a la del país con más divorcios de hoy en día, Rusia, que tiene 4,7 (datos de 2013). En el periodo Edo, Japón era probablemente el país con mayor porcentaje de divorcios del mundo. El hecho de que en el dominio de Tosa se aprobase un decreto que prohibía divorciarse siete veces revela lo corriente que era ese trámite en el momento.

El florecimiento de la cultura en Edo, con su abundancia de no casados y divorciados, se debe en parte a su generosa población de hombres solteros. Edo se convirtió en pionera mundial en el desarrollo del sector de la restauración en el siglo XVII, precisamente por la demanda de los solteros que no cocinaban en casa. Alimentos como el sushi, el tempura y los fideos soba se servían como comida rápida en paradas callejeras ambulantes. También los izakaya (tabernas) surgieron en aquel tiempo. Se publicaban rankings de popularidad de establecimientos —como los actuales directorios virtuales de restaurantes y las guías gastronómicas como Michelin— dirigidos a la población masculina de la ciudad, de paladar exigente. Era posible comprar los ingredientes y platos que se quisiera sin salir de casa, gracias a los vendedores ambulantes, que ofrecían el equivalente a los nuestros servicios de comida a domicilio. Los solteros de Edo preferían alquilar cuando necesitaban algo en lugar de comprarlo, lo que también se asemeja a la economía compartida actual.

Negocios que hoy florecen en el barrio tokiota de Akihabara, como las idols o los maid café también tienen su origen en el periodo Edo. Las pinturas ukiyo-e, similares a los álbumes de fotos de idols de hoy, o los kibyōshi, que eran los manga de antaño, se crearon asimismo en aquella época. Los solteros de Edo pasaron toda la vida sin casarse y fallecieron sin dejar descendencia. Lo que sí legaron, sin embargo, fue una cultura que se conserva hasta nuestros días y que ha llegado a todos los rincones del mundo.

La cultura popular de los cómics, el anime y el cosplay, que ha dado lugar incluso a la primera idol virtual, Hatsune Miku, se difunde actualmente por todo el planeta. En una sociedad en la que abundan los solteros, surge necesariamente una cultura del consumo que ofrece fuentes de felicidad alternativas a los que no forman una familia. Esto tampoco ha cambiado desde que Tokio fuera Edo, hace más de trescientos años.

La idea de que todo el mundo tiene que casarse y permanecer en el matrimonio, sin divorciarse, hasta el fin de sus días, nació hace poco más de un siglo, tras la puesta en vigor del Código Civil de la era Meiji. La realidad actual, en que tantas personas no se casan o bien se divorcian, está más en línea con la historia de Japón. La evolución hacia la sociedad de los solteros que vivimos ahora no es ningún fenómeno sin precedentes, sino algo que nuestro país ha experimentado ya antes.

De la comunidad a la que se pertenece a la comunidad con la que se conecta

La sociedad seguirá transformándose inevitablemente. Como afirmó el sociólogo Zygmunt Bauman, evolucionará de una “sociedad sólida”, estable, a una “sociedad líquida”, mucho más fluida. Las comunidades de antaño —local, laboral y familiar— se disolverán y el mito de que la seguridad se obtiene perteneciendo al grupo se derrumbará. Se dice que muchos jóvenes se sienten inefablemente alienados cuando están dentro de un grupo, o mejor dicho cuando se hallan rodeados de mucha gente. El problema en cuestión, más que la soledad física, es el aislamiento psicológico de la soledad emocional. La seguridad ya no yace en la pertenencia al grupo.

Lo que necesita la sociedad de los solteros, en que un 50 % de la población está sin casar y un 40 % vive sola, es que cada individuo adquiera la capacidad de vivir en solitario, algo que cualquiera puede desarrollar y que no tiene que ver con una capacidad de supervivencia destacada. Aunque parezca una contradicción, la capacidad de vivir en solitario corresponde a la capacidad de conectar con los demás.

Tendemos a relacionar el concepto de conectar con los demás con el de hacer amigos, pero no se trata de eso, ni tampoco de pertenecer a cualquier comunidad. No hay por qué forzarse a pertenecer a un grupo para obtener la seguridad buscada. Consiste más bien en comprender que esa seguridad puede lograrse al conectar con alguien, aunque sea un instante, sin tener por qué formar parte de ningún colectivo.

Las relaciones entre el individuo y la comunidad evolucionarán para pasar de una comunidad a la que se pertenece a una comunidad con la que se conecta. Las personas desean conectar con otros con quienes comparten unos mismos valores y por quienes se sienten aceptados. Aunque esto es sin duda importante, rodearnos exclusivamente de ese tipo de personas termina limitándonos. Hay que buscar la oportunidad de relacionarse con personas con valores, ideas y edades distintos a los nuestros; la incomodidad que surge al interactuar con estas últimas resulta clave. Es lo que el sociólogo estadounidense Mark Granovetter llama “la fuerza de los vínculos débiles”: las que nos proporcionan un estímulo beneficioso y novedoso son más las personas con quienes tenemos vínculos débiles que aquellas con quienes mantenemos vínculos fuertes.

En el futuro, la comunidad no se basará en la seguridad de un interior cerrado, sino que será el punto de conexión con un exterior abierto. Esa es la idea de una comunidad con la que se conecta. La comunidad funciona como las sinapsis entre las neuronas humanas: tras cada punto de conexión se extienden vínculos con un gran número de personas desconocidas. La red, además, hace posible establecer conexiones con todo el mundo.

Los vínculos establecidos con personas a través de los puntos de conexión nos dinamizan de una forma inimaginable, al liberarnos de esa “jaula segura pero privada de libertad” en que nos vemos presos en comunidades cerradas como la familia o el trabajo. Esa liberación de la dependencia exclusiva de la familia y el trabajo diversifica nuestro papel en la sociedad, y es algo necesario tanto para los solteros como para los casados.

Los individuos se van conectando mediante puntos, que posteriormente se convierten en hilos que se entretejen para terminar formando una gran tela. En eso consiste la restructuración de la familia en la sociedad individualizada. Se trata de una sociedad en que personas que conectan por tener la misma forma de pensar o los mismos valores, a pesar de no vivir bajo un mismo techo, se apoyan mutuamente. Ese es el modelo de futuro de “familia ampliada” que propongo.

Fotografía del encabezado: PIXTA.

(*1) ^ Datos del informe Población y familia en Japón desde una perspectiva histórica, elaborado en 2006 por el Tercer Departamento de Investigaciones Especiales de la Oficina de Investigación de la Cámara Alta.

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