La visita del papa Francisco a Nagasaki: un potente mensaje sobre el desarme nuclear en el mundo

Sociedad

El Papa Francisco visitará Japón del 23 al 26 de noviembre y pasará por Tokio, Nagasaki y Hiroshima. Es la primera visita de un sumo pontífice desde la de Juan Pablo II en 1981, hace 38 años.

Una esperadísima visita a Japón

Se acerca la visita del papa Francisco a Japón. Entre el 23 y el 26 de noviembre, el sumo pontífice pasará por Tokio, Nagasaki, Hiroshima y Tokio otra vez para visitar oficialmente, en calidad de máximo representante del Vaticano, al Emperador y al primer ministro, así como encontrarse con una amplia variedad de ciudadanos, desde católicos, hasta víctimas de las bombas atómicas de Nagasaki y Hiroshima, escolares y estudiantes de todo el país. A pesar de su avanzada edad, Su Santidad llega dispuesto a seguir una exigente agenda en Japón.

Desde que de joven se ordenara sacerdote jesuita en su Argentina natal, el santo padre se había sentido fascinado por la tarea evangelizadora del misionero Francisco Javier en Japón y anhelaba llevar a cabo una misión allí, pero sus problemas de salud se interponían en su sueño. Ahora que se ha convertido en el primer papa de origen sudamericano de la historia, el viaje al país del sol naciente se hará por fin realidad.

La dura batalla ante la opresión de los fieles en Nagasaki

La Compañía de Jesús, fundada en París en 1540, recibió el reconocimiento del papa de Roma en 1549 y envió al religioso Francisco Javier a emprender la evangelización católica en Japón. La misión tuvo lugar casi un siglo y medio después de empezar la Era de los Descubrimientos (principios del siglo XV) y fue el primer contacto cultural de Europa con Japón. El inicio de la evangelización cristiana y las relaciones comerciales entre el viejo continente y Japón, así como la llegada de las armas de fuego a este último, constituyeron un importante punto de inflexión tanto para la historia mundial como para la japonesa.

Por aquellos tiempos Japón se hallaba en pleno periodo Sengoku (1467-1568). La salvación del alma que ofrecía el cristianismo obtuvo una reacción muy fuerte en el oprimido pueblo nipón, y el número de conversos creció a un ritmo sorprendentemente veloz. La evangelización llegó también a los daimyō (señores feudales); el primero en convertirse fue Ōmura Sumitada, jefe de los Ōmura de la provincia de Hizen (actual ciudad de Ōmura en la prefectura de Nagasaki), proveniente del clan Arima de Shimabara. La catolización se extendió rápidamente en el territorio Ōmura y, para principios del periodo Edo, casi todos los 60.000 habitantes de la región se habían convertido.

En 1582, los tres daimyō de Ōmura, Arima y Ōtomo formaron la embajada Tenshō y enviaron a un grupo de jóvenes representantes desde el puerto de Nagasaki. La comitiva tuvo una audiencia con el papa Gregorio XIII en Roma en 1585, en lo que constituye la primera incursión oficial documentada de los japoneses en Europa.

El destino del catolicismo y sus seguidores en Japón dio un giro hacia el desastre pocos años después. La prohibición religiosa durante el mandato de Toyotomi Hideyoshi y la ejecución de veintiséis mártires en Nagasaki fueron el punto de inflexión en la situación del cristianismo japonés. Ya en la era Tokugawa, en 1613, el sogún Tokugawa Ieyasu extendió la prohibición a todo el país. Se condenaron todas las actividades sacerdotales y se recrudeció la represión de los fieles, llegando a imponérseles la apostasía. Con ello, el cristianismo pareció extinguirse en Japón de mediados del siglo XVII al siglo XVIII.

La prohibición religiosa se mantuvo durante todo el periodo Edo, pero parte de los cristianos del país siguieron manteniendo la fe en secreto mientras aparentaban adoptar el budismo, hasta el periodo del Bakumatsu (1853-1867). Hacia principios de la era Meiji, cuando Japón volvió a abrir sus puertos al exterior, se llevó a cabo una campaña de persecución en Nagasaki que conllevó la detención y el exilio de muchos cristianos ocultos en el oeste del país y causó un gran número de víctimas. Las potencias occidentales se opusieron con vehemencia a la prohibición religiosa, por lo que esta se abolió en 1874 y los cristianos volvieron a ser libres para practicar su fe en Japón.

La visita del papa Francisco a Nagasaki se centrará especialmente en el Parque de la Bomba Atómica y los veintiséis mártires católicos.

La visita de Juan Pablo II en 1981 brindó valor a Japón

Después de la Restauración Meiji en 1868, Japón, atrasado respecto a las potencias occidentales, eligió la senda del imperialismo. La victoria en las guerras chino-japonesa y ruso-japonesa fue el punto de partida para afianzar su posición internacional. Tras el incidente de Manchuria, ocurrido en 1931, Japón luchó en la segunda guerra chino-japonesa y más tarde, en 1941, contra Reino Unido, Estados Unidos y Países Bajos. Cuatro años más tarde sufrió la derrota en la Segunda Guerra Mundial.

En aquella época Estados Unidos había logrado armar dos bombas atómicas y el presidente Truman ordenó lanzarlas sobre Hiroshima y Nagasaki para precipitar el fin de la guerra. Las explosiones se cobraron un total de 210.000 vidas. La bomba de Nagasaki estalló en la zona de Urakami, donde residían la mayor parte de los católicos descendientes de los cristianos ocultos. De las 73.000 personas que perdieron la vida en Nagasaki, más de 8.000 eran católicas.

Cuando Juan Pablo II fue a Japón por primera vez en calidad de sumo pontífice en 1981, visitó Hiroshima y Nagasaki, ciudades donde se lanzaron las bombas atómicas. En aquella ocasión emitió un mensaje al mundo desde Hiroshima (“La guerra es obra del hombre. La guerra es muerte”) que tuvo un gran impacto, no solo en Japón, sino también en el resto del mundo, y contribuyó a reforzar el movimiento por la paz y la abolición de las armas nucleares.

Por aquel entonces la comunidad católica de Nagasaki progresaba en su recuperación después de haber perdido a 8.000 fieles con la bomba, y el número de católicos crecía paulatinamente. La mayoría de los católicos de Nagasaki tenían una actitud pasiva en cuanto a la promoción de la paz y la abolición de las armas nucleares, pero el mensaje de Juan Pablo II les insufló valor y empezaron a adoptar una mayor iniciativa en dichos movimientos.

Juan Pablo II saluda a los asistentes de la congregación de bienvenida en su visita a Japón, el 26 de febrero de 1981, en el estadio de atletismo de Matsuyama, en Nagasaki. (Jiji Press)
Juan Pablo II saluda a los asistentes de la congregación de bienvenida en su visita a Japón, el 26 de febrero de 1981, en el estadio de atletismo de Matsuyama, en Nagasaki. (Jiji Press)

El cambio de dirección del desarme nuclear

El papa Francisco visitará Japón con un sentimiento de admiración hacia el país y de piedad hacia la historia de sus mártires. Se siente especialmente apenado por los niños que fallecieron a causa de la bomba nuclear de Nagasaki.

Hay una foto que tomó un soldado estadounidense justo después del estallido de la bomba en Nagasaki, titulada “Niño de pie en el crematorio”, en la que un niño cargado con el cadáver de su hermano menor espera, con postura erguida y boca apretada, su turno para incinerarlo. Su Santidad quedó muy impresionado por aquella fotografía y, desde que ocupara su puesto como romano pontífice, se ha dedicado a repartir por el mundo copias firmadas por él mismo, para concienciar sobre la necesidad de eliminar las terribles armas nucleares.

Francisco estará al fin en Nagasaki el 24 de noviembre de 2019. Todos lo esperan llenos de expectación por descubrir cuál será el mensaje que Su Santidad difundirá al mundo desde el Parque de la Bomba Atómica, frente a un millar de asistentes, entre fieles, víctimas de la bomba, escolares y otros ciudadanos.

Precisamente ahora soplan vientos de cambio en la situación del armamento nuclear en el mundo. Estados Unidos y Rusia, cuyo antagonismo se ha visto exacerbado en los últimos tiempos, se retiraron el pasado agosto del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF). Ambos países han emitido nuevas posturas nucleares y se disponen a aumentar la producción de armas nucleares pequeñas.

En 2016, Barack Obama se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos —país que lanzó ambas bombas atómicas— en visitar Hiroshima y pronunció un discurso frente al cenotafio del Parque Conmemorativo de la Paz. Obama empezó por recordar que Estados Unidos fue el país pionero en la fabricación de armas nucleares gracias a su potencia científica e industrial, y también el primero en usarlas en una guerra. A continuación expresó su preocupación por el hecho de que la humanidad no haya abolido todavía este tipo de armamento, afirmando que los hombres se habían hecho con las armas gracias al conocimiento científico pero todavía no habían alcanzado el conocimiento ético necesario para decidir abandonarlas definitivamente.

El papa Francisco debió de escuchar o leer aquel discurso del expresidente Obama. El mensaje que el pontífice romano, máximo líder espiritual del mundo, pronunciará en Nagasaki versará seguramente sobre la penosa situación actual del armamento nuclear, por lo que la atención pública se centra en las palabras que dirigirá a las nueve principales potencias nucleares del mundo.

En la asociación por la paz de Nagasaki llamamos a los ciudadanos de todo el mundo, que sufren por igual la amenaza de las armas nucleares, ciudadanos globales. Si estallase una guerra nuclear a gran escala, el entorno terrestre se vería destruido, la agricultura desaparecería, habría una hambruna general y la humanidad terminaría por extinguirse. Debemos ser conscientes de que ese peligro afecta a todos los ciudadanos globales, independientemente de si el país donde viven posee armamento nuclear o no.

Todas las regiones del mundo que están en constante conflicto, así como todos los países que conservan sus armas nucleares y pretenden mantener la paz mediante la fuerza en este siglo XXI, deben escuchar con atención el mensaje del papa Francisco cuando predique sobre la enorme responsabilidad que tienen de garantizar la seguridad a todos los ciudadanos globales.

Fotografía del encabezado: personas rezando por las víctimas en una misa celebrada en la Catedral de Urakami en el 74 aniversario de la bomba atómica de Nagasaki, el 9 de agosto de 2019. (Jiji Press)

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