¿Y qué piensan los muertos sobre que se suspendan sus fiestas?

Cultura Sociedad

La expansión alcanzada por la COVID-19 obligó a suspender o celebrar a escala reducida un gran número de festividades tradicionales japonesas. El virus no ha respetado ni las grandes celebraciones que atraen público de otras regiones ni las modestas fiestas locales donde se baila el tradicional bon-odori en honor de los muertos.

Las fiestas del verano van cayendo una tras otra

La crisis sin precedentes ocasionada por el nuevo coronavirus se está llevando por delante muchos matsuri (fiestas locales tradicionales) del verano, en los que resulta imposible evitar las aglomeraciones. Quiere esto decir que los pobladores de este archipiélago van a verse privados este año de esa preciosa ocasión para formular deseos y elevar sentidas plegarias.

Según un estudio realizado por una revista especializada del sector del ocio y el tiempo libre, de los 30 matsuri más multitudinarios del país, 24 de los que se celebran entre mayo y septiembre han sido suspendidos. De los restantes seis, tres han sido aplazados, dos se limitarán a celebrar los actos propiamente religiosos y uno se realizará en línea, de modo que ni uno solo se ha llevado o se llevará a cabo según lo previsto (periódico Sankei Shimbun, edición del 22 de junio).

Los tres grandes matsuri de la región septentrional de Tōhoku (el Nebuta de Aomori, el Kantō de Akita y el Tanabata de Sendai) han anunciado su suspensión. El Nebuta fue suspendido por primera vez desde que adoptó su actual forma “procesional” inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. El Kantō, por primera vez desde el fin de la contienda y el de Tanabata se frustra también por primera vez desde 1946, año de su reanudación tras el paréntesis bélico. La misma suerte ha corrido otra popular fiesta del norte, el Sansa de Morioka (prefectura de Iwate).

Otra de las grandes festividades del país, el Gion Matsuri de Kioto, cuya procesión de yamaboko (carrozas decoradas) está inscrita en el registro del patrimonio inmaterial de la UNESCO, también se ha visto obligada a suspender sus actos procesionales. En la antigua capital hay otro acto muy famoso, el Gozan no Okuribi o Daimonji no Okuribi, en el que se dibujan diversas figuras en las laderas de los montes alineando grandes hogueras. Este acto también ha sufrido alteraciones y se celebró a una escala mucho menor. La figura del daimonji (ideograma con el significado de ‘grande’) se formó prendiendo fuego solo en seis puntos (el centro y cada una de sus cinco puntas), y la figura del torii pasó de estar formada por 108 hogueras a estarlo solo por dos, en su parte superior. Un representante de la asociación que organiza el ritual explica que con las figuras ardientes se hace que las almas de los difuntos vuelvan a su mundo, pero que este año tuvieron que pedir a la gente que rezara desde sus casas y se abstuviera de salir (Kyōto Shimbun, edición del 27 de junio).

En el Tenjin Matsuri, que da lugar a algunas de las estampas más representativas del verano de Osaka, el ritual sagrado que se celebra en el templo principal del santuario sintoísta de Tenmangū tiene este año por únicos protagonistas a sus sacerdotes, quedando suspendidos los demás actos, entre ellos el Funatogyo, en el que cerca de un centenar de barcas engalanadas descienden por el río Ōkawa. Otra emblemática festividad afectada ha sido la de Hakata Gion Yamakasa, que oficialmente ha sido aplazada hasta el próximo año.

La crisis del nuevo coronavirus ha dado al traste también con las grandes exhibiciones de fuegos artificiales. Según la asociación profesional de empresas pirotécnicas del país, se celebran todos los años en Japón más de 200 actos de este tipo, pero para el 21 de junio se habían suspendido ya cerca del 80 % de ellos. Es cierto que algunos habían sido suspendidos ya a causa de la prevista celebración en Tokio de los Juegos Olímpicos, pero otros, como el del río Sumidagawa de Tokio, estaban solo aplazados y ahora han quedado definitivamente suspendidos.

Las epidemias y los matsuri

No sería equivocado decir que a lo largo de los siglos el pueblo japonés ha seguido celebrando estos matsuri con la intención de honrar las almas de los difuntos o con la de implorar por el fin de una plaga o epidemia. En la era Heian (794-1185), cuando ocurría una epidemia, se creía que la calamidad había sido desatada por el despecho de alguna persona muerta sin haber visto reconocida su inocencia ante un falso cargo o acusación. Para alejar tal infortunio, además de efectuarse ciertos ritos budistas para aplacar el alma de ese personaje, se celebraban también otros “espectáculos”, como danzas y cantos, demostraciones de tiro con arco a caballo, combates de sumō, pruebas de equitación, etc.

Estas tradiciones de culto a las almas de los difuntos tuvieron su origen en la región de Kinai (Kioto e inmediaciones) y fueron extendiéndose por todo el país. El primer registro histórico de una “movilización” nacional para frenar una epidemia data del año 863, cuando la enfermedad entonces llamada shiwabukiyami, que ocasionaba una persistente tos, se propagó con virulencia por el país. Ese año, en los jardines de Shinsen’en (Chūkyō-ku, Kioto) el Estado promovió la primera go-ryōe (celebración por el descanso de las almas), una ceremonia dedicada a las almas del príncipe Sawara (muerto de camino a su destierro, al que había sido condenado por su supuesta implicación en un asesinato), el también príncipe Iyo (quien se envenenó junto a su madre tras haber sido acusado de encabezar una sublevación) y otras cuatro personalidades muertas en circunstancias similares, por quienes se rezaron sutras, se entonaron los elegantes sones de la música cortesana gagaku y se ejecutaron las danzas rituales infantiles chigo(no)mai.

Años después ocurrieron una erupción del monte Fuji, el gran terremoto de la era Jōgan y otros desastres, por lo que el 14 del sexto mes de 869, con la esperanza de que tan funesta racha llegase a su fin, se organizó una magna procesión con 66 alabardas, una por cada una de las provincias del país, que escoltaron al mikoshi (santuario portátil) desde el santuario de Gion (actual Yasaka Jinja) hasta los citados jardines. Se cree que aquella procesión marcó el origen del actual Gion Matsuri. Por cierto, la enfermedad llamada shiwabukiyami debió de ser alguna suerte de gripe o influenza.

En cuanto al citado matsuri veraniego de Tenjin, parece haber tenido su origen en el ritual sintoísta del hokonagashi comenzado en 951. Ese año un hoko (alabarda sagrada) fue puesto sobre las aguas del río Ōkawa, frente al santuario sintoísta de Ōsaka Tenmangū y se construyó un altar en el punto de la costa al que llegó, también con la esperanza de poner fin a una epidemia.

Algo similar dio origen a la festividad de Hakata Gion Yamasaka. A la epidemia desatada en Hakata (norte de Kyūshū) en 1241 respondió el monje Enni, conocido también como Shōichi Kokushi y fundador del templo de Jōtenji, rociando las calles de la ciudad con agua sagrada para librarla así de la calamidad.

Como se ve, todas estas festividades tienen su origen en el deseo de poner fin a epidemias o desastres naturales y de honrar las almas de los difuntos. Tenemos que plantearnos, entonces, cómo entender que nos veamos obligados a suspender estos matsuri por culpa de una enfermedad infecciosa.

Suele decirse que los fuegos artificiales de Ryōgoku, predecesores del gran festival pirotécnico de Sumidagawa, nacieron vinculados a las ceremonias en honor de los difuntos y las rogativas tras la propagación del cólera en 1732. Pero esta idea parece tener su origen en una fase posterior de la historia y no encontramos testimonios de la época al respecto.

De todos modos, sí que hay algunos festivales en los que el deseo de eterno descanso para las almas de los fallecidos en guerras y desastres naturales está vinculado a la triunfal ascensión a los cielos de los cohetes pirotécnicos. El festival de Nagaoka (prefectura de Niigata), que data de la era Meiji (1868-1912), se hace por el descanso en paz de quienes murieron víctimas del gran bombardeo del 1 de agosto de 1945 y del terremoto que azotó la región de Chūetsu el 23 de octubre de 2004. Normalmente se celebra durante la primera semana de agosto, pero este año fue suspendido.

El bon-odori, testimonio vivo de los rituales de culto a los antepasados

Si los matsuri abundan tanto durante el verano es porque esta es la estación del o-bon, fiesta budista del retorno de las almas de los familiares muertos. El acto más típico de estas fiestas, la danza bon-odori, está sufriendo los efectos del nuevo coronavirus del mismo modo que los matsuri.

El bon-odori de Niino (aldea de Anan-chō, en el distrito rural de Shimoina, prefectura de Nagano), ha tenido que ser suspendido. Esta festividad, declarada por el Estado bien etnológico cultural inmaterial de relevancia, llamó la atención de Yanagita Kunio, padre de la etnología japonesa, quien dijo de ella que representaba muy bien la forma en que se rendía culto a los antepasados antiguamente. Las noches del 14 al 16 de agosto los vecinos bailan en torno a la torrecilla elevada para la ocasión y al amanecer del 17 se celebra el característico odori-kamiokuri, en el que se desfila con las linternas encendidas en honor de los fallecidos durante el último año. Este desfile bailado, que es precisamente lo que Yanagita juzgó una magnífica representación del culto tradicional a los antepasados, ha tenido que ser suspendido también por primera vez en cerca de cinco siglos. (Shinano Mainichi Shimbun, edición del 27 de junio).

“Incluso durante la guerra seguimos celebrándolo, aunque a menor escala, así que esta vez nos resistíamos a suspenderlo”, explica el presidente de la entidad organizadora, que apuró todas las posibilidades hasta el último momento. Propuso limitar las celebraciones al kamiokuri para no interrumpir su larga historia, pero en el pleno del 24 de junio su propuesta no encontró eco y se decidió la suspensión completa. Fue una decisión muy dura. “Es muy triste que pase esto. Y uno no sabe ante quién quejarse (...) pero ahora que lo suspendemos por primera vez sentimos con más intensidad que nunca la felicidad de haberlo podido celebrar hasta este año”.

En este pueblo el baile de o-bon se hace sin acompañamiento de flautas y tambores pero con las linternas que representan a los recientemente fallecidos, de una forma que hace sentir muy directamente hasta qué punto los matsuri de Japón son festividades que vivos y muertos disfrutan juntos. Que Niino se haya quedado por un año sin su bon-odori es la mejor muestra de la excepcional situación que atraviesa el país.

¿Estarán de acuerdo los difuntos?

Las sucesivas suspensiones de los matsuri no han hecho sino avivar la conciencia de lo infaltables que estas festividades resultan en el verano japonés, y de que el verano es la estación para reencontrarse con los que ya no están aquí. Y surge también la consideración de que la transmisión de estas tradiciones ha sido posible gracias a los muertos.

El Tsukuda Matsuri que se celebra en el santuario sintoísta de Sumiyoshi, en Tsukuda (Chūō-ku, Tokio) tiene una edición especial cada tres años, siendo la próxima en 2021. En esta festividad se pasean por el barrio los shishigashira (animales mitológicos inspirados en leones) y un peculiar mikoshi octogonal, que se pone sobre una barca para llevarlo a todos los rincones donde viven los parroquianos del santuario. Tras pasar un rito de purificación en este, los vecinos adheridos al santuario desfilan tras los tres pares de leones llevando el mikoshi hasta su “garaje” provisional. Los leones llevan las fotografías póstumas de los fallecidos durante los tres últimos años. Los muertos son, también aquí, protagonistas y centro del matsuri.

En algunas pequeñas islas del mar interior de Seto existe la costumbre de bailar el bon-odori llevando a la espalda una caja con las tablillas mortuorias y los retratos póstumos de los fallecidos durante el último año.

Pensando en todos estos matsuri y la forma en que están siendo suspendidos, me asalta la duda si en la decisión de suspenderlos se ha tenido en cuenta el parecer de “ellos”. Quizás, en los bon-odori de todo el país, por ejemplo, este verano sean las almas las que bailen.

Y aunque no tengo la solución para hacer participar a los difuntos, es verano, estamos en Japón y es un buen momento para pensar en profundidad sobre nuestros matsuri y la relación que hemos establecido con ellos.

Fotografía del encabezado: la ciudad de Gifu organizó un espectáculo de fuegos artificiales con el deseo de que la crisis del nuevo coronavirus encuentre un rápido fin. Para evitar aglomeraciones, los fuegos se lanzaron sin previo aviso a la ciudadanía. (© Jiji)

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