Recuerdos de Tōhoku, tierra de desastres

Prevención de desastres Historia

Al comienzo del décimo aniversario del Gran Terremoto del Este de Japón, el periodista y exvicepresidente del Banco de Japón, Fujiwara Sakuya, colabora con nippon.com con un ensayo en el que describe recuerdos de su región natal, Tōhoku.

Japón, un país destinado a sufrir desastres naturales

Comienza 2021, y me siento profundamente conmovido. Han pasado ya diez años desde el Gran Terremoto del Este de Japón, y la séptima vez que veo un año del buey (del horóscopo chino; 84 años en total). Este año nuevo ha llegado, además, en mitad de la epidemia mundial del nuevo coronavirus.

Hace diez años yo me hallaba en mitad de la escritura de un manuscrito, en el estudio de mi casa en Yokohama, sobre las tres de la tarde de aquel once de marzo. De pronto los cristales de la ventana comenzaron a chirriar debido a un repentino temblor, los libros cayeron de las estanterías, y yo mismo me caí de mi silla. Cuando salí a la calle vi una gran confusión entre la gente y los coches que circulaban. La televisión comenzó a informar sobre el gran terremoto, de magnitud 7, que había ocurrido frente a la península de Oshika, en la prefectura de Miyagi.

Tras nacer en la ciudad de Sendai, prefectura de Miyagi, en 1937, pasé un tiempo en Iwate, Akita y otras partes de Tōhoku, y después del estallido de la Guerra del Pacífico me mudé a Corea del Norte y llegué hasta zonas muy remotas de Manchuria, porque mi padre era un experto en lingüística folclórica, y debía hacer trabajo de campo. El 9 de agosto de 1945, una ciudad en la frontera entre la Unión Soviética y Manchuria (en la actual Región Autónoma de Mongolia, en China) sufrió un ataque repentino, por parte de una sección acorazada soviética, que rompía con los tratados internacionales; mi padre y yo escapamos a toda prisa hasta Andong, una ciudad portuaria en el sur de Manchuria. Allí vivimos como refugiados durante cerca de año y medio. Lo cierto es que, cuando supe que éramos parte de un pequeño grupo de japoneses que había escapado por los pelos de la muerte a manos de aquella sección de tanques soviéticos, me sentí una vez más aterrorizado por las tragedias de la guerra.

Tuve una larga carrera como periodista, y estuve destinado en Estados Unidos, Canadá y Norteamérica en general durante mucho tiempo, como corresponsal; después cubrí noticias también en Asia y Europa. Como resultado fui tomando conciencia de que en comparación con otros países mi patria, el archipiélago japonés, es una tierra fatídica, caracterizada por desastres naturales como terribles terremotos, erupciones volcánicas y grandes tsunamis, en términos de generación e historia geopolíticas.

Al recordar la historia de las guerras de Japón con China y con Rusia, su avance hacia Asia, la Guerra del Pacífico después de la Restauración Meiji... podemos darnos cuenta de que la sociedad japonesa ha cambiado significativamente en ciclos de unos cuarenta años. La teoría del sistema social, como disciplina académica, es famosa por el concepto de los ciclos del sistema social, delineado en las obras de Kondratiev, Schumpeter y Modelski, pero las principales causas de los cambios son la guerra, la epidemia del mal, y la ciencia y tecnología. En el caso de Japón, sin embargo, desastres naturales como los grandes terremotos son factores indispensables en la teoría de los ciclos del sistema, y son algo siempre presente para alguien como yo, oriundo de Tōhoku, una región en la que ocurren tantos desastres naturales.

La conexión histórica entre las delegaciones a Europa y los desastres

Después de trabajar para un medio de comunicación llamado Jiji Tsūshinsha, participé en el mundo de las finanzas (para el Banco de Japón), para un think tank (del Instituto de Investigación Hitachi), y en trabajos relacionados con la energía (para Tōhoku Denryoku, la empresa eléctrica de la región). La experiencia laboral más memorable para mí ocurrió durante mi mandato como director de Tōhoku Denryoku, en marzo de 2011. En Tōhoku, debido al colapso de la planta de energía nuclear de Tōkyō Denryoku en Fukushima, la imagen idílica que poseían las centrales nucleares saltó a la luz como importante problema en la economía y la sociedad japonesas.

A finales de 2020 el gobernador de la prefectura de Miyagi acordó rehabilitar la central nuclear de Onagawa de la compañía de energía eléctrica de Tōhoku, pero esa posible reanudación resulta todavía muy incierta: el Tribunal del Distrito de Osaka dictaminó que la aprobación gubernamental de las centrales nucleares de Ōi, en la prefectura de Fukui, había resultado defectuosa.

Durante mi visita a la central nuclear de Onagawa contemplé en varias ocasiones, desde la cima de una colina en la península de Oshika, con vistas al monte Kinka, la bahía de Tsukinoura, desde la cual partió hacia Europa la delegación Keichō enviada por Date Masamune. El año siguiente a la partida de dicha delegación, Tsukinoura fue devastada por un gran tsunami durante el terremoto de Keichō. Hasekura Tsunenaga regresó a Japón, pero el plan de Date Masamune de asociarse con los países cristianos de Europa se había visto frustrado. Mientras observaba el navío restaurado San Juan Bautista, anclado en la bahía a mis pies, pensé en las conexiones históricas entre los grandes proyectos y los desastres naturales…

En aquella época trabajaba también como asesor del periódico Kahoku Shinpō, de Sendai; tras el terremoto, este periódico había establecido de inmediato un comité para la revitalización de Tōhoku, por lo que se dedicó a inspeccionar las áreas dañadas e invitar en varias ocasiones a expertos para discutir soluciones; tras medio año anunció una serie de propuestas. Durante ese tiempo escuché todo tipo de historias desgarradoras, desde la muerte de una empleada (cuyo nombre omitiré), la cual alertó a los ciudadanos con un altavoz, desde el último piso del ayuntamiento, hasta el último momento, o la angustia vivida en la escuela primaria de Ōkawa, donde la mayoría de los niños murieron debido a demoras en las instrucciones para su evacuación.

La obligación de relatar las tragedias

Como consecuencia de que una de mis obras originales fuera adaptada a un musical, terminé dedicándome también a acompañar a los artistas de la compañía de teatro Shiki por las zonas afectadas. La obra que interpretaban era Yuta to fushigi na nakama tachi (“Yuta y sus amigos misteriosos”), de Miura Tetsuo. Se trata de la historia de Yuta, un chico débil que se muda desde Tokio hasta Aomori, y gracias al intercambio de emociones y al aliento de sus nuevos amigos se hace más fuerte. Esos “amigos” son los llamados Zashikiwarashi, fantasmas de los bebés recién nacidos que murieron en el Gran Terremoto de Edo, o por efecto de la intemperie.

Las tragedias en Tōhoku se han sucedido en la historia: la tragedia del jefe ainu Aterui durante la conquista de la región a manos de Sakanoue no Tamuramaro y los suyos, la Guerra Zenkunen (de los nueve primeros años) y la Guerra Gosannen (de los últimos tres años), donde los habitantes de Tōhoku sufrieron la persecución de la Corte Imperial de Yamato, o la venganza del shogunato de Kamakura contra el clan Fujiwara por haber protegido a Minamoto no Yoshitsune. Después, a finales de la época Edo, el gobierno de coalición entre Satsuma y Chōshū, alzando sus famosos estandartes con brocados, persiguió a los clanes de Tōhoku hasta Goryōkaku, en Hakodate. Posteriormente, el Tōhoku moderno experimentó una extensión de esas tragedias, y su historia de sufrimientos continuó hasta la era Shōwa de preguerra.

No escribo este artículo para describir la visión de impermanencia de los japoneses o narrar el resentimiento de las víctimas, como describe el Hōjōki (“Canto a la vida desde una choza”, obra de Kamo no Chōmei en la que describe numerosos desastres de su época). Mi conciencia profesional, como periodista, me dice que escribir, llevar un registro, conecta las reflexiones pasadas con las esperanzas futuras. Por eso escribí una historia de no ficción sobre mis experiencias cuando era niño, en tiempos de guerra, y por eso escribí también una biografía de Yamaguchi Yoshiko, una actriz que sufrió entre “la guerra y la paz”, entre su tierra natal y su enemigo. Es responsabilidad de los periodistas dejar constancia de las experiencia en tiempos de guerra, de terremotos y epidemias, para la posteridad. Este ensayo es también mi pequeño intento por lograrlo.

(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: costa de la península de Oshika – PIXTA)

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