‘Morisada Mankō’: Edo, en la vanguardia del reciclaje

Historia

Mottainai -la idea de que sería inadmisible desperdiciar algo- es una palabra japonesa que alcanzó una gran notoriedad hace unos años gracias a la activista medioambiental y premio Nobel de la Paz keniana Wangari Maathai. Ese espíritu de ahorro y aprovechamiento era uno de los pilares de la sostenibilidad durante las postrimerías del periodo Edo, de lo que nos da cumplida cuenta el Morisada Mankō.

La ropa usada, a la orden del día entre las clases populares de Edo

La enciclopédica colección de artículos de costumbres de principios del siglo XIX Morisada Mankō nos habla de tenderos para quienes, en el ya lejano periodo Edo, mottainai era un lema de vida. Hay que entender, eso sí, que aquellos no eran tiempos de medioambientalismo global, como los nuestros, sino simplemente de escasez de bienes, y que esa era la circunstancia que impelía a los comerciantes a reutilizar todo tipo de materiales.

Lo mismo ocurría con la gente corriente, que no nadaba precisamente en la abundancia y no podía permitirse comprar a menudo artículos nuevos. Por eso había muy pocas cosas entre los artículos de uso diario que se desecharan después de haber sido usadas una sola vez. Todo era recogido por ambulantes especializados en el negocio del reciclaje.

Muchos de ellos seguían el esquema de negocio de los botefuri (ambulantes que llevaban una vara al hombro y colocaban su mercancía en cajas, cestas o bandejas colgadas de sus extremos) a los que nos referimos en otro de los artículos de esta serie, el titulado “Vidas y estrategias de los ambulantes de Edo en el Morisada Mankō”. En la ilustración del encabezado de este artículo podemos ver a uno de aquellos traperos ambulantes exponiendo en un sencillo caballete de bambú la ropa usada entera o por partes que vendía, según explica el libro.

Las amas de casa de las clases populares de Edo eran clientes habituales de estos ambulantes. Algunas de las partes más reclamadas eran los cuellos y los forros, que sustituían a los ya gastados de la ropa de los niños y adultos de la familia. Para ser una buena esposa y madre, en aquella época había que empezar por ser una buena costurera.

Una joven de Edo aprendiendo las técnicas de la costura, en el libro ilustrado Hyakunin jorō shinasadame. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)
Una joven de Edo aprendiendo las técnicas de la costura, en el libro ilustrado Hyakunin jorō shinasadame. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)

Casi toda la ropa que usaba la gente corriente de Edo estaba remendada o renovada por partes. La nueva se usaba mientras resistía, luego se remendaba con técnicas caseras y finalmente se vendía al trapero, que con su saber hacer profesional le daba una nueva vida. Así, se extraía de las prendas todo el provecho posible.

Se dice que la ribera sur del río Kandagawa a la altura del puente Manseibashi, estaba entonces llena de puestos de ropa usada. El puente está cerca de Akihabara, en nuestros tiempos meca de la electrónica. Son otros tiempos.

Puestos de ropa usada en Yanagimachizutsumi, en la ribera del río Kandagawa, en una ilustración del Ehon Azumaasobi. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)
Puestos de ropa usada en Yanagimachizutsumi, en la ribera del río Kandagawa, en una ilustración del Ehon Azumaasobi. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)

Edo, una sociedad del reciclaje

La reutilización y el reciclaje no se limitaban a la ropa. Eran habituales en otros muchos artículos de uso diario. Veamos los ejemplos de los pucheros y los paraguas, siguiendo lo que nos cuenta el Morisada Mankō.

Un imoji con sus fuelles a cuestas en el Morisada Mankō.
Un imoji con sus fuelles a cuestas en el Morisada Mankō.

A los reparadores de pucheros y ollas se los llamaba imoji, lo que equivale aproximadamente a “maestro fundidor de metales”. No es que supieran fabricar esos objetos, pero reparaban muy bien sus grietas y aberturas vertiendo sobre ellas metal fundido, de forma que podían volver a usarse sin problemas. Eran muy estimados por la gente. Iban de aquí para allá con sus fuelles colgando de su vara de botefuri. Cuando recibían un encargo, improvisaban su “fragua” en cualquier rincón, activaban los fuelles, fundían la cantidad de metal necesaria y hacían la reparación.

Hay un refrán que dice: “Tsukiyo ni kama wo nukareru” (“En noche de luna te roban las ollas”), que recuerda que la desgracia puede venir en cualquier momento y previene a quienes tienden a descuidarse y bajar la guardia. Implícitamente, el refrán nos dice también que las ollas y pucheros eran objetos de gran valor, codiciados por los amigos de lo ajeno, y que una simple grieta o perforación no era razón suficiente para desecharlos. Se reparaban esmeradamente una y otra vez, y se usaban durante mucho tiempo.

Compradores ambulantes de paraguas viejos para reparar, en el Morisada Mankō.
Compradores ambulantes de paraguas viejos para reparar, en el Morisada Mankō.

Los paraguas viejos que habían quedado ya solo en el esqueleto también encontraban comprador. Según el Morisada Mankō, en Edo se compraban a un precio de entre cuatro y 12 mon, según su grado de deterioro. En la región de Kamigata (Kioto, Osaka y cercanías) era más común intercambiarlos por otros objetos, como teteras de barro o paipáis.

Los compradores ambulantes llevaban los paraguas viejos a los mayoristas, que solían encargar los arreglos a rōnin (samuráis sin amo, desempleados) que trabajaban en su propia casa. Ya arreglados, los paraguas volvían a venderse. En el Japón del periodo Edo, el reciclaje estaba muy arraigado en la sociedad. Cuando, después de una tormenta o ventolera, vemos la cantidad de paraguas rotos que la gente tira en cualquier sitio, no podemos dejar de sentir cómo han cambiado los tiempos.

Kankonshi y rōrui, dos palabras de hondo significado

Cosas como la ceniza o el papel eran también objeto de reciclaje.

Comprador de ceniza en el Morisada Mankō.
Comprador de ceniza en el Morisada Mankō.

En los hogares del periodo Edo no podía faltar el tradicional kamado (fogón), en el que se quemaba madera y paja. Los kamado producían, lógicamente, una gran cantidad de ceniza.

La ceniza se utilizaba para enriquecer las tierras de labranza o directamente como fertilizante en algunos cultivos, intervenía también en el proceso de tintado de tejidos y en la fabricación de sake. Por eso existían ambulantes, los llamados haigai, que iban de casa en casa comprando la ceniza de los fogones. Era un trabajo duro y desagradable, pues la carga terminaba siendo muy pesada y todos acababan embadurnados de ceniza, especialmente el cabello.

El papel usado era otra mercancía muy preciada. En este caso, más que en los hogares, los compradores solían abastecerse en las casas comerciales, que eran las que utilizaban papel en grandes cantidades para sus libros y documentos contables.

El papel usado iba a parar a los mayoristas, que encargaban el desleído y lavado a papeleros. El producto resultante era de baja calidad, por lo que solo podía usarse en los retretes o para sonarse las narices. De todos modos, el hecho de que en aquella época el papel se reciclase hacía de Japón una verdadera excepción a nivel mundial.

El papel reciclado se denominaba kankonshi (“papel de alma restituida”, “papel resucitado”), una bonita forma de decir que hasta ese modesto material recibía una segunda vida.

Cestas de comprador de papel usado en el Morisada Mankō.
Cestas de comprador de papel usado en el Morisada Mankō.

De especial interés es el negocio de la compra de restos de cera procedentes de las velas consumidas. En los chōchin (linternas colgantes de papel) y andon (lámparas portátiles con armazón de madera y pantalla de papel) se utilizaban velas de cera, pero la cera era un producto caro que solo estaba al alcance de samuráis de rango superior, casas comerciales y grandes burdeles. Por eso, la cera de los mocos (en japonés rōrui o “lágrimas de cera”) de las velas que cuajaba en las palmatorias era puntualmente recogida y reutilizada.

“Papel de alma restituida” y “lágrimas de cera”. Dos bellas metáforas que transmiten ese espíritu de ahorro y aprovechamiento.

Morisada no nos ofrece en su libro ninguna ilustración de compradores de cera de palmatoria. La razón que aduce es que no mostraban ningún rasgo distintivo en su ropaje ni en su instrumental. Pero tenemos una imagen de ellos en otro libro, el Hyakkoi kumitate seisuiki, del dramaturgo e ilustrador Santō Kyōden.

Comprador ambulante de cera de palmatorias en el libro Hyakkoi Kumitate Seisuiki. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)
Comprador ambulante de cera de palmatorias en el libro Hyakkoi Kumitate Seisuiki. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)

Ciertamente es la imagen de un hombre humilde, pero que con su oscuro trabajo iluminaba las animadas noches de Edo. Por lo visto, siempre ha sido así: la gente más humilde es la que en mayor medida sostiene nuestras sociedades.

Fotografía del encabezado: vendedor de ropa usada con su caballete de bambú, en el que cuelga, a la derecha, prendas de vestir completas, a la izquierda, cuellos, forros y otras partes extraídas para reponer. Hoy en día las tiendas de ropa de segunda mano están llenas de artículos de moda que tienen corta vida. En el periodo Edo, los valores imperantes eran la robustez y la funcionalidad, pues había que dar a la ropa el uso más prolongado posible. (Morisada Mankō, colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)

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