Salvarse del Titanic: las declaraciones misóginas de Mori Yoshirō reflejan un Japón “a la deriva”

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Las controvertidas declaraciones del expresidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio Mori Yoshirō y su dimisión, entre una aluvión de críticas, llegó a los medios de comunicación de todo el mundo. Sus palabras dejan al descubierto la existencia de un poder muy arraigado que obstruye el cambio en la sociedad japonesa.

La “fastidiosa” insistencia del Ministerio en aumentar la presencia de mujeres

En una reunión del Comité Olímpico Japonés (COJ) mantenida en febrero de 2021, Mori Yoshirō, a la sazón presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio, hizo unas declaraciones que causaron un gran revuelo y que lo llevaron a dimitir del cargo al mes siguiente: “El Ministerio de Educación no deja de fastidiar con que aumentemos el número de mujeres en la junta, pero las reuniones con muchas mujeres se eternizan”.

Cabe apuntar que las citadas declaraciones tuvieron lugar a raíz del objetivo del Gobierno japonés de lograr que las mujeres ocupen al menos el 30 % de los puestos directivos en todos los sectores (inicialmente fijado para el año fiscal 2020 y luego pospuesto a “lo antes posible, antes de 2030”), que se fundamenta en la Ley Básica para una Sociedad Igualitaria. Como organismos que están bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología, el Comité Organizador y el COJ deben perseguir ese objetivo.

Mori tildó la nueva política gubernamental de fastidiosa, impuesta “desde arriba” e ineficiente. Y añadió: “Las mujeres son muy competitivas. Cuando alguien levanta la mano, creen que ellas también tienen que intervenir. Por eso hablan todas”.

No ha quedado claro si las reuniones del Comité Organizador, en el que Mori participaba, realmente se prolongaron al aumentar la proporción de mujeres o si solo se trata de un alegato sin fundamento, pero, si el político era de los que piensan cosas como “ya vuelve a meter baza una mujer sin tener ni idea”, las intervenciones de las compañeras debían de hacérsele estomagantemente largas.

Podría muy bien ser cierto que las mujeres del comité intervenían mucho en las reuniones. La “fastidiosa” insistencia del Ministerio de Educación en perseguir el objetivo gubernamental del 30 % de mujeres en las juntas surge de la idea de que dejar la toma de decisiones en manos de hombres de edades cercanas y trasfondos profesionales similares presenta limitaciones y que la diversidad es imprescindible para el desarrollo de la sociedad y las organizaciones. No se trata de una ocurrencia del Gobierno japonés, sino de algo que se asume en todo el mundo. Si las mujeres elegidas a dicho fin intervienen activamente en las reuniones, es porque pretenden contribuir en la organización esforzándose por cumplir con el rol que se espera que desempeñen. Si, a pesar de esto, se las trata como si emitieran intervenciones inútiles solo por destacar, se preguntarán para qué las nombraron para el puesto y se desmotivarán.

Intentando arreglar el desaguisado, Mori aclaró: “En el Comité Organizador, en el que estoy yo, también hay mujeres, pero todas saben cuál es su lugar”. Esa alabanza a las compañeras del comité por actuar como mujeres florero y obedecer a la cultura organizativa establecida resulta extremadamente ofensiva.

La verdadera opinión de la sociedad nipona y el respaldo a la misoginia

A pesar de haberse visto obligado a dimitir por las duras críticas que recibió, lo más probable es que Mori siga preguntándose si en realidad sus palabras fueron tan vejatorias para las mujeres y no comprenda por qué se consideraron tan polémicas. Sin embargo, él no fue el único a quien se le escapó la importancia del incidente. Si bien la reunión en la que se produjo estaba llena de asambleístas como el presidente del COJ, Yamashita Yasuhiro, la intervención de Mori se saldó con algunas risas, sin que nadie la contradijera. Seguramente hubo quien intuyó que podía generar conflicto, pero nadie creyó que fuera a convertirse en un problema tan grande que el COJ no pudiera hacer la vista gorda.

Aun después de que las declaraciones de Mori salieran por los medios de comunicación e inmediatamente se extendieran las críticas que las tachaban de misóginas, Nakanishi Hiroaki, presidente de la patronal japonesa Keidanren, hizo gala de su falta de comprensión al afirmar que el presidente del Comité Organizador solo había expresado “la verdadera opinión de la sociedad japonesa” y que “es terrible cómo se difunden las críticas en las redes sociales”. Las redes también se inundaron de publicaciones que apoyaban y defendían las polémicas declaraciones sosteniendo que “no era para tanto” y que se estaba “acosando al presidente Mori”, lo que demuestra cuán arraigado está algo tan anacrónico como la misoginia.

¿Por qué Japón no logra cambiar?

Japón figura en la posición ciento y pico del ranquin mundial del Índice de Brecha de Género año tras año (en el ranquin publicado a finales de marzo de 2021 quedó en el puesto 120 de 156). Es, con diferencia, el país avanzado y democrático con menos igualdad de género y donde más persiste la discriminación, a pesar de que ya hace más de 30 años que se ratificó la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), propuesta en la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1979.

Si bien la citada convención fue muy revolucionaria al declarar la necesidad de eliminar los estereotipos de género porque fomentan la discriminación, debemos preguntarnos qué fracción de la clase política y empresarial comulga con sus ideas. El protocolo opcional aprobado en 1999 para potenciar el efecto de la convención (los ciudadanos de los países que lo ratificaron pueden informar de la violación de sus derechos directamente al Comité para la Eliminación de la Discriminación contra las Mujeres) ha sido ratificado ya en más de cien países del mundo, pero Japón no es uno de ellos.

Aunque Japón aprobó la esperada Ley para la Promoción de la Igualdad de Género en Política, está muy lejos de introducir el sistema de cuota (por el que se fija una proporción determinada de candidaturas y escaños por sexos) que se perseguía con la nueva legislación. Recientemente una asamblea de diputados subpartidistas intentó proponer una enmienda a la ley para obligar a todos los partidos a reservar una parte de las candidaturas a mujeres con el fin de mejorar la efectividad de la iniciativa, pero la propuesta se desestimó por la negativa del PLD.

La adopción del sistema para dar opción a conservar los apellidos de ambos cónyuges al casarse se topa también con un muro. El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra las Mujeres de la ONU ha recomendado repetidas veces enmendar el Código Civil japonés, que obliga a unificar el apellido en el matrimonio, y, a pesar de que la mayoría de la población apoya el cambio (más de un 70 % en ciertas franjas de edad), el poderoso sector que se opone a él lo impide. Tras esa fuerza opositora se halla el Partido Liberal Democrático (PLD), cuyo núcleo está formado por hombres de edad avanzada y descendientes de un linaje político. Las mujeres que logran llegar a diputadas cooperan con el statu quo para proteger su puesto y, en ciertos casos, hasta se convierten en sus abanderadas.

Rechazo rotundo a cualquier cambio que amenace el poder actual

De buen seguro no soy la única que ya está harta de esas “fuerzas” que bloquean obstinadamente el movimiento que intenta transformar la sociedad japonesa actual. Si, contradiciendo el llamado a promover la diversidad, se niega la oportunidad de participar a las mujeres, que representan la mitad de la sociedad, se desaprovecha un volumen ingente de recursos humanos. Este razonamiento, sin embargo, no tiene ningún sentido para el bando que se resiste al cambio.

Aquellos que intentan aplastar la semilla de la evolución hacia una igualdad entre sexos que florece en distintos contextos de la sociedad pretenden conservar intacto el orden social vigente. También niegan categóricamente la posibilidad de conservar los apellidos de ambos miembros del matrimonio. Mucha gente se extraña de que haya quien se oponga a un sistema que sería optativo y permitiría seguir unificando apellidos a los que así lo desearan, pero eso es porque no entienden la motivación fundamental de su desaprobación.

En el sistema actual, que obliga a unificar el apellido al casarse, en el 96 % de los matrimonios se elige el apellido del marido, que pasa incuestionablemente a ser el titular del registro civil y el cabeza de familia, del cual depende la esposa. Fueron los maridos quienes recibieron la ayuda económica para todos los miembros de la familia que el Gobierno japonés ofreció por la pandemia. Lo que buscan los detractores del apellido doble es imponer ese sistema a las familias de todo Japón; no quieren permitir que el modelo familiar basado en el marido —en el hombre—, que empieza por priorizar su apellido, deje de ser la “unidad básica” de la sociedad. “¿Qué hago si mi futura nuera decide conservar su apellido?”, “¿Quién me cuidará cuando sea viejo?” o “¿Quién conservará la tumba familiar?” son algunas de las inquietudes que les atormentan.

En definitiva, aquellos a quienes el orden social vigente otorga el poder son los que quieren obstruir a toda costa cualquier cambio que haga que ese poder se tambalee. Como acaparan tanto la autoridad como el capital, se dedican a aprovecharlos al máximo para machacar a los que se rebelan. Yo misma me hallo en pleno pleito porque la diputada del PLD en la Cámara Baja Sugita Mio me denunció por difamación alegando que ciertos estudios sobre las mujeres de confort y la violencia de género en los que he participado estaban falsificados y que había incurrido en malversación de fondos de investigación. Al principio no entendía por qué atacaban de aquella manera a una investigadora tan modesta como yo, pero ahora creo que, desde el giro hacia el revisionismo histórico que dio la política japonesa a partir de la administración de Abe Shinzō, se carga contra investigaciones que contradicen y critican las políticas gubernamentales para que sirva de escarmiento.

Hundirse con el Titanic o salvarse

Por más que insistamos en que la diversidad es necesaria para no quedar rezagados respecto al resto del mundo, a aquellos que se aferran al poder les entra por un oído y les sale por el otro. Poco les importa que Japón deje de estar entre los países desarrollados (algo que ya empieza a suceder) mientras puedan mantener el statu quo dentro de las fronteras. Es más, consideran que eso nos permite seguir siendo un país con una tradición propia y sin parangón en el resto del planeta. Una casa imperial en que el trono solo se transmite a varones y por línea masculina, un modelo de familia en que la mujer siempre adquiere el apellido del marido, una sociedad en que el hombre suele ocupar la posición de dominancia y la mujer, “la que le toca”; que todo eso lleve a que Japón o su realeza se hundan o decaigan son problemas secundarios para ellos.

Con todo, seguro que no son muchos los que desean hundirse a bordo de esa suerte de “Titanic” nipón. Los que amasan poder y fortuna serán, sin duda, los primeros en huir cuando el barco empiece a zozobrar. Los que perderán la vida en el naufragio serán la masa de viajeros que van en los camarotes baratos de los niveles más bajos. En esos niveles del barco no nos llega ni luz ni información precisa, pero aun así podemos conocer la realidad con algo más de rigor; nuestro poder es minúsculo comparado con el de ellos, pero no somos del todo impotentes. Podemos huir de ese Titanic que se hunde y, si todavía nos da tiempo, podemos agarrar el timón.

Fotografía del encabezado: El ex primer ministro Mori Yoshirō en una rueda de prensa mantenida el 4 de febrero de 2021 en la que se disculpó por haber dicho que las reuniones con mujeres se alargaban más de la cuenta. (REUTERS)

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