¿Fue el “viento de los dioses” lo que libró a Japón de la invasión mongola?

Historia

La frustrada invasión de Japón por el Imperio mongol en la segunda mitad del siglo XIII sigue viva hoy en día en la mente de muchas personas, pero quizás no tanto en la de los amantes de la historia como en la de los aficionados a los videojuegos. Sony lanzó en 2020 el juego Ghost of Tsushima, ambientado en dicho episodio histórico, y en apenas ocho meses consiguió vender 6,5 millones de copias. Ante el éxito obtenido, en Hollywood ya están preparando la película.

Una misiva amistosa, pero también una velada amenaza

En octubre de 1274 una gigantesca escuadra de cerca de 30.000 hombres cruzó el mar y se presentó ante la bahía de Hakata, en Kyūshū. Había sido organizada por el Imperio mongol, una entidad política forjada en las estepas del norte de Asia a principios del siglo XIII por Temuyín (Temujin), que logró unificar las tribus nómadas de la región e iniciar así un fulgurante ascenso que lo llevó, en 1206, a la cúspide de un imperio en el que reinó con el nombre de Genjis Kan. En años posteriores, su imperio fue extendiéndose hacia el oeste, el sur y el este. En 1259, había sometido al reino coreano de Koryo (Goryeo), colocándose así a las puertas de Japón. En 1264, bajo el reinado de Kublai Kan, nieto de Gengis Kan y quinto emperador de la dinastía, la capital se trasladó del núcleo original de Karakorum, en el centro de la actual Mongolia, a Dadu, en lo que con el tiempo se convertiría en Pekín. Desde 1271, la dinastía y el imperio tomaron el nombre de chino de Yuan.

En aquella época, Kublai Kan estaba concentrado en atacar al reino chino de Song del Sur, que había establecido su capital en Lin’an (actual Hangzhou, en la provincia de Zhejiang). Dentro de su estrategia para aislar y debilitar económicamente a este reino, Kublai Kan envió emisarios a Japón. Estos portaban un documento de Estado que decía que, desde hacía mucho tiempo, Japón venía enviando embajadas a China, pero que, desde que comenzó la dinastía Yuan, no habían recibido ninguna. Explicaba que la presente embajada tenía por objeto darse a conocer, pues parecía ser que los japoneses todavía “no se enteraban”. “En adelante, visitémonos mutuamente y ahondemos nuestra amistad”, decía el documento. Tenía la apariencia, pues, de misión amistosa. Se cree que, en un primer momento, la invasión militar de Japón no estaba entre los planes de Kublai Kan. Pero en las últimas líneas del documento podía leerse esta advertencia: “No deseo tener que recurrir a acciones militares. Espero que lo consideren seriamente”, algo que solo cabe ser interpretado como una velada amenaza.

El bakufu o gobierno del shōgun informó a la Corte Imperial de Kioto, que era donde se tomaban las decisiones sobre asuntos diplomáticos, y en la Corte se decidió dar la callada por respuesta. El bakufu hizo suya esta actitud y, sin entregar ninguna carta, hizo volver a su país a la embajada de Yuan, que había estado esperando en la delegación gubernamental de Dazai (Kyūshū).

Kublai Kan no desistió y continuó enviando embajadas, pese a que nunca obtenía respuesta por parte japonesa. ¿A qué se debía ese empecinamiento en negarse a mantener relaciones diplomáticas con Yuan?

El experto en historia de Japón Arai Takashige, profesor honorario de la Universidad Dokkyō ofrece su opinión.

“Los estadistas de la época ignoraban completamente la coyuntura internacional y su experiencia en contactos con otras naciones era prácticamente nula. Esa ignorancia, esa inexperiencia les impedía reaccionar con flexibilidad ante un documento diplomático extranjero. Algo así era inevitable, dada su absoluta falta de experiencia en esos asuntos, pero demuestra también su ignorancia de las costumbres y técnicas diplomáticas” (en Sensō no Nihon-shi 7: Mōko shūrai, (“Tomo 7 de Historia bélica de Japón: la invasión mongola”; editorial Yoshikawa Kōbun-kan).

Japón era, dicho claramente, un país muy torpe en asuntos diplomáticos. Si hubiera tenido una idea al menos la gran extensión que había alcanzado Yuan y de cómo aventajaba a Japón en poderío nacional, el bakufu habría reaccionado de otro modo. Pero hay que entender que, en aquella época, los “cerebros” de Japón en ese campo eran los monjes budistas de Song del Sur y sus discípulos, que, pensando siempre en cómo defender su país, que estaba siendo atacado, transmitían a Japón deliberadamente la imagen de que Yuan era un reino sin importancia, de escasa entidad. Es, pues, posible, que la capacidad de decisión de los estadistas japoneses se viera muy mermada por aquellos informes.

Desconcierto ante las tácticas y las nuevas armas de los mongoles

Sea como fuere, el hecho es que, agotada su paciencia, Kublai Kan organizó una gran escuadra con 30.000 soldados (20.000 mongoles y 10.000 coreanos) que antes del amanecer del día 20 de octubre de 1274 (26 del undécimo mes, según el antiguo calendario japonés) penetró en la bahía de Hakata. Los samuráis japoneses eran diestros en el cuerpo a cuerpo, pero lo que tenían ante sí era un gran ejército en orden de batalla que utilizaba tácticas colectivas.

Los bravos y vociferantes japoneses acometían fieramente, pero pronto quedaban rodeados por el enemigo y eran asaetados. El estilo de lucha japonés se reveló totalmente ineficaz. Los mongoles disponían, además, de unos arcos más pequeños que los japoneses, pero con mayor radio de tiro. Disparaban letales flechas envenenadas que se clavaban despiadadamente tanto en los samuráis como en sus monturas.

Pero no terminaba ahí. Los extranjeros hacían sonar gongs y disparaban misteriosos artefactos que activaban con pólvora, lo que debió de conmocionar a los japoneses.

La pólvora todavía no se había transmitido a Japón y aquellas bolas negras que reventaban sobre sus cabezas con su carga de fuego y humo y su ensordecedor ruido sorprendían a los guerreros y asustaban a los caballos, que huían despavoridos haciendo imposible una lucha ordenada. Ante la desesperada situación, el ejército del bakufu se retiró. Pero, para su sorpresa, los de Yuan volvieron a sus barcos esa misma noche.

El samurái de la antigua provincia de Higo (actual prefectura de Kumamoto) Takesaki (Takezaki) Suenaga dejó un testimonio muy explícito de la forma en que sus hombres habían hecho frente a los dos intentos de invasión mongola en el libro ilustrado Mōko shūrai ekotoba. Este libro, cuyo original pertenece a la colección de la Agencia de la Casa Imperial, salió a la luz a finales del siglo XVIII, suscitando un gran interés entre los daimios y hombres de cultura del país. Se hizo un gran número de reproducciones, de las que se conservan más de 40. Ilustración obtenida del sitio web de la Biblioteca Nacional de la Dieta.
El samurái de la antigua provincia de Higo (actual prefectura de Kumamoto) Takesaki (Takezaki) Suenaga dejó un testimonio muy explícito de la forma en que sus hombres habían hecho frente a los dos intentos de invasión mongola en el libro ilustrado Mōko shūrai ekotoba. Este libro, cuyo original pertenece a la colección de la Agencia de la Casa Imperial, salió a la luz a finales del siglo XVIII, suscitando un gran interés entre los daimios y hombres de cultura del país. Se hizo un gran número de reproducciones, de las que se conservan más de 40. Ilustración obtenida del sitio web de la Biblioteca Nacional de la Dieta.

¿Cómo desapareció la escuadra? Explicaciones que varían con la época

Sin embargo, a la mañana siguiente los barcos del ejército mongol habían desaparecido inexplicablemente. De esta sorprendente forma terminó su primer intento de invasión.

A los japoneses se nos ha enseñado en la escuela que tanto este primer intento como el que tuvo lugar siete años después terminó en fracaso gracias a una fenomenal tormenta de lluvia y viento que se abatió sobre la armada. Es el llamado kamikaze o viento de los dioses.

La creencia de que, cuando se encuentra en una situación desesperada, los dioses vienen en auxilio de Japón resurgió con trágicas consecuencias durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se organizaron las “unidades de ataque especial”. Todo partió de aquellos lejanos hechos históricos.

Pero los libros de historia escolares ya no recurren a explicaciones de ese tipo. Veamos un ejemplo.

“El ejército de Yuan, que alcanzaba los 30.000 hombres contando con los reclutados en Koryo (Goryeo), atacó en 1274 las islas de Tsushima e Iki y desembarcó después en masa en la bahía de Hakata, en el norte de Kyūshū (...). El ejército japonés se vio en apuros, pues su estilo de lucha era el cuerpo a cuerpo. Pero los de Yuan también sufrieron pérdidas y finalmente se retiraron por desavenencias internas (...). En 1281 volvieron a atacar el norte de Kyūshū, esta vez con un gran ejército de 140.000 hombres, pero cuando estaban siendo repelidos al intentar ganar la costa, se desató una gran tormenta que les causó graves daños y los obligó a retirarse derrotados una vez más” (versión corregida de Shōsetsu Nihonshi B, editorial Yamakawa Shuppansha, 2018).

Es decir, que el primer fracaso se atribuye ahora a disensiones internas entre los invasores. Veamos qué dicen otros libros de texto.

“Las fuerzas de Yuan y Koryo, un ejército heterogéneo y carente de moral de combate, se retiró al verse obligado a luchar de forma desacostumbrada y sufrir pérdidas” (Jikkyō Shuppan).

“Aunque la táctica de combate del ejército de Yuan puso en apuros a los guerreros japoneses, estos consiguieron infligirle grandes pérdidas y forzar su retirada” (Tōkyō Shoseki).

Como puede verse, la idea de que fue una tormenta lo que obligó a retirarse al ejército de Yuan ha desaparecido de los libros escolares.

Es interesante que, mientras que el libro de la editorial Yamakawa atribuye el primer fracaso a disensiones internas, el de Jikkyō habla de falta de moral de combate y de formas de lucha desacostumbradas, y Tōkyō Shoseki recurre al buen desempeño de los guerreros japoneses para explicarlo. Es decir, que no hay acuerdo entre las editoriales a la hora de explicar las causas de la retirada. Solo la editorial Shimizu Shoin habla de una tormenta que se levantó precisamente entonces, pero no la cita expresamente como causa de la retirada.

En resumidas cuentas, no hay acuerdo entre los expertos sobre cuales fueron las causas de la retirada mongola en el primer intento de invasión. Uno de ellos, Kakehi Masahiro (Universidad Ferris), aventura en un libro de la editorial Kōdansha que probablemente de parte mongola aquello no fuera más que una operación militar de reconocimiento para imponer su autoridad, y que desde el principio los mongoles no tuvieron intención de continuar luchando en tierra durante demasiado tiempo.

Pero también hay quien objeta que se haya prescindido de los elementos para explicar la retirada. Hattori Hideo (Universidad de Kyūshū), en su obra Mōko shūrai (“La invasión mongola”; Yamakawa Shuppan), habla de que efectivamente se desencadenó una tormenta, pero descarta que la retirada se produjera solo un día después de haber llegado la flota a Hakata.

Tras analizar documentos de la época, entre ellos el Kanchūki, un diario dejado por el noble cortesano Fujiwara no Kanenaka, Hattori concluye que el ejército mongol no se retiró en un solo día, pues permaneció en Japón durante cerca de una semana, al final de la cual llegó la tormenta. Un registro sobre la tormenta lo tenemos en los documentos de Koryo. Si se establece la veracidad de esta teoría, quizás los libros de texto vuelvan a cambiar para explicarnos que la retirada del ejército de Yuan en su primer intento invasor se debió a una tormenta.

El origen de la idea del “viento divino”

Después del primer fracaso, Yuan continuó mandando emisarios, pero el hombre fuerte del bakufu de la época, Hōjō Tokimune, los fue ejecutando conforme llegaban. Fue entonces cuando Kublai Kan dirigió su segundo ataque con su ejército de 140.000 hombres (1281). Desde la península coreana llegaron 30.000, entre mongoles y coreanos, y desde el puerto de Ningpo, en la actual China, por la ruta del sur, los otros 100.000 del llamado ejército de Jiangnan, entre los que había muchos miembros del extinto ejército de Song del Sur. Las dos fuerzas se reunieron otra vez ante la bahía de Hakata. Para no incurrir en los mismos errores, los samuráis japoneses habían estudiado detenidamente las tácticas de combate de Yuan. Además, construyeron una muralla defensiva de 20 kilómetros de longitud que les sirvió para impedir el desembarco.

Tras cerca de dos meses de resistencia, el 1 de julio (23 del octavo mes del calendario antiguo) un gran tifón se abalanzó sobre esta zona de Kyūshū. En las filas japonesas los daños fueron considerables, pero mucho peores lo fueron en las de los invasores, pues el mar se tragó los destrozados barcos y a los infelices soldados.

Así pues, es cierto que durante el segundo intento de invasión la zona sufrió fuertes lluvias con vientos huracanados (es decir, un tifón) y que la escuadra de Yuan quedó aniquilada.

Se sabe también que desde la Corte de Kioto y desde el bakufu de Kamakura se ordenó a los templos y santuarios del país que elevaran plegarias para propiciar la retirada del enemigo. Por ejemplo, el Santuario de Ise recibió la visita, como enviado imperial, del miembro del Consejo de Estado Nijō Tameuji, que también presentó sus respetos al dios del viento, al que se rinde culto en un pabellón aparte dentro del recinto del Naikū. Después de las frustradas invasiones, se comenzó a rumorear que era esta deidad la que había desatado los vientos. En 1293 la Corte Imperial elevó la categoría de este santuario, que pasó a denominarse Kazahi no Minomiya.

La Corte premió asimismo con “recalificaciones” similares, por los salvíficos efectos de las plegarias que elevaron a los dioses, a otros santuarios sintoístas del país, como el de Hakozaki Hachimangū de Hizen (actual Fukuoka), el Suwa Taisha de Shinano (actual Nagano), o el Fuu Jinja de Izumo (actual Shimane). Así fue como se fue extendiendo la idea de que, siendo Japón como era el “País de los Dioses”, ante cualquier emergencia estos extendían sobre él su divina protección en forma de viento salvador.

Kublai Kan, por su parte, no abandonó totalmente sus planes de invadir algún día Japón, pero no encontró el momento oportuno para volver a llevarlos a cabo, pues si su proyectada conquista de Vietnam encontró fiera resistencia, hubo de enfrentarse a muchas revueltas en China y en el Sudeste Asiático, por no hablar de las derrotas que sufrió cuando intentó poner sus manos sobre la isla de Java.

Difícil situación de los vasallos y sus consecuencias para el régimen

El hecho es, pues, que el bakufu se las arregló para impedir que el enemigo penetrase en su territorio. Pese a ello, puede decirse también que este episodio histórico fue uno de los factores que condujo al declive del régimen de Kamakura. En aquel tiempo, el pago por los servicios militares de los vasallos consistía básicamente en asignaciones de derechos una parte de las tierras conquistadas, pero como la resistencia frente a los mongoles no dejó ningún “botín de guerra” y no hubo más tierras para repartir, no fue posible ofrecer ninguna recompensa. Además, todos los gastos corrieron por cuenta de cada uno de los vasallos que participó en la contienda. Es de suponer que muchos de estos vasallos murieran y que otros muchos quedaran lisiados o con dolorosas secuelas. Las consecuencias para la economía de los gokenin o vasallos directos del bakufu fueron especialmente graves y muchos tuvieron que endeudarse para sobrevivir, poniendo sus tierras como aval.

Haciendo caso omiso de esta apurada situación, la casa regente de Hōjō fue monopolizando, con la excusa de la emergencia militar, todos los puestos más altos y apetecibles de la administración. Esta actitud terminó por socavar la lealtad que venían prestando los gokenin al bakufu, lo que condujo finalmente al colapso del régimen.

Fotografía del encabezado: Las escenas de combates a corta distancia son quizás las más interesantes que ofrece el Mōko shūrai ekotoba (“Libro ilustrado de la invasión mongola”). En esta vemos al samurái Takesaki o Takezaki Suenaga, con su casco y su armadura, arremetiendo con ímpetu contra el enemigo. Los soldados invasores de Yuan, vestidos en ropas de tela o piel que facilitan sus movimientos, se colocan en formación, pues seguían tácticas bélicas colectivas. Ilustración tomada del sitio web de la Biblioteca Nacional de la Dieta.

Ghost of Tsushima es un juego de acción y aventura para la PlayStation® 4 y 5 ambientado en la era Bun’ei del periodo Kamakura, cuando se produjo el primer intento de invasión de Japón por parte del Imperio mongol. El protagonista, Sakai Jin, es un samuray de las islas Tsushima que ha sobrevivido a la invasión y que se embarca en un accidentado viaje para vengarse de los agresores. Chad Stahelsky, director de la serie John Wick, protagonizada por Keanu Reeves, llevará la historia del juego a la pantalla grande.

Historia de Japón Samuráis Kamikaze