Japón se enfrenta a la autosuficiencia alimentaria más baja de su historia

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Uno de los “viejos nuevos problemas” más importantes de Japón es su baja tasa de autosuficiencia alimentaria. Dicha tasa lleva años disminuyendo sin cesar y en 2020 llegó a alcanzar su nivel más bajo desde que comenzara a registrarse. Los expertos han hecho saltar las alarmas al respecto.

¿Tiene Japón una independencia suficiente?

En 2022, con el comienzo de la crisis de Ucrania, hubo un vertiginoso aumento de los precios del trigo y otros cereales, así como del petróleo; pero últimamente se está dando también un gran incremento en los precios de los alimentos básicos y las materias primas necesarias para producir fertilizantes químicos, aunque estos ya llevaban tiempo en alza.

Rusia y Ucrania son dos de los principales exportadores de trigo del mundo: representan un 30 % del total. Japón compra cereal a Estados Unidos, Canadá y Australia, pero la demanda se está concentrando en países alternativos y la competencia se intensifica cada vez más.

El poeta y revolucionario cubano José Martí dijo que quien no puede ser autosuficiente en sus alimentos es un esclavo; el poeta y escultor Takamura Kōtarō escribió: “Solo quiero ser autosuficiente en lo que como. Tanto en lo personal como en lo nacional no existe una verdadera independencia sin esa autosuficiencia”.

A la luz de esta idea podríamos cuestionarnos si Japón, que en el año fiscal 2020 tuvo una tasa de autosuficiencia alimentaria del 37,17 % (según una base calórica), el año más bajo desde que comenzaran a registrarse estos datos en 1965, puede considerarse un país independiente. Para definir la independencia de un país existe un requisito mínimo: que sea capaz de proteger a sus ciudadanos en situaciones imprevistas.

La invasión de Ucrania ha empeorado la competencia alimentaria

Recientemente se ha notado un inesperado crecimiento en la demanda de alimentos por parte de potencias como China. Este aumento no se puede explicar simplemente por un incremento en la demanda gracias a la recuperación de la economía china tras el comienzo de la pandemia. Pese a que, por ejemplo, China importó 103 millones de toneladas de soja en 2021, por mucho que Japón importe un 94 % de su soja, esa cantidad no representa más que una fracción (3,39 millones de toneladas) del total chino en 2019.

En caso de que China incremente sus adquisiciones existe la posibilidad de que los países productores dejen de vender a Japón. Hoy día China y otros países poseen la capacidad de comprar a precios más elevados; de hecho, el precio de la soja de producción nacional y el de la soja importada se están acercando cada vez más. Los portacontenedores están empezando a abandonar las rutas que pasan por Japón, y se disparan los costes de fletes marítimos al país. Japón parece haber perdido la competición.

Japón también depende en un 100 % de las importaciones para obtener fósforo y potasio, materias primas para producir fertilizantes químicos, y la adquisición de estas materias, que ya presentaba problemas debido a la contención de las exportaciones de China, está empeorando cada vez más a causa de conflictos y otros motivos entre los países que como China producen en masa; Rusia, por ejemplo. En la producción mundial de fosforita (de la que se extrae fósforo) China es el primer productor, y Rusia el cuarto; en la producción de potasio, Bielorrusia es el segundo, Rusia el tercero y China el cuarto.

Por otro lado, dado que las situaciones meteorológicas inusuales han comenzado a convertirse en la norma, la inestabilidad en la oferta está aumentando por todo el mundo, y es muy posible que los precios suban aún más debido a la escasez existente en la oferta y la demanda. El alto precio del petróleo disparará también los precios del maíz y otros granos para biocombustibles alternativos. Las circunstancias imprevistas (los conflictos internacionales, por ejemplo) siempre empeoran de golpe la situación de los mercados, y eso es precisamente lo que ha ocurrido con la invasión de Ucrania.

La crisis alimentaria resalta la falta de seguridad en la alimentación

En su discurso sobre medidas políticas del 17 de enero de 2022, el primer ministro Kishida Fumio habló sobre el “mantenimiento de la seguridad económica”, pero no mencionó la “seguridad alimentaria”; solo mencionó su política agraria, basada más bien en la promoción de exportaciones y la adopción de tecnología smart (el uso de la robótica y las tecnologías de la información para promocionar el ahorro de mano de obra, así como una mayor precisión y productividad). Dado el alto precio de los alimentos y las materias primas de producción, y la “derrota” de Japón ante China y otros países en lo que a importaciones se refiere, el hecho de que, pese a la creciente preocupación por cómo asegurar alimentos para los ciudadanos y continuar la producción agrícola nacional, el Gobierno esté considerando cómo mejorar el aspecto smart de la agricultura y promocionar las exportaciones demuestra una falta de capacidad por su parte para reconocer una crisis.

No se trata de que nieguen el fomento de las exportaciones, pero dado que la crisis alimentaria sigue agudizándose, para un país con una tasa de autosuficiencia alimentaria tan baja como Japón (37 %) lo prioritario no debería ser promocionar la exportación, sino asegurar la producción nacional.

Además, el Gobierno mencionó el hecho de que las exportaciones agrícolas han alcanzado el billón de yenes, pero esto es disfrazar la realidad: la cifra real de producción nacional agrícola es de apenas cien mil millones de yenes (son muchos los productos japoneses, como el whisky, el café, el chocolate, el miso o la salsa de soja, que se fabrican con materias primas importadas). ¿De qué sirve crear ese “globo publicitario” con el que inflar las cifras hasta los cinco billones? No debemos dejar de lado el componente smart de la industria primaria, pero no creo que tenga ningún sentido tratar de vender una fantasía según la cual todos nuestros problemas los resolveremos con esas tecnologías.

Seguridad económica con importaciones: una política fallida

La base del discurso político de Kishida era una propuesta por la formulación de una “estrategia de seguridad económica”, que el Partido Liberal Democrático había recopilado el 16 de diciembre de 2020. En ella se había configurado un elemento denominado “fortalecimiento de la seguridad alimentaria”, pero no aparecía por ningún lado la idea de mejorar los índices de autoabastecimiento alimentario. El Gobierno parece dedicar sus energías únicamente a pensar cómo conseguir alimentos dentro del marco económico internacional.

Su forma de pensar se resume en la idea de que, al fin y al cabo, la comida es algo que se puede adquirir si uno cuenta con dinero, de modo que la seguridad económica más viable y barata consiste en hacer precisamente eso: comprar comida. No obstante cada vez resulta más evidente que ya no se puede hacer eso. No se puede tener un verdadero debate sobre seguridad sin considerar el problema de frente.

El debate sobre si la seguridad económica consiste en promover la liberación del comercio y depender de las importaciones de alimentos carece por completo de perspectiva integral y fundamental a largo plazo. A corto plazo, mantener la producción nacional de alimentos resulta más caro que importar productos agrícolas, pero si consideramos los costes que suponen las situaciones imprevistas que impiden adquirir alimentos por mucho que se cuente con dinero, en realidad resulta más barato mantener a largo plazo una producción nacional. Debemos recordar también el ejemplo de las irreparables consecuencias de los accidentes nucleares; en el caso de las centrales nucleares también se ha tendido siempre a pensar solo en los bajos costes de la generación de energía.

Dejarlo todo en manos de la competitividad de mercado por medio de esa eficiencia económica tan estrecha de miras supone un grave riesgo de reducción de los costes para la vida humana y la salud, en pos de esa supuesta seguridad. Particularmente si, como ya sucede en Japón, la tasa de autosuficiencia alimentaria se reduce hasta el 37 % y se pierde toda seguridad de poder obtener la cantidad necesaria de alimentos, por mucho que nos preocupe la inestabilidad nos veremos obligados a depender de las importaciones. En otras palabras, estamos provocando una situación en la que terminará por romperse tanto la seguridad alimentaria de la calidad como la de la cantidad.

Y a pesar de que esa es precisamente la situación a la que nos enfrentamos, el hecho de que nadie esté hablando en el Gobierno de medidas de cara a mejorar nuestra autosuficiencia alimentaria se aleja diametralmente de la esencia de esa “seguridad” que se predica y que en teoría debe proteger ante todo la vida de los ciudadanos: un debate sobre la “seguridad económica” resulta muy peligroso si deja de lado la “seguridad alimentaria” de la nación.

Ajustes sobre arroz y leche: falta de conciencia sobre la crisis

Ahora que resulta evidente que el riesgo de una crisis alimentaria se está incrementando, el Estado propugna recortes en la producción de arroz y leche debido a un volumen excesivo en las reservas. Este no es el momento de tratar de desanimar a los agricultores y ganaderos por medio de recortes así; parece que solo ven lo que tienen directamente delante de los ojos. ¿Por qué recortar precisamente ahora, que hay cada vez más posibilidades de que los alimentos no lleguen correctamente a Japón?

Para empezar, en estos últimos treinta años los ingresos del japonés medio no han dejado de disminuir, y aunque el consumo de alimentos también iba descendiendo anualmente, la pandemia del nuevo coronavirus provocó un descenso aún mayor. Cada vez son más los que no pueden comer adecuadamente por mucho que lo deseen, no porque la demanda se reduzca y haya excedentes, sino porque no se halla oferta suficiente donde debiera estar. Necesitamos aumentar la producción, brindar asistencia humanitaria, proteger a los consumidores reduciendo así el inventario y salvando a los productores para, en última instancia, prepararnos para la inminente crisis alimentaria.

De modo que, a riesgo de repetirme, el enfoque de la política agrícola no debería consistir en promocionar y mejorar las exportaciones y la tecnología smart. Por mucho que se hable de seguridad económica, el hecho de que no existan medidas concretas de cara a la seguridad alimentaria es un grave defecto de esa política. Otros países están pagando más que Japón, y cada vez estamos más cerca de esa realidad en la que no podremos comprar alimentos por mucho que paguemos: la seguridad económica que se apoya en la premisa de comprar con dinero se está derrumbando. La seguridad, más bien, consiste en prepararse para el riesgo de que esos alimentos no lleguen a entrar al país.

La conciencia de proteger los alimentos de toda la nación

Ahora es el momento de que la nación entera se plantee cómo mantener y expandir su producción de alimentos. Los productores, los distribuidores, los vendedores al por menor, los consumidores y todas las industrias relacionadas son una gran “comunidad unida por su destino”. Los minoristas deben dejar de abatir los precios de compra; es evidente que los agricultores sufren si los minoristas ignoran sus costes, y en cambio ordenan a los mayoristas que fijen los precios de producción para ajustarlos a los precios de venta. Si los agricultores se colapsan, la venta al por menor también será imposible de mantener.

Los consumidores también deben dejar de lado esa idea de que lo barato es bueno. Si no tenemos agricultores, no tenemos comida. Debemos fortalecer la red entera, desde la producción hasta el consumo, abandonando esa actitud egoísta de “solo ahora, solo dinero, solo yo”; establezcamos más bien una economía sostenible basada en el concepto circular de sanpō yoshi (bienestar de los consumidores, bienestar de los vendedores, bienestar de los productores), con el apoyo público.

El mundo entero lleva grabado en la mente un mito sobre la agricultura japonesa: que es la más sobreprotegida del planeta; pero la realidad es diametralmente opuesta: en Estados Unidos se pagó a los agricultores el equivalente a 3,3 billones de yenes como compensación por las pérdidas sufridas durante la pandemia, y el Estado les compró 330.000 millones en producto para repartir a los necesitados. En Japón ese tipo de gastos ascienden a prácticamente cero yenes.

De entrada, en Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea existen sistemas de ayuda nacional e internacional según los cuales los Gobiernos adquieren grano y productos lácteos a precios mínimos fijados de antemano (precios unitarios de préstamo, precios de apoyo, precios de intervención, etc.) como política básica, sin considerar casos de emergencia. Esto tampoco existe en Japón. Además esos pagos directos para compensar los costes de producción de los agricultores se realizan en dos fases. Lo cual tampoco se hace en Japón. Las diferencias son demasiado grandes.

En suma, los agricultores japoneses, que han estado siempre luchando pese a contar con la protección más débil del mundo son, en realidad, un grupo de élite. Deberían sentirse realmente orgullosos, y renovar su confianza y determinación de proteger toda la nación: pese a todo, han colocado a Japón en el décimo puesto mundial, en términos de valor de la producción agrícola.

Perder los alimentos significa perder la independencia nacional

Es sentido común en Occidente que un país debe apoyar con todas sus fuerzas la industria que protege las vidas de sus ciudadanos, su medioambiente, sus regiones, su territorio y sus fronteras, pero el hecho de que no lo sea en Japón hace que corramos el riesgo de no poder quizá sobrevivir a la crisis. El país debe emplear su dinero en la implementación de una red de seguridad y medidas de escape en caso de emergencia.

350.000 millones de yenes son, por ejemplo, suficientes para compensar la diferencia entre un precio de 12.000 yenes y otro de 9.000 por saco de arroz, para un volumen de siete millones de toneladas de arroz básico. Con esto salvaríamos muchas vidas. Con unos 500.000 millones de yenes podríamos proporcionar almuerzos gratuitos en las escuelas primarias y secundarias de todo el país. Así protegeríamos el futuro de esos niños. La comida es la piedra angular de la defensa nacional. En comparación con los costes de compra y mantenimiento de armas del presupuesto nacional, 6,6 billones de yenes tan solo para comprar 147 aviones F35 de Estados Unidos, no veo ninguna razón por la que no podamos pagar un precio equivalente para nuestra seguridad alimentaria.

La política agrícola, forestal y pesquera, de vital importancia en la estrategia para el establecimiento de la seguridad nacional, debe construirse sin olvidar que “jugar con la obtención de alimentos significa jugar con la vida misma del pueblo y tal vez perder la independencia de la nación”. Lo que los ciudadanos desean no es una serie de beneficios interminables para las empresas aliadas de Estados Unidos y Japón, sino construir una visión de un futuro en el que podrán asegurarse el alimento con el que salvaguardar sus propias vidas, su medioambiente, su tierra, y podrán soportar las cargas, cada uno en su medida; desean también construir un sistema de políticas integrales con el que lograr dicha visión.

(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: PIXTA)

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