La atención médica en las cárceles japonesas: conversación con Ōtawa Fumie

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Algunos médicos dedican su vida profesional a servir en el sistema carcelario. ¿Cómo es ese día a día que comparten con los reclusos? Escuchemos a Ōtawa Fumie, médica penitenciaria especialista en medicina interna general que el año pasado publicó Purizun Dokutā.

Ōtawa Fumie ŌTAWA Fumie

Especialista en medicina interna general, como médica penitenciaria atiende a reclusos y a jóvenes internados en reformatorios. Tras graduarse en la Universidad Médica Femenina de Tokio, trabajó en hospitales universitarios, servicios de urgencias y en su propia consulta antes de acceder a su actual puesto en 2018. Pionera en la introducción de la gimnasia para la salud en el programa de asistencia a la reinserción social de los reclusos, viene trabajando en la prevención de la reincidencia. Es autora de Haha wo suteru to iu koto (Lo que significa renunciar a una madre; Asahi Shinbun Shuppan”), y Purizun dokutā (Médica penitenciaria; Shinchōsha). Como comentarista televisiva, ha encabezado la clasificación de mujeres con mayor credibilidad.

¿Qué es un médico penitenciario?

Cuando dices que eres médica y que trabajas en una cárcel, al principio la gente tiende a pensar que tu función es atender a los funcionarios de prisiones. Pero no, no se trata de eso, atendemos a los presidiarios y al resto de los internados del sistema, ofreciendo tratamiento para sus problemas físicos o mentales. Esa es la función del médico penitenciario.

El número de profesionales que se dedican a este trabajo fluctúa bastante, pero en general somos menos de los que deberíamos ser. En esta situación, aunque somos funcionarios del Estado destinados a una cárcel o a otra instalación penitenciaria concreta, algunos ejercemos como médicos itinerantes con más de una instalación a nuestro cargo.

Decía en mi último libro que, como funcionarios, pertenecemos a la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. Cubrimos un total de 73 instalaciones de todo el país, entre cárceles, centros de detención y otras, y según los datos del año pasado éramos 291 personas.

Yo tengo a mi cargo tres instituciones (una cárcel, un centro de detención y un reformatorio) situadas en diversas regiones. Entre las personas a las que trato hay delincuentes de todos los pelajes, desde asesinos, violadores, secuestradores o infractores de la ley de tenencia de armas, hasta drogadictos, algunos de ellos menores de edad. También me ocupo de internados en prisión preventiva, a la espera de juicio.

¿Cómo es un consultorio médico penitenciario?

En las cárceles hay muchos pacientes que desean pasar reconocimiento médico. Antes de llegar al consultorio, hay unos enfermeros que visitan periódicamente a los reclusos y les preguntan por su estado físico. En muchos casos, estos enfermeros son personas que trabajaban ya como funcionarios de prisiones y que se han cualificado después, así que por lo general son hombres fornidos, especialmente los que trabajan en las cárceles masculinas, donde están mejor capacitados que las mujeres para hacer frente a actitudes violentas y otras situaciones difíciles de prevenir. A veces ocurre, por ejemplo, que un recluso simula estar enfermo para que lo lleven al consultorio.

Si el enfermero entiende que es mejor hacer que el recluso sea visto por un médico, aquel es conducido al consultorio. Se ofrecen diversas especialidades médicas: medicina interna, psiquiatría y, en algunos casos, ortopedia, oftalmología, odontología… En la sala de espera impera la orden de silencio riguroso, así que los reclusos no pueden charlar ni compartir información sobre su estado. Se les pone sentados mirando a la pared y así deben quedarse, callados.

En el consultorio uno o varios funcionarios o enfermeros acompañan al médico, nunca se deja solo al médico durante el reconocimiento. Puede ocurrir también que un consultorio tenga varias mesas de atención, y que varios médicos trabajen al mismo tiempo. La intimidad de que se disfruta en un consultorio médico del exterior, aquí no existe.

Además, los médicos y enfermeros nunca se llaman por su nombre. Se hace así para evitar que, una vez fuera de la cárcel, los exreclusos puedan utilizar esa información personal para algún fin ilícito. Yo, por ejemplo, dejo de ser “la doctora Ōtawa” para convertirme en “la doctora de la mesa del medio”, y así es como se instruye a los pacientes para que nos llamen. Otra medida preventiva que se toma es trazar una línea en el suelo que separa al médico del paciente, que este no puede rebasar.

Fuera de las cárceles se ha avanzado mucho en la digitalización de los historiales clínicos, pero en la inmensa mayoría de las cárceles todavía se hacen escribiendo a mano sobre papel. Como los impresos son antiguos, todavía tienen secciones muy peculiares que no pueden encontrarse en otros historiales. Hay, por ejemplo, un apartado para consignar si los pacientes tienen cicatrices visibles, o ciertas características físicas, como los tatuajes o meñiques cortados, que son rasgos propios de la yakuza. Y, antes de pasar a describir su estado físico, lo primero que debe decir el historial médico de un recluso es por qué delito está cumpliendo condena, que duración tiene esta y si es reincidente o no.

Yo atiendo solo por las mañanas. Suelo ver a 14 o 15 pacientes, que no es un número demasiado elevado, si pensamos que en un consultorio normal podría reconocer a unos 50. Pero eso no quiere decir que disponga de más tiempo para dedicar a cada uno. A los reclusos no se les da permiso para decir nada que no sea estrictamente necesario, así que la conversación empieza y termina con su estado de salud. A veces digo una broma, o me pongo a charlar de algo. Creo que estas cosas forman parte de la asistencia médica que hay que prestar a otro ser humano. Pero si el paciente se explaya demasiado, enseguida viene el enfermero para regañarle y llevárselo. Es una lástima.

Por qué me hice médica penitenciaria

Purizun Dokuta (Médica penitenciaria, editorial Shinchōsha), último libro de la doctora Ōtawa Fumie.
Purizun Dokuta (Médica penitenciaria, editorial Shinchōsha), último libro de la doctora Ōtawa Fumie.

A menudo se convocan oposiciones para el Cuerpo Facultativo de la Sanidad Penitenciaria, pero este hecho no es demasiado conocido ni siquiera entre los médicos. Yo tampoco tenía noticia de ello, hasta que, a través de un conocido, se me invitó a presentarme.

¿Por qué elegí este trabajo? Bueno, hasta que lo hice, la pregunta que, vagamente, rondaba siempre mi cabeza era la de por qué me había hecho médica. Mi padre era médico con consulta propia, en mí se habían depositado muchas esperanzas y por eso, por un sentido del deber, me presenté para ser admitida en una facultad de medicina, terminé mis estudios y me hice médica. Cuando mi padre murió, lo sucedí en la consulta, y podía haber continuado en ella hasta el final. Pero me preguntaba si no sería capaz de hacer algo más en mi vida.

Y entonces llegó a mis oídos el asunto del personal sanitario de las cárceles. Supongo que lo normal es no mostrar interés y rechazar la oferta, pero yo pensé que podía ser interesante. Un encargado del Ministerio de Justicia me invitó insistentemente a que visitase una instalación para conocer el trabajo y yo acepté la invitación, sin más. Al volver de la visita pensé que podía encajar en ese puesto, así que me decidí sin pensármelo dos veces. El primer sorprendido fue el encargado del ministerio, que no se lo podía creer. A partir de ese momento, todo fue muy rápido y enseguida recibí mi primer destino.

No me daba ningún miedo hacer ese trabajo, y eso fue lo que me hizo pensar que podía encajar en ese puesto. Me preguntan si no paso miedo entre los muros de una prisión, pero desde aquella primera visita en que vi a los reclusos en fila siendo reconocidos por el médico, me pareció que no había ninguna diferencia importante con lo que venía haciendo yo hasta entonces. La relación entre médico y paciente es la misma fuera y dentro de la cárcel. Supongo que habrá gente que se asuste, o que tenga sentimientos negativos discriminatorios, pero yo no sentí nada de eso. Y me pareció que los que no sentíamos eso éramos los que debíamos ocupar esos puestos.

Por otra parte, del encargado oí que los reincidentes que vuelven a la cárcel son, en su gran mayoría, ladrones y drogadictos. En ambas conductas entran en juego dos enfermedades: la cleptomanía (tendencia patológica a robar) y la drogodependencia. Yo había tenido la dura experiencia de ver morir a mi madre drogodependiente (de ello hablo en Haha wo suteru to iu koto), así que tenía un conocimiento más directo del problema que otros médicos. Sabía que ese tipo de enfermades no se curan simplemente porque el que las sufre quiera curarse. Sentí que, si había resistido la tentación de dejar la medicina incluso sufriendo una experiencia como la de tener una madre así, podía dar continuidad a esa determinación dedicándome a ese tipo de paciente. Últimamente creo que, si me hice médica, fue para esto.

Problemas de la profesión

Tampoco después, durante mi ejercicio profesional, he sentido miedo. Hoy mismo he visto un paciente tuerto y al que le faltaba un dedo. Y miembros de la yakuza, hay muchos. Son personas que se han acostumbrado a la disciplina de su organización y que, en contra de lo que podría pensarse, siguen siendo disciplinados cuando están en la cárcel. El problema que padecemos los médicos del sistema penitenciario es, ante todo, el de nuestra propia escasez. Es cierto que en las zonas urbanas últimamente se dispone de más personal, pero la rotación es muy rápida y siguen siendo pocos los que quieren trabajar en provincias. Que en instalaciones con cientos de reclusos haya días en que no hay ni un solo médico destinado en ellas, es un grave problema. Hay que ir dando soluciones a estos problemas.

Por limitaciones presupuestarias o por no disponer de suficiente espacio para las existencias, en algunas instalaciones no hay suficiente variedad de medicinas. Pero, dentro de la escasez, los médicos nos las arreglamos bien que mal. A veces se hacen compras especiales y con eso se puede paliar el problema, así que no es demasiado preocupante.

En cuanto al instrumental con el que se hacen los exámenes y reconocimientos, no hay ninguna instalación que tenga equipo para tomar imágenes de resonancia magnética (MRI), y son pocas las que pueden hacer tomografía computarizada. Sería deseable disponer de ambos equipos, pero creo que los médicos tenemos que adaptarnos a las circunstancias y hacer nuestro trabajo lo mejor posible. Cuando dichos equipos resultan totalmente necesarios, se recurre a instituciones externas.

Fuera de la cárcel estas pruebas se hacen en el día, pero tratándose de reclusos hay que trasladarlos acompañados de varios funcionarios, y hay que pedir también un vehículo para hacer el traslado. Asimismo, hay que tramitar la solicitud al hospital, y esto requiere su tiempo. Hasta que logramos descubrir el mal, se tarda bastante. Aunque sé que en la cárcel no todo puede funcionar como en el mundo exterior, mi convicción es que no podemos permitirnos llegar tarde en ningún caso.

Quizás haya gente que piense que, tratándose de personas que están encarceladas, la atención médica se esté descuidando. Para nosotros, de ninguna manera las cosas son así. Muy al contrario, trabajamos con el mayor cuidado para que nada nos pase inadvertido. Una negligencia produce una demanda ante los tribunales, en eso no hay ninguna diferencia entre dentro y fuera. En el momento del ingreso de un nuevo recluso siempre se lo examina y una vez al año se les toma una muestra de sangre y se les hace una radiografía.

El papel del médico penitenciario

Los presidiarios están obligados a hacer ciertos trabajos y es nuestra responsabilidad que estén en condiciones de hacerlos. Tenemos que ocuparnos de su salud física y mental. Su salud será también muy importante cuando les llegue el momento de salir, porque sin salud no van a poder hacer una vida normal y entonces será todavía más fácil que vuelvan a cometer robos o fraudes. Así que cuidar de su salud física y mental tiene también un reflejo en las tasas de reincidencia.

Ōtawa Fumie. (Fotografía de Amano Hisaki)
Ōtawa Fumie. (Fotografía de Amano Hisaki)

Un encarcelamiento que consista en meter al presidiario entre cuatro paredes, darle un buen escarmiento y hacerle sufrir no puede contribuir a su regeneración. Tanto en Japón como en Occidente hubo una época en que el sistema carcelario se entendía así y todavía hoy en muchos países el interior de las cárceles es un infierno. Pero hemos acumulado la suficiente experiencia para decir que el castigo por sí solo no regenera. La mentalidad sobre la función correctiva de la cárcel está cambiando. Ahora sabemos que para frenar la reincidencia lo mejor es un sistema que no consista solo en castigar, sino en educar y regenerar, ayudando a la reintegración social de las personas.

Fuera ya de la cuestión de la atención médica, en las cárceles sigue habiendo incomodidad en los talleres de trabajo y en las celdas. La vida en común es fuente de estrés y entre los carceleros, a los que se suele llamar oyaji (“padre o persona de edad cercana a la del padre”), hay algunos ciertamente duros. A los respondones se les grita y si no hacen caso se les castiga. Quienes se resisten físicamente son llevados a celdas de seguridad. Los servicios de salud son, en realidad, la sección de la cárcel donde más paz y tranquilidad se respira. Por eso todos quieren venir aquí a que les examinen.

La primera función de un médico penitenciario es enviar a los reclusos el mensaje de que, si tienen un dolor, si están sufriendo, pueden comunicarlo, de que aquí no pensamos que ellos han obrado mal y ahora les toca aguantarse, de que aquí hay un lugar donde se les va a escuchar. Las cárceles están llenas de personas que han vivido en ambientes en los que no podían hacer llegar su voz. Muchos ya no creen en nadie, algunos no han visto jamás a su padre. Pero yo quiero decirles que por lo menos hay una persona que está dispuesta a escuchar de verdad.

Los reclusos purgan sus culpas y un día salen a la calle. ¿Se habrán regenerado? ¿Volverán a las andadas? Yo he empezado a pensar que la respuesta la tiene la sociedad. Si no les da cabida, si pretende tenerlos siempre a distancia, les estará negando un lugar para vivir. Lo que quiero decir con esto es que la reincidencia no puede prevenirse actuando solo dentro de la cárcel. El esfuerzo hay que hacerlo también fuera. Todos somos responsables de ir transformando a quienes han cometido delitos.

Entrevista y edición del texto de Takino Yūsaku.

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Ōtawa Fumie en un momento de la entrevista. Fotografía de Amano Hisaki.)

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