El baño y la idiosincrasia japonesa: la formación de un discurso
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Gente que “pasa” del furo
La expresión furo kyanseru kaiwai comenzó a pulular entre los usuarios jóvenes de las redes sociales hacia la primavera de 2024. Se refiere al colectivo de personas que consideran un engorro eso de tomar un baño, o que al menos “pasan” de hacerlo todos los días.
La utilización en esa expresión de la palabra kyanseru (del inglés cancel) es muy significativa, pues cancelamos aquello que teníamos reservado, o sea, que se parte de la premisa de que el baño es algo que se hace todos los días. “Quise saber de dónde partía esta idea, cómo se había ido formando”, explica la investigadora Kawabata Miki.
Muchos recordarán que sus padres los apremiaban todos los días a meterse en el baño cuando se acercaba la hora de la cena. Y cuando, por estar de viaje u otras circunstancias, la ducha era la solución más práctica, siempre quedaba el deseo de sumergirse plácidamente en un baño bien caliente.
Ya desde niña, a Kawabata le intrigaba la insistencia de sus padres en que los niños se bañasen. Su determinación de investigar seriamente la costumbre del baño en Japón parte, pues, de vivencias muy personales.
“Hay muchos estudios que abordan este tema desde la perspectiva de la historia de las costumbres o de la historia de la cultura, pero yo quería hacerlo desde otro ángulo. Sentía que la costumbre de bañarse había influido en las normas de higiene personal de los japoneses. Y al recorrer su historia, me propuse investigar qué había detrás de esa idea de que el japonés es un pueblo amante del furo y muy higiénico”.
¿Baños no precisamente limpios en el periodo Edo?
En muchas regiones de Japón hay registros que avalan la antigüedad de la costumbre del baño. El budismo llegó a Japón a mediados del siglo VI y a partir de esa época encontramos en muchos lugares templos que construyen baños de vapor para sus comunidades religiosas y los abren también a los visitantes. Facilitar el baño desinteresadamente a otras personas (seyoku) es un acto caritativo budista. A veces, los beneficiaros respondían con un pequeño donativo.
Poco a poco fueron apareciendo establecimientos de pago, que tuvieron un gran apogeo durante el periodo Edo (1603-1868) bajo el nombre de sentō. En 1591, un año después de que Tokugawa Ieyasu tomase Edo (actual Tokio), se construyó en la ciudad el primer sentō, y hay documentos que indican que para la primera mitad del siglo XVII cada barrio tenía uno.
“Con el establecimiento del sogunato, se hicieron grandes obras públicas y esto implicaba grandes aglomeraciones de trabajadores. Hubo un importante desarrollo urbano no solo en Edo, sino en otros lugares como Osaka o Kioto, y se construyeron también muchos sentō, aunque en aquella época se los conocía con el nombre de yuya. La modalidad de baño más extendida era el baño de vapor. La gente se bañaba habitualmente para relajarse, sudando abundantemente y desprendiéndose de la suciedad”.
“Kaibara Ekiken, un famoso maestro confucianista de la etapa intermedia del periodo Edo (siglo XVIII, aproximadamente), dice en su libro Yōjōkun que no es bueno abusar del baño demasiado caliente, pues la excesiva sudoración desgasta las fuerzas físicas y puede ser perjudicial. La costumbre estaba tan arraigada como para que se lanzasen este tipo de advertencias”.
Los yuya seguían, en su mayor parte, el estilo zakuroguchi, en el que el espacio interior quedaba dividido en dos por un tabique de tablas. Una parte era para lavarse (nagashiba); la otra, para bañarse. En el tabique había una abertura en su parte inferior que servía para pasar de un espacio al otro, cosa que había que hacer agachándose y colándose por esa apertura. Situando la apertura lo más baja posible, se trataba de evitar que el vapor de agua escapara.
“El interior era tan oscuro que, aunque el agua estuviera sucia, no era fácil darse cuenta. Por falta de mecanismos adecuados, tampoco se renovaba el agua muy a menudo”.

Típica abertura de zakuroguchi en una ilustración del libro Kengu irikomi sentō shinwa (“Nuevas historias de listos y tontos en los baños públicos”), del ilustrador de ukiyoe Santō Kyōden. (Colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)
Normas contra el baño mixto
En los yuya del periodo Edo, lo normal era que hombres y mujeres se bañasen juntos. Muchos entendían que esto era un peligro para la moral pública y trataron de poner coto a esta situación, pero hay que esperar hasta las Reformas Kansei (1787-1793), impulsadas por Matsudaira Sadanobu, principal responsable del Gobierno sogunal, para encontrar una prohibición de los baños mixtos.
“Algunos investigadores creen que esta prohibición apuntaba ante todo a los estratos más bajos de la sociedad, que frecuentaban los yuya del extrarradio de Edo. Era la clase que protagonizaba los continuos asaltos a los almacenes de grano, y reglamentando los baños se trató de poner a estas personas bajo control”.
Los extranjeros que visitaron Japón durante los últimos años del periodo Edo y la era Meiji (1868-1912), si bien elogiaron la higiene personal de los japoneses, tan aficionados a bañarse, se sorprendieron no menos de la poca resistencia que mostraban a desnudarse en público. La mirada escrutadora de los extranjeros supuso una nueva presión sobre los baños mixtos, pero la costumbre no se extinguió por completo.
En 1879 el Gobierno metropolitano de Tokio se adelantó al resto de las entidades territoriales del país en la promulgación de una reglamentación comprehensiva para los baños públicos, que incluyó el establecimiento de un sistema de licencias de explotación, la obligación de disponer de sistemas de prevención de incendios y la supresión de los baños mixtos. En la segunda mitad de la era Meiji la modernización llegó a todos los yuya del país, que pasaron a regirse por reglamentos basados en leyes y quedaron bajo el control de la policía.
Limpieza física y espiritual
Durante el periodo Edo, el pueblo llano se bañaba habitualmente para desprenderse de la suciedad. Pero ese no era su único objetivo. En el libro Kengu irikomi sentō shinwa (“Nuevas historias de listos y tontos en los baños públicos”), publicado por Santō Kyōden en 1802, se describe el ambiente de los baños públicos en los días finales del año y se añade que desprenderse de la suciedad física era también liberarse de la “roña del corazón”, es decir, de las pasiones y deseos mundanos que se había ido acumulando mes a mes.
“Dentro de la cultura de Edo, que había ido madurando a lo largo de casi 300 años, poco a poco el baño fue quedando ligado a la idea de purificarse espiritualmente”, afirma Kawabata.
Ya en la era Meiji, bañarse adquiere tintes de virtud y nace así el discurso del “japonés amante del baño”.
“En Japón tenemos desde antiguo la costumbre de bañarnos. Japoneses de todas las clases sociales se han bañado habitualmente. Pero entre los occidentales, el baño no es una costumbre diaria ni siquiera entre las clases superiores. El baño es bueno y los japoneses son un pueblo higiénico. Para 1897 existe ya este discurso”.
Las victorias en la primera guerra Sino-Japonesa (1894-1895) y en la guerra Ruso-Japonesa (1904-1905) contribuyeron a afianzar este discurso.
“¿Cómo explicar un país minúsculo habitado por gente pequeñita pudiera derrotar a gigantes como Rusia o China? Políticos e intelectuales buscaron la respuesta en el bushidō (código del samurái), en la idiosincrasia nacional e incluso hubo quien lo puso en relación con la costumbre del baño. Era también una forma de contrarrestar el ambiente de desprecio hacia lo asiático imperante entre los occidentales, que hablaban entonces del “peligro amarillo” y, en todo caso, se enmarcaba en un contexto de comparaciones entre lo japonés y lo occidental”.
El nexo entre limpieza e idiosincrasia nacional quedó establecido por el Rescripto Imperial sobre la Educación de 1890, que fue emitido con la intención de promover la unidad del pueblo japonés a través de la moralidad. Para que el rescripto, que era corto y de carácter abstracto, calase en la sociedad, se escribieron obras sobre la moralidad nacional utilizando un lenguaje llano y comprensible.
“Había que promover el patriotismo y la lealtad al soberano, es decir, al Emperador, y se entendió que una moral nacional era necesaria si se quería conseguir la comunión espiritual entre los japoneses. La idea era que la moral nacional estaba basada en la idiosincrasia nacional y este concepto pasó a ser objeto de discusión. Se citó como uno de los aspectos más positivos de esa idiosincrasia el concepto keppakusei (pureza espiritual, intachabilidad). Si tomamos el bushidō como ejemplo, se explicaba que había que demostrar la ‘pureza espiritual’ suicidándose mediante seppuku (harakiri) cuando se sospechaba que había alguna tacha en la lealtad. Y como ejemplo de ‘pureza física’, se citaba la costumbre del baño”.
“Se argumentaba que si el cuerpo se ensuciaba, se ensuciaba también el espíritu, trayendo a colación el mito del dios Izanagi, que al regresar del yomi (mundo de los muertos), hizo abluciones para purificarse. Como en el periodo Edo se había difundido la idea de deshacerse de la suciedad espiritual, a la gente le resultó fácil aceptar estos planteamientos”.
La higiene del hogar como función del ama de casa
En el aspecto educativo, en los libros escolares de moral impuestos por el Estado de 1904 a 1945, se explicaba a los niños que mantener el cuerpo limpio y sano era algo útil para la sociedad y para el país. Y en los hogares, la responsable de la higiene era el ama de casa.
Desde la época de la primera guerra Sino-Japonesa, comenzó a difundirse el ideal de la “buena esposa y sabia madre” y se publicaron muchas guías y manuales de cómo llevar o gestionar un hogar familiar. En estos libros, llaman la atención las referencias al baño de los niños. La mujer es la heredera en el hogar de la costumbre del baño, característica del higiénico pueblo japonés, y la responsable de mantener las virtudes de ese pueblo.
“Supongo que, dentro del proceso histórico por el que la mujer ha conseguido que se respeten sus derechos humanos, en aquella época había un ambiente que empujaba a la mujer a buscar su razón de ser y a asumir voluntariamente ese papel. Y posiblemente haya una relación entre la forma en que aquellas mujeres, como madres, asumieron el papel estatal que se les encomendaba, y el inveterado problema de género que sufrimos, incluyendo el del trabajo no remunerado de las madres”.
Hacerse buenos ciudadanos a través del baño
Aunque la costumbre del baño era motivo de orgullo, con la entrada del siglo XX los funcionarios y responsables de los programas sociales japoneses comenzaron a tomar nota de los esfuerzos que se hacían en los países occidentales para facilitar a los obreros, inmigrantes y otros sectores sociales desfavorecidos el acceso a la higiene mediante la construcción de baños públicos.
“En Occidente también se relaciona el baño con la altura espiritual y el estrato social. Y si en Japón se ponía como requisito del ‘buen pueblo japonés’, en Occidente lo era del ‘buen ciudadano’”.
Kawabata ha encontrado en la novela de Scott Fitzgerald El gran Gatsby (1925) algunas interesantes influencias de este movimiento. “De joven, Gatsby solía dejar por escrito las resoluciones que llamaba ‘general resolves’, entre las que estaba la de ‘bath every other day’ (‘bañarme una vez cada dos días’). Se impuso esa obligación porque era consciente de que era de origen muy humilde, y quería ascender en la escala social”.
“Los especialistas en sanidad pública japoneses que hicieron giras de inspección por el extranjero, reclamaron que la administración estableciera baños públicos como parte de sus políticas sociales, y que rebajase las tarifas de uso. Su idea se hizo realidad, principalmente en las grandes ciudades, en forma de baños de iniciativa pública pero operados por agentes privados. Por ejemplo, en la era Taishō (1912-1926), el ayuntamiento de Kioto construyó baños públicos como parte de su política de lucha contra la discriminación de los burakumin y los puso en manos de las asociaciones vecinales. Como estos baños creaban puestos de trabajo, su construcción era efectiva también en la lucha contra la pobreza y obligaba además a hacer nuevas dotaciones de canalización de aguas y otras infraestructuras”.
Se establecieron también muchos baños públicos en las zonas donde la costumbre del baño estaba menos arraigada, como las partes de Hokkaidō más densamente habitadas por el pueblo ainu u Okinawa, así como en las colonias japonesas de Asia Oriental.
“Siguiendo los pasos de este movimiento de dotación de baños públicos se puede ver un poco la historia global de las normas de higiene y resulta muy interesante. El nexo entre bañarse y la limpieza se usó para justificar las políticas de discriminación o favorables a la asimilación de otros pueblos o grupos sociales. Pasando por alto las importantes diferencias culturales y de costumbres, los ainu o los okinawenses fueron tachados de ‘sucios’ porque no tenían la costumbre de bañarse”.
“En las colonias, junto a un deseo de integrar y fomentar la limpieza, se hacían diferenciaciones, estableciendo, por ejemplo, baños separados para los japoneses y para la gente de la tierra”.
La limpieza como eliminación de lo sucio
Kawabata cree que lo que se ha llamado limpieza era la tarea de ir eliminado todo lo aberrante, lo que no encajaba en los estándares, es decir, todo lo “sucio”.
“Después de la guerra, poco a poco tener baño en casa fue convirtiéndose en algo lógico y bañarse todos los días fue visto como algo normal. Las normas de higiene se extremaron más que en la época anterior a la guerra y se fueron interiorizando y aceptando inconscientemente”.
Las normas de higiene interiorizadas afloran a la superficie de la sociedad con ocasión de ciertos sucesos. Durante la pandemia del nuevo coronavirus, por ejemplo, al tiempo que se incidía en la necesidad de usar mascarilla o de lavarse las manos, se crearon también “policías” para imponer restricciones que en realidad eran voluntarias y hubo ataques discriminatorios contra personas que se consideraban “peligrosas” por trabajar en los servicios de salud.
“En la primera fase de la pandemia, hubo políticos que alegaron la ‘elevada conciencia cívica’ de los japoneses como causa del bajo número de contagiados y víctimas mortales en comparación con los países occidentales. Es la misma lógica que llevó a decir que la capacidad de unirse de los japoneses explicaba las victorias en las guerras contra China y contra Rusia”.
Una mirada a la historia del baño y de la limpieza, nos sitúa frente a cuestiones espinosas de género, dominio sobre otros pueblos, discriminación y exclusión. Y es también una buena oportunidad para replantearse valores asumidos acríticamente.
Fotografía del encabezado: Baños públicos en Shimoda, según una ilustración de W. Heine, pintor que acompañó al comodoro Matthew C. Perry en su viaje a Japón de 1854. (Del libro Reise um die Erde nach Japan, de W. Heine, 1859-1860. Colección del Centro Internacional de Estudios Japoneses).
(Traducido al español del original en japonés.)

