Una colonia de emigrantes de Okinawa en Bolivia recuerda la devolución de la soberanía de sus islas

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Colonia Okinawa, Bolivia, 20 de abril (Jiji Press)—A unas dos horas de viaje en auto desde Santa Cruz, una de las principales ciudades en el este de Bolivia, el viajero encuentra a lo lejos de un camino, de repente, un cartel en japonés que reza “Mensōre Okinawa-e” (“Bienvenidos a Okinawa”). Se trata de la entrada a una colonia fundada por emigrantes de Okinawa que llegaron al país sudamericano en 1954 bajo un programa del Gobierno de Ryūkyū, que entonces administraba las islas bajo el dominio estadounidense. Hoy, unos 870 “uchinaanchu” (como se conocen entre sí los naturales de Okinawa) y sus descendientes han hecho de Okinawa Uno su hogar después de años llenos de adversidades.

“No podía soportar para siempre la dominación de los estadounidenses”, comenta el presidente de la Asociación Boliviana de Okinawa Japón Nakamura Yukifumi, de 81 años, que es originario de la actual ciudad de Nanjō. Nakamura, que a sus 21 años se sentía asfixiado por el control estadounidense, persuadió a su padre, un agricultor, para vender sus terrenos y dejar la isla atrás junto a toda la familia.

No obstante, este tercer asentamiento de emigrantes era una jungla donde abundaban las amenazas. Si llovía, el río cercano se desbordaba, y también tuvieron que hacer frente a enfermedades desconocidas. Les invadió una sensación de desesperanza: “Cuestionábamos si acaso el Gobierno de Ryūkyū solo habría querido sacar a la gente de la isla de cualquier modo”.

Aunque habían recibido ayuda del Gobierno estadounidense, la maquinaria pesada que les enviaron no era adecuada para trabajar la tierra del lugar, así que terminaron vendiéndola para cubrir los costes de la vida diaria. Muchas personas cuyas vidas se vieron en un callejón sin salida por las inundaciones y otros problemas terminaron trasladándose a Brasil u otros lugares.

La transferencia de los derechos de gestión del asentamiento, aprobada por el Gobierno de los Estados Unidos en 1967, antes de la devolución de la soberanía de Okinawa en 1972, fue lo que salvó a esta colonia y evitó que se disolviera. “Estábamos entusiasmados de volver a ser ciudadanos de Japón. Hasta entonces, si nos preguntaban si éramos japoneses no teníamos modo de afirmarlo”. Junto al orgullo por la devolución de las islas, llegó también la tan esperada ayuda del país.

Gracias a eso se avanzó en la ordenación general de las carreteras, instalaciones sanitarias y otras infraestructuras de la colonia. “Al fin se convirtió en un entorno en el que las personas podían vivir”, comenta Nakamura y recuerda que esto permitió que prosperara la agricultura a gran escala a través de las cooperativas agrícolas. Al principio cultivaron algodón y poco después comenzaron con la soja y el trigo, así como con la caña de azúcar. Hoy día cada familia explota entre 200 y 300 hectáreas. Esta colonia es hoy conocida como una de las principales zonas agrícolas de Bolivia. “Si Okinawa no hubiera sido devuelta a Japón, la colonia habría desaparecido”, dice Nakamura.

No obstante, con el paso del tiempo parece que la presencia okinawense en la colonia y los lazos con la isla se están debilitando de forma gradual. Antes estos lazos estaban protegidos por las ceremonias de matrimonio y distintas festividades, con la participación mayoritaria de la población, pero todo esto se diluye hoy a medida que aumenta la población que no es de origen japonés y se transforma el estilo de vida. “La propagación del nuevo coronavirus ha limitado los intercambios culturales en persona y nos ha hecho dar un paso atrás”, lamenta Higa Satoshi, de 55 años, de la segunda generación de emigrantes y secretario general de la asociación.

Hoy solo 49 de los 124 menores y estudiantes matriculados en la escuela regentada por emigrantes para educar a sus hijos son descendientes de japoneses. “Aunque sé de la importancia histórica de la devolución (de Okinawa) hace 50 años, para nosotros es algo lejano. Durante un tiempo nos enseñaron la lengua de Okinawa, pero aquello no pudo continuar”, aclara Satoru, el hijo mayor de Higa, que tiene 27 años y es profesor de japonés.

(Colonia Okinawa, Bolivia. Jiji Press.)

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