80 años después: un anciano de 102 años recuerda el entrenamiento secreto para la guerra de guerrillas

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Akashi, prefectura de Hyōgo, 14 de agosto (Jiji Press)—A finales de la Segunda Guerra Mundial existió una organización secreta que se preparaba para librar una guerra de guerrillas en previsión de una batalla final en el territorio japonés. Se trataba de la antigua sucursal de Futamata de la Escuela del Ejército de Nakano, ubicada en la actual zona de Tenryū, en la ciudad de Hamamatsu. Itō Satoshi, residente de Akashi (prefectura de Hyōgo), de 102 años, recibió allí durante tres meses entrenamiento en infiltración y sabotaje, y llegó a actuar como “guerrero secreto”. “Yo también fui una pieza del engranaje militar. Jamás debemos volver a librar una guerra tan absurda”, afirma con firmeza.

Itō, profesor en el ciclo superior de la escuela primaria nacional por aquel entonces, superó en enero de 1943 el examen de reclutamiento. En 1944 ingresó en la Escuela de Caballería del Ejército, situada en la actual ciudad de Funabashi (prefectura de Chiba), para formarse como oficial. Hacia julio, un instructor le ordenó repentinamente ir a la sala de reuniones. Allí, al otro lado de una mesa, había varios entrevistadores con uniforme militar que le preguntaron, entre otras cosas, si estaría dispuesto a cortar lazos con sus padres y hermanos.

Después, le hicieron dar media vuelta y luego volver a mirar al frente. La mesa estaba vacía, y le preguntaron: “¿Qué había sobre la mesa?”. Esforzándose por recordar, respondió: “Un paquete de tabaco, un cenicero, una estilográfica y unos documentos”. “Bien”, contestó uno de los entrevistadores.

Aquella extraña entrevista, que duró unos quince minutos, terminó sin que entendiera de qué se trataba, pero Itō fue considerado “apto”. El 1 de septiembre ingresó como parte de la primera promoción de la sucursal de Futamata, junto con unos 230 compañeros. El cartel en la entrada decía “Cuerpo de Formación de Futamata para Oficiales del Ejército” y no mencionaba el nombre “Nakano”.

En la ceremonia de ingreso se les dijo: “Aquí recibiréis entrenamiento para la guerra secreta. Iréis al frente como combatientes de guerra de guerrillas. El nombre de la sucursal de Futamata debe permanecer en absoluto secreto”. Los instructores, aunque militares, no llevaban el pelo rapado, lo que causaba una impresión un tanto extraña.

Las enseñanzas también eran inusuales: “Sobrevive y cumple tu misión”, “No importa que caigas prisionero. Difunde información falsa para confundir al enemigo”. Eran ideas opuestas a los lemas inculcados hasta entonces, como “No temas por tu vida” o “Jamás sufras la humillación de caer prisionero”.

Las clases formaban un curso intensivo de tres meses. En un ejercicio de voladura de puentes, tras cruzarlo, los instructores preguntaban: “¿Qué longitud tenía el puente? ¿Qué profundidad tenía el río? ¿Cuánta dinamita se necesita para destruirlo?”. Era parte del kōsatsu, un entrenamiento para agudizar la capacidad de observación y análisis. También hubo prácticas de infiltración en aeródromos para destruir aviones y ejercicios de obtención de información de mujeres en bares.

Itō se graduó a finales de noviembre, pero los tres meses en la sucursal de Futamata no quedaron registrados en su historial militar. Tras pasar por el cuartel general del Ejército Central en Osaka, fue nombrado subteniente y enviado a Taiwán en enero de 1945. Allí se convirtió en comandante de compañía de una unidad guerrillera formada por habitantes locales, pero el ejército estadounidense no desembarcó en la isla, y un tiempo después llegó el final de la guerra. “Me sentí aliviado de seguir con vida”, recuerda. Tardó una semana en regresar en barco desde el norte de Taiwán, en marzo de 1946, y volvió a dar clases.

Tras la guerra, la Escuela del Ejército de Nakano recibió de pronto atención mediática cuando se supo que Onoda Hirō, graduado en la sucursal de Futamata, seguía vivo en la isla filipina de Lubang.

Onoda permaneció oculto en la isla durante veintinueve años, y regresó a Japón en 1974. “Era serio y aplicado, hasta el punto de no salir ni los domingos y quedarse estudiando en la posada. No me sorprende que permaneciera escondido treinta años porque no recibía órdenes de sus superiores”, recuerda Itō, que fue uno de sus compañeros de promoción.

Han pasado más de 80 años desde aquel entrenamiento secreto. “Yo también fui un engranaje, una pieza del ejército”, reflexiona Itō. “Japón se embarcó en una matanza absurda. Nunca más debemos ir a la guerra. Es el clamor de un hombre de 102 años”.

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