La isla de los gatos: un paraíso con diez felinos por habitante

Una siesta gatuna bajo el sol.

Puede ser difícil de imaginar cuando estás dentro de un atestado vagón del metro de Tokio, o cuando tratas de caminar en las abarrotadas calles de Osaka o Hiroshima un viernes por la noche, pero en algunas partes de Japón el mayor problema no es la alta densidad de población, sino más bien que no quedan apenas habitantes.

Las comunidades que habitan algunas zonas rurales de Japón están en proceso de extinción. En estas aldeas remotas vive una menguante población de personas fundamentalmente mayores, que disfruta de una vida sosegada en medio de un entorno natural sin apenas mácula que parece encontrarse alejado millones de kilómetros (y al menos 100 años atrás en la historia) de las concurridas y ruidosas metrópolis. Sin embargo se cuestiona la viabilidad a largo plazo de muchas de estas aldeas. Las localidades en las que más de la mitad de la población supera los 65 años son conocidas como genkai shūraku o “poblaciones al límite”. Hay cientos de aldeas de este tipo a lo largo del país. De hecho, uno de los mayores retos a los que se enfrentan los sociólogos y políticos japoneses es evitar que el mundo rural se convierta en un lugar de paisajes escénicos pero despoblados, donde habitan más gatos que personas.

Un barco pesquero se mece en las tranquilas aguas del mar de Seto.

Pocos lugares reflejan de manera más evidente este fenómeno que la isla de Aoshima, cercana a la costa de la prefectura de Ehime, en Shikoku. Alejada de la atractiva ciudad-castillo de Ōzu, esta pequeña isla tiene una extensión de 1,5 kilómetros de este a oeste, y unos 500 metros de norte a sur. La isla cuenta actualmente con un censo de 15 personas, siendo la población de gatos diez veces superior.

Esta isla es una entre las cientas que salpican el mar interior de Japón, una región con una excepcional belleza natural descrita de manera memorable por Donald Ritchie en el clásico de la literatura de viajes The Inland Sea.

De manera grácil se alzan en este mar protegido y ausente de tormentas, como si no hubieran hecho más que emerger, con sus playas, sus embarcaderos y puertos intactos... Si se ofreciese a un náufrago la oportunidad de elegir entre una isla griega y otra japonesa, nadaría hacia esta última. Parecen ciertamente un lugar en el que la vida sería placentera.

Pero pese a la belleza de su naturaleza, durante las últimas décadas estas islas han sufrido un descenso de población masivo, y se han quedado al margen del estándar de prosperidad de la vida japonesa. No hace tanto, en 1960, Aoshima era el hogar de 655 personas. Pero en los sucesivos años del boom económico los jóvenes abandonaron la isla en busca de mejores oportunidades. Muchos de ellos jamás regresaron.

Hoy la población que permanece allí ha envejecido. Cuatro de estas personas aún trabajan como pescadores, el resto depende del dinero de sus pensiones. No existen coches, y la isla está conectada con el resto del archipiélago por un barco que zarpa una vez al día.

Desde que la población de esta isla descendiese por debajo de las 50 personas hace alrededor de una década, los gatos han ido ganando terreno. Las casas abandonadas en la isla son el refugio perfecto para los gatos callejeros, que pasaron a ocuparlas cuando los dueños de las mismas se trasladaron. La naturaleza ha seguido su curso, y hoy son cientos los gatos que deambulan libremente por toda la isla.

Una video-guía sobre algunos de los habitantes de esta isla.

Últimamente Aoshima se ha convertido en una especie de atracción turística gracias a las fotos de la isla y sus gatos que se presentan en algunos blogs de Internet. La población de esta localidad se duplica e incluso triplica los fines de semana gracias a la afluencia de turistas de las ciudades del mar interior en las costas de Shikoku y Honshū. Un informe reciente publicado en el diario Yomiuri Shimbun refleja que el fin de semana del 28 y 29 de septiembre alrededor de 60 personas visitaron la isla. Aunque estas cifras aún están lejos de ser una amenaza para Tokyo Disneyland, han sido suficientes para agitar la tranquila vida de los locales, que hasta entonces habían estado acostumbrados a pasar los días mirando el oleaje acompañados por el maullido de los gatos.

El diario Yomiuri habló con el capitán del barco de la isla, que se mostraba perplejo por la inesperada prosperidad de su negocio: “Nunca hemos tenido algo así antes, con turistas viniendo a la isla cada semana. No lo entiendo, sinceramente. Es decir, aquí no hay nada más que un montón de gatos”.

Para muchos ese es precisamente el atractivo de la isla. En un país en el que algunas personas pagan una respetable cantidad de dinero para pasar un rato en un cat café, la idea de una isla repleta de estos peludos felinos es, aparentemente, algo irresistible. Hasta un responsable de la agencia de turismo de Ōzu ha llegado a admitir que la ciudad está planteándose convertir a esta isla y a sus gatos en un destino turístico oficial.

 

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(Traducción al español del artículo original en inglés)