Despedidas y lágrimas de pez: el comienzo de un viaje poético

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Un pilar de piedra junto al Senju Ōhashi indica el lugar de partida del viaje descrito en 'Oku no hosomichi'.

El norte profundo de Tokio

En la primavera de 1689, el maestro del haiku Matsuo Bashō comenzó un viaje de cinco meses y 2.400 kilómetros a pie que le llevaría alrededor de gran parte de la mayor isla de Japón, Honshū. Durante el camino, visitó numerosos lugares repartidos por la orilla del Pacífico que ya eran famosos entre los literatos de su época y alcanzó por primera vez la salvaje costa oeste. Las memorias de este peregrinaje, Oku no hosomichi (La senda estrecha del interior), incluye algunos de sus mejores poemas y se ha convertido en un clásico de la literatura.

Bashō comenzó su senda hace 325 años, un 16 de mayo, partiendo desde el área que hoy se conoce como Kita-Senju en el norte más profundo de Tokio. Después de viajar con unos amigos en un bote por el río Sumida arriba, llegó la hora de decir adiós en Senju. Alli, Bashō escribió un emotivo haiku de despedida en el que incluso la fauna local estaba conmovida por la tristeza de la separación.

行く春や                La primavera pasa
鳥啼き魚の           lloran los pájaros
目は泪                  y hay lágrimas en los ojos de los peces

Senju ha sido un lugar de parada en la ruta del norte durante el medievo. Tokugawa Ieyasu, que se convertiría posteriormente en shogun, hizo que se construyera el primer puente allí en 1594, permitiendo que el lugar prosperara considerablemente. En la época en la que Bashō inició su viaje era un lugar conocido como la primera estación en la ruta hacia Nikkō y más allá. El poeta describe la sensación de estar sobrecogido ante el pensamiento del largo viaje que le queda por delante, tal vez delatando su ansiedad al abandonar este lugar de relativa seguridad.

Los viajeros que parten hoy en día de Kita-Senju viajan principalmente en tren, siendo su estación central, según algunas estimaciones, la sexta más transitada de Japón y la cuarta de Tokio, lo que demuestra hasta qué grado se ha convertido en una parte de la metrópolis. Otras personas conducen por el Senju Ōhashi, un puente en la Autopista Nacional 4, la actual ruta al norte que se extiende hasta Aomori, al fondo de Honshū. Hoy uno tendría que andar un largo camino por todo este extenso territorio antes de llegar a algún lugar parecido a la naturaleza virgen.

Con todo este desarrollo urbano los tributos visuales al histórico viaje de Bashō parecen más bien estar insertos a la fuerza en el paisaje. En particular, un mural que representa a Bashō y su discípulo Kawai Sora, que le acompañó durante gran parte del viaje, está escondido debajo de unas tuberías de agua que se extienden en paralelo al Senju Ōhashi. Una estatua está situada con mayor tino en un pequeño espacio en el terreno fuera de la carretera principal, mientras que un pilar de piedra conmemora el famoso punto de partida a uno de los lados del puente.

El mural de Bashō y Sora, en parte oculto por las tuberías de agua.

Ficción literaria

El lugar ha cambiado de manera dramática desde que Bashō se bajó del bote hace más de tres siglos, al igual que lo han hecho otros lugres que visitó alrededor del país. Al leer Oku no hosomichi ahora, a muchos nos gustaría poder ver aún lo que él vió antes de las transformaciones que trajeron la explosión demográfica y el turismo. Aun así, aunque la reducción de los espacios naturales es indiscutible, merece la pena recordar que su libro no se ajusta a la realidad con exactitud.

El discípulo de Bashō, Sora, escribió un diario sobre ese mismo viaje que estuvo perdido durante muchos años hasta que fue descubierto de nuevo y publicado en el siglo XX. Las contradicciones con la versión de los hechos que escribió Bashō muestran cómo el poeta cambió la realidad cuando no se ajustaba a su visión estética. Al igual que inventó episodios para ajustarlos al estado de ánimo, entre muchas de sus invenciones se incluye la descripción de una isla realizada en un lugar desde el que es imposible divisarla.

Por eso cuando Bashō describe el monte Fuji esa mañana en Senju, apenas visible en el horizonte al amanecer, bajo la pálida luz de la persistente luna, me pregunto si en verdad todo se fundió de manera tan perfecta. Tal vez no ocurrió así, sino que fue otra ficción literaria. En cualquier caso, al tiempo que estos momentos de perfección son comunes en Oku no hosomichi, fuera del mundo ideal del arte tenemos que encontrar la belleza donde podemos. 

Bashō escribiendo un haiku de invierno.

Senju no es precisamente uno de los parajes más famosos de su viaje. Esos serán posiblemente Matsushima y sus islas (en la costa de la actual prefectura de Miyagi), conocida como una de las tres vistas más pintorescas de Japón; o Hiraizumi (prefectura de Iwate), una ciudad antaño próspera destruida en gran medida durante el siglo XII, lugar en el que Bashō escribió sobre la fugacidad de las glorias pasadas. Senju ni siquiera es el primer lugar que aparece en el libro, ya que su relato comienza en Fukagawa, cerca del centro de la ciudad, antes del viaje en bote.

En cualquier caso la orilla de Fukagawa es el lugar más accesible para los habitantes de Tokio o para los visitantes que desean ver dónde comenzó el peregrinaje. No vivo muy lejos de allí, así que suelo visitarlo cada cierto tiempo para comprobar qué haikus escribió Bashō para acompañar a cada estación. Si no me he percatado de los llantos de los pájaros y los peces cada vez que me marcho, es probablemente porque saben con certeza que regresaré. 

(Traducción al español del original en inglés)

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