Explorando la cultura del papel tradicional japonés

El mundo del 'washi': 3. Sombrillas “ojo de serpiente” fabricadas con papel japonés de Mino

Cultura

El barrio de Kanō-chō, centro de fabricación de sombrillas japonesas desde el periodo Edo (1603-1868), sigue hoy en día aferrado a esta tradición y produciendo las sombrillas “ojo de serpiente”, famosas por sus vivos colores. Como materia prima se utilizan el bambú de la comarca, de muy buena calidad, y el papel washi coloreado de Mino. Son sombrillas esbeltas y airosas, ligeras pero resistentes, que lucen tan bien abiertas como cerradas.

Sombrillas de bambú y washi de Mino

“Ame, ame, fure, fure, kāsan ga / janome de o-mukae ureshii na!”. La archiconocida cancioncilla infantil pone en escena a un niño que se alegra al ver que su madre ha venido a recogerlo, en medio de la lluvia, portando un paraguas para él. En la letra, escrita por el poeta Kitahara Hakushū (1885-1942), el paraguas es un janome (“ojo de serpiente”), nombre que reciben los paraguas y sombrillas de papel washi sobre armazón de bambú. Hasta la segunda mitad de la década de 1920, estos utensilios artesanales formaban parte de la vida cotidiana de los japoneses, poniendo un toque de belleza tradicional en los días lluviosos y en los soleados.

Las sombrillas janome (“ojo de serpiente”), esbeltas y ligeras, pueden usarse también como paraguas. Los hilos multicolores que cubren los rayos (varillaje tensor) cumplen a la vez una función de refuerzo.

La ofidia referencia en el nombre podría desentonar con la belleza del objeto que designa, pero tiene su origen en su diseño, que normalmente presenta una única línea blanca sobre un fondo de color plano (rojo, azul, violeta, etc) muy vivo, ofreciendo el aspecto de un gran ojo. Pero, ¿por qué tenía que ser precisamente el de una serpiente? En Japón, estos reptiles han sido considerados mensajeros de los dioses y se creía que sus ojos tenían el poder de librar de los males. Por si desviar los rayos solares y resguardarnos de la lluvia fuera poco, nos libran también de todos los males. Pese al nombre un tanto terrible, estas sombrillas resultan ser unos utensilios muy cordiales con el ser humano.

Cuando se las contempla desde la distancia, su aspecto es magnífico, y esa buena impresión no se desvanece cuando tomamos una de ellas en la mano y comprobamos su esmerada factura. Vemos en primer lugar las decenas de varillas, que se extienden radialmente; el minucioso entramado que forman los decorativos hilos de colores; la forma en que el papel washi filtra la luz solar, suavizándola, y el discreto ruidillo que producen las gotas de lluvia al impactar sobre él. En días de viento fuerte o cuando atravesamos una calle concurrida, podemos accionar el ingenio para reducir el radio de la pantalla y caminar más cómodamente, pues llevan incorporado un mecanismo de pliegue parcial y total muy sencillo pero muy práctico.

Una visita al centro de producción de sombrillas “ojo de serpiente”

El área de Kanō, en la ciudad de Gifu, es un centro de producción de sombrillas japonesas desde mediados del periodo Edo, allá por el siglo XVIII. Favorecida por la cercanía de Mino, donde se produce papel washi resistente, de gran calidad, Kanō ha continuado fabricando sombrillas tradicionales hasta nuestros días. Las distintas partes del armazón de bambú se unen mediante hilos de algodón. Sobre el armazón se extiende el papel washi, al que luego se le aplica aceite de egoma (Perilla frutescens) para impermeabilizarlo. El proceso de fabricaciones de las sombrillas janome es una serie de más de 100 minuciosas operaciones manuales.

Gifu es una antigua ciudad formada en torno a un castillo y en sus calles de arquitectura tradicional las sombrillas janome (“ojo de serpiente”) encajan a la perfección. La circunferencia blanca de la pantalla es el origen del curioso nombre.

Dicho proceso tiene cinco partes fundamentales: fabricación del armazón de bambú, fabricación del rokuro, montaje, empapelado y acabado. Cada una de estas partes se confía a artesanos especializados, de forma que una misma sombrilla pasa por las manos de todos ellos para quedar completa.

“Las sombrillas de Kanō se caracterizan por su esbeltez y belleza. Para conseguir ese resultado, se trata de hacer el armazón de bambú y el papel washi tan finos como sea posible”, dice Sakaida Eiji, un mayorista de sombrillas de Kanō-chō.

“El madake, que es la variedad de bambú que nos sirve de material, es muy flexible y resistente a la lluvia y al viento, así que no suele quebrarse por muy fino que se parta. En el periodo Edo existía incluso el negocio de los furuhoneya o “tratantes de ejes viejos”, que reciclaban el material”, explica. El washi untado de aceite acaba rompiéndose después de un largo uso, y por muy bien que se guarde, acaba siendo pasto de los bichos. En esos casos, el papel puede cambiarse y la sombrilla renace sobre un mismo eje. Si el armazón es fuerte, una sombrilla es un utensilio duradero, para toda la vida.

La fabricación del armazón, una trabajosa labor

Incluso en Gifu, centro de la industria sombrillera, son muy pocos los artesanos que saben fabricar armazones de bambú. Visitamos el taller de uno de estos honeya cuya edad supera los 80 años. El lugar exhalaba el fresco y limpio aroma del bambú.

La labor consiste en pelar la caña, rebajar los nudos y después ir rajándola. Una caña de 27 centímetros de perímetro da para unas 100 varillas de 3 milímetros de grosor, suficientes para dos sombrillas janome. A diferencia de los paraguas occidentales, en las sombrillas japonesas la pantalla de papel se pliega hacia dentro. Se trata de conseguir que, una vez plegadas, las varillas retomen la forma cilíndrica de la caña. Y para eso, es necesario que las cien varillas queden en la sombrilla en la misma disposición que tenían en la caña.

Fabricación de armazones de bambú para sombrillas. Los nudos del madake (variedad de bambú) se liman (izquierda). La caña se raja a filo de cuchilla en varillas de tres milímetros de grosor y los nudos se horadan para pasar el hilo (centro). Las varillas se pulen para adelgazarlas (derecha).

Así dicho, podría cundir el desánimo. Pero, por lo visto, el asunto tiene su truco. ¿Qué truco? Estuvimos observando atentamente la labor manual del artesano. Antes de rajar la caña, utiliza un clavo para hacer una incisión por todo el perímetro de la caña. Y punto. Ese es el truco. Si las varillas se alinean convenientemente, de forma que se recomponga la línea, podrá decirse que han recuperado la disposición que tenían en la caña. Las varillas pasan a manos del montador ensartadas en otra varilla todavía más fina del mismo material.

Las varillas se disponen en el mismo orden que ocupaban en la caña gracias a una incisión previamente hecha con un clavo. Las varillas necesarias para hacer una sombrilla se ensartan en otra varilla más fina también de bambú y pasan a la fase de montaje después de ser secadas al sol.

El montaje consiste en unir las varillas cortas (rayos) a las largas (nervios). La clave es el rokuro (literalmente, “torno”), una pieza cilíndrica de madera. Cada sombrilla lleva dos rokuro. Uno, colocado en el extremo superior a modo de contera, articula los nervios; el otro, que se desliza arriba y abajo del eje, articula los rayos o tensores. Por los agujeros abiertos en los ensanchamientos de las varillas correspondientes al nudo del bambú se pasa un hilo de algodón. Este hilo une los rayos a los nervios. Los rokuro quedan unidos a los dos juegos de varillas mediante articulaciones, que son las que permiten que la sombrilla se abra y cierre sin problemas. De todos modos, es prodigioso que valiéndose solo de bambú y de hilo de algodón pueda conseguirse un artilugio móvil duradero.

Las piezas clave de la sombrilla japonesa se denominan rokuro. Las que muestra la fotografía están hechas de madera de egonoki (Styrax japonicus).

Cada sombrilla lleva dos rokuro: uno situado en el extremo superior, a modo de contera, y otro que se desliza arriba y abajo del eje.

La operación de unir los nervios al rokuro superior (contera) mediante hilo de algodón requiere paciencia y cuidado.

Una vez conseguida la forma básica de la sombrilla, el armazón pasa a manos del empapelador. Es el suyo un taller al viejo estilo, donde uno tiene la sensación de que el tiempo transcurriera más lentamente. Las manos del empapelador se mueven rítmicamente y a su compás el duro armazón va convirtiéndose en la colorida corola de una gran flor, conforme el washi va adhiriéndose al varillaje. “No es algo que se pueda comprobar fácilmente durante la labor, pero a poco que te salgas de la línea al pegar el papel, luego la sombrilla no podrá plegarse como es debido”, explica el artesano.

Labor de empapelado de la sombrilla. Con las varillas bien extendidas, se van pegando sobre ellas los cortes de papel washi. Las junturas de las varillas largas (nervios) con las cortas (rayos) y el mecanismo de apertura y cierre del rokuro deslizante también se refuerzan con washi.

Como en las sombrillas japonesas el pliegue de la pantalla es hacia dentro, el papel ha de colocarse bien alineado sobre cada nervio. Conversamos con una joven artesana que dice que lo suyo con las sombrillas japonesas fue un amor a primera vista.

- ¿Sigue vivo el enamoramiento inicial?

- Ya llevo 15 años en esto y no he dejado de aprender. No tengo tiempo para aburrirme.

Para contestar, detiene por un momento esas manos que se movían silenciosamente. Una sonrisa radiante ilumina su cara cuando mira hacia aquí. Una sonrisa que parece portadora de un luminoso futuro también para las sombrillas janome.

Jóvenes aprendices deseosos de aprender las técnicas tradicionales trabajan codo con codo en el taller de sombrillas de Sakaida Eikichi.

Reportaje y texto: Mutsuta Yukie
Fotografías: Ōhashi Hiroshi

Fotografía del encabezado: secado al sol de las coloristas sombrillas janome. Tras recubrir con aceite impermeabilizador el papel washi de la pantalla, las sombrillas se dejan secar al sol durante dos días en verano o durante tres en invierno. Luego, se aplica laca al varillaje.

washi papel japones