Explorando la cultura del papel tradicional japonés

El mundo del ‘washi’: 4. Paipáis de papel japonés que traen aromas del pasado

Cultura

Dibujos a tinta, llenos de finura y sencillez, sobre un papel japonés hecho a mano. La popularidad de los auténticos sesson uchiwa o paipáis de Sesson fabricados generación tras generación en la ciudad de Hitachi-Ōta sigue sin decaer. Los fabrica una mujer de 95 años, de la cuarta generación familiar, que imprime a sus creaciones toda la personalidad de una artesana de la vieja escuela que conoce la dureza de la vida.

Paipáis que atraen el frescor

Cuando aprieta el calor húmedo del verano japonés, entran en escena los artículos tradicionales ideados para paliarlo: prendas veraniegas de lino y algodón, sombreros de paja, campanillas de vidrio que colgadas de los aleros nos hablan de refrescantes brisas, paipáis, banquetas que se adosan a las casas para disfrutar del jardín, persianas de tallos de carrizo… un buen elenco para hacer frente a la canícula.

De niños, cuando nos poníamos el yukata (kimono ligero de algodón) y salíamos a las verbenas y fiestas del verano, o a los fuegos artificiales, siempre llevábamos nuestro paipay encajado en la faja. El paipay era un utensilio indispensable, que además de darnos aire nos libraba de los mosquitos y otros insectos voladores. ¿Seguirán los jóvenes modernos esta misma costumbre?

Este verano me agencié un paipay de los llamados paipáis de Sesson o sesson uchiwa, de un aspecto muy sobrio. La decoración de estos paipáis es sencilla: berenjenas, pepinos, caballos, espantapájaros y cosas por el estilo, dibujados en tinta sobre papel washi hecho a mano. De estilo antiguo, grandes y más cuadrados que redondos, pero bastante ligeros, funcionan muy bien. Los motivos decorativos son reproducciones de los dibujos que, según se dice, hacía en sus paipáis de factura propia Sesson, un monje y artista de finales del periodo Muromachi que vivió en lo que hoy es la ciudad de Hitachi-Ōta (prefectura de Ibaraki), donde todavía se fabrican con esmero estos útiles objetos.

Paipáis de Sesson o sesson uchiwa. Los motivos, impresos en papel washi, son reproducciones de dibujos de Sesson, monje y artista de finales del periodo Muromachi, y otros diseños antiguos.

Un producto que requiere un artesano, un año y 33 pasos

Frente a una vieja casa que se alza en medio de una vegetación florida, una buena colección de varillas de bambú se seca al sol.

“Se secan perfectamente y así no les sale moho, además de quedarse muy ligeras”, explica Akutsu Fusako, una mujer de 95 años que continúa la tradición de los paipáis de Sesson. Ahora ya no tiene a nadie que la ayude en su labor.

Ella sola se encarga de todas fases del proceso, empezando por el corte del bambú para fabricar la nervadura. El siguiente paso será pegar el papel washi decorado con dondiegos de día. Akutsu Fusako: más de 80 años dedicada a la producción de paipáis.

El bambú, de la variedad madake, lo obtiene en las cercanías. De él extrae el mango y la nervadura, que deberán secarse al aire durante ocho meses. Luego, les pega el papel washi. Es un proceso muy largo, que consta de un total de 33 fases.

“Hasta los 90 años, iba con mi hijo al bosque de bambú, a cortar la caña. Era para enseñarle a escoger las mejores cañas”. Ahora, su hijo se las arregla para surtir a su madre del mejor material. Una se pregunta de qué parte de este enjuto organismo extrae esta mujer toda la energía que se necesita para partir bambú, pegar el papel washi y darles a las piezas el acabado perfecto. Porque es ella la que se encarga de todo.

Cortado el bambú en segmentos de 37 centímetros de longitud, se raja a machete en nueve arcos. Una vez limados los salientes, se hacen a navaja cortes a una distancia de un milímetro, que van abriéndose a mano. Se obtienen unas 40 tiras, que formarán la nervadura del paipay.

“Empezó el negocio aquí mi bisabuelo, así que yo soy la cuarta generación. Esta casa y las herramientas que uso son todas de la era Meiji (1868-1912)”.

La casa, construida en madera allá por 1880, ha sufrido dos gigantescos terremotos pero continúa en pie, si bien algo ladeada. Mantiene una atmósfera muy hogareña, que invita al forastero a saludar a la entrada como un miembro más de la familia. Dotada de una excelente ventilación natural, aquí el aire acondicionado resulta innecesario incluso en verano. El mobiliario de madera muestra el lustre característico de los objetos largamente usados.

Las tiras escindidas del bambú se separan con tallos trenzados de igusa (Juncus effusus) previamente humedecidos, con lo que el armazón del paipay queda completo. Como el material ha sido secado al sol previamente, resulta ligero y resistente.

El día empieza con el secado del bambú

Por la mañana, a eso de las 9.00, saca los armazones de bambú al jardín para que se sequen al sol. Los recoge hacia las 4.00 de la tarde. Durante los ocho meses que median entre diciembre y agosto, repite esta operación todos los días, siempre que no llueva. Consigue así unos 1.000 armazones.

“Es un trabajo bastante agotador, pero haciéndolo me mantengo fuerte físicamente. Yo digo que trabajo 366 días al año”, dice Akutsu.

Extendiendo en el jardín los armazones de bambú para secarlos al sol. Se sacan por la mañana y se retiran por la tarde. Akutsu está siempre atenta al cielo y los vecinos siempre están prestos a avisar ante una repentina lluvia.

Akutsu no escatima tiempo ni esfuerzo. La fabricación del armazón y el empapelado son las dos grandes fases en que se divide el trabajo de fabricación de un paipay. El bambú se corta en invierno. El armazón es también un trabajo de la estación fría. Se eligen las cañas con mayor distancia entre nudos, las más gruesas y rectas. El armazón se hace antes de que la caña se seque, porque de otra forma no es posible escindirla bien.

Las fases que exigen más pericia son las llamadas haire y honeshibori. La primera consiste en dentar uno de los extremos de la porción de caña con una cuchilla, haciendo las incisiones a una distancia de algo menos de un milímetro. Sin más guía que la vista, se hacen 40 incisiones. Luego, asiendo fuertemente la porción de caña, se dobla y, como por arte de magia, el material se va rajando a partir de los cortes, formando un ramillete de varillas unidas por el otro extremo. Luego se van pasando tallos de igusa (Juncus effusus) y trenzándolos entre las varillas para distanciarlas uniformemente. Así, queda formado el armazón.

La operación llamada madozukuri (aireamiento, separación). Manteniendo una distancia uniforme, las tiras escindidas del bambú se separan mediante tallos humedecidos de igusa. La artesana produce entre 20 y 25 armazones diarios.

Empapelado: 70 unidades diarias

“Hay que hacerlo muy rápido para que no se seque la cola”, comenta Akutsu, mientras pega el papel washi primero en el reverso y después en el anverso de un nuevo paipay. Presionando con las manos, consigue que bambú y papel queden perfectamente adheridos. Velozmente, sin movimientos superfluos, sus manos parecen moverse por voluntad propia.

“A mi marido, que murió a los 60 años, se le daba bien el dibujo. Me dejó unos veinte dibujos a tinta tomados de la obra de Sesson, de la colección Mito Hakkei (“Ocho vistas pintorescas de Mito”) y de otras fuentes. Ahora uso impresiones en washi de los dibujos de mi marido. Si yo puedo continuar con mi trabajo es gracias a él”.

Fase de empapelado. A la artesana le basta el tacto para saber el grado de finura de los nervios de bambú y la distancia entre ellos, o para distinguir el anverso del reverso del papel washi. Son las sabias manos de la experiencia.

El bambú madake de la comarca cuidadosamente seleccionado, la nervadura del paipay sujetada con sólidos tallos de igusa, el papel washi de la variedad nishinouchi-shi, resistente a las rasgaduras. Este se produce a mano en la vecina ciudad de Hitachi-Ōmiya, utilizando exclusivamente fibras de kōzo (Broussonetia kazinoki x B. papyrifera, de la familia de las moráceas), lo que le da gran resistencia y durabilidad. Por eso, y gracias también a las experimentadas manos que fabrican los paipáis, estos no son de los que se estropean al primer roce.

Por lo visto, personas que han comprado sus paipáis le escriben para decirle que siguen como nuevos 10 años después. Hay quien los ha usado incluso durante 20 años. “Si los usan 20 años, mal negocio”, dice contenta la artesana.

Disfrutar con el trabajo y vivir tranquila

Junto al recibidor, se ve una bonita representación de la diosa Benzaiten, protectora de las artes y manualidades. Su autor, un antiguo cliente, se la regaló hace ya algún tiempo.

“Todas las mañanas le dirijo un saludo y todas las noches junto las manos delante de ella y le doy las gracias por el día vivido”. Akutsu trabaja con dedicación. Y un trabajo como el suyo crea muchos y muy bellos vínculos.

Su lugar de trabajo es el pasillo exterior que se abre hacia el jardín, situado al sur del edificio. Estos pasillos de tabla de madera alrededor de las habitaciones de tatami ya no son fáciles de encontrar, pero antes casi todas las viviendas familiares disponían de algo parecido.

“Por el invierno da el sol y se está muy a gusto, calentita. Mientras hay sol, trabajo. Y al caer el día, lo dejo”. Sentada a una mesa con brasero, ve en la televisión alguna serie histórica, cena y se acuesta a las 8.00 o las 9.00. “Es una casa muy bien ventilada, bastante fría por el invierno, porque el viento se cuela por las rendijas, pero por el verano nunca uso el aire acondicionado. Al acostarme, pongo junto a la almohada un paipay que dice ‘seifū’ (brisa refrescante)”. Al abanicarse, Akutsu siente que una agradable brisa inunda la habitación.

La labor de Akutsu Fusako se desarrolla en el corredor exterior, donde en verano corre la brisa y en invierno penetran los rayos del sol. Su casa fue construida en la era Meiji (1868—1912).

Desde que perdió a sus padres y a su marido, y con sus tres hijos ya independizados, disfruta a sus anchas de su nueva independencia. “Trabajo según me place y vivo sin preocupaciones. ¡Como todos me tratan tan bien! Ahora es cuando más feliz soy”.

Los paipáis de esta artesana que apura la felicidad que le deparan sus 95 años hacen llegar a quienes los usan, junto a los aromas de lejanos veranos y frescos vientos, una parte de la dicha de esta incansable mujer.

Reportaje y texto: Mutsuta Yukie
Fotografías: Ōhashi Hiroshi

Fotografía del encabezado: empapelado del paipay. La cola se extiende con una brocha y, sobre ella, el papel washi fabricado con fibras de kōzo. La cola cumple una importante función. Se hace calentando al fuego harina de trigo, en la dosis necesaria para cada día.

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