En busca de los árboles gigantes

En busca de los árboles gigantes: 7. Desnudados por el frío

Cultura

Despojados de sus hojas durante el otoño, los árboles gigantes muestran en invierno siluetas desnudas de fuerza impactante, que no pueden verse en ninguna otra estación del año. Presentamos aquí tres árboles sólidos e imponentes, que durante largos siglos han arrostrado vientos y nieves, y siguen allí como si nada hubiera ocurrido.

Como es sabido, hay árboles de hoja perenne y árboles de hoja caduca. El aspecto de estos últimos va transformándose a lo largo de las cuatro estaciones del año. En primavera estrenan follaje, cuyo intenso verde va haciéndose más frondoso conforme avanza el verano, ofreciéndonos a los seres humanos acogedoras sombras que dan frescura y solaz a nuestras vidas. En otoño renuevan su vestuario hacia las gamas de los rojos, los amarillos o los anaranjados, una verdadera delicia para la vista. Al empezar a despojarse de sus hojas, nos avisan de que las inclemencias del invierno ya no están tan lejos. La imagen de un árbol completamente desnudo hará pensar a más de uno en lo efímero de las estaciones y en su eterno retorno.

Japón es un país en el que el paso de las estaciones se siente con toda claridad. El pueblo japonés es un pueblo originariamente agrícola, que siempre ha estado pendiente de cuándo entran en floración o echan vástagos los árboles caducifolios para plantar el arroz o, ya en el otoño, para calcular el momento de la cosecha. Por otra parte, este tipo de árbol suele mostrar flores más llamativas que las de los perennifolios y entre ellos hay muchos que en otoño dan frutos comestibles. Estas especies están íntimamente ligadas a las formas de vida de los japoneses y, apelando tanto a la vista como al gusto, aportan una peculiar percepción del ciclo estacional.

En este capítulo, sorprenderemos a diversas especias de árboles gigantes en su desnudez invernal.

El Gran Keyaki de Noma (prefectura de Osaka)

Especie: Keyaki (Zelkova serrata, familia de las Ulmáceas, género Zelkova)
Dirección: Nomainaji 266, Nose-chō, Toyono-gun, Ōsaka-fu 563-0133
Perímetro del tronco: 14,15 m.
Altura: 20 m.
Edad: 1.000 años
Designado monumento natural nacional
Tamaño ★★★★★
Vigor  ★★★★
Porte  ★★★★
Calidad del ramaje ★★★★
Majestuosidad  ★★★★

Es este un espléndido representante de los keyaki (especie de olmo) japoneses. Con una silueta que transmite una gran sensación de solidez, se alza en el recinto del santuario sintoísta de Arinashinomiya, en medio de un bucólico paisaje rural a unos cinco kilómetros al sudeste del centro de Nose, un municipio situado en el extremo norte de la prefectura de Osaka y colindante con las de Kioto y Hyogo. Se venera en el santuario una deidad agrícola, y se dice que cuando el Gran Keyaki echa buenos vástagos se augura una buena cosecha ese año.

En la región de Kansai ha habido, desde tiempos antiguos, una fuerte demanda de buena madera para construir templos y castillos, por lo que los ejemplares gigantes de esta especie de olmo son muy escasos, pudiendo considerarse un verdadero milagro que el Gran Keyaki de Noma haya sobrevivido hasta nuestros días. Además, este ejemplar es tanto más valioso cuanto que ha crecido de un solo tronco perfectamente definido, una característica que lo hace único. El Gran Keyaki de Higashine, en la prefectura de Yamagata, que muchos citan como el mayor de Japón en su especie, ha crecido, a juzgar por su porte, de dos troncos fundidos en uno, así que no sería equivocado decir que su congénere de Noma es, en rigor, el de tronco único más grueso de Japón. Al menos, si nos quedamos en la mitad occidental del país, el Gran Keyaki de Noma es todo un yokozuna.

Los olmos keyaki, al hacerse viejos, tienden a criar grandes oquedades que estropean sus troncos principales, y no es extraño ver que muchos se sostienen solo apoyados en su corteza. Pues bien, el Gran Keyaki de Noma destaca entre otros ejemplares gigantes por no presentar ningún hueco y por un envidiable vigor mantenido a despecho de la edad. Para comprender las descomunales proporciones de este keyaki, bastará decir que hace tiempo, en una aldea situada a algunos cientos de metros de su emplazamiento, durante unas obras de construcción los operarios toparon con una gran raíz supuestamente suya. Queremos pensar que efectivamente lo era, y que se habían extendido hasta allí en busca de agua.

Cuando, ya en invierno, el árbol ha perdido la totalidad de su follaje, su copa se ve parasitada en casi toda su extensión por el muérdago. Es esta una especie perenne que despliega también en invierno sus verdes hojas, dando origen a un curioso cuadro. El muérdago extrae el agua y los nutrientes del keyaki que le sirve de anfitrión y, lógicamente, a este no le reporta más que molestias. He oído que, aunque cada cierto número de años se procede a arrancar el muérdago de su copa, este esfuerzo no es suficiente para atajar del todo su crecimiento. En el centro de documentación sobre el keyaki situado cerca del árbol se expone, entre otras cosas, parte de una rama que le fue cortada al árbol y que permite vislumbrar la lucha que se entabla entre ambas especies.

Últimamente, hay un periodo durante el cual el Gran Keyaki de Noma pasa a ser objeto de atención. Cada año, cuando llega la primavera, muchos turistas y amantes de los pájaros se congregan a su alrededor para observar dos especies de rapaces nocturnas que anidan en él. Hay días en que son hasta 800 los visitantes que se dan cita ante el árbol. Para los búhos este viejo árbol es un inmejorable lugar para anidar, pero sería deseable que los visitantes no se excedieran en su celo observador para no acabar causando el abandono de los nidos.

El ichō del templo de Bodaiji (prefectura de Okayama)

Especie: Ichō (Ginkgo biloba, familia Ginkgoaceae, género Ginkgo)
Dirección: Kōen 1532, Nagi-chō, Katsuta-gun, Okayama-ken 708-1307.
Perímetro del tronco: 11,9 m.
Altura: 30 m.
Edad: 900 (atribuida)
Designado monumento natural nacional.
Tamaño ★★★★
Vigor  ★★★★★
Porte  ★★★★
Calidad del ramaje ★★★★
Majestuosidad  ★★★★★

Me gustaría presentarles ahora el austero aspecto que muestra el ichō (Ginkgo biloba) más grande de la región de Chūgoku, que fue presentado ya en el artículo La estación más verde.

A media ladera del monte Nagi, a una altitud de 600 metros, se encuentra el templo budista de Bodaiji. Acercándonos al edificio principal procedentes del aparcamiento, atraerá inmediatamente nuestra vista, al fondo del recinto, a mano derecha, un gran ichō que se alza imponente, como figura principal sobre un fondo de cedros japoneses (sugi).

El templo de Bodaiji es el lugar donde se preparó entre los nueve y los 13 años el sabio budista Hōnen (1133-1212), fundador de la secta de la Tierra Pura (Jōdoshū). Se dice que el ichō se desarrolló a partir de un bastón o rama que Hōnen clavó en el suelo en un gesto de determinación en su empeño por coronar con el éxito su formación educativa.

Durante algún tiempo, el templo quedó abandonado y su recinto ofrecía una ruinosa imagen, pero ahora luce tan bello que parece otro, pues es objeto de un cuidadoso mantenimiento y además de parking tiene también servicios. Alrededor del árbol se han instalado corredores de madera elevados sobre estacas para evitar dañar las raíces, una muestra del celo con que está siendo preservado. Muestra el gigante, como es típico en los ichō de sexo masculino, unas magníficas raíces aéreas, raíces que se extienden a partir del tronco y de las ramas. Las que cuelgan de una gran rama horizontal a modo de innumerables estalactitas son realmente inigualables. Da la sensación de que cada una de esas raíces fuera extendiéndose por propia voluntad.

Estas raíces aéreas se denominan normalmente chichi u oppai (tetas) pero aquí, en el municipio de Nagi, reciben el nombre de rengi, forma dialectal de la palabra japonesa surikogi (mano de mortero), y su parecido con este objeto es innegable. Esta comarca es de copiosas nevadas y, según se dice, en la era Tenmei (1781-1789) una gran rama que se extendía hacia el norte cedió al peso de la nieve hasta quedar en contacto con el suelo, de donde surgió un nuevo tronco. Una buena muestra de la asombrosa vitalidad que tiene el ichō.

Presenta este ejemplar el poderoso porte que caracteriza a su especie, con mayor anchura de tronco a una cierta altura que en la base. Durante el estío su follaje es tan lujuriante que no permite obtener una imagen de conjunto, mientras que en invierno se muestra literalmente cubierto de unas ramillas finas como agujas que crecen profusamente por todo su tronco. Como debió de perder su tronco principal original, cabe pensar que con este desarrollo de nuevas ramillas trata de sostener el nivel de fotosíntesis. Con esa corpulencia que tiene, parece un ser robusto e inamovible, pero lo cierto es que está luchando con todas sus fuerzas para no debilitarse.

Los momentos más recomendables para visitarlo son el otoño, cuando sus hojas se tiñen de amarillo, y el invierno, cuando está asegurado el espectáculo de esa fuerza casi terrorífica de sus raíces aéreas, que quedan totalmente al descubierto una vez perdido el follaje.

Entre mediados y finales de noviembre el tono amarillo de su manto otoñal alcanza su mayor esplendor, realzado desde 2012 por la iluminación nocturna. La fantástica visión de este gigante iluminado en medio de la oscuridad se convertirá, sin ninguna duda, en una experiencia inolvidable.

El Haya-serpiente (prefectura de Shizuoka)

Especie: Buna (Fagus crenata, familia de las Fagáceas, género Fagus).
Dirección: Jizōdō, Izu-shi, Shizuoka-ken 410-2515.
Perímetro del tronco: 3 m.
Altura: 15 m.
Edad: 150 años.
Tamaño  ★★
Vigor  ★★★
Porte   ★★★★★
Calidad del ramaje  ★★
Majestuosidad  ★★★★

Al oír hablar de hayedos, lo primero que acude a la mente de muchos japoneses es la zona montañosa de Shirakami-Sanchi (norte de la isla de Honshū). El haya japonesa (buna) es una especie que gusta básicamente de climas fríos, pero incluso en zonas aledañas a la región central de Kantō podemos encontrar algunos de estos bosques. Más sorprendente aún resultará saber que también existen hayedos en la península de Izu (suroeste de Tokio), si bien su área se limita a las zonas altas de la cadena montañosa de Amagi.

La península de Izu tiene fama de ser un lugar de clima templado, pero los montes de Amagi, donde llegan a registrarse algunas nevadas, ofrecen un ambiente muy a propósito para el crecimiento de estos árboles. Los hayedos, así como los grupos de himeshara (Stewartia monadelpha, familia Teáceas) pueden verse especialmente en las cercanías de Kawagodaira, que es precisamente el lugar donde encontraremos el haya que está considerada la mayor de la península de Izu. La llamada Haya-serpiente (Hebibuna) se alza junto a una ruta de montaña y es, por su peculiar forma, muy conocida entre los montañeros. Aproximadamente a un kilómetro caminando desde la cima del monte Banzaburō, el más alto de la zona, veremos un letrero indicativo del camino que debemos tomar para descubrir el árbol. Siguiendo la indicación, unos 100 metros más allá, veremos aparecer repentinamente ante nuestros ojos un árbol de insólita estampa. La imagen que tenemos del haya es la de un árbol perfectamente recto y no es fácil entender que un ejemplar de esa especie haya podido llegar a tener una forma así. Pero el misterio se disipa cuando observamos su figura desde la trasera del árbol.

Se cree que, siendo todavía joven, este ejemplar perdió buena parte de su tronco por alguna causa desconocida, que bien pudo ser la caída de un rayo o el embate de un fuerte viento. La corteza fue la única parte que sobrevivió de alguna manera, adquiriendo el árbol forma de “n”. Lo más normal habría sido que el haya se hubiera secado, pero este ejemplar tuvo la suerte de su lado, pues con poco más que la corteza logró salir adelante y echó renuevos desde el extremo que había quedado próximo al suelo. La corteza que quedaba debía de estar rozando el suelo, pero los renuevos crecieron con fuerza buscando una vez más el cielo y así continuaron, beneficiándose, seguramente, de un periodo durante el que el árbol no sufrió grandes daños.

Con el paso de los años, el árbol se desarrolló hasta ser capaz de sostener una vez más su propio peso. Si, como se cree, el árbol tiene unos 150 años de edad, aquel accidente debió de ocurrir hace unos 100. Y si pensamos en la gran suerte que tuvo al salvar el pellejo tras haber estado al borde de la muerte, este ejemplar es, desde luego, un prodigio viviente.

Visité el lugar un día soleado de principios de invierno. El árbol, perdidas ya sus hojas, se alzaba allí, recibiendo placenteramente en toda su superficie los tibios rayos del sol. Imaginé su figura envuelta en la niebla, y pensé que tampoco estaría mal visitarlo en un momento así. Tales son los pensamientos que nos inspira esta rareza del mundo arbóreo.

Texto y fotografías: Takahashi Hiroshi.

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