En busca de los árboles gigantes

En busca de los árboles gigantes: 8. Latiendo bajo la nieve

Cultura

Contemplando las siluetas de estos gigantes que, en medio de un paisaje nevado, esperan silenciosamente la llegada de la primavera, puede sentirse la portentosa vitalidad que, agazapada hoy bajo una resistente corteza, con el tiempo acabará desbordándose.

A medida que se avanza hacia el Norte, los árboles caducifolios tienden a aumentar de proporción y las coníferas pasan a ser las especies dominantes. Se cree que esto ocurre porque estas especies están mejor dotadas para protegerse del frío del invierno y de la nieve. Pero no son pocos los ejemplares que, no pudiendo resistir el peso de la nieve acumulada, pierden alguna de sus grandes ramas. Entre ellos los hay también que pierden su tronco principal, lo cual puede ocasionarles la muerte. Y es como si estos seres que luchan denodadamente por sobrevivir en tan duras condiciones nos transmitieran su ansia por disfrutar cuanto antes de la llegada de la primavera.

Las costas del mar del Japón correspondientes a las regiones de Tōhoku y Hokuriku están entre las que reciben mayores precipitaciones de nieve del mundo. Los árboles gigantes que crecen en las zonas más nevosas, aunque puedan encontrarse cerca de las áreas pobladas, no son nada fáciles de visitar durante el invierno, pues quedan aislados por la nieve. Y la satisfacción que produce poder rendirles una visita en estas condiciones es, por ello, mucho mayor. Resulta incluso conmovedor verlos ahí, resistiendo heroicamente hasta que la primavera acabe por derretir la nieve.

El Jijisugi del monte Haguro (prefectura de Yamagata)

Especie: Sugi (Cryptomeria japonica, familia de las cuprasáceas, subfamilia Taxodiaceae, género Cryptomeria).
Dirección: Recinto del santuario de Dewasanzan, Aza Tōge 7, Tōge, Haguro-machi, Tsuruoka-shi, Yamagata-ken 997-0211
Perímetro del tronco: 8,3 m.
Altura: 48,3 m.
Edad: 1.000 años.
Designado monumento natural nacional
Tamaño ★★★
Vigor ★★★★
Porte ★★★★
Calidad del ramaje ★★★
Majestuosidad ★★★★★

La avenida del monte Haguro que conduce al santuario sintoísta de Dewa tiene una longitud, contándola desde la puerta de Zuishinmon, de dos kilómetros. A ambos lados de los 2.446 escalones de piedra que salvan el desnivel hay hileras de cedros japoneses a los que se atribuye una antigüedad de entre 300 y 600 años. Son más de 400 cedros que crean un ambiente misterioso, manteniendo las inmediaciones en la penumbra incluso a mediodía. Esta avenida fue declarada Patrimonio Natural Nacional Especial y constituye uno de los conjuntos naturales más bellos de Japón. Ayudado por el boom de lo espiritual que se ha visto en Japón en los últimos años, este espacio sagrado atrae cada vez más miradas.

A unos 10 minutos caminando desde la base de esta avenida arbolada, cuando el visitante ha cogido ritmo de marcha y está en condiciones de disfrutar del paisaje, puede atisbarse, escondida entre los cedros, una pagoda de cinco alturas declarada Tesoro Nacional, cuya construcción se atribuye tradicionalmente al guerrero del siglo X Taira no Masakado. Y como si de un heraldo de esta egregia pagoda se tratase, hunde sus raíces en el paraje un imponente cedro llamado el Jijisugi (tío cedro) del monte Haguro. De proporciones incomparablemente mayores que las de los árboles que lo rodean, impresiona al caminante por su aspecto macizo y su altura, que parece rasgar las nubes.

Se dice que en otros tiempos se alzó junto a este cedro otro todavía más grande, verdadero protector del recinto sagrado. Al parecer, durante el periodo Edo se usaban los apelativos de “abuelo cedro” y “abuela cedro” para referirse a estos dos ejemplares, y la pareja debió de llamarse los “Esposos Cedros”. Pero en 1902 un fuerte tifón tumbó a uno de ellos. Cuentan las leyendas locales que la pérdida de su cónyuge sumió en el llanto al superviviente tres días con sus tres noches. Posteriormente, este fue declarado Patrimonio Natural Nacional, recibiendo entonces su actual nombre. Algunos afirman que fue el abuelo el caído y la abuela la superviviente, pero ya no hay forma de saberlo.

Es esta una arboleda que ofrece una gran diversidad de matices a lo largo de las estaciones del año y una de las opciones es tratar de visitar este gigante cuando, rodeado de quietud, afronta con gallardía lo más crudo del invierno.

Revelaré, para finalizar, un atractivo más que ameniza el ascenso al monte Haguro: las 33 figuras en relieve que adornan sus escalones. Se trata de botes y vasos para servir sake, flores de loto, etc. Quien los descubra todos verá, según se cree, satisfechos sus deseos.

El ginkgo Koyasu de Ichōnoki (prefectura de Aomori)

Especie: Ichō (Ginkgo biloba, familia Ginkgoaceae, género Ginkgo)
Dirección: Ichōnoki 19, Shichinohe-machi, Kamikita-gun, Aomori-ken 039-2561
Perímetro del tronco: 12,1 m.
Altura: 25 m.
Edad: 700 años
Designado Monumento Natural Prefectural.
Tamaño ★★★★
Vigor ★★★★★
Porte ★★★★★
Calidad del ramaje ★★★★
Majestuosidad ★★★★

En las avenidas arboladas de Japón descubrimos las más variadas especies, desde los olmos keyaki o los alcanforeros, hasta los cerezos sakura. Pero la especie más abundante es el gingko o ichō. Resistente tanto a los gases de escape como a las podas, su condición de árbol caducifolio le permite extraer, además, todos los matices del ciclo estacional. Y no habrá que decir que es el magnífico amarillo que alcanza en la estación otoñal lo que en mayor medida le ha valido el favor de la gente.

El ginkgo Koyasu se alza en la parte central del término municipal de Shichinohe-machi, en la prefectura de Aomori. El nombre del lugar es, precisamente, Ichōnoki (Árbol de Ginkgo o Ichō) y no parece equivocado pensar que haya sido este ejemplar, que destaca entre sus congéneres por su espectacular tamaño, el que ha dado origen al topónimo.

El árbol perdió hace ya mucho tiempo y probablemente debido a un rayo la parte superior de su tronco principal, pero de la parte quebrada se desarrollaron varias grandes ramas en sentido horizontal, de modo que su crecimiento no se ha interrumpido. Al contacto con la tierra, algunas de las ramas se han separado e independizado totalmente del árbol principal, que hace gala de una capacidad de crecimiento impresionante. Tampoco desmerecen las raíces aéreas que descienden del tronco y que llegan a superar, en algunos casos, el metro de longitud. Es posible observar el proceso por el cual una parte de estas raíces aéreas se va clavando en la tierra y produciendo nuevos troncos que acaban siendo absorbidos por el tronco principal. No puede uno dejar de sentir la portentosa vitalidad de esta especie arbórea.

Los alrededores forman un vasto parque rural del que este ginkgo es protagonista indiscutible. Sin ningún estorbo visual, su silueta puede ser contemplada a placer desde cualquier ángulo. Hacia mediados de noviembre es el momento en que el árbol adquiere su característico manto amarillo que va extendiéndose por su inmensa copa. Poco después las hojas van cayendo y formando una tupida alfombra amarilla igualmente digna de verse.

Llegado el invierno y perdidas ya por completo sus hojas, el árbol muestra una cara enteramente nueva. Es entonces cuando la forma del árbol, que durante el verano y el otoño ha permanecido oculta bajo el espeso follaje y era perceptible apenas como un vago semicírculo, se muestra tal como es. El ginkgo Koyasu destaca por su forma especialmente bella, realzada por lo arrugado de su corteza, que no se ve afectada por la pérdida de las hojas. Un insigne ejemplar que sigue atrayendo visitantes de las regiones más distantes.

El Cedro de Takamoridon (prefectura de Kumamoto)

Especie: Sugi (Cryptomeria japonica, familia de las cuprasáceas, subfamilia Taxodiaceae, género Cryptomeria).
Dirección: Takamori 3341-1, Takamori-machi, Aso-gun, Kumamoto-ken 869-1602.
Perímetro del tronco: 10,46 m. aprox.
Altura: 38 m.
Edad: 400 años
Designado Monumento Natural Municipal
Tamaño ★★★
Vigor ★★★★★
Porte ★★★★★
Calidad del ramaje ★★★★
Majestuosidad ★★★★★

La ladera suroriental de la majestuosa caldera volcánica del monte Aso está recorrida por la carretera nacional 265, que conduce hacia el puerto de Takamori. Tomando la desviación hacia el puerto de Kuroiwa por otra carretera más estrecha, aparece de pronto ante nuestros ojos una gran extensión de pastos tachonados de vacas, un plácido paisaje que parece obrar sobre el visitante un efecto purificador.

Bajaremos de nuestro vehículo, traspasaremos la valla del pastizal y seguiremos hacia adelante, hasta que veamos, en una hondonada a mano derecha, lo que parece ser un bosquecillo. Se trata, en realidad, del Cedro de Takamoridon, que con tan solo dos troncos desarrolla una copa de proporciones gigantescas.

El Cedro de Takamoridon consta de dos cepas, una masculina y otra femenina, ambas de forma muy peculiar, que crean un ambiente tan inquietante que algunas personas dicen, incluso, que prefieren no pasar demasiado tiempo en el paraje. No son totalmente injustificados estos temores, pues la tradición dice que fue aquí donde se quitaron la vida Takamori Korenao, castellano de Takamori, y su vasallo Mimori Nōin, un hecho legendario que parece confirmado por la lápida elevada a los pies del árbol.

La cepa femenina, situada al Este de la otra (derecha, en la fotografía), da la impresión de llevar varios otros cedros pegados por la raíz y su figura transmite, como corresponde a su sexo, una sensación de amabilidad. La cepa macho, situada al Oeste, es menor en grosor, pero las ramas que se desarrollan en todas las direcciones a unos tres metros por encima del suelo alcanzan una enorme anchura. Diríase que ese caótico ramaje está agitado por un íntimo rencor, como si en él anidara el alma de aquel castellano que se dio muerte sin haber podido desquitarse del mundo. Entre las ramas, algunas han llegado hasta el suelo y, transformadas en nuevos troncos en ese punto, han comenzado a apuntar hacia arriba, mostrando una tenacidad sin límites. Y esto redunda también en ese ambiente inquietante al que me refería.

Dos cedros de formas tan diferentes que no parecen crecidos en un mismo lugar. No hay forma de saber qué ha ocurrido en sus respectivos pasados, pero el ambiente que se respira a su vera hace pensar que cada uno de ellos arrastra su propio karma. Durante la toma de fotografías, el cielo se nubló súbitamente y comenzó a ventisquear. Sabía que la caldera volcánica del monte Aso es una zona de considerables nevadas, pero no imaginaba que iba a verme envuelto en semejante tormenta de nieve.

Texto y fotografías: Takahashi Hiroshi

Ecología naturaleza