La visión del mundo de Miyazawa Kenji

Las respuestas de Miyazawa Kenji para Japón y el mundo

Cultura

Aunque fue ignorado durante su vida, el poeta y autor Miyazawa Kenji se ha convertido últimamente en una figura ilustre en Japón, especialmente durante las dos últimas décadas. Su visión pionera del medioambiente y su énfasis en la responsabilidad personal tocó la fibra sensible de muchos durante las tragedias que sacudieron a la nación en 1995 y 2011.

Poeta y visionario

Miyazawa Kenji escribía sus poemas y su ficción en una era de intenso nacionalismo y campañas militares.

Japón celebró la victoria en la guerra sino-japonesa un año antes de su nacimiento en 1896, poniendo en marcha los sucesos que llevaron al establecimiento del Estado títere japonés de Manchukuo en Machuria en 1932, un año antes de su muerte. Durante su vida, el sentimiento de euforia nacionalista experimentó un impulso y se propagó más tras la victoria de Japón sobre Rusia en 1905 y con la anexión de Corea en el imperio japonés cinco años más tarde.

Y aun así, en la obra de Miyazawa Kenji no hay ninguna mención sobre la nacionalidad o la identidad manifiesta de Japón en Asia, ni que decir tiene que tampoco hay referencias al destino del imperio o a otra expresión popular o chauvinista de la época. El autor tenía otras preocupaciones. Esta es una de las razones por las que apenas recibió ningún reconocimiento durante su vida. No obstante con posterioridad, y especialmente en las últimas dos décadas, ha pasado a ser considerado no solo como el poeta moderno más grande de Japón, sino también como un visionario cuyo pensamiento e ideales pueden ayudarnos a lidiar con los retos sobrecogedores a los que nos enfrentamos en nuestro siglo.

¿Qué preocupaciones tenía Miyazawa Kenji?

Miyazawa Kenji escribió historias sobre los efectos catastróficos del cambio climático sobre la producción de alimentos (aunque en su época la preocupación era el enfriamiento global). Creía firmemente en la importancia del desarrollo económico, aunque se esforzaba para convencer a la gente que cualquier forma de generar energía que contribuyese a la destrucción del medioambiente no haría más que engendrar una furiosa respuesta de la naturaleza. La crueldad contra los animales era uno de los principales temas de su prosa, y se oponía firmemente a su matanza (Miyazawa Kenji se convirtió en un vegetariano militante en los últimos 12 años de su vida—todo esto en un país en el que incluso hoy encontrar un vegetariano es como buscar una aguja en un pajar). El tema eterno de la literatura, el triunfo del bien sobre el mal, apenas aparece en sus obras, que están inspiradas en una moralidad que eleva el espíritu.

En definitiva, la visión del mundo de Miyazawa Kenji es cósmica: ve que cada objeto o fenómeno en la Tierra, ya sea orgánico o inorgánico, está conectado con todo lo demás en este planeta y en el universo. En este sentido puede ser considerado el pionero de la teoría del caos, aunque dentro de ese caos él vio un orden benigno que guía el comportamiento humano.

El cazador de osos

La popular historia “Nametokoyama no kuma” (Los osos del monte Nametoko) ofrece una muestra de la visión que tenía Miyazawa Kenji del mundo. Nametoko se eleva alrededor de 860 metros sobre el lago Toyosawa cerca de Hanamaki, su tierra natal en Iwate, la mayor prefectura en Tōhoku y, de hecho, en la isla principal de Honshū. A pesar de ofrecer en sus historias nombres de lugares que el lector podría considerar fantásticos, en realidad la mayoría están situados en su amada Iwate.

Kojūrō es un cazador que se gana la vida matando osos y vendiendo sus vesículas biliares, que en su época eran consideradas como una medicina milagrosa contra un buen número de enfermedades. Pero hay un pacto natural entre el oso y el ser humano, entre los animales cazados y los cazadores que los asesinan (para Miyazawa, matar animales era igual que un asesinato, ya que él consideraba que estaban en el mismo plano de existencia que los seres humanos en términos de sufrimiento y búsqueda de la felicidad.)

Es inevitable por lo tanto que Kojūrō termine por llevarse su merecido. Al final termina por perder su propia vida, convirtiéndose en un objeto inmóvil rodeado de osos que iban a convertirse en sus presas.

Casualmente, el título “Los osos del monte Nametoko” hace referencia a las normas políticas del capitalismo de su época. Miyazawa Kenji señala en su historia que los osos pierden ante el cazador, pero que el cazador pierde ante el tratante. El hecho de que sea el cazador, y no el tratante, el que se convierte en el objetivo de esta cíclica venganza es revelador. Si extrapolamos esta moraleja a nuestros días tendremos el dicho “demasiado grande para fracasar”, o tal vez de forma más significativa, demasiado rico para ser asaltado.

La gente sencilla es la que sigue sufriendo la venganza de la sociedad o la naturaleza. Los peces gordos o bien se instalan en una fortaleza protegida o simplemente cierran la puerta tras ellos, dejan atrás las desgracias que han creado y siguen adelante. No se convierten en víctimas cuando las cosas van mal. La víctima es invariablemente la “gente sencilla”.

No trato de dar un giro contemporáneo a las posiciones de un antiguo autor. En su poesía y en su prosa, Miyazawa Kenji se posiciona una y otra vez con los desfavorecidos y los desposeídos, y trata de ayudarles a hacer frente a los elementos y sacarles de sus miserias.

La luz eterna

Miyazawa Kenji tenía también una muy buena razón para sentir la carga de la responsabilidad con los débiles y los sometidos. Era el hijo mayor de Masajirō, un hombre que hizo su fortuna al regentar la tienda de empeños de la ciudad. En aquellos días ser prestamista era una profesión mucho más respetable de lo que es hoy. Esta pequeña ciudad provincial en una prefectura lejos de los centros de desarrollo durante la era Meiji (1868-1912) carecía de bancos como los de las grandes ciudades comerciantes industrializadas. El negocio de la familia Miyazawa proveía servicios de financiación esenciales a los agricultores empobrecidos de la región.

Cuando era pequeño, Miyazawa Kenji fue testigo de muchos encuentros en la tienda de su padre, donde los agricultores pobres llegaban con lo que podían reunir para obtener a cambio un poco de dinero para alimentar a sus familias. Creció con un acentuado sentimiento de culpa por esto y consideró que una de sus misiones era retribuir a los agricultores enseñándoles a través de sus escritos cómo alcanzar la felicidad y el confort en su vida. No solo eso, se convirtió en experto en el uso de fertilizantes y trabajó sin descanso para aumentar sus aplicaciones. Aunque sufría de pleuritis y de tuberculosis, fue su espíritu misionero infatigable—tal vez la palabra adecuada sea “obsesivo”—y su actividad social para mejorar la vida de los agricultores locales lo que le condujo, en parte, a una muerte prematura.

Miyazawa Kenji se describía a sí mismo como una luz azul en el prefacio de su poema “La primavera y el pandemónium”. La luz, que es él mismo, centellea de manera incesante en armonía con el resto del universo. Esta luz—la vida de una persona—no se apaga con la muerte. Él escribe en este prefacio que es solo la lámpara, o el cuerpo, lo que se pierde. La luz permanece encendida, centelleando para siempre.

Aunque morimos, la luz y su memoria continúan brillando; y es esa misma luz la que se puede ver en todo el cosmos. Es por ello que los personajes de Miyazawa a veces terminan en el cielo. Campanella, uno de los héroes de su exquisita novela Ginga tetsudō no yoru (El tren nocturno de la Vía Lactea), desciende de un tren que atraviesa el cielo nocturno. Otro personaje de su novela, el escorpión, se convierte en una estrella para que su cuerpo pueda dar luz y calor durante una era. Y el chotacabras de Yodaka no hoshi (La estrella Chotacabras) vuela hacia el cielo, transformándose su cuerpo también en una estrella.

Los personajes de Miyazawa Kenji desafían el tiempo y el espacio para dejarnos, si se quiere, brillantes ejemplos.

Fuerte ante la lluvia

¿Por qué es Miyazawa Kenji relevante para nosotros hoy, más de un siglo después de su nacimiento?

Puede que la respuesta a esto sea la acogida que tuvo su obra en 1995 y 2011.

En enero de 1995, la región de Hanshin en Japón, que incluye a la gran ciudad portuaria de Kōbe, fue azotada por un terremoto que acabó con la vida de más de 6.400 personas. Dos meses después, la organización pseudoreligiosa Aum Shinrikyō realizó un ataque con gas nervioso en el metro de Tokio en el que fue el peor acto terrorista en Japón durante tiempos de paz. La llamada burbuja financera había estallado algunos años antes, y los japoneses comenzaron a preguntarse por qué habían trabajado como diablos desde el final de la Guerra si todo lo que se les ofrecía después de 50 años era una economía que no proveía las necesidades básicas de todos los ciudadanos y una sociedad que no estaba segura ante los desastres naturales y los actos terroristas engendrados en el país. Parecía que Miyazawa Kenji tenía algunas respuestas, y se produjo un boom de su obra en todo el país.

De nuevo en 2011, una catástrofe natural y otra hecha por el hombre sacudió a Japón con el devastador terremoto, tsunami, y la contaminación nuclear ocurridos el 11 de marzo en la costa del Pacífico de Tōhoku. Y una vez más los japoneses se preguntaron por qué el Gobierno y los carteles que dictan la economía política en este país fracasaron a la hora de protegerles. Miyazawa Kenji parecía tener la respuesta también a esto, y otro estallido de interés en su obra cruzó los oscuros cielos de Japón.

Estas respuestas decían que nunca debemos dejarnos atrapar por la locura de crecer a expensas de la naturaleza y de que debemos buscar vías para ayudarnos y cuidarnos los unos a los otros con una gran compasión.

Su poema más famoso, “Ame ni mo makezu” (Fuerte ante la lluvia), una especie de oración de autosacrificio por el bien de los demás, especialmente los débiles y los desfavorecidos, era a menudo recitada en los medios y en actos públicos por toda la región de Tōhoku que había sido golpeada por este triple desastre. Miyazawa Kenji se convirtió inmediatamente en el portavoz de la moralidad pública y privada de los japoneses.

Su mensaje para todos nosotros, vivamos donde vivamos en esta era de profunda inseguridad, es este: no escuches a las voces fuera de ti, tanto si vienen de políticos en lo alto o de dioses mucho más arriba; tú tienes tu propio compás moral dentro de ti, calibrado por tus conexiones naturales con el arte y la naturaleza. Tu conciencia es guiada por la aguja de tu compás personal.

Si sigues estos principios, incluso teniendo en mente tu conexión natural con todos los seres humanos y otros animales, así como con las plantas, el agua, el aire y la tierra, encontrarás realización personal y seguridad… Y este mundo puede transformarse en un lugar algo mejor de lo que ha sido hasta ahora.

(Traducido al español del original en inglés. Fotografía del encabezado: una estatua de Miyazawa Kenji en el jardín del Instituto de Agricultura Prefectural Hanamaki en Iwate. © Ōhashi Hiroshi)

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