La visión del mundo de Miyazawa Kenji

Kobayashi Toshiya, una visión del mundo de Miyazawa Kenji

Cultura

Valiéndose principalmente de la original técnica del scratch, el ilustrador Kobayashi Toshiya ha revivido en imágenes las historias del gran escritor Miyazawa Kenji. Hablamos con el artista para saber qué sentimientos alientan bajo su serie Ehon Miyazawa Kenji, un trabajo que ha continuado a lo largo de muchos años.

Kobayashi Toshiya KOBAYASHI Toshiya

Diseñador e ilustrador. Nació en 1947 en la prefectura de Shizuoka. En 1970 se graduó por el Departamento de Artesanía de la Universidad de las Artes de Tokio. Actualmente su principal trabajo consiste en ilustrar y encuadernar libros. Desde su bastión del Taller Yamaneko, en Ōme (prefectura de Tokio), Kobayashi se ha propuesto hacer un producto integral, controlando su calidad hasta el último detalle. Atraído por la obra de Miyazawa Kenji, en 1979 ilustró su cuento Donguri to Yamaneko (Las bellotas y el gato montés; Parorusha), primero de una serie que se convertiría en el trabajo de su vida. En 2003 recibió el premio Miyazawa Kenji, convocado por el ayuntamiento de la ciudad natal del escritor, Hanamaki (prefectura de Iwate). La última entrega de la serie es Zashikibokko no hanashi (Cuentos de los zashikigokko; Kōgakusha, julio de 2016).

Un taller entre los árboles y un mundo poético

El Taller Yamaneko (japonés: gato montés) se alza solitario en medio de la vegetación que crece en la ribera del río Tamagawa a su paso por la ciudad de Ōme (prefectura de Tokio). Es un taller construido a modo de chalé de montaña, que tiene algo de escondrijo o cabaña secreta. Y es aquí donde el dibujante Kobayashi Toshiya ha creado sus originales libros ilustrados, que están inspirados en cuentos infantiles y poemas del famoso escritor Miyazawa Kenji (1896-1933).

Ehon Miyazawa Kenji (Miyazawa Kenji en libros ilustrados) es el título que Kobayashi ha asignado a lo que considera el trabajo de su vida, un trabajo que asume en todas sus facetas, desde la ilustración a la encuadernación, pasando por la elección de la tipografía o del papel. Comenzando por Donguri to yamaneko (1979) y hasta llegar a Zashikibokko no hanashi (2016), ha publicado un total de 21 tomos, 16 de ellos ilustrados.

En sus obras, Kobayashi representa detalladamente el mundo imaginario de Kenji, muy rico en imágenes, mediante la técnica del scratch. Los libros de Kobayashi se diferencian de los convencionales, que suelen estar impresos en cuatricromía, en el uso de un papel de textura adaptada al ambiente de cada obra y de la tinta directa (color especial).

La impresión con tinta directa consiste en crear nuevos colores mezclando otros, y estamparlos uno a uno. Como en la técnica del grabado, cada uno de estos colores especiales va superponiéndose sobre el anterior. Así, se obtienen sobre el papel delicados matices y profundidad.

Al abrir uno de estos libros, sentimos rápidamente cómo la sensibilidad de Kobayashi nos conduce al mundo de Kenji. No son solo las ilustraciones, llenas de sorpresas: las ingeniosas ideas de Kobayashi se despliegan por la cubierta, la camisa y las guardas del libro, empujándonos a leerlo una y otra vez.

Algunas de las obras de Miyazawa Kenji a las que Kobayashi ha dado forma de libro ilustrado.

Libros ilustrados que fascinen también a los adultos

El “encuentro” entre Kobayashi y Kenji no fue precisamente temprano. Durante su infancia, transcurrida en Yaizu (Shizuoka), Kobayashi fue un ávido lector de manga, pero no tuvo oportunidad de conocer la literatura infantil. Era la época en que Astroboy (japonés: Tetsuwan Atomu) de Tezuka Osamu, publicado en revistas juveniles mensuales, gozaba de gran popularidad, y el propio Kobayashi se entregaba a dibujar manga.

El joven Kobayashi fue a Tokio para examinarse y logró entrar en el Departamento de Artesanía de la Universidad de las Artes de Tokio (Tōkyō Geijutsu Daigaku). Corría el año de 1964, Tokio celebraba sus Juegos Olímpicos y el país estaba inmerso en un ciclo de desarrollo económico que sería conocido en el mundo como el “milagro japonés”. El gran interés que despertaron los pósters olímpicos de Kamekura Yūsaku dio origen a un boom del diseño y la atención se dirigió después hacia el mundo de la publicidad. También Kobayashi pensaba hacerse diseñador.

Fue también la época en que el relato El Principito de Antoine de Saint-Exupéry era traducido a gran número de lenguas y ganaba fama internacional. En Japón, El Principito fue traducido por Naitō Arō. “Lo leía el lector adulto y fue un superventas en Europa y Estados Unidos. Me entraron ganas de ponerme a hacer yo también una obra de ese tipo, que fuera leída también por los niños, pero con un mensaje profundo para los mayores”, rememora Kobayashi.

Había completado sus estudios y trabajaba ya como diseñador cuando empezó a sentirse atraído por los libros ilustrados extranjeros que veía en la librería Maruzen de Nihonbashi (centro de Tokio). “Entonces, en Japón todavía no había libros ilustrados que parecieran aptos también para los adultos. Era un mundo que desconocía y me pareció muy interesante”, añade. Entre todos, le fascinó el libro Henri’s walk to Paris, ilustrado por el famoso diseñador gráfico norteamericano Saul Bass. En él, de los protagonistas solo aparecen sus pies.

Además de la frescura de las ilustraciones, “resultaban atractivas la calidad de la impresión y la elección del papel. Pensé que sería muy entretenido dedicarse a crear un mundo similar”, recuerda.

Kobayashi se impone un alto nivel de exigencia en todas las fases de su trabajo, desde la ilustración a la impresión, pasando por la elección del papel o la encuadernación.

Una técnica que permite entregar al lector el “original”

Cuando Kobayashi dejó su empleo y se puso a trabajar por su cuenta, redescubrió a Miyazawa Kenji. De niño sabía quién era, pero no recuerda haberle leído. De joven solía comprar sus obras en librerías de antiguo y leyó la mayor parte de su producción. Incluso vio algunos libros ilustrados basados en dichas obras. “Pensé que quizás fuera capaz de hacer algo más con aquello, que algo sería capaz de aportar”.

Posteriormente, a mediados del decenio de 1970, la editorial Chikuma Shobō lanzó la colección Kōhon: Miyazawa Kenji Zenshū, un variorum o edición comparativa de todas las variantes de las obras del autor. Con ella, Kobayashi renovó su admiración hacia el poeta y narrador.

“Hay quien dice que los libros de Kenji son difíciles de leer, pero tienen un ritmo muy especial y a mí no se me resistieron tanto. La temática es muy variada, pueden pasar también por lecturas infantiles, pero también tienen mucho gancho para los adultos. Por ejemplo, en el cuento titulado El dios de la tierra y el zorro (Tsuchigami to kitsune), el primero aplasta y da muerte al segundo, su rival en el amor. Es un cuento que causa un impacto fuerte a los adultos”.

“Comencé sin ningún plan, haciendo mis versiones de [ese cuento y de] otros como Las bellotas y el gato montés (Donguri to yamaneko) o Gauche el chelista (Serohiki no Gōshu), hasta que, más tarde, conocí a un editor que se interesó por mis dibujos, y así fue como comencé a hacer la serie de Ehon, que se convertiría en la obra de mi vida”.

Kobayashi en su mesa de trabajo, en el Taller Yamaneko

En Las bellotas y el gato montés, que fue la primera en salir, Kobayashi utilizó la técnica del scratch, consistente en “excavar” ligeramente, en “arañarle” las formas a un cartón especial. Y a la hora de hacer el libro, se le ocurrió que sería interesante superponer varias ilustraciones para crear una única escena. A partir de ese momento, comenzó a adoptar este estilo de escenas compuestas por dos o tres imágenes originales, asignando un color a cada imagen y estampándolas como si fuera un grabado.

“A diferencia de los libros ilustrados convencionales, en los que se parte de imágenes ya coloreadas que se imprimen tratando de reproducirlas fielmente, con mi técnica lo que queda en mis manos es la imagen original, en blanco y negro, pero no la estampa ya coloreada y completa. Dicho de otro modo, el original de la ilustración final reside única y exclusivamente en el libro impreso”. La idea de que el “original” no es lo que queda en poder del autor, sino el libro que llega a los lectores, es para Kobayashi una de las claves del disfrute que ofrece su modo de trabajar.

Una lectura para cada fase de la vida

Al principio, Kobayashi entendió las obras de Kenji como un guion básico sobre el que trabajar. “El mundo de Kenji tiene anchura y mucho fondo. Fue una persona que se movió en muchos campos, en el religioso, en el científico…, y mucha gente, ante todo, se siente tocada por la forma que tuvo Kenji de entender la vida. Pero en mi caso, lo que me propuse fue especializarme solo en darles forma de libro ilustrado a esos “guiones”. Sentía que, si trataba de ir más allá, iba a verme desbordado”.

Sin embargo, con los años, su lectura de Kenji fue cambiando. Ahora, Kobayashi refleja ese cambio en sus libros ilustrados. “Poco a poco, he pasado a insuflar en mis libros ilustrados todos los pensamientos que me han acompañado en la vida”.

Kobayashi explica que, por ejemplo, su versión ilustrada de La desaparición de las ranas (Kaeru no shōmetsu, 2000) quedó influida por los sentimientos que le produjo el accidente nuclear ocurrido un año antes en Tōkaimura. En este cuento, Kenji narra en tono irónico la relación de celos entre tres codiciosas ranas que acaban muertas en el fondo de un agujero.

Miyazawa tiene otra versión de la historia, titulada Tres ranas y un zapato de goma (Kaeru no gomu), que culmina con un final feliz. Si Kobayashi eligió para su libro ilustrado el final amargo fue porque sintió un paralelismo entre la codicia de las ranas, que pugnaban por quedarse con el zapato, y la codicia de los humanos, simbolizada en las centrales nucleares. Le parecía moralmente cuestionable que para tener electricidad hubiera que depender de una central nuclear situada en otro lugar y también por esta razón creyó que el primer final resultaba mucho más pertinente. En el campo donde las ranas contemplan las nubes, Kobayashi coloca una central nuclear y líneas de alta tensión.

La lectura que Kobayashi hace de Kenji ha ido variando en las distintas fases de su vida.

16 años y una catástrofe de por medio

Kobayashi retomó su colección tras un paréntesis de 16 años ilustrando Zashikibokko no hanashi, obra en la que Kenji funde cuatro historias de la tradición oral de su prefectura natal, Iwate, sobre las misteriosas apariciones de niños llamados zashikibokko. En el intervalo, ocurrió el Gran Terremoto del Este de Japón de marzo de 2011. El libro ilustrado de Kobayashi representa con una gran riqueza visual los paisajes de Iwate, una de las prefecturas más afectadas por la catástrofe, sus niños y sus zashikibokko.

“El año del nacimiento de Kenji, en la era Meiji (1868-1912), coincidió con un gran tsunami. Y el de su muerte, ya en la era Shōwa (1926-1989), con otro. Yo nací en Yaizu, y de allí fue de donde partió el barco atunero Daigo Fukuryūmaru, cuya tripulación quedó expuesta a las radiaciones emitidas por la detonación nuclear del atolón de Bikini. Desde aquello, me preocupan las centrales y el resto de los temas nucleares”.

Pero Kobayashi no pretende cargar sus libros ilustrados con pesados mensajes. “Mi intención es mostrar, a través de mis libros ilustrados, qué cosas tan interesantes podemos hallar en la obra de Kenji. Lo principal es hacer llegar esos libros a quienes aún no los han leído. Y luego viene lo otro, el deseo de que cada lector los lea a la luz de su propia vida y saque sus propias conclusiones”.

Entrevista y texto: Redacción de nippon.com

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