Los japoneses y los tatuajes

Una historia de los tatuajes en Japón

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El tatuaje japonés ha aparecido y desaparecido entre la sociedad en repetidas ocasiones. En el período Edo (1603-1868) su estilo y su belleza experimentó una profunda evolución. Exploramos su historia menos conocida.

Los tatuajes, una costumbre de varias regiones de Japón desde la antigüedad

Desde la antigüedad, en todo el mundo los seres humanos han punzado su piel para introducir color y tatuar diseños, dibujos, símbolos o líneas que permaneciesen en su cuerpo. Los orígenes de esta costumbre no están claros al igual que los de otras prácticas que conllevan la modificación del cuerpo como la circuncisión, el vendado de pies o el alargamiento del cuello. No obstante, a juzgar por las estatuillas de barro dogū del período Jōmon (entre el 14.000-400 a.C. aproximadamente) y haniwa (figuras características del período Kofun, desde mediados del siglo III a mediados del siglo VII) que se han encontrado, en Japón la costumbre de tatuarse el cuerpo existía ya en los albores de la historia.

Entre las islas Amami y las de Ryūkyū en el sur de Japón existió una tradición por la que las mujeres se hacían un tatuaje conocido como hajichi que se extendía desde la punta de los dedos hasta el codo. Los primeros documentos en los que se registró esta costumbre datan del siglo XVI, aunque se cree que esta práctica existía desde mucho antes. Los tatuajes de la parte de la mano en las mujeres indicaban que esta había contraído matrimonio. Las novias recibían bendiciones una vez el tatuaje era completado, y su carga simbólica era la de un ritual de paso a la madurez. Los patrones y símbolos de estos tatuajes variaban en cada isla, y había algunas en las que se creía que la mujer que moría sin el hajichi sufriría en el otro mundo.

También entre los antiguos pueblos del norte de Japón como los Ainu las mujeres tatuaban el área alrededor de los labios y las manos. Hoy sabemos que de norte a sur, en muchas regiones de Japón se extendió la costumbre de tatuar el cuerpo. En el Kojiki (año 712) y el Nihon shoki (año 720), libros que cuentan de los orígenes mitológicos de Japón, también se menciona que en los pueblos fronterizos ser tatuado era un rito y en algunos casos un castigo.

El ideal de belleza cambió ampliamente en Japón a mediados del siglo VII. Más que la belleza general del propio cuerpo, cobró importancia la belleza que podía destacarse en una habitación lóbrega, como la del tacto de un kimono o la de los aromas. La práctica del tatuaje fue disminuyendo paulatinamente, y su aparición en obras de la literatura y el arte desapareció hasta comienzos del siglo XVII.

El resurgimiento del irezumi con una belleza singular

Después del período Sengoku y gracias a la paz social alcanzada durante el período Edo (1603-1868), la historia del irezumi resurgió. En esta época empezaron a aparecer en escritos cómo algunas prostitutas y sus clientes se cortaban el dedo meñique o se grababan en el cuerpo el nombre de su amante como una muestra de amor eterno. Poco después este tipo de prácticas pasaron a ser utilizadas entre la yakuza como un método para jurarse fidelidad.

Flores de Tokio, Onoe Kikugorō. Toyohara Kunichika (Aflo)

Los tatuajes también comenzaron a hacerse populares entre los tobi, las personas que trabajaban en la construcción o en la preparación de festivales, y que se dedicaban al mismo tiempo a la vigilancia o a la extinción de incendios en las ciudades, y también entre los mensajeros (hikyaku). En el trabajo de estas personas vestir kimono dificultaba los movimientos, por lo que muchos de ellos solían llevar simplemente un fundoshi (una especie de taparrabos), pero como mostrar el cuerpo prácticamente desnudo también era motivo de vergüenza comenzaron a cubrirlo con tatuajes. Pronto cobró fuerza entre la sociedad la imagen de que los tatuajes eran algo que tenían que llevar este tipo de profesionales, e incluso se llegaron a realizar colectas entre los comerciantes de la ciudad para tatuar el cuerpo de los jóvenes que aún no habían llenado su piel de tinta. Los hombres encargados de combatir el fuego eran conocidos como los más apuestos de Edo, y los tatuajes que llevaban eran el orgullo y la flor para cada barrio en el que vivían.

Muchos de los tobi se tatuaban dragones. Se creía que los dragones atraían la lluvia, por lo que para ellos significaba una protección espiritual. A medida que iba aumentando la demanda de este tipo de tatuajes, que habían empezado con unas letras y diseños simples, fueron paulatinamente ganando en complejidad y tamaño. Esto hizo que en poco tiempo apareciese un grupo de especialistas en tatuar dibujos y caracteres en la piel de las personas, los tatuadores (horishi).

Serie de héroes de la novela “A la orilla del agua” (Suikoden), Rōrihakuchō Chōjun. Utagawa Kuniyoshi. (Aflo)

En la cultura popular las personas con tatuajes eran representadas en los grabados ukiyo-e a través del ideal heroico de “Ayudar a los débiles y plantar cara a los fuertes”. Pronto se convirtieron en objetos de admiración, y alcanzaron una enorme reputación a partir de la primera mitad del siglo XIX cuando el maestro de la xilografía ukiyo-e Utagawa Kuniyoshi creó una serie de grabados inspirados en la novela china Suikoden (Shuihu Zhuan en chino) en la que representó a los protagonistas con el cuerpo completamente tatuado. Los grabados de actores de kabuki tatuados de Utagawa Kunisada también alcanzaron una gran fama poco después. Esta moda se extendió al auténtico kabuki, por lo que en obras como Shiranami Gonin Otoko (Los cinco de Shiranami, 1862) los protagonistas comenzaron a vestir una prenda bajo el kimono que hacía que la piel pareciese tatuada. La influencia del ukiyo-e y del kabuki sirvió de estímulo para que los tatuajes, que ya habían aumentado su escala en el pasado, creciesen más y comenzasen a ser realizados sobre todo el cuerpo.

La historia de Aoto y el grabado maravilloso, los cinco de Shiranami, Hamamatsuya. Utagawa Kunisada. (Aflo)

La regulación de los tatuajes en la era Meiji

Los tatuajes no se extendieron demasiado entre la clase guerrera debido a la introducción del pensamiento confuciano por el que no se veía con buenos ojos que una persona hiriese su propio cuerpo. A partir del año 1720, además, se impuso como un castigo adicional para los delincuentes tatuarles la frente o los brazos, por lo que entre las clases populares muchas personas comenzaron a aborrecer los tatuajes. El gobierno del shogún trató de regular los tatuajes en varias ocasiones sin apenas resultados, y fue durante la segunda mitad del siglo XIX cuando éstos alcanzaron una popularidad sin precedentes.

Tras el fin del shogunato y el comienzo del período Meiji, el nuevo gobierno acabó con el aislamiento nacional y se propuso adoptar un modelo de ilustración para el país de influencia occidental. Como resultado comenzaron a llegar los primeros invitados de honor, viajeros y marineros del extranjero a Japón, algo que no había ocurrido en los pasados 400 años. Durante su estancia en Japón estos nuevos visitantes observaban costumbres como la de los baños compartidos entre las mujeres y los hombres o a hombres que ostentaban en la calle sus cuerpos completamente tatuados y cubiertos solo con un fundoshi, algo que registraron en sus diarios como costumbres características del pueblo japonés.

El Gobierno Meiji consideró problemático que en Occidente estas prácticas pudiesen interpretarse como un aspecto primitivo de Japón, y por esto en 1872 decidió establecer una ley que regulara tanto el oficio de tatuador como a las personas que decidían llevar tatuajes. Con el comienzo del siglo XX se impuso entre la sociedad la norma de ir siempre vestidos (y no solo con un fundoshi), por lo que los tatuajes pasaron a ser algo que se escondía debajo de la ropa. Aunque resulte paradójico, podemos pensar que en esta época de restricciones es posible que cobrara fuerza la idea de que los tatuajes albergaban una belleza más profunda, incluso psicológicamente, por el hecho de estar ocultos.

Cabe recordar que estas regulaciones afectaron seriamente también a las mujeres de Okinawa y del pueblo Ainu de Hokkaidō entre las que existía la costumbre de tatuarse. Aunque había personas que continuaban tatuándose en la clandestinidad, cuando eran arrestadas por la policía eran sometidas al borrado de sus tatuajes mediante prácticas brutales como la cirugía o la eliminación con ácido clorhídrico. Hoy este patrimonio ancestral único de la práctica de los tatuajes en estas culturas ha desaparecido completamente.

El oficio de tatuador en el extranjero

Entre las personas que llegaban a Japón en esa época había quienes se hacían un tatuaje a modo de souvenir característico del país. En los registros históricos se puede comprobar cómo Jorge V del Reino Unido (el abuelo de la Reina Isabel II) cuando era príncipe o el zar Nicolás II de Rusia se hicieron tatuajes durante su visita a Japón. En los periódicos anglosajones también se pueden encontrar los testimonios de miembros de la marina que vivieron la experiencia de tatuarse en Japón, unos relatos que despertaron un creciente interés en muchas personas. Los tatuadores japoneses respondieron a esa ola de curiosidad por su arte visitando el extranjero.

Los tatuadores de entonces se ocultaban en Japón bajo la fachada de negocios que corresponderían a lo que hoy podemos ver en las calles anunciado en carteles como “dibujantes de octavillas” (ebira-ya) o “fabricantes de linternas de papel” (chōchin-ya). Estos profesionales emigraron a lugares como Hong Kong, Singapur, Filipinas, Tailandia, India, el Reino Unido o los Estados Unidos en busca de un entorno en el que pudieran realizar su trabajo en libertad. Hemos podido conocer más sobre la historia de estos tatuadores japoneses que trabajaron en el Reino Unido y los Estados Unidos entre finales del siglo XIX y comienzos del XX gracias a la investigación del profesor Koyama Noboru y a la que esta propia autora ha realizado continuando esta línea de trabajo.

Los tatuadores que se marcharon al extranjero encontraron mucho trabajo entre los miembros de la tripulación de los barcos y los pasajeros, y por ello establecían sus negocios cerca de los puertos o alquilaban habitaciones de hotel en las que tatuar, cambiando de lugar con frecuencia. Un ejemplo es el famoso tatuador Yoshisuke Horitoyo, que trabajó en ciudades como Londres o Nueva York entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, y que según un reportero de la época también había estado en China, Hong Kong o París entre otras ciudades, llegando a afirmar que había tatuado al mismísimo primer presidente de Filipinas Emilio Aguinaldo.

Libro de diseños del tatuador O. Ikasaki, radicado en Nagasaki, de alrededor del año 1900. Perteneciente a Horiyoshi III.

Aunque la fama de las avanzadas técnicas de los tatuadores japoneses iba en aumento, la mayoría de los clientes solo pedían pequeños tatuajes que pudieran ser realizados fácilmente, y al no haber apenas clientes que acudieran con regularidad durante largo tiempo estos no tenían la oportunidad de mostrar toda su destreza.

Los tatuajes vuelven a la vida de la gente tras la Segunda Guerra Mundial

En 1948, pocos años después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, Japón eliminó por completo las regulaciones en torno a los tatuajes. Bajo la ocupación de la Comandancia Suprema de las Fuerzas Aliadas se establecieron bases del ejército estadounidense en cada región del país, y muchos tatuadores comenzaron a trabajar cerca de la base de Yokosuka donde tatuaban a los soldados estadounidenses destinados allí. Estos clientes preferían tatuajes con el estilo de los Estados Unidos en lugar de diseños japoneses, y hubo una gran demanda durante las épocas de las guerras de Corea y de Vietnam.

Un soldado australiano fotografiado en Corea en diciembre de 1953, con tatuajes realizados en el Reino Unido, Hong Kong, Japón y la India. Memorial de Guerra Australiano

Memorial de Guerra Australiano (https://www.awm.gov.au/collection/HOBJ4707/

Tras un largo tiempo en la clandestinidad entre la sociedad japonesa, el arte del irezumi volvió a salir a la luz en forma de libros de expertos tatuadores y exposiciones en la década de 1970. Durante esta época diseñadores de moda como Issey Miyake o Yamamoto Kansai crearon vestidos inspirados en el arte del tatuaje japonés. En la década de 1980 un creciente número de jóvenes japoneses comenzaron a sentir interés por los tatuajes al ver cómo los miembros de sus bandas de rock favoritas de los Estados Unidos los llevaban. Desde entonces este interés ha ido en aumento, y cada vez más personas optan por los diseños tradicionales del irezumi japonés.

"Tatoo" SS1971/970 Issey Miyake, ISSEY MIYAKE / "Grid Body", Tokujin Yoshioka. "MIYAKE ISSEY: The work of Miyake Issey", Centro Nacional de Arte de Tokio, entre el 16 de marzo y el 13 de junio de 2016. (Fotografía: equipo editorial de Nippon.com)

Una encuesta realizada al azar en 2014 por la Federación de Asociaciones de Abogados de Kanto entre 1.000 hombres y mujeres de entre 20 y 60 años reveló que 16 de ellos estaban tatuados. Esto representa una cifra baja si lo comparamos con otras naciones del extranjero, donde entre un 10 % y un cuarto de la población está tatuada. Sin embargo, podríamos afirmar que hoy los tatuajes en Japón están comenzando a establecerse como parte de la moda.

Fotografía del encabezado: Las tres fortunas unidas, actores populares frente a una cascada blanca. (1863) Toyohara Kunichika (Aflo)

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